Tahar Ben Jelloun
«Hoy no se puede gobernar un país sólo con ideas religiosas»
Alejandro Luque
Tahar Ben Jelloun (Fez, 1944) es probablemente el escritor marroquí vivo más conocido. La concesión del premio Goncourt a su obra La noche sagrada le dio fama internacional, y al socaire de este galardón sus obras sucesivas se convirtieron en éxitos de crítica y público: La noche del pecado, Elogio a la amistad, Sufrían por la luz… Amante de Andalucía, donde afirma encontrarse como en casa, recientemente visitó Sevilla invitado por la Fundación Tres Culturas en colaboración con el proyecto Menara, y allí habló de sus dos títulos más recientes: su novela El retorno y su breve ensayo La primavera árabe, ambos publicados por Alianza Editorial.
“La primavera árabe no ha terminado”, aseveró de entrada. “Ocurre incluso en Túnez, hay muchas pruebas de que la lucha sigue. Se está librando realmente un combate entre dos visiones del mundo: una que se centra en la religión y la forma tradicional de la vida, y otra que se basa en la modernidad, el reconocimiento del individuo, la igualdad del hombre y la mujer, y la aplicación de los principios y valores democráticos de forma profunda. En este momento, son precisamente aquellos que defienden una ideología conservadora los que parecen estar ganando la partida, pero nada está decidido”, dijo.
También quiso romper una lanza por las mujeres y su papel en los cambios que se están produciendo. “Detrás de todas estas protestas y estos debates, hay un papel enorme jugado por ellas, tanto en Túnez, donde luchan todos los días por conservar el código que ya Bourguiba les dio en el 56, como en Egipto, donde hay miles de mujeres luchando por sus derechos y su propia vida”, afirmó, para matizar a renglón seguido: “Pero también, y hay que decirlo, hay muchas mujeres entre los Hermanos Musulmanes, y están felices de ver al Islam llegar con fuerza al poder. No se puede hablar de decepción ni de satisfacción. Estamos en un proceso que todavía tomará largos años”.
La prudencia es el diapasón que señala el tono de las palabras de Tahar Ben Jelloun, quien no obstante se permite subir el tono cuando se le pregunta cuál debe ser, a su juicio, el papel de Occidente en la llamada Revolución Dominó. “Creo que Occidente debe observar lo que está ocurriendo y ayudar a los movimientos laicos y democráticos. Pero me temo que Europa ha comprendido que no puede seguir siendo cómplice con los dictadores. La Historia le ha dado una buena lección”.
También se muestra grave cuando habla de los retrocesos en materia religiosa: “El integrismo ha ganado terreno en los últimos tiempos, pero puede igualmente fracasar por su incompetencia. Lo hemos visto en Jordania, y también en Marruecos, donde tras un año de gobierno del partido Justicia y Desarrollo arrecian las críticas. Hoy no se puede gobernar un país sólo con ideas religiosas. La religión se puede ocupar del ámbito privado, pero no del público. Se puede engañar a la gente con la religión hasta cierto punto, pero los problemas económicos del mundo moderno no se resuelven solamente a base de rezos, no es posible”.
Europa ha comprendido que no puede seguir siendo cómplice de los dictadores. La Historia le ha dado una lección
En este asunto ve crucial el desarrollo de los acontecimientos en Egipto: “Cuando Morsi fue elegido casi como Hollande, con muy pocos votos de diferencia con la oposición, fue un compromiso entre los militares y los Hermanos Musulmanes. Pero no tuvo la inteligencia de atraer a los laicos y los modernos, los llamados rebeldes democráticos. Así, hoy está bajo la presión de los extremistas fundamentalistas, que le obligaron a hacer una constitución que convierte a la revolución en una república teocrática como Irán, donde el Derecho ya no es una cuestión de justicia, sino de profesores de teología. Pero la lucha no ha terminado. No podrá gobernar con la mitad del pueblo contra él. Además, el caso de Egipto será determinante para los demás países, siempre ha sido un referente para todo el mundo árabe”.
Cuando Tahar Ben Jelloun visita Sevilla, las noticias que llegan desde Siria no pueden ser más terribles y desesperanzadoras: docenas de muertos a diario en las calles de Damasco y Alepo, abusos y rapiñas ante la pasividad de la comunidad internacional. “Siria es un tema aparte: no se ve hoy cómo va a terminar esta historia, porque tenemos en frente a un dictador formado por su padre, a su vez dictador y criminal, y esa concepción mafiosa del poder sólo puede imponerse matando a gente, que es lo que ocurre ahora mismo. Y la vertiente salafista, extremista, es la que se aprovecha de la rebelión para colocar sus peones sobre el tablero. Eso ha provocado que EEUU haya marcado a estos grupos en la lista negra”, explica.
“Eso no significa que si Al Assad es asesinado o se va, dé lugar a un gobierno islamista. Hay rebeldes musulmanes, otros cristianos, otros ateos, simplemente luchan, porque después de la dictadura, como en cualquier país del mundo, habrá un reparto del poder. Ya son 42.000 muertos los que ha habido. Y ha quedado patente, lo digo para el futuro, que Naciones Unidas no sirven para absolutamente nada, son inútiles para parar una masacre. ¿De qué sirve tener una institución de esa índole, si no pueden actuar por el veto de Rusia y China?”, se pregunta. Y, después de meditar unos segundos, lanza un vaticinio: “Si Asad mañana decide negociar con los rebeldes, será asesinado por sus propios partisanos. Está acabado. El problema es qué va a ocurrir con el pueblo sirio, sumido en una auténtica guerra civil”, sentencia.
Si en algún momento la Primavera árabe alentó de nuevo la utopía de la unión, siquiera en términos parecidos a los de la UE, esa esperanza parece haber sido de nuevo derrotada. “Para el mundo árabe, no es posible. Los árabes siempre intentan unirse, sin conseguirlo jamás. Fijaros en los palestinos, tenéis Hamas por una parte, los yihadistas financiados por Arabia Saudí, Qatar, y luego la Autoridad Palestina, que es laica. Ahí no se consigue nada. Tomemos el Magreb, Argelia, Túnez, Marruecos, Libia y Mauritania, han creado una Unión del Magreb Árabe, ¡nada! Existe sobre los papeles, se han reunido, pero imaginaros lo que se podría hacer con el petróleo de Argelia y Libia, y tener una solidaridad, crear una pequeña Europa. Pero cada jefe de Estado quiere ser el gran patrón, nadie desea abandonar su egoísmo para formar una unión que puede ser una comunidad extraordinaria que podría ser más potente que esa Europa de ahora, ahogada en problemas. Egipto intentó unirse con Siria, Libia lo intentó con Túnez… Cada vez que dos países intentan unirse, no funciona, es un problema típicamente árabe. Y luego están aquellos que echan leña al fuego para que eso no marche jamás. Todo esto significa, en mi opinión, que el mundo árabe no existe como tal: existen 21 estados, pero ninguno está en el mismo barco”.
Los medios occidentales no se atreven a decir la verdad sobre lo que está haciendo Israel
En un momento dado surge en la conversación el nombre de Israel, y Tahar Ben Jelloun se mesa la barbilla antes de comentar: “Creo que la democracia de Israel es sólo interna. Pero el Israel que ocupa territorios, que responde con masacres sistemáticas, que frente a tres muertos por un cohete propone como represalia 125 muertos, actúa con un comportamiento injusto. Para mí, cualquier ser humano que muere tiene la misma calidad y valor, ya sea judío, árabe… Existe un racismo que hace que consideren una vida palestina menos que una israelí”.
“Y hay otra cosa”, prosigue casi sin tomar aliento. “Los medios de comunicación occidentales no se atreven a decir la verdad sobre lo que está haciendo Israel. Siempre se buscan justificaciones. Un periódico, un día que cayeron cohetes, envió un equipo para entrevistar a los israelíes y ver el miedo que estaban pasando. Eso es una selección: no fueron a ver cómo estaban los palestinos. Me hubiera gustado que hubiera habido dos entrevistas, una al pueblo palestino, otra al pueblo israelí”.
El asunto, según dice, le preocupa especialmente: el modo en que los medios occidentales exponen la situación del mundo árabo-musulmán ante sus lectores y espectadores, con frecuencia tendiendo a poner el foco en los extremos: “Creo que la gente sabe que existen terroristas, fanáticos, que se dicen musulmanes y cometen crímenes en nombre del Islam. Pero no se pueden confundir. Yo soy laico, por ejemplo, estoy por la separación de la religión y la política. Cuando vemos a una mujer totalmente cubierta bajo un velo, eso no tiene nada que ver con el islam, en ningún sitio se dice que deban ir así. Cuando Al Quaeda pone bombas en una mezquita y mata a gente en Iraq o en Siria, no tengo ni idea de quién puede haber detrás, pero lo que está claro es que eso nada tiene que ver con el islam. La gente empieza a entenderlo”, afirma.
Y continúa: “El problema está en la imaginación de las personas. Para quienes no siguen mucho estos temas, ser musulmán es algo sospechoso. En España los moros no tenían buena reputación, ahora incluso es peor. Los medios de comunicación tienen que jugar su papel y marcar la diferencia. No se trata de amar a los musulmanes, sino de respetarlos por lo que son. Si un musulmán comete un delito en un país europeo, ahí estará la justicia para castigarlo”, subraya.
Una mujer cubierta bajo un velo o las bombas de Al Qaeda no tienen nada que ver con el islam
Autor de clásicos del francés contemporáneo como L’enfant de sable o Les yeux baissés, el escritor asegura que “escribo mal en árabe, no podría”, pero no cree, como sugiere el periodista, que este hecho engrandezca la lengua francesa y disminuya la árabe. “No, no se debilita el árabe. Es una lengua extraordinaria, muy rica, pero no soy capaz de escribir en ella. No voy a escribir malos libros en árabe por culpa de no saber”, dice encogiéndose de hombros.
Cambiando de tercio, M’Sur invita al escritor a hablar de emigración, uno de los temas recurrentes en su obra, de nuevo presente en El retorno. Pero antes de abordar este libro, le pedimos que recuerde aquel informe sobre emigrantes marroquíes que él mismo tituló La más profunda de las soledades. ¿Padecen los hijos de aquellos emigrantes otro tipo de soledades, o podemos darlas todas por superadas? Los labios de Tahar Ben Jelloun dibujan una sonrisa teñida de melancolía: “Hay otras soledades, que precisamente se refieren a los hijos, a los emigrantes de segunda y tercera generación, europeos que no son reconocidos como tales. Hay un 45 por ciento de paro en las clases donde hay mayoría de musulmanes, cuando la media del país es sólo un 10 por ciento. No es una cuestión de gobiernos de izquierda o de derecha, los hijos de emigrantes siempre se perciben mal y no se les considera adecuadamente”, dice.
Ahora sí, entramos de lleno en el protagonista de El Retorno, de ese imposible regreso al país del que salió para sacar adelante a su familia: “Es una historia que toca a mucha gente, el protagonista, viviendo en Francia, sigue siendo muy marroquí, es extranjero frente a todo su entorno”, comenta. “Pensaba que sus hijos iban a ser como él, pero se da cuenta de que sus hijos son pequeños franceses, y tienen con su padre una relación simpática, pero no le van a seguir en su retorno. Ahí es donde el personaje va a enloquecer y a darse cuenta de que todo le ha salido mal. Trabajó cuarenta años de su vida, no ha visto a sus hijos crecer, no ha hecho otra cosa que trabajar sin cesar. Cuando coge la jubilación, pensaba que se iba a reunir con su familia como un patriarca, pero todo toma un cariz bastante trágico”, resume el autor.
Me gusta España, me gustaría vivir aquí. Los españoles y los marroquíes os parecemos bastante
Pero Tahar Ben Jelloun no cree que sólo los marroquíes puedan identificarse con ese personaje: “El tema de la jubilación lo viven hoy también los occidentales, no sólo los emigrantes. Es una ruptura que se traduce a menudo en drama”. Por otro lado, cuando se le pregunta por su propia condición de desarraigado, marca con claridad las diferencias: “Soy un privilegiado, no soy un emigrante. Viajo cuando lo deseo. Pero es cierto que observo y escribo sobre ello. Un escritor es un testigo que relata lo que ve. He inventado una historia que trata de contar cómo viven esa etapa los emigrantes que eran ilusos y chocan con la realidad brutal”, agrega.
Antes de terminar, le preguntamos por su propio retorno fracasado, aquel intento de volver a Marruecos que, por algún motivo que prefiere no desentrañar demasiado, no cuajó. “Pasé en 2006 tres años seguidos en Marruecos. Puedo vivir en cualquier parte. Me gustaría vivir en España, ¿por qué no? Me gusta este país, me siento muy próximo a los españoles. Nos parecemos bastante”, concluye, aunque esta vez la visita ha sido con billete de vuelta.