Opinión

Una retirada a tiempo

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos

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Una retirada a tiempo es una victoria, dicen. Y en el caso de Iraq, la retirada de las tropas estadounidenses sin duda es una enorme victoria. Para los asesores de prensa de la Casa Blanca, se entiende, que han conseguido hacer llamar ‘retirada’ la salida de un 25% de las tropa estacionadas en el país: 15.000 de las 65.000 que había en julio. En cuanto el número total cae bajo 50.000, por definición, la retirada se ha completado. Los restantes 49.999 soldados aparentemente son invisibles. Maravillas del camuflaje militar.

49.999 es un decir. No creo que las cifras sean tan exactas. Porque no incluyen a 4.500 soldados de las “fuerzas especiales”, entrenadas en actividades “antiterroristas”, que seguirán haciendo el mismo trabajo que antes y no se reducirán [según el propio Ministerio de Defensa].

Dado que desde el así llamado fin de la guerra en mayo de 2003, el mando militar norteamericano define a todos los grupos armados iraquíes como “terroristas», cabe imaginar que también mandaría a estas fuerzas a cualquier operación importante, no a los voluntarios recién llegados de Arizona. Era difícil de imaginar, de todas formas, cómo éstos, cuyo única formación social debe de consistir en apretar un gatillo, habrían podido pacificar Iraq.

EE UU planifica duplicar el número de “empleados privados” ―mercenarios― que protegen la embajada

En realidad serán aún más: Estados Unidos planifica duplicar el número de “empleados privados” ―término militar para decir mercenarios― que protejan la embajada. Serán unos 7.000, asegura el Ministerio de Exteriores.

La cifra es baja. Otros creen que en Iraq ya trabajan unos 180.000 “empleados privados”, pero este total incluye a 118.000 iraquíes. En 2007, la prensa norteamericana aseguró que había 21.000 mercenarios estadounidenses y 43.000 oriundos de otros países (Chile, Nepal, Colombia, Fiji, Filipinas…); la gran mayoría iba fuertemente armada. Y no son sólo guardaespaldas: conducen blindados, pilotan helicópteros y dirigirán los vuelos de aviones no tripulados. En palabras de un ex soldado norteamericano: estamos observando cómo el Ejército estadounidense pasa el testigo a una fuerza paramilitar privada.

Una fuerza cara, admite el Ministerio de Exteriores, aunque más barata que mantener las tropas regulares en Iraq. La seguirá pagando el contribuyente norteamericano. Sólo que su dinero ya no se perderá en los inmensos agujeros de las empresas subcontratadas para atender a las tropas regulares. ¿Recuerdan que 4.600 millones de dólares se clasificaron en 2007 como “injustificados” en una auditoría del Pentágono a sólo dos empresas norteamericanas en Iraq, Halliburton y KBR?

No. Ahora el dinero irá directamente a los bolsillos de los dueños de las empresas de mercenarios. Más fácil. Sin desvíos innecesarios. Y sin mucha opción de auditarlo, por supuesto. Con menos opción aún de juzgar a los responsables si estropean las cosas aun más de lo que ya lo están.

Aunque el año pasado se retiró la inmunidad formal que hasta entonces protegía a los mercenarios ―nadie empleado por Estados Unidos podía ser juzgado en Iraq― aun no se ha visto a un ciudadano norteamericano sentado en un banquillo iraquí. El príncipe entre los traficantes de matones, Erik Prince, dueño de Xe, antes Blackwater, ya ha trasladado su residencia a los Emiratos Árabes. Por si acaso.

Ahora, el dinero público irá directamente a los bolsillos de los dueños de las empresas de mercenarios

En resumen: una retirada a tiempo para ahorrarse gastos y desgastes innecesarios y canalizar el dinero hacia donde siempre ha ido. Ahora le tocará a Bagdad pagar la carne de cañón, el Ejército iraquí que tendrá que fingir ahora que intenta mantener el orden en el país. Mucho más no podrá hacer, con las bases de la convivencia nacional iraquí destrozadas a conciencia desde la invasión de 2003.

Sí: a conciencia. Prohibir el partido laico Baaz, inventar una división de la población basándose en la nebulosa pertenencia a ‘suníes’ y ‘chiíes’, asignar cuotas de poder a quienes decían representarlos ―como si Iraq en lugar de una nación hubiese sido una bolsa de valores divinos― y nombrar como dirigentes a estafadores convictos fue la estrategia perfecta para destruir la conciencia democrática iraquí, para someter el país a los integristas islámicos y a los corruptos profesionales. Para convertirlo en un club de predicadores rodeados de pistoleros. Lo que no se entiende es por qué a esta mezcla tan típicamente norteamericana de iglesia pastoral, tahur y vaquero de película se le haya querido llamar democracia.

Sólo nos queda por ver cuánto tiempo más quieren cobrar los que están detrás de la taquilla de este cine al aire libre con proyección de filmes de guerra en sesión continúa. Ya lo dijo la Madre Coraje de Bertolt Brecht: La guerra es un negocio pero tiene que durar, si no, no cunde. ¿Cuánto más?

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© Ilya U. Topper | Especial para MSur

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