Claves de un atentado
Daniel Iriarte
Con la colaboración de Lluis Miquel Hurtado
Los dos coches bomba plantados frente al ayuntamiento y la oficina de correos hicieron explosión cerca de las dos de la tarde, con apenas quince minutos de diferencia. Las detonaciones mataron a 49 personas e hirieron a más de ciento cincuenta. Más de setecientos establecimientos, 62 vehículos y ocho edificios públicos resultaron dañados en el atentado del pasado sábado, el peor en Turquía en más de una década. Había que remontarse a los camiones bomba de Al Qaeda en Estambul, en 2003, para encontrarse con un ataque igual de sanguinario.
“Esta provocación se produce en una fase crítica de transición hacia Siria. No es una coincidencia que esto suceda en un momento en el que el tráfico diplomático se está intensificando”, declaró el ministro de Asuntos Exteriores turco, Ahmet Davutoglu. “Muchas fuerzas pueden querer alterar la paz en Turquía, pero no van a tener éxito. Vamos a responder. Tomaremos las medidas adecuadas”, dijo. Las autoridades no tuvieron dudas: el régimen sirio era el probable inductor del atentado. Unas afirmaciones que fueron cobrando fuerza en las siguientes horas.
Las autoridades turcas establecieron en pocas horas que los autores tenían vínculos con el régimen sirio
El vice primer ministro, Besir Atalay, aseguró rápidamente que se encontraban muy cerca de identificar a los autores. “Hemos establecido que la organización y los perpetradores tienen vínculos con el ‘mujabarat’ (la inteligencia) del régimen”, afirmó. Parecía entonces que Atalay apuntaba a una red de operativos turcos al servicio del gobierno sirio que opera en la región fronteriza con Siria, y a la que se considera responsable de varios secuestros de destacados opositores sirios en territorio turco.
Algunos de sus miembros también podrían hallarse detrás de la furgoneta bomba del pasado febrero en el mismo Reyhanli, que mató a 14 personas e hirió a varias docenas, y cuyo objetivo aparente eran los líderes de la oposición siria, presentes en el lugar. “El ataque no tiene ninguna relación con los refugiados sirios en Turquía, y la tiene toda con el régimen sirio”, declaraba poco después Davutoglu en una entrevista televisada.
Las acusaciones fueron fuertemente refutadas por el gobierno sirio. “Nadie en Turquía tiene el derecho de lanzas acusaciones arbitrarias contra Siria y responsabilizarla de estos atentados. Siria no los ha perpetrado, y nunca haría tal cosa, porque nuestros valores no nos lo permiten”, aseguró el ministro de Información sirio, Omran Al Zoubi, según informa la agencia estatal SANA.
¿Una acusación sin sentido?
Y a primera vista, podría parecer que las alegaciones del gobierno turco no tenían demasiado sentido. ¿Por qué iba el régimen de Bashar Asad querer realizar un acto semejante en territorio turco, aumentando los riesgos de una intervención de la OTAN que, hasta ahora, ha permanecido elusiva?
Rápidamente surgieron todo tipo de teorías más o menos conspirativas: podía tratarse de un atentado de bandera falsa, para justificar la intervención. O podía ser una advertencia del Frente Al Nusra, que se declara abiertamente parte de la red de Al Qaeda y a quien la CIA ha puesto en el punto de mira. O podía ser obra de rebeldes sirios radicalizados, en cuyo caso el gobierno turco jamás lo admitiría, después de haber dejado operar a las fuerzas opositoras con total impunidad en su territorio.
Sin embargo, la detención de nueve personas –todos ellos ciudadanos turcos- por su presunta relación con los hechos podría arrojar algo de luz sobre este oscuro episodio. Según la información disponible, cinco de ellos son miembros del Frente-Partido Revolucionario de Liberación Popular (DHKP/C), los responsables del atentado suicida contra el consulado de EEUU en Ankara del pasado febrero. Los otros cuatro pertenecen al THKP/C “Acilciler” (el Frente-Partido de Liberación del Pueblo Turco, facción “Los Urgentes”, así llamado por su documento fundacional presentado en 1975, “Problemas urgentes de la revolución en Turquía”).
Ambos grupos son, en teoría, de orientación marxista y antiimperialista, escisiones sucesivas de la organización Devrimci Sol (“Izquierda Revolucionaria”), que operaba en Turquía en los años 70. A los detenidos se les acusa de haber introducido en Turquía los coches bomba, que habrían sido preparados en Siria, y de haberlos llevado hasta el lugar de su detonación.
La trayectoria de Mirhaç Ural, el líder del THKP/C “Urgentes”, ayuda a explicar la presunta participación de esta organización en el suceso. Ural, nacido en Iskenderun (la segunda ciudad de la provincia de Hatay, fronteriza con Siria), es alauí, la misma comunidad religiosa a la que pertenece el presidente sirio Bashar Asad, y que cuenta con unas trescientas mil personas en Turquía.
Tras el golpe de estado de 1980, Ural se exilió en Siria, donde coincidió con Abdullah Öcalan, el fundador de la guerrilla kurda del PKK. Ambos líderes cooperaron ampliamente contra la dictadura militar turca, generosamente financiados por el régimen de Hafez Asad por conveniencias geopolíticas.
«La organización de Mirhaç Ural ha renacido como Frente de Liberación de Hatay»
Con excepción de un pequeño repunte a principios de los 90, el THKP/C “Urgentes” ha mostrado escasa actividad en los últimos años. Hasta ahora. El pasado septiembre, el comentarista Abdullah Bozkurt, experto en terrorismo y con buenos contactos en la inteligencia turca, alertaba del resurgimiento de este grupo y sus actividades en el sur de Turquía, rebautizados ahora como “Ejército de Liberación de Hatay”, cuya base de operaciones, según él, se encuentra en la ciudad siria de Latakia.
“Su misión en este momento es desatar el conflicto sectario en Hatay y otras provincias, con la esperanza de que el gobierno turco abandone sus políticas anti-Asad en Siria. La organización ha señalado las provincias de Adana, Hatay y Mersin como posibles puntos para crearle problemas al gobierno”, escribía entonces Bozturk. “Hasta ahora ha fallado. La inteligencia turca está vigilando los movimientos de los operativos de “Acilciler” y ha logrado desbaratar con éxito algunos de los planes de este grupo”, aseguró.
Un atentado esperado
De hecho, aparentemente, las autoridades turcas tenían información de que se preparaba un ataque como el de Reyhanli, pero desconocían el lugar. Las sospechas apuntaban a Ankara, no al sur del país, según ha indicado hoy el diario Milliyet. Esto explicaría la rapidez con que el ministro del Interior turco, Moammer Güler, aseguró que las explosiones en Hatay eran fruto de dos coches bomba, menos de una de hora después del atentado.
Hace seis meses, Bozturk aseguraba ya que el THKP/C “Urgentes” “ha intensificado sus actividades en la provincia de Hatay, y está reclutando a jóvenes alauíes para crear tensión en las provincias fronterizas de Turquía, así como para proveer de efectivos al ejército de Asad”. El propio Ural aparece en fotos como combatiente en el interior de Siria, enarbolando un kalashnikov y portando un chaleco con cargadores.
En varios videos subidos a internet el pasado 5 de mayo, el líder del “Frente de Liberación de Hatay” aparece haciendo un llamamiento a “limpiar” la localidad de Banias, situada en la región siria de Latakia, de mayoría alauí. “Banias es la única salida al mar para estos traidores. Debemos sitiarla rápidamente, quiero decir, y empezar la limpieza”, dice el combatiente en el video. Pocos días después, opositores sirios informaban de la matanza de al menos cuatrocientas personas en esta localidad, y de cientos de desplazados ante la ofensiva de las milicias pro-Asad.
El Ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, ha acusado al régimen sirio de “tratar de crear un pasillo entre Homs y Líbano” mediante la eliminación y expulsión de los no alauíes. “En la masacre de Banias, nos preocupa este hecho: dado que es imposible controlar todo el país, la nueva estrategia [de Asad] implica la limpieza étnica de algunas áreas, y tratar de mantener ese territorio”, afirmó. A las pocas horas del atentado, Davutoglu aseguró que los coches bomba de Reyhanli habían sido puestos “por los mismos autores de la matanza de Banias”.
Según Bozturk, la organización, además, “está difundiendo rumores de que los refugiados sirios han estado creando disturbios, metiéndose en peleas, robando y matando a gente las provincias turcas”. El malestar entre los vecinos turcos en aquellas regiones con una amplia concentración de refugiados sirios, en cualquier caso, es patente.
Un informe de la Organización de Investigación Estratégica Internacional (USAK), un ‘think tank’ de Ankara, publicado apenas un día antes del atentado, alertaba de la posibilidad de que este descontento sea aprovechado por los rivales de Turquía.
“Mientras la crisis continúe en una Siria azotada por la guerra, aumentará el número de incidentes provocados por ciertos grupos para crear tensiones en los lugares donde hay refugiados”, alerta Osman Bahadir Dinçer, experto en Oriente Medio y autor del informe. En algunas ciudades, el número de desplazados sirios supera al de los locales. “Por ejemplo, la población de Reyahnli es de 60.000, y ahora hay 80.000 refugiados”, indica Dinçer.
«Son las políticas de Erdogan las que han llevado a esto; los sirios no pueden quedarse»
Si el propósito del atentado era provocar el enfrentamiento entre los locales y los refugiados sirios, tuvo éxito: poco después, varios vecinos enfurecidos apedrearon algunos vehículos con matrículas de Siria y llegaron a agredir a ciudadanos sirios.
“Ya no queremos aquí a los sirios. No pueden quedarse. Incluso si alguna vez los hubiéramos querido, ya no pueden quedarse”, declaró Mustafa, un profesor local, al diario Today’s Zaman. “Son las políticas de Recep Tayyip Erdogan las que han llevado a esto. Turquía nunca debería haberse implicado en este jalo. Tenemos una frontera de 900 kilómetros con Siria, van y vienen como les parece. Aquí todo el mundo tiene miedo”, aseguró. Los funerales por las víctimas se celebraron en medio de una tensión máxima, con ocasionales muestras de rechazo a los refugiados sirios.
Turquía quiere la intervención
Es en este contexto en el que el primer ministro Erdogan se dispone a viajar a Washington, el próximo 16 de mayo, y tanto los responsables de la diplomacia turca como la prensa esperan que la cuestión de Siria domine gran parte de la reunión con el presidente Barack Obama.
Además, en estas últimas semanas, Turquía ha intensificado las acusaciones de uso de armamento químico por parte del régimen. Las autoridades turcas aseguran que una docena de pacientes sirios están siendo tratados en hospitales del país con síntomas de haber sido víctimas de un ataque con armamento no convencional.
La mayoría de los altos funcionarios turcos se han mostrado cautelosos al respecto: hablan de “indicios”, pero aseguran que es necesario esperar a tener pruebas definitivas. No así el propio Erdogan.
“Está claro que el régimen ha usado armamento químico y misiles”, dijo el primer ministro turco esta semana, añadiendo que la “línea roja” que, según el propio Obama, debía desencadenar una intervención occidental, fue traspasada “hace tiempo”. “Queremos que EE UU asuma mayores responsabilidades y den pasos más importantes. Vamos a hablar de qué pasos podrían darse”, indicó el primer ministro turco.
Erdogan ha indicado que Turquía apoya “sin reservas” el establecimiento de una zona de exclusión aérea en el interior de Siria, lo cual podría ser la clave definitiva del atentado, si se llega a probar la implicación del régimen sirio. Tal vez alguien haya decidido que era hora de demostrarle a Turquía que, si uno decide implicarse en un conflicto como el sirio, puede tener que afrontar algunas consecuencias.