El frágil refugio de los gays iraníes
Lara Villalón
Estambul | Septiembre 2017
Ramtin corre a abrazar a Sina y le presenta ante el resto de sus compañeros. Como casi todos los demás, Ramtin y Sina son refugiados que viven en Turquía para escapar de la persecución que les esperaba en su país.. y de una posible pena de muerte. Son gays. Y son iraníes.
“En Irán tenía una buena vida. Una buena familia y amigos. Tenía un buen trabajo y reputación, pero alguien denunció al gobierno que yo era gay y tuve que huir”, relata Sina Kiani, un joven cineasta, que ha venido desde Denizli, una ciudad del suroeste de Turquía. “Llevo tres años aquí. Ahora sobrevivo con ayuda de amigos que me pasan trabajos de edición de vídeo, de fotografía”.
Sina y Ramtin se encuentran con otros compañeros en la sala de un hotel en Estambul, lugar de una reunión organizada por la asociación kurda Hevi LGBT. Para algunas es la primera vez que se encuentran con otras personas de su misma condición fuera de las redes sociales o de citas esporádicas en algun café. Venir a Estambul es un soplo de aire fresco para muchos.
«Apenas salgo a la calle durante el día y nunca por la noche porque me da miedo que me ataquen»
Denizli, aunque no forma parte de la franja más religiosa de Anatolia, «no es un sitio seguro para refugiados LGBTI», asegura Ramtin. Aunque allí hay cerca de 400 iraníes, los refugiados gays «sufren amenazas por parte de los locales, que son muy conservadores, y a veces por parte de otros iraníes homófobos”, añade. Sina Kiani lo sabe bien: allí realizó, gracias a una fondos de la Comisión Internacional de Derechos Humanos de Gays y Lesbianas (IGLHRC) el documental The Life of LGBT. En él trata la aceptación personal de su identidad sexual, la relación con la familia, con la comunidad, la huida a Turquía…
“La vida en Denizli es muy dura. La ciudad es muy conservadora. Apenas salgo a la calle durante el día y nunca por la noche porque me da miedo que me ataquen. Es evidente que soy gay”, explica Sina. Pero no tiene mucha opción: está registrado como refugiado en el ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) pero no como “refugiado por motivos de inclinación sexual”. “Mi familia sabe que vivo aquí como refugiado, pero algunos de mis parientes ignoran que soy gay, por eso me registré solo como refugiado”, explica el cineasta.
También Ramtin llegó a Turquía tratando de huir de un conflicto con su familia por su condición sexual, después de que él tomara conciencia de su identidad gay. “La película Harvey Milk me ayudó a querer dar un paso adelante y mejorar mi vida. Me enseñó que siempre se puede encontrar una comunidad que te apoye, que te respalde, y juntos podemos cambiar muchas cosas. Mi tío me compró un billete de avión para Turquía porque para este viaje no necesitaba visado”, explica Ramtin.
“Conozco casos de homosexuales que se han cambiado de sexo para poder seguir viviendo en Irán»
Turquía albergaba en enero pasado unos 31.000 solicitantes de asilo procedentes de Irán, el tercer mayor colectivo tras Iraq y Afganistán (los tres millones de sirios no pasan a través del registro del ACNUR). Los motivos pueden ser muy diversos: actividad política, conversión a la religión cristiana – normalmente protestante – , algo tan sencillo como tocar la guitarra en un grupo considerado subversivo por su música, o inclinación sexual.
La homosexualidad es delito en Irán y se puede castigar hasta con la pena de muerte, si se demuestra un acto de penetración entre hombres. La ley prevé 100 latigazos para actividades lesbianas. Por otra parte, la transexualidad se considera una “enfermedad”, y el gobierno facilita el cambio de sexo. Por eso, algunos homosexuales reciben presiones de su familia para someterse a la operación quirúrgica y así evitar un castigo. “Conozco casos de homosexuales que se han cambiado de sexo para poder seguir viviendo en Irán. No creo que sea una solución: arrastran muchos problemas psicológicos. Algunos se han suicidado”, comenta Naima, una mujer iraní lesbiana que vive en Eskisehir, en el noroeste de Turquía.
Naima es una de los aproximadamente 1.900 personas que el ACNUR tiene registrado en Turquía con la inclinación sexual como motivo de su solicitud de asilo. Pero el volumen real refugiados homosexuales podría ser bastante más alta. “Ni siquiera las organizaciones LGBTI tienen cifras exactas. Creemos que son muchos más. Conocemos casos de refugiados que no han querido registrarse en el ACNUR como gay o lesbiana por miedo a que sus familias lo sepan y les rechacen”, asevera Naima en una conversacion por Skype. “El problema es que al no registrarse como refugiado LGBTI, el ACNUR te puede enviar a una ciudad conservadora donde vives constantemente con miedo a que te ataquen por tu condición sexual”, añade.
«ACNUR ha enviado a transexuales a ciudades muy conservadoras, donde se sienten inseguros»
“Aún mostrando abiertamente tu condición sexual se han dado casos en los que el ACNUR ha enviado a transexuales a ciudades muy conservadoras, donde se sienten muy inseguros y les es imposible incluso encontrar piso”, asegura Owen Harris, representante de HumanWire, una organización que abrió en 2017 un refugio en Estambul para solicitantes de asilo LGBTI. Para mantener la seguridad de estas personas, la localización del edificio solo la conocen los voluntarios de HumanWire que dan cursos a los refugiados.
“Ahora albergamos a quince refugiados, la mayoría son iraníes y sirios”, explica Harris. “Aquí tienen un hogar durante tres meses. En este período intentamos cubrir sus necesidades médicas, les damos clases de inglés y turco y también buscamos patrocinadores a través de campañas de crowdfunding para que tengan un poco de dinero cuando salgan del refugio”. No solo trabaja en Estambul: “También hay muchos LGBTI en campos de refugiados de la frontera con Siria y se encuentran en una situación muy grave porque son rechazados por su condición sexual. Hay un chico iraní en nuestro centro que viene de Hatay (sureste del país). En un campo alguien descubrió su condición sexual, le forzó varias veces a tener sexo con él, lo pegó y le obligó a pagarle dinero para no contarle a su familia que era gay”, comenta Harris.
El veto de Trump ha impedido que Ramtin pueda viajar a EE UU, que le concedió asilo
El activista asegura que algunos refugiados iraníes se han adaptado y son felices viviendo en Turquía, pero son casos puntuales. Su condición de solicitantes de asilo no les permite tener un permiso de trabajo y a menudo son explotados. La mayoría intenta conseguir asilo definitivo en Europa o en América. Como Ramtin, que incluso, después de casi tres años en Turquía, lo consiguió a finales de 2016. Le iba a acoger Estados Unidos. Pero el viaje fue frustrado por el veto que el presidente estadounidense, Donald Trump, impuso a los ciudadanos de siete países musulmanes, entre ellos Irán. “No puedo aguantar más así. Primero me dijeron que tenía que esperar tres meses, luego parece que levantaron el veto pero llevo más de seis meses esperando. No puedo pensar en otra cosa. Solo quiero irme de aquí y sentir que mi vida avanza”, dice Ramtin.
Tras llegar a Estambul, donde ha tenido varios trabajos sin contrato, este joven de Teherán sobrevive ahora con ayuda de amigos, trabajando para ONGs y mediante el activismo político. “El activismo me ha salvado. Al llegar a Estambul estaba muy desmotivado, pero conocí a activistas turcos que me hicieron cruzar mis límites. Ahora mientras espero mi visado, puedo ayudar a otra gente, también mantiene mi mente ocupada”, asegura.
Cualquier solicitante de asilo que llega a Turquía – salvo si es sirio – se debe registrar en una oficina del ACNUR, y este organismo, junto a la organización turca de Solicitantes de Asilo y Migrantes (ASAM), envía al refugiado a una localidad determinada. A Ramtin le tocó Yalova, una ciudad de 120.000 habitantes a una hora y cuarto en ferry desde Estambul, pero se acabó mudando. «No es un sitio seguro para un refugiado gay. Tuve una cita con un chico que terminó en una situación muy peligrosa. Estambul también es peligroso pero es mejor que otras ciudades” comenta. “Ahora voy cada dos semanas a Yalova a firmar con el ACNUR para mostrar que sigo allí».
Sinan continúa en Denizli, a 10 horas en autobús de Estambul. “Si me mudo a otra ciudad podría perder el asilo que el ACNUR me ha concedido y podría ser deportado”, comenta el cineasta, que espera desde hace más de un año ser aceptado en Canadá.
«Se asigna a los refugiados ciudades pequeñas para facilitar la integración y la atención sanitaria»
«Se tiende a asignarles ciudades pequeñas para facilitar la integración y sobre todo para agilizar la atención sanitaria. En una ciudad grande tendrían que esperar más tiempo para ser atendidos», explica Mohamad Saafin, quien gestiona campos de refugiados para el ACNUR en Turquía. «Si piden un cambio de ciudad también se considera, pero es un proceso muy largo», agrega este experto.
Pero ni siquiera en las grandes ciudades, los refugiados gays se pueden sentir seguros. En Turquía no hay leyes contra la homosexualidad – es legal desde 1858 – y en Estambul y Ankara existe un vibrante ‘ambiente’, con varias organizaciones de activistas y una marcha pública anual, pero gran parte de la población muestra un profundo rechazo hacia los gays. En algunos barrios de Estambul, la mentalidad no es distinta a la de la Anatolia más conservadora.
Según un informe de Transgender Europe, Turquía tiene la tasa de asesinatos de transexuales más elevada de Europa. En agosto del año pasado fue asesinada en Estambul la activista y prostituta transexual Hande Kader, probablemente por un cliente. El mismo mes mataron al joven homosexual sirio Muhammad Wisam Sankari, días después de que denunciara a la policía que había sido perseguido y golpeado por su condición sexual. Otro caso es el de una prostituta transexual siria, asesinada en su hogar. Hay un sospechoso detenido por este crimen, pero nadie por el caso de Wisam.
«Si la policía me persigue, que sea en la calle, que sea un acto político”
No parece que la sociedad evolucione a mejor. La marcha del orgullo gay que se celebra en Estambul desde 2003, y que en 2014 alcanzó unos 15.000 participantes, ha sido prohibida en los últimos tres años por el Gobierno del AKP, el partido islamista en el poder. También la marcha ‘trans’ que en los últimos años se había celebrado en el mes de junio, siempre en un ambiente festivo y colorido, ha acabado en sus últimas ediciones bajo los cañones de agua de la policía y nubes de gas lacrimógeno.
Ramtin opina que el activismo LGBTI y feminista en Turquía es la única fuerza que se enfrenta a la deriva “autoritaria y conservadora” que está tomando el Gobierno. “Lo mostramos en la manifestación feminista del 8 de marzo, y en el ‘Orgullo’ del año pasado, aunque prohibieran la marcha. Somos los únicos que seguimos protestando en la calle”, comenta. “Esta deriva autoritaria provoca un aumento de la violencia y la impunidad contra nosotros”, cree el activista.
«Como refugiado aquí tengo muy pocos derechos para desarrollar mi vida. Y si la policía me persigue, que sea en la calle, que sea un acto político”, reivindica Ramtin. “¿Sabes por qué mujeres y gays seguimos en la calle? Porque no tenemos nada que perder. Es lo único que nos queda».
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