Una extraña revolución posmoderna
Daniel Iriarte
Kiev | Diciembre 2013
Cuentan los vecinos que, en la noche del 10 de diciembre, las unidades especiales de la policía ucraniana, los temidos Berkut, persiguieron a cientos de manifestantes hasta el interior del Monasterio de San Mijailevski. Este edificio, perteneciente a la Iglesia Ortodoxa autocéfala de Kiev, está situado sobre una colina desde la que se divisa la Plaza de la Independencia, donde estos días decenas de miles de personas mantienen un campamento de protesta para exigir la renuncia del presidente Victor Yanukovich y todo su gabinete ministerial. Después de casi dos semanas de expectación, aquella madrugada los policías quisieron desmantelar el campamento por la fuerza, aprovechando la sorpresa noctura.
Pero varios de los acampados tomaron refugio en San Mijailevski. Cuando los agentes intentaron penetrar en el recinto por la fuerza, y los asilados trataban de pedir ayuda usando sus teléfonos móviles, los monjes hicieron sonar las campanas de la iglesia. La Edad Media y el siglo XXI convergían de la forma más dramática. Miles de personas acudieron al rescate, mientras otros muchos permanecían en el campamento, enfrentándose a la policía en las barricadas.
La oposición abarca todo el espectro político, desde la extrema derecha a viejos comunistas decepcionados con Yanukovich
Esa noche, la resistencia de los manifestantes, que formaron murallas humanas para impedir el avance de la policía, salvó el campamento. Desde entonces, los opositores permanecen en la plaza, recibiendo cada día a más voluntarios. Algunos, permanentes. Otros, la gran mayoría, ciudadanos que simplemente tratan de pasar algunas horas en el lugar ayudando en la organización. Unos reparten comida, otros combaten infructuosamente con palas y puñados de sal a la nieve, que no deja de caer. A veces la meten en sacos para llevarla hasta los extremos de la plaza, donde sirve para reforzar las barricadas.
“Por primera vez desde la independencia, sentimos que decidimos por nosotros mismos. Hasta ahora, después de las elecciones, la gente pensaba: ¿A dónde ha ido mi voto?”, dice Kateryna Zarembo, que ha acudido a la plaza para llevar una enorme bolsa de sándwiches que ha preparado en su casa. Cada día, las páginas de la oposición publican una lista de necesidades para aquellos que quieran cooperar. Y hoy, entre otras cosas, se piden comidas listas para ser consumidas.
El tratado de la discordia
La crisis se desató el pasado 29 de noviembre, cuando, en el último minuto, Yanukovich renunció a firmar un tratado de libre comercio entre Ucrania y la Unión Europea, que estimularía la economía ucraniana en un 6 % de forma automática, según estimaciones de Bruselas. Cientos de personas se concentraron entonces en el centro de Kiev para protestar contra esta negativa, pero la decisión de las autoridades fue enviar a los Berkut contra los manifestantes. La intervención fue muy contundente, provocando más de seiscientos heridos en una noche. Al día siguiente, miles de personas se habían echado a las calles para mostrar su rechazo al gobierno.
“Es un movimiento amplio, nacional, que agrupa a gente de todas las orientaciones políticas. En la Plaza de la Independencia hay gente de todos los campos políticos, desde la extrema derecha a algunos comunistas, desde gente realmente pobre, de las provincias, a personas con un altísimo nivel educativo, o que vive y trabaja en el extranjero y ha vuelto debido a las protestas”, explica a MSur el analista ucraniano Roman Horbyk, de la universidad Södertörn de Estocolmo.
“Hay dos motivos para que estén allí. En primer lugar, Yanukovich ha estado engañando a todo el mundo, jugando con la mayor parte de la sociedad al pretender que iba a firmar un acuerdo con la Unión Europea. El país se ha estado dirigiendo en dicha dirección, y ha logrado cumplir la mayoría de las demandas, pero en el último momento Yanukovich se ha retirado. Y cuando a la gente le quitas un sueño, se lo toma bastante mal”, comenta.
“Pero hay otra razón. Hay una verdadera rabia contra el sistema que se ha estado desarrollando en Ucrania desde los años 90, basado en la corrupción, el favoritismo y la injusticia. La gente quiere ser tratada por el gobierno como iguales, tener algo que decir. Pero eso es imposible cuando la policía apalea a los manifestantes a las cuatro de la madrugada de una forma tan brutal”, dice Horbyk. Así que mucha gente se enfadó, y quiere deshacerse de este sistema, en el que la ley existe únicamente para ser utilizada contra los enemigos de los poderosos”, afirma.
La sociedad ucraniana está dividida entre los europeístas y aquellos que miran a Rusia
Pesa también la profunda fractura entre aquellos que quieren una orientación más europeísta, y aquellos que miran a Rusia. Esta división ya provocó en 2004 la llamada Revolución Naranja, un movimiento insurreccional de masas con apoyo occidental (asesorados por los responsables de la caída del presidente serbio Slobodan Milosevic) que estableció que Yanukovich había cometido fraude electoral y acabó aupando al poder a Victor Yuschenko y Yulia Timoshenko. Pero en los últimos años, los resultados de dicha situación han sido totalmente revertidos por Yanukovich y sus partidarios, quienes, en las elecciones de 2010, lograron anular políticamente a Yuschenko y, poco después, poner en la cárcel a Timoshenko. El pasado noviembre, esta lider opositora anunció una huelga de hambre, al tiempo que hacía un llamamiento a la “resistencia pacífica” si el tratado con la UE no era firmado.
Muy organizados
“¡Slava Ukrainia! ¡Slava Heroii!”. “¡Gloria a Ucrania! ¡Gloria a los héroes!”. Cada poco, el cántico surca la multitud, coreada por miles de voces. En la plaza -rebautizada como “Euromaidan” por la orientación europeísta de los acampados- la organización es formidable. En la fachada del edificio de la Unión Nacional de Sindicatos, convertido por los manifestantes en uno de sus cuarteles generales, cuelga una pantalla gigante que retransmite lo que sucede más abajo, en el espectacular escenario desde el que los líderes de la protesta arengan a los acampados contra Yanukovich y sus ministros. En cada esquina, hileras de váteres químicos, generadores e improvisadas formas de calefacción, que van desde los simples bidones para quemar madera a estufas portátiles montadas sobre vehículos de uso militar.
Los opositores, además, ocupan el Ayuntamiento. Allí, los militantes del partido Svoboda están dispuestos a resistir por la fuerza cualquier intento de desalojo. “Una gran cantidad de ciudadanos ha venido a darnos comida y dinero para comprar medicinas, agua y otros productos que necesitamos”, comenta Ruslan Koshulynsky, segundo portavoz del Parlamento por Svoboda. “Todos son voluntarios. Nadie tiene fondos como para traer a toda esta gente pagándola”, ironiza. Otro de los organizadores, Volodymyr Sventytskyi, es aún más contundente: “Estamos listos para luchar en serio si tratan de sacarnos de aquí. No solo tenemos agua, sino también fuego”.
La alianza con los militantes de Svoboda incomoda a muchos opositores liberales, que sin embargo no pueden permitirse el lujo de prescindir de sus fuerzas de choque. La formación se define como nacionalista, pero está muy cercana a la extrema derecha: forma parte de la llamada Alianza de Movimientos Nacionales Europeos, junto a grupos como el Partido Nacional Británico (BNP), el Frente Nacional francés y belga, el Partido Nacional Renovador de Portugal, el movimiento Jobbik de Hungría o el español Movimiento Social Republicano, todos ellos ultraderechistas.
A pesar de la presencia de Svoboda, el movimiento opositor cuenta con importantes simpatías internacionales. La semana pasada, el Parlamento Europeo aprobó una resolución de apoyo a los manifestantes, y de condena de la violencia contra estos, mientras que una coalición de europarlamentarios anunció el establecimiento de una tienda permanente en el campamento. “Debemos garantizar visitas a Kiev para los miembros de nuestro partido político de forma rotativa para apoyar las protestas pacíficas”, declaró Guy Verhofstadt, líder del Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (ALDE, por sus siglas en inglés).
Apoyo simbólico
“Las protestas de Ucrania se han convertido en la mayor manifestación proeuropea en la historia de la UE. No importa cuáles son las preocupaciones que Rusia tenga, es obvio que el pueblo ucraniano ha tomado una decisión, y esperamos que no vuelvan a producirse actos de violencia”, dijo Verhofstadt. Además, el ex Consejero de Seguridad estadounidense, Zbigniew Brzezinski, ha expresado su respaldo al movimiento opositor, mientras que la asesora del Departamento de Estado para Europa y Eurasia, Victoria Nuland, ha pasado varios días en la Plaza de la Independencia colaborando en el reparto de comida a los manifestantes. El Ministro de Exteriores francés, Laurent Fabius, invitó al antiguo campeón de boxeo devenido en líder opositor, Vitali Klitschko, a París para discutir la situación en el país.
Sin embargo, el apoyo, por ahora, no parece ir más allá. Los activistas aseguran que toda la financiación y los suministros proceden de donaciones voluntarias. “Yo he estado en la organización, he visto cómo iban llegando las cosas. Es todo de segunda mano”, asegura Kateryna Zarembo. “El otro día se habían recaudado unos 60.000 euros, lo que para un país con la población de Ucrania es bastante poco. Pero han llegado muchas donaciones de cosas, objetos. Aunque siguen faltando cosas, por ejemplo hay muy pocos coches disponibles”, comenta.
«Yanukovich solo entiende el lenguaje de las amenazas», asegura una activista opositora
“Yanukovich solo entiende el lenguaje de las amenazas. Pero venir y decirle que sería bueno tener una sociedad democrática no es una amenaza”, comenta Zarembo. “Estas visitas individuales de políticos occidentales no sirven de nada. Pero si la sociedad internacional se une contra él y hace algo, como imponer sanciones, no podría mantenerse en el poder”, dice la abogada Irina Tushnytska, que desde hace una semana viene cada noche a pasar unas horas en la plaza. “No creo que Yanukovich pueda durar hasta las elecciones presidenciales de 2015. Si hubiese firmado el documento, creo que habría salido reelegido. Los ucranianos proeuropeos han estado siempre contra él, pero según las encuestas, después de que anunciase repetidamente sus intenciones europeístas, comenzaron a cambiar de opinión”, dice.
“Hay una gran diferencia con la Revolución Naranja. Entonces había más apoyo internacional, debido a las acusaciones de fraude electoral. Además, la oposición recibía mucha financiación estadounidense. Eso, a pesar de que entonces no había nadie apaleado y arrestado”, indica Zarembo. “Aquella fue una revolución hecha por políticos. Esta, de la sociedad civil”, asegura.
El movimiento opositor parece tener un apoyo casi generalizado en el oeste del país, especialmente en Kiev y Lviv, donde Yanukovich apenas logró el apoyo de un 20 % de los votantes en las últimas elecciones. Sin embargo, en la parte oriental del país, los resultados electorales fueron mucho más contundentes: allí, el actual presidente obtuvo en torno a un 80 % del total de los votos. Una parte de estos votantes, de hecho, permanece acampada frente al Parlamento, a escasos centenares de metros de la concentración opositora. Los partidarios del presidente lograron reunir a al menos veinte mil personas este fin de semana en una gran manifestación de apoyo a Yanukovich.
“Las elecciones fueron libres y limpias, de eso no hay duda. Todos los observadores lo certificaron”, comenta Tushnitska. Sin embargo, asegura, existe una crisis de legitimidad. “Los ministros están quedando como unos payasos. No saben lo que hace o dicen los otros, y el presidente está totalmente perdido”, asegura.
Revolución sin líderes
Pero los manifestantes tampoco cuentan con un liderazgo claro, lo que para Horbyk es una de las ventajas del movimiento, pero también uno de sus problemas. “Están los del partido de Timoshenko, los liberales de Klitchko, y el ala derechista, los de Sbovoda. Pero ellos tienen representación parlamentaria, por lo que la gente los percibe como parte de las elites corruptas de las que se quiere librar. Carecen de autoridad y legitimidad sobre los manifestantes, que los ven como débiles, poco confiables, y carentes de capacidad estratégica y organizativa. Son muy ineficaces, y el nivel de confianza en ellos es muy bajo”, explica Horbyk. “En ese sentido, estas protestas podrían formar parte del movimiento del 99%, Occupy y demás, porque la gente se quiere librar de las elites ineficientes, y reiniciar el sistema al completo”, dice.
Ucrania necesita urgentemente 11.000 millones de euros para hacer frente a su deuda externa
La desastrosa situación económica es otro de los factores clave en esta crisis. Ucrania necesita con urgencia ayuda exterior para hacer frente a una deuda externa de 15.000 millones de dólares (unos 11.000 millones de euros), cada vez más apremiante, que el Fondo Monetario Internacional. Y de acuerdo con algunos analistas, este es el motivo por el que Yanukovich se negó a firmar el tratado con la UE: un simple error de cálculo, asumiendo que podía negociar con Europa una asistencia financiera en mejores términos. “Pero se trata de algo más que de dinero”, opina Zarembo, que trabaja como directora adjunta del think tank Instituto de Política Mundial. “Es más bien que necesita ese dinero estatal para mantener el país funcionando de cara a su reelección. Y también está su propia seguridad, y la de sus propiedades”, indica.
Pero además, parte de la deuda la componen los más de 800 millones que el gobierno ucraniano le adeuda a la compañía energética estatal rusa Gazprom por las importaciones de gas realizadas durante los últimos meses, y que Kiev se encuentra en apuros para pagar. Rusia está utilizando esta carta para tratar de mantener a Ucrania en su esfera de influencia, alejado de la órbita europea, y pretende que se integre en una Unión Aduanera de los antiguos países soviéticos promovida por Moscú.
El martes, Yanukovich tiene previsto viajar a dicha ciudad para reunirse con los líderes rusos. Lo que allí suceda determinará, probablemente, la marcha de las protestas. “Es difícil decir qué va a suceder, porque el propio presidente es impredecible”, dice Zarembo. “Pero en mi opinión, hará lo que sea para mantenerse en el poder, incluyendo el recurso a la violencia”. Por ello, en la Plaza de la Independencia, la palabra en boca de todos no es otra que “revolutsii”, la revolución. Un verdadero cambio.
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