¿Y los kurdos qué?
Ilya U. Topper
Estambul, 9 Dic 2024
¿Y lo kurdos qué? Esta pregunta se hicieron muchos, dentro y fuera de Siria, cuando daban la vuelta al mundo las imágenes de las estatuas de Bashar Asad cayendo del pedestal. Todavía no estaba claro —ni lo está en el momento en que estoy escribiendo esto— quién ha tomado realmente Damasco. Entre el avance de las fuerzas ultraislamistas Tahrir Sham desde el norte, la llegada de milicias drusas de Suwaid y otras fuerzas locales desde Daraa y el levantamiento de la propia población de la capital, no se puede hablar de una conquista en sentido militar. El régimen de Asad cayó porque nadie, absolutamente nadie lo quiso ya.
¿Salvo los kurdos?
Los kurdos tienen muy poco motivo para querer a Asad. Es verdad que la represión empezó ya en 1962, cuando Hafez Asad aún era cabo —en realidad, capitán— como parte de la ideología panarabista anterior a la toma de poder del partido Baath. Empezó con el censo de Djazira, la región del noreste, que despojó a unos 120.000 kurdos de Siria de su nacionalidad, y registró solo a parte de ellos como «extranjeros»: al resto lo dejó simplemente sin papeles, inexistentes para el Estado. Pero tras la llegada de Asad padre al poder en 1970, esta política se intensificó con el traslado de población árabe a la zona y una persecución generalizado del idioma kurdo. Y no están lejos las revueltas de Qamishli de 2004, encendidos por un partido de fútbol, que dejaron decenas de muertos: eso ya fue bajo el hijo, Bashar Asad.
Ser kurdo en esa época era saberse clandestino, no poder hablar en el idioma materno, no poder escribirlo, tener un pie en la cárcel o en el exilio. Seguramente no había kurdo que no deseara con fervor la caída del dictador.
Asad ha caído, emerge una nueva Siria. ¿Qué lugar tendrán en ella los kurdos?
¿Lo desearon la semana pasada? Durante los primeros días de la ofensiva de Tahrir Sham y las milicias proturcas reunidas bajo el altisonante nombre de Ejército Nacional Sirio (SNA), las milicias kurdas YPG al norte de Alepo se situaron en el bando de Asad. No tenían opción. Los otros eran sus enemigos de siempre, los herederos de Al Qaeda y el Daesh. Es muy probable que en las filas de Tahrir Sham haya combatientes que en 2014 participaron en el asedio a Kobani, rechazado con sangre kurda y munición estadounidense por el YPG tras meses de combates. Y en el SNA hay muchos que en 2018 participaron en la conquista de Afrin, derrotando al YPG tras un mes de combates; quizás también otros que en 2019 continuaron esa guerra en la franja fronteriza bajo cobertura de artillería turca… hasta que intervino Rusia y mandó parar.
Rusia se ha ido por la puerta pequeña, cubierto de más polvo que gloria, Asad ha caído, emerge una nueva Siria. ¿Qué lugar tendrán en ella los kurdos?
Kurdos, sí, ha dicho el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, una y otra vez. «Árabes, turcomanos, kurdos, alevíes, suníes, nusairíes (alawíes), cristianos… todos deben vivir en paz», dijo el sábado pasado y de nuevo el lunes. El ministro de Exteriores, Hakan Fidan, también subrayó en Doha el sábado que «hay partidos kurdos muy legítimos en Siria que han sido parte de la oposición siria en sentido amplio durante mucho tiempo» y que serían interlocutores en la transición. No dijo cuáles. Pero dijo cuáles no lo serán: el YPG.
El YPG tiene vínculos con el PKK, sí: basta con ver sus carteles con la foto de Abdullah Öcalan
El YPG es terrorista para Ankara, no porque conste que alguna vez haya cometido un atentado terrorista —a mí no me consta; ha rechazado todos los que se le han atribuido— sino por sus vínculos con el PKK, la guerrilla kurda de Turquía. Esa sí es terrorista según las leyes de la Unión Europea, y no hace falta discutir la definición. Es cierto que sus combatientes responden en gran parte a la imagen del noble guerrillero enfrentado en la montaña a un Ejército, pero también lo es que en octubre pasado reivindicó con toda pompa el ataque contra una fábrica de armas de Ankara cometido por dos jóvenes con fusiles de asalto, que cometieron la heroicidad de matar a un vigilante, dos técnicos, una ingeniera y un taxista, antes de caer acribillados por la policía.
Lo peor no es que esto sea, efectivamente, terrorismo; lo peor es que parece diseñado para impedir que la izquierda turca y kurda levante cabeza: cada ataque de este tipo es un pretexto para encarcelar a alcaldes kurdos, periodistas, pensadores, y bombardear al YPG en Siria clamando venganza.
El YPG tiene vínculos con el PKK, sí: basta con ver sus carteles con la foto de Abdullah Öcalan, el fundador del PKK. Seguramente exagera Fidan cuando asegura que sus filas están «llenas de combatientes internacionales de Turquía, Iraq e Irán», y que «no son sirios quienes dirigen las FSD», la coalición de milicias encabezada por el YPG en Siria. Exagera pero no miente: muchos kurdos de Turquía, y turcos izquierdistas han acudido a Siria para integrarse en el YPG y han recibido homenajes en universidades turcas tras caer en combate. Y esto es lo que molesta en Ankara.
Erdogan no tiene nada contra los kurdos. Estaba encantado en aquel lejano 2013 de aparecer en el escenario en Diyarbakir flanqueado por Masud Barzani, presidente del Kurdistán autónomo de Iraq, y Sivan Perwer, mítico cantante kurdo exiliado de Turquía durante décadas. Entonces todo parecía posible, había un proceso de paz con el PKK. Pero la paz tenía un precio: los kurdos, los partidos con feudo de votantes kurdos, lo tenían que apoyar a él en las elecciones. Paz por papeletas.
Es difícil decir qué constelación de fuerzas ideológicas se irá cristalizando en los próximos días en Damasco
El partido izquierdista HDP, hoy DEM, dijo que no, lo dijo su entonces líder, Selahattin Demirtas, un hombre que ponía la democracia por encima de las reivindicaciones étnicas, fue a la cárcel por ello (sigue en la cárcel: ocho años y un mes son ahora) y no hubo trato. Y mientra no lo haya, las YPG son para Erdogan el enemigo. Hará lo posible para evitar que tengan un papel en la nueva Siria. Y menos tan cerca de la frontera.
¿Puede evitarlo? Erdogan ha dicho que deben ser los sirios quienes decidan su futuro, pero estará rezando ahora mismo para que no se les ocurra colocar en el cargo del presidente al yihadista mayor. Abu Mohamed al-Jolani, líder de Tahrir Sham, se puede arrogar gran parte del éxito de la ofensiva que hizo caer a Asad, pero está en busca y captura por Estados Unidos como terrorista, y lo último que quiere Turquía es hacer aparecer a su nuevo gran aliado y vecino como un paria internacional. Jolani for president, no. Algún Ministerio, siempre que no sea el de Exteriores.
Habrá más gente en Siria que no quiere a Jolani. El hecho de que Asad cayera casi sin pegarse un tiro significa también que el Ejército regular no ha sido realmente derrotado, no ha sido aniquilado y si bien no sabemos quién custodia ahora mismo el arsenal, no está todo en manos de Tahrir Sham. Luego están los drusos de Suwayda en el sur, con su propio historial de sufrimientos a manos del Daesh en 2018. Es difícil decir qué constelación de fuerzas ideológicas se irá cristalizando en los próximos días en Damasco.
En este proceso de cristalización, Ankara tendrá cierta mano. No tanto porque Tahrir Sham le deba mucho por años de protección y tutela en Idlib: cobrar favores en política es una lotería. Sino porque Turquía es un vecino económico y geopolítico tan potente que llevarse bien es una cuestión de supervivencia para cualquier Gobierno que surja en Damasco y necesite reactivar la economía. Es de prever que los Estados del Golfo, empezando con Arabia Saudí y Qatar empiecen a inyectar petrodólares a presión en Siria para hacerse con un trozo del pastel geopolítico, pero es difícil impulsar la reconstrucción sin una fluida comunicación comercial con Turquía, sus empresas, sus recursos, su enorme potencial de comercio bilateral.
Donald Trump ya ha dicho que no quiere tener nada que ver con Siria: «Esto no es nuestra guerra»
Este poder de influencia lo usará Turquía para poner un veto al YPG. Pero ¿puede haber una nueva Siria, una transición hacia un país unido, reunificado, sin el YPG (o su brazo político, el PYD) como una de sus fuerzas principales? A primera vista no. Representa probablemente menos del 10 % de la población, pero domina la quinta parte del territorio, incluidos los principales yacimientos petrolíferos en el este y noreste de Siria. Lo normal sería un proceso de integración quizás no con una autonomía marcada en el mapa pero sí con garantías de una nueva Constitución que recoja el kurdo como idioma cooficial de Siria y se abstenga de toda tentación de introducir la sharía islámica como fuente legislativa, ni siquiera en el ámbito civil. Los kurdos son musulmanes, pero la sharía es otra cosa: es islamismo. En esto, desde luego, se ubicarán en el mismo bando con los drusos, los cristianos y con los alawíes, que, pese a ser ahora los derrotados, siguen siendo una fuerza a tener en cuenta si no se quiere conjurar una nueva guerra civil.
No es momento de hacer predicciones —la última que hice, sobre la reconciliación entre Asad y Erdogan, se convirtió en papel mojado en tres días— pero podemos imaginar que Ankara está hoy evaluando dos opciones principales. La primera es adelantarse a los acontecimientos y lanzar una rápida ofensiva militar a gran escala contra los feudos del YPG a lo largo de toda la frontera. Apoyados por sus milicias del SNA y los combatientes de Tahrir Sham que se quieran unir —no demasiados, para evitar una reedición del conflicto «kurdos contra yihadistas» de 2014, que tanto ha favorecido al YPG en la opinión mundial—. Militarmente parece factible. Rusia ya no está para protegerlo. Estados Unidos está, pero Donald Trump ya ha dicho que no quiere tener nada que ver con Siria: «Esto no es nuestra guerra». Dijo lo mismo en 2019 y dio vía libre a la ofensiva turca; hará lo mismo ahora. Pero Trump no llega hasta el 20 de enero. Aún está Biden.
Ordenará Biden un apoyo decisivo al YPG contra Turquía? Si no lo hace, las milicias kurdas no podrían montar una resistencia duradera contra la máquina militar turca reforzada por tropas locales. Puede ser un cálculo de Ankara: derrotarlos ahora mismo, eliminarlos como factor político y conseguir que la nueva Siria se construya con algunas facciones kurdas lejos de la ideología del YPG. El primer paso ya lo dio el domingo, cuando el SNA tomó al asalto Manbidj, la última ciudad bajo control del YPG al oeste del Éufrates. Era una aspiración de Ankara desde hace años. Pero ¿continuará esta ofensiva?
Tiene un riesgo. Una guerra contra el YPG, salvo si es extremamente rápida, también desgastaría a las milicias locales proturcas y creará nuevas fricciones en un país ante el desafío de ponerse de acuerdo sobre su futuro. Un avance militar en el noreste puede significar ceder terreno político en Damasco. Y en el peor de los casos desencadenaría nuevos combates en todas partes, rumbo a una especie de nuevo Líbano a gran escala, algo que nadie puede querer.
Habría que tocar madera que entre los jugadores de la región sea Turquía el que se lleve el gato al agua
Sobre todo no lo puede querer Ankara. Una nueva guerra civil retrasará indefinidamente la vuelta a casa de los sirios refugiados en Turquía, actualmente tres millones. Muchos querrán quedarse de todas formas: tendrán aquí trabajo, familia, una vida. Pero otros muchos quieren volver y frente a la oposición de derechas, Erdogan necesita el éxito de política interior que será la imagen de cientos de miles de sirios regresando a su tierra.
Pero sobre todo pondría de nuevo fuera de alcance lo que será, si se consigue, el mayor éxito de la política exterior turca en décadas, caído un poco del cielo —es como ganar la lotería, dijo un diplomático turco—: tener en el flanco sur un país estable, aliado, próspero, enorme mercado para la industria turca, aún mayor campo de ganancias para las empresas de infraestructuras y construcción turcas, puerta de tránsito hacia todo el resto del mundo árabe… y encima proveedor de petróleo y gas.
Una Siria estable y aliada es tan importante para Turquía que Erdogan multiplicó hasta hace apenas dos semanas los intentos de reconciliarse con Asad para mantenerlo en el poder —»Intentamos evitar el derrumbe del régimen y no pudimos» dijo Fidan en Doha— y reconvertirlo en socio político. Ahora puede tener eso mismo, pero sin una dinastía corrupta y cruel, sin interferencias de Irán y sin Rusia por medio. Y con algo de suerte, incluso con la Unión Europea aplaudiendo, si consigue convencer a Jolani a camuflarse en la naturaleza y dejar los cargos públicos a gente más presentable.
Pero solo lo puede tener si juega sus cartas con mucha cautela, con precisión y con rapidez para evitar que Doha y Riad se le adelanten en el mercado de fichajes y formen sus propias alineaciones. Y por el bien de Siria, habría que tocar madera que entre todos los demás jugadores de la región, sea Turquía el que se lleve el gato al agua y sus aliados a los puestos de poder. Porque inevitablemente intentará que esa nueva Siria se le vaya pareciendo un poco. Y ante lo que tenemos en la región, entre Catar, Arabia, Líbano, Israel, Jordania o Iraq, y no digo ya la Siria de Asad, qué quieren que les diga.
Pero para conseguir esa nueva Siria, el premio de lotería para Ankara, los kurdos —los kurdos de izquierda aliados con la izquierda turca— no pueden quedarse fuera. Deben ser parte. Hagan juego, señores.
© Ilya U. Topper | Primero publicado en El Confidencial · 10 Diciembre 2024