Zeina Abirached
«Prefiero no darles a mis personajes una religión particular»
Alejandro Luque
Sevilla| Octubre 2016
Si los dibujantes de cómic tienen fama de serios, la libanesa Zeina Abirached (Beirut, 1981) supone un rotundo desmentido. A lo largo de la entrevista que tiene lugar en la Fundación Tres Culturas, no para de sonreír y de bromear. Graduada en la Academia Libanesa de Bellas Artes en la especialidad de grafismo, en 2004 se marchó a París para especializarse en animación en l’Ecole Nationale des Arts Décoratifs. Después de darse a conocer en España con El juego de las golondrinas, ha vuelto a dar muestras de su talento desbordante en El piano oriental, que acaba de ver la luz en el sello Salamandra Graphic.
Usted se siente medio libanesa, medio francesa, y no es la única. ¿Es Líbano un país de dobles identidades?
«En la misma frase musical podemos ser occidentales y orientales»
En lo que respecta a la lengua, sabes que el árabe es el idioma oficial, pero la mayoría de la gente aprende francés al mismo tiempo, y algunos también inglés. Eso influye en la educación, estamos expuestos a diferentes influencias. La idea de El piano oriental es de hecho hablar de esa loca idea de mi antepasado, un apasionado de la música oriental que tocaba un instrumento occidental como el piano. La idea es justamente mostrar que dos mundos aparentemente antagónicos están más cerca de lo que parece, que pueden mezclarse y que eso es bueno. Y que no estamos obligados a elegir: en la misma frase musical podemos ser occidentales y orientales.
Sería maravilloso si todo fuera tan fácil como pisar un pedal…
Sí, necesitamos más pedales. [risas]
Cuando habla de su lengua, dice que el árabe fue durante un tiempo para usted la lengua de la guerra, de la violencia. ¿Puede explicarlo?
Claro, no he vuelto a tener esa sensación, pero nací en 1981, la guerra comenzó en 1975, así que crecí con ella, no había conocido otra cosa. La gente estaba sometida a una gran violencia, brutalidad, malas noticias… Y el árabe era la lengua de los periódicos, de la radio, de la gente que llevaba armas. En ese momento especial de mi vida, el árabe estaba relacionado con todo lo malo, mientras que el francés era una burbuja, una lengua para soñar, una forma de escapar de todas aquellas atrocidades. Hoy el árabe es para mí es parte de mi identidad, es mi música, mi poesía…
¿Recuerda cuándo dejó el árabe de ser para usted esa lengua de la violencia?
«La primera vez que fui a Beirut Oeste, muy cerca de donde yo vivía, me sentí en un país extranjero»
Por supuesto. Fue uno o dos años después de la guerra civil, cuando yo tenía 11 o 12 años, no estoy segura. La primera vez que fui a Beirut Oeste, estaba muy cerca del lugar donde yo vivía en el Este, pero me sentí en un país extranjero. Pensé por tanto que tenía que hablar una lengua extranjera, y empecé a hablarle a todo el mundo en inglés, ¡fue ridículo! Yo me di cuenta entonces de que el árabe y el francés iban juntos, y el siguiente paso fue reconocer que el árabe era mi lengua materna. Desde ese momento, cambió mi mentalidad, empecé a necesitar el árabe, y ya en Francia llegué a entender que es algo más que la lengua de la intimidad.
Francia era su tierra soñada entonces. ¿Entiende que lo siga siendo para muchos árabes hoy?
Hoy es diferente, porque la gente no tiene elección. No quieren abandonar el país donde viven, se marchan porque no pueden hacer otra cosa. Para mí fue otra cosa, yo tuve el lujo de la capacidad de elección, quería viajar a Francia… Los refugiados.
¿Pero sigue siendo la tierra de promisión por excelencia?
Mmmmm… no estoy segura. Tal vez sea más América, como en los años 50. Desde Líbano mucha gente se marchó en barco hasta allí, hasta Brasil, Colombia, Estados Unidos, etc.
Hay un misterio en El piano oriental…
¿Solo uno? [risas]
Uno importante: no sabemos la religión del protagonista. ¿Es algo consciente?
¿Es importante?
Para mí desde luego que no. Pero parece que hay mucha gente hoy interesada en saber a qué comunidad pertenece cada cual. En cambio, la ausencia de ese detalle nos saca del conflicto, nos coloca en otro plano. En un tiempo en que las creencias eran privadas.
«Como para mí no es importante la religión que profeses, quería que tampoco lo fuera para el lector»
Elegí no mostrarlo, en efecto. Como en El juego de las golondrinas, donde solo aparece un personaje con una cruz, preferí no darle a mis personajes una religión particular. Lo quise así porque para mí era importante contar una historia que pudiera ser leída como universal, que la sintiera como propia cualquiera, en cualquier lugar. Y como para mí no es importante la religión que profeses, quería que tampoco lo fuera para el lector. Quería que se preguntara, ¿es realmente importante saber a quién reza este hombre?
En realidad, en sus viñetas no importa ese dato, porque el protagonista se relaciona con todos. No atiende a comunidades, porque todo el mundo es igual.
Exacto, eso es lo que quería. Que cualquier lector percibiera eso. Por otra parte, debo decir que en Líbano no necesitas decir a qué comunidad perteneces, porque tu apellido inmediatamente informa de si eres cristiano o musulmán, o chií, suní, maronita… Esa es la razón por la que cambié el nombre de mi protagonista, cuyo nombre real era Abdallah Chahine, y en la historia es Abdallah Kamanja. Kamanja no es un nombre, significa “violín” en árabe. Quería un nombre musical, no uno que lo clasificara socialmente.
En algún lugar leí que en Líbano, por ley, los nombres de los personajes de las series deben ser neutros, para evitar precisamente esas clasificaciones. ¿Es cierto?
No lo sabía, la verdad. En todo caso, el sistema libanés está construido sobre cuotas en todos los niveles de gobierno. Atiende a cuántos suníes hay, cuántos chiíes, cuántos maronitas… Por ejemplo, el presidente debe ser cristiano y maronita; el primer ministro, suní; el presidente de la Cámara debe ser chií… Y así todo en los distintos estamentos.
Esa fórmula fue un desastre en Iraq…
Sí, así es. En Líbano funciona desde 1932, así se fundó la Constitución.
Tal vez sea un espejismo pero, ¿hay un boom de mujeres mediterráneas en el cómic? Marjane Satrapi, Rutu Modan… ¿Se siente parte de algo parecido?
No lo sé, tal vez sea una cosa global. También las hay alemanas, como Ulli Lust, un montón de francesas, belgas, suecas…
Al menos para nosotros, en España, es fundamental la labor de festivales como Angulema para conocer a los autores del mundo árabe. Nunca vienen directamente.
«En Líbano no tenemos editores de cómic. Sí de literatura, pero no de cómics»
No era consciente de ello. Al fin y al cabo, yo escribo en francés, y allí hay una larga tradición de cómic. En Líbano no tenemos editores de cómic. Sí de literatura, pero no de cómics.
¿Recuerda dónde leyó su primer cómic, y en qué lengua?
En Líbano, pero en francés.
Una pregunta recurrente: ¿imagina cómo habría sido su vida si se hubiera quedado en Beirut?
No lo sé, no puedo imaginar exactamente a qué me habría dedicado profesionalmente. Al cómic desde luego que no, como he dicho no hay tradición allí. Es extraño, necesito volver cada cierto tiempo allí, pero también tener otro lugar donde escribir, lejos de allí. Nunca me he organizado para vivir en el Líbano y escribir sobre el Líbano. Una perspectiva es fundamental.
En su libro muestra al detalle cómo sonaba el Beirut de los 50. ¿Cómo suena hoy?
[risas] Beirut tiene muchos sonidos. Creo que el más típico hoy es el ruido del martillo neumático [risas]. Hay un montón de edificios en construcción, aceras levantadas. También música, conversaciones, y el mar también lo oyes siempre. Y los claxons de los coches. Las calles beirutíes son acústicamente violentas. Hay que irse a los montes para sentir el silencio.
¿Conoce la broma según la cual el Daesh aún no ha entrado en Beirut, por temor a que sus tanques queden atrapados en cualquier atasco?
¡Eso es bueno! [risas] Pero, ¿hasta cuándo? Líbano siempre ha caminado en este aspecto como un funambulista, no sé si realmente estamos protegidos. Mi generación vive en el presente, no se confía a proyectos, “en dos meses haré esto…” Es triste, pero también da una gran intensidad a la vida.
Cuando viaja al Líbano, ¿regresa siempre triste a París?
¡Siempre triste, por supuesto! [risas] Líbano es una herida para mí, desde luego. Pero trato de volver cada vez que puedo, también para ver cómo va cambiando todo, para seguir en contacto con aquella realidad.
¿Qué opinan allí de su trabajo?
«En las escuelas, los libros de Historia acaban en los años 50; hay una gran amnesia»
Les gusta. El juego de las golondrinas vio la luz allí a cargo de una editorial de libros escolares, con ejercicios, y fue muy interesante para mí. En las escuelas, los libros de Historia acaban en los años 50, creo que el cómic es un buen modo de hablar de la guerra civil a los niños. Hay una gran amnesia, y esto puede ayudar a remediarla.
¿Cree que en el futuro hará algún cómic ambientado en París?
O de Afganistán, o de Suecia, de Berlín… ¡Estoy bromeando! [risas] No lo sé. Estoy trabajando en un proyecto personal de nuevo en Líbano, ambientado en los años 50. Quizá algún día me decida a hablar de París. Aquí, en El piano oriental, aparece un poco.
Sí, muy hermoso su balcón.
¿No creerás que desde mi balcón se ve la torre Eiffel, verdad? [risas]
Tres libros de Abirached, según Zeina
Beyrouth-Catharsis (Cambourakis, 2006)
“Fue un libro con un formato reducido, que cuenta historias breves, las primeras que escribí en Beirut. No sabía que podía escribir y dibujar, nunca me había imaginado que podría ser una artista de cómic. Fue un trabajo muy urgente, es la historia de mi calle, donde había un gran muro en la carretera que dividía en dos a la población. Describo cómo un día, tras la guerra civil, la pared fue demolida y comprobé cómo la ciudad continuaba. Descubrí que más allá había un montón de calles y de gente, esperándome”.
38, rue Youssef Semaani (Cambourakis, 2006)
“Seguimos en la misma calle, pero este es un libro que puedes abrir en todas direcciones, arriba y abajo y de izquierda a derecha o viceversa, y puedes leerlo en el sentido que quieras, porque no cambia nada el sentido de la lectura. Cada página tiene una historia de los vecinos, es una invitación a moverte por el vecindario”.
Je me souviens / Me acuerdo, Beirut (Cambourakis, 2009).
“Está inspirada en el libro homónimo de Georges Perec, es una lista con recuerdos que empiezan en los 80. Aparecen personajes que se verán luego en El juego de las golondrinas. Los últimos recuerdos son de 2006, es otra estructura temporal. Ahí hablo de qué recuerdo, pero también qué no recuerdo. Hay dos páginas en negro en la mitad del libro, para expresar las cosas que uno quiere olvidar. Son recuerdos muy personales, pero también generacionales. Aparecen radiocassettes, que hoy los niños no saben usar, y los Beatles, o los Goldorak [muñecos parecidos a los Transformers]”.
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