Andreas Kalvos
M'Sur
Clasicismo romántico
No cabe duda de que la tiranía de las lenguas mayoritarias impide acercarnos a las literaturas pobres – pobres, sólo irónicamente, en virtud de la lengua en la que están escritas -. Poco o nada sabemos los lectores de lengua castellana sobre la magnífica historia de la literatura griega en su período neohelénico. Menos aún sobre su período bizantino. En verdad, aunque los neohelenistas españoles han incrementado, en los últimos años, las traducciones y ediciones de poetas y novelistas griegos contemporáneos, únicamente conocemos con cierta profundidad en poesía, por razones que no vienen al caso en este momento, los nombres de Kavafis, de Elytis, de Seferis y, en menor medida, de Ritsos, sin menospreciar las recientes aportaciones de poetas de los años setenta.
Por ello, considero sumamente conveniente acercarnos a la tarea creativa de la noble, aunque enigmática y huraña, figura de Andreas Kalvos, poeta nacional griego por excelencia. De alguna manera, fue rescatado del olvido por algunos miembros de la llamada Generación de los años 30 (Seferis, Elytis) en Grecia, sin que ello signifique que otros autores anteriores, como Palamás, no hubiesen comprendido su tarea lírica y su empeño patriótico. Sin embargo, la obra poética de Kalvos, como la concibo, debe entenderse bajo dos direcciones distintas y complementarias: su papel en la historia reciente del pueblo griego y su intrínseco valor literario.
Aunque sólo de manera esquemática, anoto algunos rasgos de la biografía de Andreas Kalvos con objeto de situarlo adecuadamente en la época que le tocó vivir. Nació en Zákynthos en 1792, en donde pasó su infancia. Su padre, inquieto comerciante, abandonó a su mujer y se instaló en Italia a donde le siguieron sus hijos, Andreas y Nikolaos. Allí completó su educación sin llegar a realizar nunca estudios sistemáticos. En Florencia, conoció al poeta Hugo Fóscolo que lo nombró su secretario, lo honró con su amistad, le proporcionó medios para vivir y abrió nuevos horizontes para el joven.
La muerte de su madre, en 1815, hizo imposible el reencuentro familiar y dejó en el poeta una huella de dolor íntimo e imborrable que recogerá, de manera excepcional y emotiva, en una de sus odas:
¡Oh voz, oh madre,
oh firme consuelo
de mis primeros años!
¡Ojos que me regasteis
de dulces lágrimas!
En 1816, marchó a Suiza con Fóscolo y, más tarde, tras una separación violenta de los dos poetas, Kalvos se instaló en Inglaterra, en donde se casó y tuvo una hija. Desgraciadamente, las dos mujeres murieron en 1820 y el poeta, al parecer, tuvo algún intento de suicidio. En el mismo año, regresa a Italia y se inicia en el llamado carbonarismo. Más tarde, se encuentra en Suiza, en donde aparecerá, ya en 1824, La Lira. Odas de Andreas Kalvos. Tras 1821 vivió en París como periodista, pero, profundamente preocupado por la situación de su patria, regresó a Grecia, en 1826, y se instaló en Nauplio. Al poco tiempo, pasó a Corfú, se dedicó a dar clases particulares y llegó a ser profesor de la Academia de Jonia. Enemistado con otro profesor, dejó la Academia en 1852 y volvió a sus clases particulares.
Su carácter huraño y altivo lo condujo a extremos insospechados: expulsa de su casa al hijo del Gobernador inglés de las Islas Jonias; renuncia a ser miembro de la Academia sólo por el hecho de que fue menos aplaudido que un enemigo suyo personal; ataca con exagerada violencia al profesor Yorgos Therianós; no quiso conocer voluntariamente al gran lírico del demótico, Dionisio Solomós, a pesar de que los dos poetas tenían amigos comunes; se viste de negro y pinta de negro los muebles y cortinas de la casa; expulsa de su escuela a los alumnos que cree que no pueden progresar, buscándose así su propia ruina económica.
Finalmente, marchó de nuevo a Inglaterra, se casó por segunda vez con la directora de un colegio y murió en Luth, cerca de Londres, a los 77 años de edad, en noviembre de 1869. En 1960 sus restos fueron trasladados a Zákynthos.
Su obra poética es verdaderamente pequeña y sólo se limita a la producción de veinte poemas, recogidos en el título general de Odas, que cantan, salvo raras excepciones, las proezas de los que combatieron por la Independencia de Grecia en 1821.
Desde cierta perspectiva, la Independencia de 1821 se nos muestra como una consecuencia más del espíritu nacionalista europeo de la época. Desde dentro, la realidad es más cruel y compleja de lo que cabría pensar. Sólo la toma de conciencia de su propia nacionalidad, el sacrificio del pueblo y las alianzas entre bandas armadas (κλέφτες, ἁρματολοί, k§poi), cuyos fines eran bien diferentes en principio, junto al poder de los clanes familiares, hicieron posible la victoria.
Sea como fuere, los poemas de Kalvos se atienen a dos corrientes literarias opuestas, desde una obligada perspectiva con frecuencia poco fructífera, que se engarzan entre sí admirablemente: un clasicismo entendido aquí como la vuelta a los autores clásicos, aprendida en el círculo helénico de Liborno dentro de esa aspiración de los griegos de la diáspora a mirarse en su propia tradición clásica, y un romanticismo envolvente, aprendido quizás en Fóscolo o en las propias corrientes europeas. Su lengua, en cambio, parte del demótico y acude a términos arcaizantes con el propósito de enriquecer la lengua del pueblo, quizás por influencia también de Fóscolo.
En cuanto a la forma externa de todas sus odas, la métrica personal utilizada por Kalvos resulta inconfundible y supone, desde luego, una de sus más excelentes originalidades. Se basa, sin duda, en el decapentasílabo tradicional al que somete a un ritmo arcaizante, considerando de forma independiente los dos hemistiquios y aboliendo su rima, de manera que, así, tanto evidencia su origen griego como nos recuerda ciertos metros italianos clasicistas.
Resumidamente, las Odas de Kalvos nos hablan, desde la emoción y la sensibilidad, de la realidad de Grecia en el sufrimiento y en la muerte ante la Independencia, del drama de su vida interior, de sus ideas, de su atrevimiento poético y de su sentido revolucionario.
[José Antonio Moreno Jurado]
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El patriota
·
1
¡Oh queridísima patria!
¡Oh admirable isla
de Zákynthos1! Tú me concediste
la inspiración y las doradas dádivas
de Apolo!
·
2
Acepta este himno.
Los Inmortales odian
el alma y truenan
sobre las cabezas
de los ingratos.
·
3
Nunca te olvidé2.
Nunca, aunque el azar
me condujo lejos de ti
y llevo cinco años
en pueblos extranjeros.
·
4
Pero, afortunado o infeliz,
cada vez que la luz enriquece
las montañas y las olas,
siempre te he tenido
ante mis ojos.
·
5
Tú, cuando la noche cubre
con su oscurísimo peplo
las rosas celestiales,
eres la única alegría
de mis sueños.
·
6
Un día, el sol iluminó
mis pasos por la dichosa
tierra de Ausonia3.
Allí, siempre se sonríe
el aire puro.
·
7
Allí, es dichoso el pueblo.
Allí, bailan las muchachas
del Parnaso4 y, allí, sus hojas,
en libertad, coronan
la lira.
·
8
Corren salvajes, enormes,
las aguas del mar
y caen y escinden
con violencia las rocas
de Albión5.
·
9
Derrama en las orillas
del ilustre Támesis
fuerza, gloria
e innumerable riqueza
amaltea6.
·
10
Allí me llevó el soplo
del aire. Me alimentaron,
me cuidaron los rayos luminosos
de la superdulcísima
libertad.
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11
Y admiré tus templos,
sagrada ciudad
de los celtas. ¿Qué placer
de la palabra te falta? ¿Qué placer
del espíritu?
·
12
“Salud, Ausonia. Salud a ti
también, Albión”, fue el saludo
de la gloriosa ciudad de París.
Sin embargo, sólo la hermosa
Zákynthos manda en mí.
·
13
Los bosques de Zákynthos
y las sombrías montañas
escucharon sonar un día
los divinos arcos de plata
de Artemisa7.
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14
Y, hoy, los pastores
veneran los árboles
y las frescas fuentes.
Por allí vagan todavía
las Nereidas8.
·
15
La ola jonia fue la primera
en besar el cuerpo de Cyterea9.
Los céfiros jonios fueron
los primeros en acariciar
su pecho.
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16
Y, cuando el cielo enciende
el astro vespertino
y las maderas marinas
navegan, llenas de amor
y ecos musicales,
·
17
la misma ola besa, los mismos
céfiros acarician el cuerpo
y el pecho de las hermosas
hijas de Zákynthos,
flor de la virginidad.
·
18
Tu aire exhala aromas,
oh queridísima patria mía,
y enriquece el mar
con el perfume
de los dorados limones.
·
19
El rey de los Inmortales
te regaló raíces
portadoras de uvas,
ligeras, purísimas,
diáfanas nubes.
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20
Llueve la lámpara eterna,
durante el día, en tus frutos
y las lágrimas de la noche
se te convierten
en lirios.
·
21
Si la nieve caía, alguna vez,
sobre tu rostro,
no perduraba. Jamás marchitó
tus esmeraldas la cálida
constelación del Can.
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22
Eres afortunada. Incluso
puedo llamarte afortunadísima,
porque nunca conociste
el duro látigo de enemigos
y de tiranos.
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23
¡Que mi destino no me conceda
una tumba en tierras extrañas!
Sólo es dulce la muerte
cuando nos quedamos dormidos
en la patria.
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Una de las islas del Heptaneso, lugar de nacimiento de Kalvos, en la que se formó la llamada Escuela del Heptaneso (Solomós, Mátesis, Tertsetis, Laskaratos, Typaldos, Polylás, Valaoritis, etc.), defensora del demótico y continuadora, desde cierta perspectiva, de la magnífica, y ya tradicional, literatura cretense.
2 Las estrofas que siguen suponen una referencia directa de Kalvos a su biografía personal, a sus sentimientos y a sus viajes
3 Con el nombre de Ausonia se conocía en la antigüedad una región de la costa occidental de Italia. Por extensión, el nombre llegó a designar a toda la península italiana y se utilizó frecuentemente en bastantes poemas y epigramas del Renacimiento, escritos por los griegos de la diáspora (Láskaris, Músuros, Moschos, Dévaris, Portos etc.).
4 El Parnaso, monte de la Fócida (2.487 m), estaba consagrado a las Musas que, según la leyenda, moraban en él con Apolo, como ocurría también en el Helicón. De ahí que la expresión “las muchachas del Parnaso” constituya una referencia directa a las Musas.
5 Nombre antiguo de la Gran Bretaña.
6 Adjetivo formado sobre el nombre de Amaltea, nodriza de Zeus en el monte Ida, de Creta, que lo preservó de las iras de Cronos. En distintas tradiciones, Amaltea es tanto una cabra como una ninfa. Se la relaciona directamente con la abundancia y la fecundidad, en virtud de un cuerno que Zeus le regaló, dotado de la capacidad de estar siempre lleno de los frutos que deseara. De ahí, el Cuerno de la Abundancia.
7 Artemisa (Ártemis) se indentificó en Roma con la Diana itálica y latina. En algunas tradiciones aparece como hija de Deméter, pero se la considera generalmente como hermana gemela de Apolo e hija de Leto y de Zeus. Es el prototipo de doncella arisca que sólo se complace en la caza, a la que acude con su carcaj y sus flechas.
8 Son divinidades marinas, hijas de Nereo y Dóride y nietas de Océano. Generalmente son 50, pero su número puede elevarse a 100. Representan las olas del mar en cuyo fondo viven, dentro del palacio de su padre.
9 Citerea es la diosa de Citeres, una de las islas Jónicas, y se utiliza como epíteto de Afrodita.
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Andreas Calvos · © Traducción: José Antonio Moreno Jurado (2017)