Artes

Andrew & Suzanne Edwards

Fantasmas de la Belle Époque

M'Sur
M'Sur
· 23 minutos

Si esas paredes hablaran

Andrew Edwards & Suzanne Edwards | Cedida

Las primeras noticias que muchos tuvimos de Aleister Crowley datan de una canción, Mr Crowley, que le dedicó el astro del rock duro y acreditado dipsómano conocido como Ozzy Osbourne. Más tarde, volví a tropezarme con su figura en una novela deslumbrante, De noche casa por casa, quizá la mejor de ese gran novelista que fue Vincenzo Consolo, y que, hasta donde alcanzo a saber, no ha sido nunca publicada en España (la versión en nuestro idioma que conozco es del sello Norma argentino).

Ese cruce de dos pasiones muy arraigadas en mí, la del heavy metal y la siciliana, me hicieron interesarme por el personaje, cuya vida y fechorías van más allá de lo que cualquier fantasía novelesca pudiera soñar.

Ahora vuelvo a encontrármelo en el nuevo libro de Andrew y Suzanne Edwards, amigos entrañables y trotamundos apasionados que con anterioridad escribieron una guía literaria de Sicilia y otra de Andalucía, así como un ensayo igualmente viajero, His master’s reflection, que es el mejor acercamiento que conozco a la vida y obra de Polidori. Su nueva obra no está dedicada solo al citado satanista, aunque sea el protagonista de uno de sus capítulos, el que brindamos a continuación en exclusiva.

El tema central es el Grand Hotel et des Palmes, histórico enclave belle époque de Palermo que fue un potentísimo imán para cuantos pasaran por Sicilia en los últimos 150 años. Desde Richard Wagner y Cosima Lisz a Raymond Roussel, que murió allí mismo en extrañas circunstancias —las mismas que dieron pie a un curioso ensayo de Leonardo Sciascia—, pasando por Guy de Maupassant, Arthur Miller, Sophia Loren, Maria Callas o el rodaje de El gatopardo de Visconti, con Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon… sin olvidar un célebre encuentro de importantes capos mafiosos.

Si esas paredes hablaran nos contarían, si no la Historia de Europa, sí al menos algunas claves para entender la misma. Incluyendo, claro está, episodios tan excéntricos como el de la bestia Crowley. Para saber más, tomen nota y lean, en inglés, o aguarden la traducción española de Ghosts of the Belle Époque.

[Alejandro Luque]

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Fantasmas de la Belle Époque

 

La historia del Grand Hotel et des Palmes en Palermo

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3 – Momentos salvajes de la Belle Époque

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Un inglés de dudosa reputación, Aleister Crowley (1875-1947), observaba desde una villa en la colina de Cefalú el ascenso de Mussolini y su ejército de camisas negras. Crowley se había mudado a Sicilia en 1920 en un intento de crear la «Abadía de Thelema», como él la llamaba. Durante la Primera Guerra Mundial, Crowley, acostumbrado a la polémica, había buscado refugio en Estados Unidos, donde se involucró en el movimiento a favor de Alemania. En biografías posteriores se reveló que él, supuestamente, usó la pose de chaquetero inglés para infiltrarse en los servicios secretos alemanes. Sin embargo, los asuntos de lealtad nacional de Crowley eran los menores de sus presuntos crímenes, que iban desde la drogodependencia, la bisexualidad y el satanismo hasta el intento de prostitución, el sadomasoquismo y el sacrificio de animales para obtener su sangre.

En medio de toda la histeria había algo de verdad en esas afirmaciones. Aunque nació como hijo de unos padres profundamente religiosos, miembros de los Hermanos de Plymouth, Crowley era, no obstante, el producto de una buena educación burguesa. Se había matriculado brevemente en la prestigiosa Tonbridge School que tanto odiaba E. M. Forster, y entre 1895 y 1898 estudió filosofía en Cambridge, donde contrajo sífilis por su apasionado uso de las prostitutas y donde experimentó con parejas del mismo sexo, especialmente Herbert Charles Pollitt. Pollitt era el presidente de la compañía de teatro Cambridge Footlights y continuaría hasta convertirse en intérprete de roles de mujer con el nombre de Diane de Rougy. Aquella pareja compartía intereses en el arte y la literatura que la sociedad burguesa consideraba decadente.

En una época en la que los lugares exóticos eran caros y complicados de alcanzar, Crowley era un hombre increíblemente viajado. Experimentó sus primeros momentos místicos en Estocolmo; se aventuró a aprender ruso en San Petersburgo y se dedicó a la alquimia en Zermatt con un químico inglés. En su itinerario también se encontraban los lugares más coloridos de México y la India. En 1900 se instaló en Ciudad de México con una amante que había escogido de entre la población local; después afirmó que fueron los mexicanos los que lo iniciaron en los ritos de la francmasonería. Pasando por Japón y Hong Kong, Crowley acabó en la India, lo que le aportó una despensa espiritual para sus sistemas de creencias esotéricas. El yoga y la meditación se convirtieron en parte de su rutina diaria. A pesar de la malaria que contrajo y varios episodios de disentería, Crowley satisfizo su lado físico más activo al intentar escalar el K2; el resultado fue ceguera temporal causada por el reflejo de la nieve. A todo esto siguió una estancia en Paris, que debió de parecerle todo un remanso de paz, aunque el hombre al que su propia madre describía como «la Bestia» era capaz de convertir cualquier lugar en un salvaje torbellino de acciones contraculturales.

En este sentido, el París bohemio era el lugar ideal y ahí es donde Crowley se hizo íntimo de su futuro cuñado, el pintor Gerald Kelly. La pareja llegó a conocer al escultor Auguste Rodin, quien inspiró a Crowley poemas que luego publicaría como Rodin in Rime. En 1903, Crowley se casó con Rose Kelly, la hermana de Gerald. Durante la luna de miel, la pareja viajó al Cairo, el destino que inspiró a Crowley a escribir El Libro de la Ley, un texto pretencioso que afirmaba inaugurar una nueva era para la humanidad con el autor como su profeta.
Este tratado pseudofilosófico lleno de rituales y caracterizaciones fantásticas se convertiría en la piedra angular de Thelema, su religión. Rose y Aleister afirmaron que Aiwass, un mensajero de Horus, les había dictado el texto.

La relación con Rose solo duró seis años; después de tener dos hijos, de los cuales uno murió cuando todavía era un infante, la pareja se divorció en 1909. Quizás no es de sorprender que Rose estuviera sufriendo excesivos ataques de alcoholismo y que su marido la internara dos años después por su demencia relacionada con el alcohol. Crowley siguió adelante como siempre hacía y encontró otras mujeres libertinas para compartir sus rituales, en los que se incluía a menudo una práctica llamada «magia sexual».

El nombre de Crowley se asociaba con frecuencia a tres organizaciones que representaban una obsesión del fin de siècle con significado esotérico en un mundo que cambiaba con rapidez. La primera de estas era la Orden Hermética de la Aurora Dorada, que buscaba explorar el campo de la metafísica y las ciencias ocultas. Los iniciados podían ascender en la orden según su experiencia les permitiera evolucionar en diferentes prácticas (los rangos iban desde geomancia a predicción del futuro hasta viajes astrales). Crowley ingresó en la orden gracias a un miembro fundador, Samuel Liddell MacGregor Mathers, quien lo hizo subir por las diferentes jerarquías. Otros miembros más serios de la organización, incluyendo el poeta W. B. Yeats, estaban en contra de su rápido ascenso a los escalafones más altos. El estilo de vida libertino de Crowley era un problema para muchos, pues parecía que la búsqueda de lo esotérico era un negocio serio no apto para pusilánimes.

Mientras estaba bajo las enseñanzas de Mathers, Crowley intentó algo parecido a un golpe de estado cuando él y su querida intentaron apoderarse de la sala de reuniones de la organización usada por los «eruditos» superiores. Después de un juicio, la toma de poder falló. Algunos biógrafos incluso han sugerido que todo el escenario fue un complot de los servicios secretos para debilitar a Mathers y su poder en la orden. Cualquiera que sea la verdad del asunto, Mathers y Crowley fueron por diferentes caminos y, aparentemente, ambos usaban rituales de magia contra los intereses del otro.

Nuestro autoproclamado mago fue motivado posteriormente para montar su propio grupo en 1907, etiquetado con el críptico título de A∴ A∴, cuyos rituales incluían la ingesta de peyote, el cactus psicotrópico usado por los huicholes en México. Siempre con hambre de nuevas experiencias y una ampliación de su conocimiento, a Crowley entonces le llegó a atraer la oculta orden de Ordo Templi Orientis. Tras una nueva discusión sobre los derechos de compartir el conocimiento espiritual, finalmente se hizo amigo de uno de los fundadores, Theodor Reuss. Crowley era de lo más internacional en su búsqueda de la sabiduría de la época, viajando a Berlín en 1912 para ser iniciado bajo el nombre de Baphomet por el mismísimo Reuss.

Todo este viaje, la ingesta de drogas, la experimentación sexual y la búsqueda de la arcana experiencia constituían una elección profesional bastante cara. A partir de 1914, Crowley vivió una precaria existencia financiera; el flujo de dinero heredado se le había acabado y aceptaba gratamente donaciones de sus seguidores, además de usar los pagos de membresía para mantenerse a flote. Durante la Primera Guerra Mundial, su apoyo a Alemania desde Estados Unidos tomó forma periodística y escribió artículos para The Fatherland, una publicación títere cuyo objetivo era apoyar el gobierno del káiser Wilhelm II. Algunos investigadores que han escrito sobre los servicios secretos alemanas y las ciencias ocultas, como Richard Spence, afirman que Crowley era un agente doble y los artículos publicados exageraban deliberadamente.

De vuelta en Londres, se le tachó de traidor a Crowley. En añadidura, sus dificultades financieras se multiplicaron y su salud se vio afectada por un severo brote de asma. Un médico, que aparentemente desconocía el entusiasta uso de narcóticos por parte de Crowley, le prescribió heroína. Esto resultaría ser su última marca en el largo camino hacia la ruina, una ruta por la que Crowley había estado viajando desde hacía bastante tiempo. En 1920 regresó a Paris y a través de la consulta del I Ching, el clásico texto de adivinación chino, decidió que Sicilia era la respuesta a sus problemas, aunque encontrar un sitio barato donde vivir probablemente fuera un argumento de mayor peso.

La producción prolífica de escritos de Crowley, que siempre buscaban avanzar en sus dudosas teorías, finalmente culminó en lo que llamó Los textos sagrados de Thelema, siendo el corazón de estos su Libro de la ley egipcio. Cefalú, en la costa norte de la isla, era el destino elegido para la Abadía de Thelema, un grandioso título para una simple villa. Su amante estadounidense, Leah Hirsig, lo acompañó con su nueva hija, y pronto se les unió una nueva amiguita llamada Ninette Shumway. La guerra entre ambas mujeres era intolerable a veces para Crowley, que utilizaba sus desacuerdos como una excusa para huir a Palermo.

Cefalú, hoy día un centro turístico vacacional, fue en tiempos un simple pueblo de pescadores con pocas comodidades; cualquier cosa más allá de las necesidades básicas requería un viaje a la capital de la isla. La comida podía ser de lo más fresca, pero Crowley era un hombre acostumbrado a las cosas buenas de la vida, y eso solo podía encontrarlo en Palermo. A pesar de las limitaciones de su presupuesto rechazaba quedarse en una simple pensión y solía dirigirse a Grand Hotel et des Palmes. Para «la Bestia», la ciudad no era solo un destino gastronómico ni un centro de transporte, sino también un mercado sexual.

Crowley deambularía por las calles de Palermo en busca de prostitutas de ambos sexos a los que pudiera pagar para que formaran parte de su «magia sexual»; no le faltaban opciones. La yuxtaposición de la isla entre el rico y el pobre, tan evidente cuando los mercaderes británicos construyeron sus extravagantes villas, apenas había mejorado desde su comienzo en los años 20. De hecho, Italia estaba experimentando una ola de migración en masa y sin precedentes hacia los Estados Unidos, y de los 4,5 millones que emigraron entre 1880 y 1930, alrededor de a cuarta parte provenían de Sicilia. Estas cifras ni siquiera consideran el gran número de personas que fueron a Argentina y Brasil. Un rápido vistazo a la guía telefónica de Buenos Aires o a los nombres en las camisetas del equipo nacional de fútbol es suficiente para indicar la presencia italiana. Quienes se vieron obligados por la situación a buscar una nueva vida en el extranjero solían ser personas de los pueblos del interior, pero no exclusivamente. Algunos, por elección o circunstancias, fracasaron en el intento de viajar a las Américas y, en su lugar, acabaron en las grandes conurbaciones de Catania y Palermo.

La capital acogía a una población itinerante de campesinos pobres sin empleo que se apiñaban en los distritos que ya tenían carencias, concretamente en el barrio de Albergheria. Para empeorar las cosas, la Primera Guerra Mundial no trató bien a Sicilia. La isla había sufrido del bloqueo de sus mercados de exportación, y la consecuencia de la recesión de la actividad económica había afectado a quienes dependían de ingresos obtenidos por trabajos diarios. También fomentó el florecimiento del mercado negro, creando una serie de condiciones diseñadas para facilitar la propagación de la ya creciente mafia. El país emergió intacto de las ruinas de la guerra, pero esto tuvo un coste, especialmente en el sur.

El primer ministro italiano, Vittorio Emmanuele Orlando, un antiguo huésped del Grand Hotel et des Palmes, representó a Italia en la Conferencia de Paz de París que tuvo lugar después del conflicto en 1919. Orlando estuvo durante mucho tiempo asociado con la mafia, un hecho que él no intentaba siquiera ocultar. En un discurso memorable en 1925 justificó los valores que él defendía como «sicilianos», terminando con la declaración de que se sentía honrado de ser considerado un «mafioso»: «Si por la palabra “Mafia” entendemos un sentido de honor tocado en la clave más alta; un rechazo a tolerar la relevancia de cualquiera o un comportamiento autoritario… si tales sentimientos y tales comportamientos son los que la gente conoce por “la Mafia”… me declaro un mafioso, y orgulloso de ser uno». La gente acudía a la mafia, como todavía se hace, en busca de obtener algún tipo de empleo; sin embargo, en los años posteriores a la guerra, fue el hambre lo que forzó a muchos a arrojarse en los brazos del crimen organizado, mientras que otras acudían a la profesión más antigua del mundo. La Cosa Nostra ama el vacío que puede llenar, ofreciendo una dudosa promesa de mejores tiempos y compañerismo.

El imprudente mundo de Crowley había conocido las entrañas de la sociedad siciliana, un oscuro mundo de diferentes grados de sombras, tanto metafórica como literalmente. Los oportunistas urbanos de Albergheria habitaban calles tan estrechas que un visitante corpulento podía tocar las casas de cada lado del desgastado pavimento. Es fácil imaginar a un curioso y ataviado Crowley escogiendo a jóvenes pálidos y llevando a la que podría ser su próxima pareja a un hotel, imaginárselo haciendo de su actividad sexual un ritual en los ruinosos alrededores de una pseudoedificio ocupado en el barrio que una vez acogió a Cagliostro, un charlatán del siglo dieciocho. Aunque si era consciente de los orígenes del supuesto Conde Cagliostro en esta área, las historias autopromocionales de alquimia, curación física y seducción pudieron haber atraído a Crowley.

El auge de los fascistas resultaría un problema para Crowley, ya que claramente era el tipo de hombre que considerarían degenerado. Las actividades en Cefalú se habían disparado conforme llegaban seguidores atraídos por la «Abadía». No es irracional pensar que pudo haber denuncias que llevaran a un seguimiento de las actividades de Crowley, especialmente en el Grand Hotel et des Palmes, donde él ya no formaba parte del estrechamente unido grupo que rara vez se aventuraba más allá de su propio entorno. Al tiempo que la comunidad thelemita crecía, sus rituales se volvían más enredados y excéntricos. Los muros de la villa (su abadía) estaban adornados con imágenes de cabras y mujeres semidesnudas retozando en un orgiástico fervor, una tentación del celebrante. Crowley firmaba sus murales con la letra «A» y un par de redondeadas piernas, diseñadas para representar un pene. En el centro de la sala principal, que Crowley había convertido en templo, colocó una mesa a la que llamaba «El trono de la gran Bestia».

Procesiones emperifolladas alrededor del terreno que el inglés había alquilado marcaban senderos extraños de importancia esotérica y observados desde lejos, seguramente eran motivo suficiente para alarmar a los vecinos. Como Giuseppe Quatriglio señaló en su libro L’isola dei miti (La isla de los mitos), los locales estaban atraídos o sentían repulsión por la reservada figura de Crowley. Sus impresiones se confirmaban cuando la tropa del mago descendía desde la colina de Santa Bárbara en busca de un lugar donde bañarse desnudos. Peor aún era que, en los confines de la villa, se sacrificaban perros y gatos y a los asistentes a estas ceremonias se les requería, supuestamente, beber la sangre de los animales. Parecía que nadie limpiaba después del libertinaje de la noche previa y las condiciones llegaron a ser insalubres. La hija de Ninette Shumway, Poupée, desafortunadamente murió en 1920, pero la afligida madre pronto dio luz a otra hija a la que bautizó con el sorprendente nombre de Astarte Lulu Panthea.

Cefalú atrajo a destacados visitantes, incluyendo a Jane Wolfe, actriz americana de películas mudas quien, bajo el nombre de «Soror Estai», se convirtió en una de las iniciadas de Crowley, además de fungir como su secretaria. Más tarde, ella publicó sus experiencias mágicas bajo el título de Diarios de Cefalú. Otros estaban menos enamorados de los rituales, especialmente el ocultista Cecil Frederick Russell, quien se oponía a las actuaciones que implicaran a personas del mismo sexo y en las que le pedían que se dejara llevar, especialmente cuando incluían a varios espectadores.

Durante el invierno de 1921, la abadía recibió la visita de otra americana que, en contraste con Jane Wolfe, quedó paralizada por las escenas que presenció. Hélène Fraux era la hermana de Ninette y su trabajo como niñera la había llevado a tener contacto con las altas esferas de la sociedad de Detroit. Allí nunca se exhibirían ni fechorías sexuales ni drogas y se cuidaba de mantener un respetable mundo impoluto y libro de vicio. La villa de Crowley, sin embargo, con sus demostraciones naturales de pansexualidad y experimentación entre la mugre, era algo muy distinto. Fraux encontró la situación tan sórdida que acudió al departamento de policía en Palermo a denunciar los hechos. Parece que este contacto finalmente provocó la acción: las fuerzas de la ley y el orden hicieron una redada en el edificio, pero no encontraron nada que pudieran usar para acusarlos.

También consta que se elevó una queja al cónsul británico en Palermo, aunque parece que esta denuncia no fue tomada en consideración. En esa época, el cónsul era Reginald Gambier MacBean, Gran Maestro del Antiguo y Primitivo Rito de Memphis y Mizraím para Italia, otra secta esotérica. Tobias Churton, en su biografía sobre Crowley, había anotado que ambos estaban en buenos términos al principio; por eso es poco sorprendente que las sanciones no se impusieran. MacBean se demostró útil como un conducto hacia otras personalidades diplomáticas; Churton cita específicamente a Walter Alexander Smart, quien ya conocía a Crowly de sus días en Nueva York. Smart llegaría a ser la inspiración para el personaje del cónsul en Nápoles que figura en Diario de un drogadicto, una obra semificcional de Crowley de 1922. El libro se centra en el tiempo que Crowley estuvo en Cefalú y los personajes principales se basaban en otros dos miembros, Mary Butts y Cecil Maitland, aunque la realidad de su estancia era mucho más perturbadora que la que se relataba en el libro.

El último clavo del ataúd de los thelemitas fue la muerte de Raoul Loveday, un devoto que llevó a su mujer, Betty May, a Cefalú. Loveday bebió de un arroyo y desarrolló una enfermedad en el hígado que lo acabó matando y después de aquello, Betty se sintió obligada a contarlo todo a la prensa británica.

Aquello fue suficiente. El 23 de abril de 1923, un oficial de policía invitó a Crowley a acompañarlo a la oficina de la Seguridad Pública en Palermo. La Bestia obedeció de una manera atípicamente dócil, solo para encontrarse al llegar que el propio Ministerio del Interior había expedido una orden de expulsión, firmada por el ministro fascista a cargo de ese departamento. Seguramente, la timorata policía local había estado comunicando con presteza a los cuarteles generales todos los extraños sucesos que observaba en torno a Crowley. Tan pronto como las fuerzas de la ley y el orden de la ciudad recibieron las noticias de la última sensación, tanto como si tenían a Crowley bajo vigilancia o no, se vieron forzadas a denunciarlo directamente a Roma. El gobierno de Mussolini selló el formulario y la vida de Crowley en Sicilia fue historia; su legado como eterno mago se transformó para siempre en el de un agitador del orden público en una nota a pie de página en los archivos fascistas.

Mussolini desconfiaba profundamente de las sociedades secretas y los rituales radicados en el mundo masónico. A sus ojos eran células que podían albergar pensamientos antifascistas y amenazar su poder. El régimen estaba al tanto de la conexión de Crowley con el mundo de los servicios secretos, algo que seguramente fuera un motivo de peso en su expulsión. En abril de 1923, Mussolini ya controlaba activamente a periodistas extranjeros que lo retrataban bajo una luz desfavorable y deportaba de Italia a algunos de los reporteros más combativos. El ocultista inglés fue visto como un potencial espía y propagandista, un masón y un depravado.

Crowley se fue de Sicilia solo, unos meses antes de que su antiguo anfitrión en el Grand Hotel et des Palmes, Enrico Ragusa, diera su último suspiro. El propietario de la villa, Baron La Calce, le prometió que él se encargaría de Ninette y la niña. Parece que no todo el mundo en Cefalú estaba feliz de ver partir a la Bestia: algunos habitantes de la zona firmaron una carta pidiendo retrasar la expulsión para dar tiempo a establecer las razones de esta orden, que las autoridades rechazaron divulgar. La carta, citada por Churton, menciona la fama de Crowley como un «poeta, académico y viajero» pero, crucialmente, exponía su papel de traer al pueblo visitantes que gastaban dinero en sus tiendas y negocios. Aquellos que sacaban provecho de la Abadía de Thelema estaban preparados para mirar más allá de sus excesos.

MacBean, el cónsul, no tenía más opción que cumplir las exigencias de información de su propio gobierno. Poco antes de que los fascistas entraran en acción, dos agentes británicos llegaron a Cefalú a causa de la muerte de Loveday, de la que se había informado en la prensa británica. Ellos tenían la intención de descubrir la naturaleza de las actividades del mago. En sus intentos de apartarse de lo convencional, Crowley era un problema para todo el mundo. Un aire de misterio aún rodea su extradición; no se sabe si principalmente fue impulsada por conveniencia política o por unos estándares de moral elevados, aunque el acta subraya que la actividad sexual del inglés era «obscena y pervertida».

Los degenerados culturales no eran los únicos objetivos para un régimen desenfrenado: Mussolini también se empezaba a fijar en la mafia. Cesare Mori, un oficial de policía de Pavía, fue nombrado jefe del equipo de especial de gobierno encargado de debilitar el poder de la mafia. Mori conocía bien Sicilia: había estado previamente en la comisaría en Trapani. Él no tenía la visión de color rosa de la organización como la noble, casi filantrópica, sociedad que propagaba Vittorio Emmanuele Orlando. El historiador Christopher Duggan señala que Mori sabía que los violentos métodos de la mafia fueron diseñados para ganar dinero y poder de individuos intransigentes.

El matón antimafia de Mussolini y su equipo arrestaron a miles de personas en los años que siguieron a la toma de poder fascista. Los cargos de asociación criminal llegaron sin fundamento ni discriminación y los confusos términos judiciales empleados para tales acusaciones no requerían pruebas específicas. El enfoque de Mori no dudaba de hacer uso del tipo de violencia utilizada por sus adversarios, incluyendo la tortura y la toma de rehenes de la mujer y el hijo de un mafioso. La idea era persuadir a los empobrecidos sicilianos, que previamente se habían aliado con la organización, de recurrir al Estado en su lugar.

Los juicios de algunos infames miembros de la mafia duraron hasta 1932, tres años después de que el «prefecto de hierro» hubiera dejado su trabajo en Palermo. Mori estaba feliz de declarar a la organización muerta pero, como la historia nos cuenta, esto era lejos de ser realidad.

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© Andrew & Suzanne Edwards (2020) · Traducción del inglés: Isabel Álvarez Ramos  (2020) | Cedido a MSur por el autor.