George Brassens
Escritos libertarios
M'Sur
Manipular con cuidado
En España, el nombre de Georges Brassens (Sète, Languedoc-Rosellón, 1921-Saint-Gély-du-Fesc, 1981) está principalmente asociado a la música. A este destacado exponente de la chanson française muchos lo conocieron a través de las versiones de Paco Ibáñez, Jesús Munárriz, Chicho Sánchez Ferlosio o Javier Krahe, entre otros, así como por las traducciones de Agustín García Calvo. No es tan popular, en cambio, su dimensión literaria, que le llevó a obtener en 1967 el premio Nacional de Poesía francés.
Este volumen, Escritos libertarios, que rescata el sello Pepitas de Calabaza cuando se cumplen 100 años de su nacimiento y 40 de su muerte, nos remite a un Brassens que se introduce a mediados de los 40 en los círculos anarquistas de su barrio de la mano del pintor Marcel Renot y el poeta Armand Robin. Ellos le invitarán a escribir en Le Libertaire, el órgano de la Federación Anarquista, y también, ocasionalmente, en el boletín de la CNT en Francia. A menudo firmaba como Geo Cédille y como Gilles Colin, siguiendo la costumbre de aquellos medios de firmar con pseudónimo.
El Brassens de estos escritos es un joven de 25 años que posee ya todos los atributos que lo convertirán en el padre espiritual de su generación: su aversión al orden establecido y sus gendarmes, su amor por la libertad y su rechazo a quienes pretenden coartarla, todo se expresa con la vehemencia de la edad y el encendido compromiso de quien fustigó los dogmas y las hipocresías de su tiempo. Un material que, como sucede con sus canciones, hay que manipular con cuidado: Brassens es altamente contagioso.
[Alejandro Luque]
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Escritos libertarios
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Inconvenientes y ventajas del otoño
Le Libertaire, 4 de octubre de 1946
El lunes 23 de septiembre, en torno a las tres y media de la tarde, el otoño entró en funciones.
Oficialmente, claro está.
Porque durante todo el verano no había cesado de prepararse el terreno arrojando aquí y allá su simiente de herrumbre.
Vamos, que residía ya entre nuestras paredes, pero de incógnito.
Ahora es oficial, lo ha dicho el calendario.
Las «personas de bien», que se fueron al mar o a la montaña a pulirse los frutos de su explotación sistemática de las «personas humildes», volverán a ensuciar París con su mefítica carroña.
París volverá a oler mal.
Es verdad que las «personas de bien» de provincias no huelen mucho mejor que las de la capital. Y como aquellas habían sido sustituidas por estas, el resultado fue el mismo. Quizá distintos excrementos emanen distintos olores, pero en cualquier caso estos resultan igual de
nauseabundos.
Los tísicos empezarán a mirar cómo caen las hojas y el trayecto de la muerte desde los hospitales hasta los cementerios.
Las actas de defunción se amontonarán en las oficinas del registro civil de los ayuntamientos… Una enorme compensación para esos pobres enfermos. El Estado hará lo imposible para que el día de las elecciones puedan cumplir con su deber de ciudadanos.
Los escolares ponen cara rara. Y es que las tiendas han comenzado su gran ofensiva. Vuelta al cole por aquí, vuelta al cole por allá, vuelta al cole por todos lados.
Pobres chavales, pronto llevarán una pesada cartera a la espalda y se pasarán jornadas enteras encerrados entre cuatro muros de cemento. Menos mal que siempre les quedará la posibilidad de hacer pellas y lanzar el tintero contra la cabeza de los profesores.
Los poetas estalinistas irán a incordiar a las honorables musas, que sin embargo no les han hecho nada.
Éluard, Aragon y consortes pedirán al buen papá Stalin autorización para cantar la caída de las hojas… Stalin, tan generoso, se la concederá y nosotros tendremos que aguantar las horribles consecuencias.
No nos perdonarán ni una.
Apresurémonos a constatar que, junto con los susodichos inconvenientes, el otoño presenta algunas ventajas. También los gánsteres volverán de vacaciones y retomarán su actividad. Su actividad nefasta para las personas de bien. Y también para los miembros… viriles de la policía.
No es buen momento para tener una cuenta en el banco o una placa de inspector.
Las chimeneas, que están hartas de soltar humo sin parar y sin beneficio alguno desde el tejado de las casas, se pondrán de acuerdo con los vendavales para dejarse caer sobre la mocha de los agentes de la fuerza pública.
Pronto podremos leerlo en los periódicos: «Una vieja chimenea se ha desplomado sobre la
cabeza de X, representante de la autoridad. El desgraciado ha estado a punto de perder la vida». Esto nos distraerá un poco y por poco dinero.
En fin, las carreteras se volverán resbaladizas por la niebla y la lluvia. Y por cierto, al caucho de los neumáticos le cuesta dios y ayuda establecer lazos estrechos con el asfalto mojado.
En consecuencia, cantidad de automóviles burgueses irán a contraer nupcias con los árboles y los postes de telégrafos.
¿Por qué lamentarlo?
Es bueno para los negocios… En particular, para el negocio de las pompas fúnebres.
Géo Cédille
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¿Atracó Aragon la basílica de Bonsecours?
Le Libertaire, 18 de octubre de 1946
Ocurrió en Ruan o, para ser más precisos, en Blaneville-Bon-Secours, un pequeño municipio de los alrededores de Ruan.
Unos desconocidos, que consideraban que los cálices de oro y de plata maciza y los collares de piedras preciosas no eran necesarios para la práctica del culto de la religión de Jesucristo —que, como todo el mundo sabe, preconizaba la pobreza—, se entretuvieron forzando las puertas de la basílica de Bonsecours y arramblando con los susodichos objetos preciosos.
Hasta aquí, nada de extraordinario ni de alarmante.
Unos individuos se dan cuenta de que en una iglesia duermen, inútiles, valores susceptibles de proporcionarles un poder adquisitivo del que hasta entonces carecían.
Y se apropian de ellos. Es normal y legítimo. Habría que estar chalado para ponerle alguna pega.
Pero el asunto se complica cuando unos policías aficionados (hay más de los que se piensa) se atreven a establecer una correlación entre este «robo» y el cometido en 1927 por el poeta Louis Aragon, para desgracia de la iglesia de Melun, y denuncian a este último ante los investigadores del caso.
Grosero y lamentable desprecio a la verdad.
Hoy en día Aragon es absolutamente incapaz de realizar un acto tan noble, tan grande. Sometido por completo a la fuerza capitalista, por nada del mundo se le ocurriría privarla ni siquiera de un céntimo.
Y además, cuando Aragon robaba, no era con ánimo de lucro. Robaba por robar, así de simple.
Había en ello un hermoso lirismo, no podemos negarlo.
Pero de ahí a endosarle el honor de la paternidad del glorioso robo de la basílica de Bonsecours hay un trecho. En nuestra opinión, es llevar la inconsciencia demasiado lejos. Aragon no necesita robar para procurarse subsidios. Le basta con arrojarse a los pies de sus amos.
Es más fácil y menos peligroso.
G. C.
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© Herederos George Brassens · 1946 / 2007 | Traducción del francés: Diego Luis Sanromán | Cedido a MSur por Pepitas de Calabaza · 2021