Artes

Inmaculada Garro

M'Sur
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· 11 minutos

El harén interior

Inmaculada Garro (Cádiz, Jul 2023) | © Ilya U. Topper

De Tánger al Alto Atlas, de Fatima Mernissi a Najat El Hachmi y Mimunt Hamido. En apenas 150 páginas, Inmaculada Garro, académica de Alicante, recorre Marruecos a través de los recovecos de su arquitectura tradicional, aquella que separa espacios de mujeres y de hombres, y la mente de sus pensadoras, las que han puesto en la picota el patriarcado.

Desde un planteamiento académico —el libro reproduce la primera mitad de la tesis doctoral de la autora—, Garro analiza la segregación de sexos en la sociedad tradicional magrebí partiendo de los ambientes de la casa: patio, habitaciones, cocina, salón, azotea. Son espacios sexuados, para así decirlo. Porque el exterior, la calle, es masculina. O lo era: conquistarla, tener derecho al espacio público, es una lucha que aún está pleno apogeo en Marruecos y nos enseña mucho sobre nuestro propio pasado —no han transcurrido aún cien años desde que se dejó de habitar la casa de Bernarda Alba— porque no trata solo del espacio. El harén, del árabe haram, vetado, prohibido, no es solo la habitación: es también el cuerpo de la mujer. Y por lo tanto, rebelarse contra las normas de vestimenta, el velo, el acoso sexual y el tabú de la virginidad forman parte de esta ruptura con el «harén».

Inmaculada Garro condensa en estas páginas, publicadas por Diwan Mayrit, una experiencia basada en dos décadas de viajes a Marruecos, desde que era estudiante, dos años de trabajo en Argel, viajes a varios otros países norteafricanos y mediterráneos y su dominio del árabe, tanto clásico como marroquí. Y un enorme volumen de lecturas, desde viajeras que relataron la vida en el Magreb hace un siglo hasta activistas, artistas y sociólogas marroquíes actuales como Betty Lachgar, Zainab Fasiki, Sanaa El Aji o Soumaya Naamane Guessous. Una radiografía del patriarcado magrebí que traspasa los muros de cualquier harén.

Ilya U. Topper

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Marruecos: del harén doméstico al espacio público

Una segregación del género desde la infancia

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4. 3. El cuerpo femenino en los espacios privados

Puede parecer contradictorio porque, aunque voy a hablar de la esfera privada, en ella también la sociedad opina sobre lo que se debe o no hacer de puertas para adentro, en la intimidad y privacidad de cada persona. Si una mujer vive sola e invita a un hombre a su casa, todo el barrio es conocedor del suceso y la juzga por ello. Una mujer no puede tener amigos y, menos aún, amigos que suban a su casa. La amistad con el sexo opuesto no está permitida en una sociedad ordenada por la bipartición sexual. Los únicos amigos masculinos son los primos, los vecinos y, de forma excepcional, los hermanos de leche (Naamane, S., 1991, 34). Leila Slimani en su citada obra Sexo y mentiras… se pregunta: “¿Cómo conseguir que el derecho a la vida privada, a la intimidad, no lo rijan ni el Estado ni la religión?” (2018, 22).

Si pensamos en las casas y en la intimidad en su interior, me gustaría comenzar exponiendo un consejo que Allal El Fassi da en su obra Autocrítica, en los años 50:

“Otro defecto consiste en la manera de aprovechar las habitaciones, porque todavía utilizamos un solo cuarto para dormir, comer, trabajar y reunirnos. Y este hábito lo tenemos que abandonar” (2012, 351).

Si nos situamos en la actualidad, debemos tener en cuenta diferentes factores: si las mujeres viven en una zona rural donde, aunque algunas casas sean grandes, la natalidad es mayor y la economía más deficiente, por lo que conviven más personas en un mismo hogar. Esto impide que haya intimidad y privacidad porque en muchas ocasiones comparten habitaciones o no hay puertas; si habitan en un medio urbano dependerá de si viven en una familia extensa o en una familia nuclear. En las casas tradicionales en las que viven familias extensas la intimidad y la privacidad, tanto de las mujeres como de las parejas, se limita a su habitación. Por ejemplo, una de las entrevistadas en Chaouen explicó que solo vestía pantalón corto dentro de su habitación, porque vivía en casa de sus suegros.

En los barrios populares y en las bidonvilles es habitual la cohabitación y, por tanto, las chicas suelen tener que compartir habitación; en cambio, en los barrios residenciales las familias suelen ser nucleares y con los índices de natalidad más bajos y, en estos casos, los jóvenes suelen tener habitación propia (Monqid, S., 2014, 151-152). Como vemos, suele ser una cuestión de economía, que hace que en las casas donde conviven familias extensas haya menos intimidad que en las que habitan familias nucleares.

Soumaya Naamane habla (aunque en un texto de 1991, creo que es extensible a la actualidad) de que las jóvenes se sienten controladas incluso dentro del hogar, ya que sus madres pasan todo el tiempo vigilando lo que hacen; si están mucho tiempo dentro del baño o hablando por teléfono, se preocupan (1991, 35-36). Evidentemente, después de la llegada de internet tienen otro motivo más de control.

El movimiento MALI (Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales) denuncia cada una de las injusticias que ve en Marruecos, incluso en otros países donde el patriarcado también es una realidad, con diferentes mensajes en Facebook.

La educación sobre el cuerpo que se da a las jóvenes es negativa y tiende a bloquear su personalidad física y psíquica; está marcada por la vergüenza, el honor y la obsesión por la virginidad (Naamane, S., 1991, 24). No es solo la educación desde casa, en las librerías especializadas y en los puestos de libros de los mercados se encuentra abundante literatura sobre la buena conducta musulmana. En estos fascículos se explica cómo satisfacer al marido en las tareas domésticas y en la cama (Tamzali, W., 2010, 33).

La sexualidad de las jóvenes está controlada por la sociedad, la sociedad se cree que tiene derecho sobre ella. Los jóvenes no pueden buscar un lugar alejado en la ciudad o en el campo donde practicar sexo por placer, eso está prohibido fuera del matrimonio y, si los pillan, pueden obligarlos a casarse o denunciar zina si uno de ellos está casado 1). La opción tampoco puede ser un hotel; se les exige un contrato de matrimonio para poder alojarse, aunque algunas pensiones lo permiten bajo un soborno económico. Otra solución que comenta Otazu, a la que suelen recurrir las parejas, es alquilar dos habitaciones, una para la chica y otra para el chico y, durante la noche, hacer juego de puertas (2019, 95).

Como se observa, todo está organizado para controlar y reprimir las relaciones sexuales libres. El Estado, la sociedad y la religión se encargan de ello. Pero algunos de los políticos que predican el respeto a la moral islámica, también son humanos y también tienen sus necesidades. Dos altos cargos (viuda y casado) del Movimiento Unidad y Reforma marroquí (MUR), conocidos por ser ultraconservadores, fueron sorprendidos en agosto de 2016 en el interior de un vehículo en una playa solitaria manteniendo relaciones sexuales, fueron detenidos por la policía y acusados de adulterio, con penas de hasta dos años de cárcel.

Para referirse a una chica que no es virgen dicen de ella que “no estaba entera”, “estaba estropeada”, “echada a perder”. Uno de los testimonios de Leila Slimani cuenta que su madre le repetía constantemente “no lo olvides”, “no lo olvides» y ese “no lo olvides” significaba: “No olvides mantenerte virgen” (Slimani, L., 2018, 28). De pequeñas se evita que las niñas practiquen ciertos deportes como montar en bicicleta o gimnasia rítmica por miedo a que se rompa el preciado himen. Incluso las mujeres más liberales evitan decir que no son vírgenes. Leila Slimani cuenta el testimonio de una mujer bastante liberal que conoció a un hombre y le hizo creer que era virgen, ya que, por muy liberales que sean las mujeres, siguen teniendo la presión de qué dirá la sociedad (2018, 47).

Incluso en los relatos orales tradicionales, algunos de ellos lo han puesto por escrito como El gran espejo de Mohamed Mrabet (escritor y pintor marroquí). En este cuento, un joven ve a una chica que le gusta y lo primero que pregunta sobre ella es si es virgen (2020, 12). Pero si hablar de sexualidad en las casas españolas con los hijos todavía no se ha conseguido del todo, en Marruecos es un tabú. Zainab Fasiki en una conferencia virtual el 12 de mayo de 2020 a través de la plataforma Zoom, contaba que ella a sus 14 o 15 años no tenía a nadie que le pudiera explicar nada sobre el cuerpo y la sexualidad, por eso publicó su libro Hshouma: corps et sexualité au Maroc, que se divide en dos partes: una primera dedicada al cuerpo y otra dedicada a la sexualidad. Según sus palabras, le gustaría que su obra entrara en las casas marroquíes y circulara entre padres, hijos y demás convivientes (creo que la sociedad todavía no está preparada para este paso, puede que una madre lo compre y lo lea, pero que se lo pase a su hija es más difícil). Las jóvenes saben lo que se cuentan entre ellas y tienen cuidado de elegir a quién le cuentan qué cosas. Ellas saben que hay modos de practicar sexo conservando su virginidad y eso es lo que hacen muchas.

Otro modo de llegar virgen al matrimonio es practicándose una himenoplastia; aunque puede parecer extraño, es una práctica bastante habitual en Marruecos. Dentro de los países arabomusulmanes, los ginecólogos practican estas operaciones con el aval de las autoridades religiosas (Monqid, S., 2017, 13). Y con la globalización parece que ha llegado la versión low cost del himen, que cuesta unos 20 euros. Se trata de una pequeña bolsita llena de sangre que la mujer se introduce en la vagina y al mantener relaciones se consigue el efecto deseado, manchar las sábanas de sangre (Otazu, J., 2019, 98). La tradición marca que hay que mostrar la sábana la noche de bodas, si bien es cierto que antes era habitual mostrarla a todos los invitados, ahora solo se muestra a la familia más cercana, los padres y a la suegra. Y en las ciudades se remplaza (o se complementa) por un certificado clínico de virginidad (Topper, I., 2021).

Un método que ha causado polémica en Marruecos es el test de virginidad. Se trata de una prueba dolorosa que, activistas como Betty Lachgar está denunciando junto a un grupo de médicos (Sane, S, 2020). Pero esta “desfloración” (según el artículo 488 del Código Penal) es un agravante en casos de violación, es decir, supone más años de cárcel para el agresor, por ello en caso de denuncia la policía o el juez ordenan realizar la prueba. Parece ser que está más extendido el método en los barrios populares y más pobres en época de bodas, cuando pueden llegar a realizar hasta quince test diarios. Con la excepción de los médicos que se han movilizado, la mayoría no dice nada e incluso permite estar presente a la madre y a la suegra durante la prueba (Otazu, J., 2019, 97).

En octubre de 2018 la OMS hizo un llamamiento mundial para prohibir los test de virginidad, pero, como dice Abdesalam Dialmy, pedir que dejen de expedir certificados sería promover el libertinaje. Así que Marruecos hace caso omiso al llamamiento de la OMS.

Cierro el capítulo reiterando que el cuerpo de las mujeres no les pertenece, como también muestran las palabras de Leila Slimani:

“A pesar de los avances legislativos de la sociedad, el cuerpo femenino sigue constreñido por el grupo. La mujer es madre, hermana, esposa e hija, antes de ser individuo. Garantizar el honor de la familia y, lo que es peor, la identidad nacional. Su virtud es un asunto público” (2018, 210).

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  1. ↩︎

1) La zina (fornicación) está prohibida por la ley, artículo 490 del Código Penal.

© Inmaculada Garro  ·  2023  | Cedido a MSur por la editorial Diwan Mayrit