Dacia Maraini
Diálogo de una prostituta con su cliente
M'Sur
Una nueva esclavitud
Aunque el debate feminista viene experimentando renovados bríos en los últimos años, no es un asunto nuevo. Aunque su empuje se remonta a varios siglos atrás, en los años 50, 60 y 70 se vivió una llamada Segunda ola —la primera fue, sobre todo, la de las sufragistas— que vino a cuestionar severamente los fundamentos del patriarcado. Con Simone de Beauvoir como faro primero, fueron muchas las autoras que reflexionaron sobre el fenómeno e impidieron que la sociedad mirara para otro lado. Dacia Maraini fue una de ellas.
En su extensa obra, en la que destacan títulos como La larga vida de Marianna Ucrìa, Bagheria, Los años rotos o Trío, hay una obra de teatro que marcó una época: Diálogo de una prostituta con su cliente, de 1978. Su puesta en escena causó sensación y dio lugar a encendidos debates. Luego, como ha ocurrido con tantas cosas, el fuego se apagó. Hubo que esperar a la Tercera ola.
“En los años 60, la prostitución no era un mal, sino un trabajo como cualquier otro. Pero esto servía cuando se trataba de gente adulta y responsable. Ahora la prostitución, en su mayoría, la hacen menores obligadas a prostituirse de mala manera, y son extranjeras, vienen de Argelia, del Este. La libertad de prostituirse como un trabajo cualquiera ya no cabe. Es una nueva esclavitud, tráfico de carne humana”, me confesaba en la entrevista que le hice.
Lejos de resolver la cuestión, seguimos dándole vueltas. Maraini, a sus 84 años, sigue viviendo en Roma, escribiendo y contemplando cómo la lucha por la igualdad viene y va. Desconfiada de que los avances no tengan retorno, pero convencida de que la batalla acabará saldándose con victoria.
[Alejandro Luque]
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Diálogo de una prostituta con su cliente
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Manila Entonces, ¿qué? ¿Te desnudas?
Cliente ¡Que no soy una mujer!
Manila No, ya lo veo, que tienes rabo.
Cliente Pero tú… ¿tú quién diablos eres?
Manila Llevo falda, ¿no lo ves?
Cliente ¿No serás un travesti? Mira que yo con hombres no quiero nada.
Manila No, tonto, soy una mujer.
Cliente Las mujeres no se comportan así.
Manila ¿Y cómo se comportan?
Cliente Con un poco más de coquetería, de garbo, yo qué se… menean la colita, flirtean.
Manila Yo no meneo la colita porque no soy un perro. ¡Desnúdate!
Cliente Joder, pero es que así me desmoralizas, ¿sabes? ¡Me desmoralizas, me desmoralizas!
Manila Quítate la camisa, para que te vea.
Cliente ¿Para que veas qué?
Manila Para ver si tienes un buen torso.
Cliente ¡Pero perdona, aquí el que compra soy yo, no tú!
Manila Claro que eres tú el que compra. Pero a mí me gusta mirar. Yo soy una mirona. ¿Me enseñas el pecho?
Cliente No tiene nada de especial… Nunca he practicado deporte. Mi madre quería que hiciera piragüismo, pero a mí no me apetecía. ¿Sabes qué dice Pellizzetti? Que en el deporte masculino anida más homosexualidad que en un antro de maricas.
Manila ¿Quién es Pellizzetti?
Cliente ¿Cómo? ¿No conoces a Pellizzetti? Bueno, claro, tienes razón, no eres más que una pobre puta.
Manila Bueno, ¿qué haces, que no te desnudas?
Cliente Perdona, pero ¿qué clase de mujer eres tú?
Manila ¿Por qué haces tantas preguntas? Tú compras, yo vendo, zanjemos el trato.
Cliente El trato es que yo te poseo y tú te dejas poseer.
Manila No. Tú compras, yo vendo, nada más.
Cliente Pero ¿el qué?
Manila Mi coño.
Cliente ¡No pronuncies esa palabra, por favor!
Manila ¿Por qué? ¿Te da asco?
Cliente Delante de mí, por favor… mira, no la digas delante de mí, me da impresión. Le faltas el respeto a tu cuerpo.
Manila Pero ¿qué te pasa? Estamos comerciando, ¿no?
Cliente Sí, comerciando… pero si tú no cumples con tu parte, yo me aflojo, me vengo abajo, pierdo las ganas.
Pausa. Manila mira al cliente, que se enrosca un pañuelo alrededor de las sienes doloridas.
Cliente ¿Qué? ¿No hablas?
Manila No solo quieres mi coño, también quieres que te dé palique. ¡Que no soy una geisha, oye!
Cliente Te he pedido que no digas groserías.
Manila ¿Decir coño es grosero?
Cliente Que no digas esa palabra, por favor. Me pone nervioso.
Manila Pero comprarlo a tanto el kilo no te pone nervioso.
Cliente Yo pago, ¿entendido? Pago mucho y no quiero oír esas palabras.
Manila Tampoco pagas tanto. Yo vendo mi cuerpo a precio reducido, que incluye el uso de la habitación, de la cama, de las sábanas, del cenicero, de la radio, de la ventana y del váter.
Cliente Sabes que eres mezquina, ¿verdad? Solo piensas en el dinero. ¿No tienes dentro algo que siente, que sufre, que llora…? ¿No tienes un alma?
Manila Nunca he oído hablar de ella.
Cliente ¡Qué mala suerte! No se me pasa el dolor de cabeza.
Manila ¿Cuántos años tienes?
Cliente Veinticinco, ¿por qué?
Manila Hablas como si tuvieras cincuenta.
Cliente Estoy cansado. No he parado en todo el mes.
Manila ¿Por qué?
Cliente Pues por las elecciones. ¿Cómo crees que he ganado el dinero para venir aquí?
Manila ¿Y para quién has hecho campaña electoral?
Cliente ¡Solo falta que ahora tenga que ponerme a hablar de política con una puta!
Manila ¿Eres democristiano?
Cliente Si dices una palabra más sobre política, me levanto y me voy.
Manila Vale, ya lo pillo… ¿quieres un café?
Cliente No, quiero descansar. ¿Puedo tumbarme?
Manila le mira mientras se tumba y, absorto, se pone a fumar.
Se dirige al público.
Manila Yo lo miro, lo miro bien, pero que muy bien, de arriba a abajo, porque a mí me gusta mirar, siempre pasa igual: yo miro, vuelvo a mirar y luego, zas, caigo en lo que estoy mirando… ese es el riesgo… a mí el mirar me da un escalofrío, como un chorro de agua en la espalda… llega un punto en que, si sigo mirando, me lanzo, es así, me lanzo a la cosa que miro y desaparezco, caigo hasta el fondo, me voy a pique, nado, corro, me estiro… me digo: soy yo, Manila, estate tranquila… pero no, no soy yo en absoluto, soy la cosa que estoy mirando… por ejemplo, un perro que caga en la acera y el dueño le tira de la correa tan fuerte que casi lo ahoga porque se avergüenza, el imbécil que de repente se ve al perro cagando delante de las tiendas del barrio… una caca blanda, amarilla, como de hígado enfermo, porque como él no tiene tiempo, como él es perezoso, él por la mañana duerme hasta tarde, le da al perro sobras medio podridas y el otro está siempre malo. Ahí está el perro, o sea, Manila convertida en el perro, que permanece encogido y con las patas traseras dobladas, el culo apretado, la cabeza alzada hacia el hombre, y dice: «Espera, amor mío, espera; ¿no ves que estoy cagando?».
Pausa. El cliente no ha oído nada. Se pone nervioso.
Cliente Este silencio me pone de los nervios. Pero ¿qué haces? ¿Te has dormido?
Manila No, eres tú el que duerme.
Cliente Pero tú, pero tú… perdona, tú no eres una prostituta, yo de esto entiendo, tú eres otra cosa, una anormal, una desviada, una actriz, una payasa, no sé qué eres, pero desde luego no eres esa cosa que he comprado para follar.
Primera interrupción y debate con el público.
Manila Silencio.
Cliente Pero ¿qué puñetas quieres…?
Manila Me sé mi papel. Es solo que estaba pensando qué quiere decir «entender de prostitutas». (Dirigiéndose a un hombre del público) Perdone, ¿usted entiende de prostitutas? ¿Ha estado alguna vez con una? Según usted, ¿una prostituta se comporta de manera especial, reconocible? ¿En qué consiste?
Aquí, según las respuestas del público, se desarrolla el debate, que los actores interrumpen con las frases de su texto para recomenzar la actuación.
Cliente Pero tú, perdona, tú no eres una prostituta, yo entiendo de esto…
Manila Pero ¿qué puñetas quieres tú, se puede saber? ¡Y quítate esa camisa, venga!
Cliente Pero es que, perdona, así parece que eres tú la que compra y yo el que vende, no me cuadra.
Manila Pues entonces di tú cómo lo hacemos.
Cliente Hagamos como que nos hemos encontrado por casualidad en el tranvía, yo te he tirado los tejos y tú estás pensando en si traicionar a tu marido o no.
Manila No me apetece. Y, además, yo no tengo marido.
Cliente Pues haz como que lo tienes, ¿no?
Manila Vamos, que tengo que hacer el teatrillo.
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© Dacia Maraini · 1978 | Traducción del italiano: Raquel Olcoz | Cedido a MSur por Altamarea Ediciones · 2021