Pilar Cebrián
El infiel que habita en mí
M'Sur
Raqqa, solo ida
Una mujer se arrastra, con varios hijos en brazos, bajo el fuego de morteros por un pueblo en el desierto de Siria, a pocos pasos del Éufrates. Enteramente envuelta en un niqab negro, la prenda oficial que el Estado Islámico, Daesh para los enemigos, reserva a las mujeres. Busca hierbajos para comer, esquivando balas, rezando para que ganen los suyos: los del califato.
¿Cómo acaba así una hija de familia rico de un barrio elegante de Madrid, educada en los mejores colegios católicos privados?
Esta es la pregunta que Pilar Cebrián (Zaragoza, 1985), periodista con años de recorrido en Turquía, Siria e Iraq, intenta responder en El infiel que habita en mí, publicado el mes pasado en Ariel, un libro que resume años de investigación y seguimiento de este fenómeno, tan poco comprendido, quizás tan poco comprensible.
La obra traza el destino de varios ‘combatientes extranjeros’ europeos que un día lo dejaron todo a cambio de un billete de avión a Estambul, un autobús a la frontera, un salvoconducto hacia la fantasía de un territorio con ínfulas de reino medieval. Yarábulus, Raqqa, Deir ezZor. La mayoría son hijos de familias inmigrantes magrebíes; algunos son ceutíes. Pero no todos. Los hay como Yolanda: de impecable apellido castellano y educación cristiana. Cebrián los entrevista, investiga su entorno, reconstruye su trayecto, interpreta sus vivencias. Todo para responder a la cuestión: ¿Cómo ha podido ser?
Pero cómo han llegado hasta allí es solo la primera pregunta. La otra, mucho más acuciante, a la que habrá que responder tras terminarse el libro, es: ¿y cómo volverán? ¿Volverán?
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Ariel ha cedido un extracto de En infiel que habita en mí a MSur. Ya en librerías.
[Ilya U. Topper]
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El infiel que habita en mí
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Yolanda Martínez:
Una española en el último bastión del califato (España)
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Una niña bien del barrio de Salamanca
(…)
Muy pocos saben el dónde, el cuándo y el cómo se conocieron. Pero los allegados sugieren que fue un encuentro casual en las calles del centro de Madrid, uno de los miles que se producen entre jóvenes los fines de semana. El día en el que Omar al Harchi, un chico marroquí de veinticuatro años, se cruza en la vida de Yolanda, ninguno de los dos se ha rendido todavía a los hechizos del islam radical. Ella es una muchacha tímida, un año menor que él, que trabaja en una tienda de ropa como encargada; él ha conseguido un visado para venir a trabajar en España y se ha colocado como escayolista en una empresa de construcción.
Omar vive entonces con su hermano mayor, Mohamed al Harchi, en un piso compartido en Vallecas, pero los fines de semana sale por el centro de la gran ciudad. Es un chaval de indudable atractivo, de bellas facciones y complexión esbelta. Presumido, viste los pantalones rasgados de la época, se afeita la barba para salir de marcha y se cuida la piel con crema. No practica su fe más allá del respeto al ayuno durante el mes de Ramadán y algunas visitas esporádicas a la mezquita. Una noche de 2008, Omar y Yolanda se cruzan por primera vez en una discoteca o una sala de recreativos. Enseguida él se engancha al encanto de niña buena de la joven y ella se siente atraída por lo exótico de su personalidad. Esa misma noche, se intercambian los teléfonos. Mantienen el contacto y Yolanda no tarda en visitar a su nuevo novio en el piso de Vallecas.
—Yolanda empezó a venir a la casa donde yo vivía con él —recuerda un familiar— y yo le dije a Omar: «O te casas con ella o lo dejas, no engañes a la chica». Él me contestó: «Es que no es la misma religión…». Vivíamos en Vallecas y Omar siempre iba al centro. Él hablaba un castellano perfecto. Yolanda empezó a venir a comer a casa, el sábado y el domingo, cocinábamos los tres…
La relación se formaliza y evoluciona hacia los planes de matrimonio debido a las costumbres más conservadoras de la sociedad marroquí, en la que el noviazgo es solo un paso previo a la boda. Las parejas jóvenes no deben aspirar a ser novios como un objetivo en sí mismo, sino que la relación es sinónimo de un proyecto matrimonial. La diferencia religiosa parece ser un impedimento para el progreso del idilio y ella, de un carácter más cándido e influenciable, se interesa en convertirse al islam como una condición imprescindible en su nuevo compromiso.
La introducción de Yolanda en la religión musulmana dura aproximadamente un año y avanza al ritmo que ella conoce a Omar. A diferencia de otros credos, entrar en la comunidad musulmana es un proceso sencillo que consta de un estudio general del Corán y la manifestación en voz alta de la shahada —el testimonio de la fe islámica: «La ilaha il-la Al-lah, Muhammad rasul Al-lah» («No existe otro dios que Alá y Mohamed es su mensajero») — ante testigos o en solitario. Durante ese tiempo, ella se inicia en el Corán, intenta estudiar la historia y teología de esta fe y aprende a rezar. Para Yolanda, la conversión al islam supone el inicio de una nueva identidad, de una segunda oportunidad, de una nueva vida con la que realizarse. Es un nuevo camino, desconocido para su entorno, que le da la posibilidad de diferenciarse. Harta de ser la menos brillante de su casa y de su clase, el Corán le da una sabiduría que le aporta un elemento intelectualizante. En ese tiempo, empieza a mostrar los primeros indicios de su conversión, como la decisión de llevar el velo.
—Yo empecé a notar cosas raras y se lo dije: « ¿Qué pasa?». Ella me respondió: «Nada, es que me gusta más la religión musulmana que la católica» —recuerda el padre, que intenta comprender los nuevos intereses de su hija—. Una de las veces, una hermana de mi mujer que era monja y además fue superiora de un convento me dijo: «Son buenas todas las religiones porque tienen una especie de valla con la que hasta ahí puedes estar». Entonces yo pensé: «Bueno, pues no está tan mal…».
Como no podía ser de otra manera, un año después de conocerse, la pareja decide dar el paso de contraer matrimonio. Y lo hacen en un lujoso complejo de más de 12.000 m2 y seis plantas —construido íntegramente con dinero saudí— coloquialmente apodado la «Mezquita de la M-30», la más emblemática de la capital y también la más conocida de España. El templo es el lugar de culto al que acuden para instruirse en el credo, practicar los rezos del viernes o encontrarse con conocidos que quieren profundizar en la palabra del Profeta. Es un punto de referencia, además de una instalación fastuosa donde oficiar con prestigio el matrimonio. A la boda asisten los padres de Yolanda y el hermano, además de una amiga de la familia de Omar. Su hermano Mohamed todavía vive con él, pero no acude al enlace porque no puede ausentarse del trabajo. Para tan señalada fecha, Yolanda elige el color amarillo y viste un hiyab o pañuelo sobre la malla negra que cubre parte de la frente, a juego con un vestido de tonos ámbar hasta los pies. Omar lleva puesto un traje de americana y corbata oscuros y una camisa de color granate. Los dos posan ante la cámara del padre de Yolanda en posición acaramelada, sonriente, feliz.
Otra instantánea muestra a la familia al completo en el jardín del complejo; la madre de la novia, en una muestra de aceptación y respeto, se ha colocado para la ocasión un pañuelo sobre el cabello. El padre ha querido invitar al convite de la boda en un restaurante cercano a la mezquita al que todos se dirigen para celebrar el banquete. Al principio, los padres de la joven intentan comprender los nuevos intereses de su hija, darle normalidad y ofrecerle el amor que sienten por ella. En ocasiones dudan de que este sea el camino más fácil para su felicidad, pero poco pueden hacer ante las decisiones de una mujer que ya es adulta.
La acuciante crisis económica del año 2008, que arrasa el boyante sector de la construcción en España, va a truncar los planes de esta recién formada unidad familiar. La Gran Recesión provoca una caída de los encargos laborales de Omar, hasta dejarlo en una situación de desempleo y la pareja solo puede permitirse el alquiler de un dormitorio en un piso compartido con otros parados que pasan apuros económicos.
—Cuando se casó, Omar recogió sus cosas y se marchó con ella —recuerda el familiar—, y yo me quedé solo en la habitación. Ellos alquilaron una habitación con una mujer en Villa de Vallecas.
Ahí la pareja pasa los primeros meses de su enlace y Omar inicia su proceso para obtener la nacionalidad española. Al principio los padres de ella quieren respetar a la recién formada familia, en un intento de mantener la cohesión y cordialidad, aunque observan con preocupación la situación de necesidad que vive su hija, una muchacha cuyos padres gozan de una holgadísima situación patrimonial. Yolanda queda embarazada de Bilal, el primer hijo, una noticia que llena de entusiasmo a los Martínez y a los Al Harchi, pero que lleva al matrimonio a buscar un nuevo piso donde tener más intimidad. Se mudan a la localidad de Madridejos, en la provincia de Toledo.
—Cuando nació Bilal, fui a visitarle. Ahí Omar no estaba trabajando, sino que tenía una ayuda de doscientos euros para el piso. Y aquí en Madrid no podía pagarlo —explica Mohamed.
Con veintiséis años, el paro frustra los sueños de Omar, un marroquí que ha dejado a su familia en Tetuán para labrarse un futuro en la orilla europea del Mediterráneo. El padre estuvo preso en Marruecos por haber participado en la Revuelta del Rif (1958-1959), una rebelión de la población del norte del país contra la marginalización impelida tras el proceso de independencia. El levantamiento fue reprimido por las reales fuerzas aéreas, que bombardearon con napalm e invadieron por tierra varias ciudades de la región. El padre ha muerto hace siete años y la madre, con otros dos hijos a su cargo, no puede costear más formación educativa, así que Omar parte rumbo al norte con el propósito de labrarse un porvenir.
Pero la Gran Recesión de 2008, solo dos años después de su desembarco en España, infunde en Omar un sabor de resentimiento hacia un país que no era como le habían contado. Apenas hay oportunidades laborales y la rutina en Madrid es más hostil que en su ciudad natal. Tiene la sensación de que se le han cerrado todas las puertas y de que su sueño español ha sido un desengaño. Esa sensación de fracaso y desesperanza provocan en él unas ansias de rebeldía, una rebeldía que se nutre de interminables horas de tiempo libre. Tiempo para ver la televisión, para conversar con amigos y para navegar por la web. Y es así como empieza a frecuentar la Mezquita de la M-30, en el distrito de Ciudad Lineal, un lugar de encuentro con otros conocidos, incluso su propio hermano, con los que comparte la lengua y la cultura, y donde puede pasar las horas sin tener que pagar ninguna cuenta. En el Centro Cultural Islámico, el nombre oficial de la institución, conoce a la que será una de las personas más influyentes en su vida: Lahcen Ikassrien.
El marroquí tiene diecisiete años más que él y ha recorrido los frentes bélicos de Afganistán en los años 2000 y ha estado retenido tres años en la cárcel de Guantánamo. Ikassrien, a quien los conocidos llaman Hasan, ha sufrido incontables torturas bajo la custodia de los estadounidenses, unos episodios que ha denunciado públicamente en periódicos y canales de televisión tras su regreso a España y después de haber sido absuelto por la Audiencia Nacional de pertenecer a Al Qaeda. Hasan es, entonces, un héroe del nuevo orden mundial, que ha combatido la yihad contra el imperialismo estadounidense y ha sufrido los graves delitos de Occidente en la despiadada guerra contra el terror. Una experiencia que lo dota de cierto prestigio entre los jóvenes que frecuentan cada día el lugar, con los que habla, debate y ejerce cierta influencia:
—¿Cómo eran los interrogatorios en Guantánamo, Hasan? —le pregunta uno de los chicos.
—Eran muchas horas, pero no sé cuánto tiempo duraban, ya que no teníamos reloj ni ventanas. Me preguntaban por mi viaje a Afganistán y traían datos falsos. Me dijeron que si no colaboraba y les daba nombres me iba a quedar cuarenta años en Guantánamo.
—¿Cómo eran las torturas? —Me metían en una celda frigorífica y luego me echaban cubos de agua caliente. Después me llevaban a una habitación muy fría y me hacían correr para destrozarme las articulaciones.
—¿Tienes sentimiento de venganza?
—Espero que los responsables de nuestra detención sean algún día capturados y encadenados de pies y manos igual que estuvimos nosotros.
Ikassrien se erige entonces como el líder de los jóvenes que lo siguen en la mezquita, un grupo de quince hombres que se autodenominan, unos años más tarde, la Brigada Al Andalus: una red de captación, adoctrinamiento y envío de combatientes a los escenarios más sangrientos de la yihad integrada, según la Audiencia Nacional, por Lahcen lkassrien, Omar al Harchi, Mohamed el Amin Aabou, Nabil Benazzou Benhaddou, Mohammed Bouyakhlef y Mohamed Khalouk Darouani, entre otros. Muchos de ellos desaparecerán en los años sucesivos, acompañados por sus esposas e hijos, en la vorágine de la guerra de Siria.
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© Pilar Cebrián (2021) | · Cedido a MSur por Editorial Ariel