Retrato del artista en invierno
José Martínez Ros
Dirección: Pedro Almodóvar
Género: Largometraje
Guion: Claire Denis, Jean-Pol Fargeau, Geoff Cox
Intérpretes: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano
Produccción: El Deseo, Sony
Duración: 113 minutos
Estreno: 2019
País: España
Idioma: Castellano
Antes del estreno de Dolor y Gloria, no era disparatado suponer que Pedro Almodóvar, uno de los más grandes directores de la historia del cine español, estaba agotado. En el sentido de que ya había producido sus mejores obras, y que durante el último tramo de su carrera sólo revisitaría su pasado fílmicas, con versiones cada vez más fallidas de las películas que habían otorgado una fama mundial a su cine (y sólo hace falta recordar la mediocre Los abrazos rotos (2009), la patética Los amantes pasajeros (2013) o la anodina Julieta (2016): una década de esterilidad en la que sólo podemos destacar los destellos de genio del grotesco giallo La piel que habito (2011).
Esto no es algo excepcional: le ha pasado a muchísimos artistas en el pasado, incluidos muchos cineastas de la altura del manchego. Woody Allen llevaba casi dos décadas repitiendo sus grandes hits, en una serie de películas no demasiado inspiradas acogidas con una mezcla de cariño y resignación por sus fans, antes de convertirse en un proscrito sin derecho a la presunción de inocencia. Pero al maestro aún le quedaba –al menos- una última bala en la recámara.
Dolor y Gloria es el Retrato del artista a una cierta edad de Almodóvar. El Salvador Mallo al que pone rostro un extraordinario Antonio Banderas, en la mejor interpretación, de lejos, de su carrera, es su trasunto apenas disimulado. Hablando con un amigo próximo de esta película, éste objetó que era un autorretrato demasiado simpático, muy indulgente. Quizás. Pero esto no es un problema, a mi juicio, porque toda la película respira verosimilitud, sinceridad.
Serán precisamente las drogas, en concreto, la heroína, la que abra las puertas de su memoria
Salvador Mallo es un clásico vivo paralizado por diversas dolencias físicas, por la muerte de su amadísima madre (Penélope Cruz-Julieta Serrano, ambas estupendas). incapaz de afrontar el desafío de un nuevo rodaje. Una invitación de la filmoteca, que ha restaurado una de sus películas más famosas –no es difícil adivinar que se trata de la magnífica La ley del deseo, de 1987- le lleva a volver a ponerse en contacto, después de tres décadas de enemistad, con su protagonista (Asier Etxeandía enmascarado de ¿Eusebio Poncela?), un actor drogadicto y carismático. Serán precisamente las drogas, en concreto, la heroína, la que abra las puertas de su memoria, y lo lleven a evocar ciertos episodios decisivos de su época.
Con una estructura muy fluida, basada en encuentros, flashbacks y monólogos, con toque de cine-dentro-del-cine, Salvador Mallo descubre que toda su existencia puede resumirse en unos pocos momentos epifánicos que lo han definido, que han hecho de él el hombre que, en realidad, es. En particular, la relación con su madre; el primer atisbo de deseo en la infancia; y un gran amor extraviado en el dinámico, y muy peligroso, Madrid de los ochenta.
El estilo tardío de Almodóvar –una puesta en escena elegantísima, unos encuadres muy medidos, una serie interminable de composiciones y metáforas tan bellas como naturales- es llevado a un nivel de depuración difícilmente superable. En Dolor y Gloria no sobra ni una línea de diálogo, ni un solo plano. El resultado es casi hipnótico, y nos deja necesariamente con ganas de más. Diez años de espera, de películas olvidables, han valido la pena.
.
·
¿Te ha gustado esta reseña?
Puedes colaborar con nuestros autores. Elige tu aportación
Donación única | Quiero ser socia |