Paraíso perdido
Alejandro Luque
El productor de esta cinta, hijo de uno de los últimos militares que abandonaron el Sáhara español, propone a su padre regresar 40 años después al lugar en el que vivieron, y donde nacieron él mismo y sus tres hermanos. Acompañados por otro veterano y por las esposas de ambos soldados, se dirigen a Dajla, antigua Villa Cisneros, donde se reencontrarán con amigos de entonces y comprobarán cómo ha pasado el tiempo por ese árido y controvertido rincón africano que alguna vez fue su hogar. Un hogar del que fueron súbitamente desalojados ante la amenaza de la Marcha Verde orquestada por el rey marroquí Hassan II.
Con este presupuesto arranca lo último del director sevillano Paco Millán, un filme de entrada atractivo, como todo lo que tiene que ver con el Sáhara Occidental. El modo, hasta cierto punto humillante, en que nuestras tropas salieron de aquella plaza, el final del dominio colonial coincidente con la agonía del dictador, y por último la mala conciencia derivada del hecho de haber dejado en muy malas manos a la población autóctona, hacen del Sáhara, todavía hoy, una herida supurante en la psicología colectiva española.
Back to Sahara –título de inexplicable resonancia anglosajona, a menos que las miras estén puestas en el mercado extranjero– no quiere hurgar en la herida. Lo que se pretende, a través de añejas tomas en Super 8 y testimonios de los protagonistas, es recrear la vida cotidiana de aquellas familias españolas en un territorio que en un principio les pareció inhóspito, pero en el que acabaron deseando pasar el resto de sus vidas.
El que no haya confrontación alguna, más allá de la evocación de aquella dicha interrumpida, despoja de nervio al relato
Mientras los militares se entregaban a maniobras extenuantes, las mujeres se divertían organizando pases de modelos y criando a sus niños entre las dunas y la piscina. Eran jóvenes, estaban llenos de vitalidad e inocencia, y no necesitaban nada que estuviera fuera de su alcance.
Esa nostalgia del paraíso perdido impregna toda la visita del matrimonio De Ceano-Vivas y sus amigos. Pero precisamente el hecho de que no haya confrontación alguna, más allá de la evocación de aquella dicha interrumpida, despoja de nervio el relato. De acuerdo que la cinta está planteada como un explícito homenaje del productor a sus padres. Pero en la medida en que todo –el viaje, los recuerdos, los reencuentros–, es amable en el guión, la cabeza del espectador se llena de dudas: ¿Hasta qué punto la presencia de militares en la región era armónica? ¿Hasta dónde una forma de colonialismo, tolerado mal que bien? ¿Qué aprendió la familia de la lengua, la cultura y costumbres locales, además del arte de hacer té con hierbabuena? ¿Qué quedó de la huella española allí?
¿Qué aprendió la familia de la lengua, la cultura y costumbres locales, además del arte de hacer té con hierbabuena?
El coronel muestra en los primeros fotogramas su biblioteca especializada, en la que presume de poseer todo cuanto se ha publicado sobre el Sahara. “Para conocer aquello”, afirma, “lo primero es leer el Corán”. ¿Por qué? ¿Por qué lo primero? ¿No teme De Ceano-Vivas reducir así la identidad saharaui a una cuestión religiosa, levantando a priori el muro artificial entre moros y cristianos?
No cabe duda de que este hombre, como los amigos que comparten su periplo, alberga un sincero, entrañable vínculo con aquella tierra. Pero nada nos quitará la sospecha de que el retorno podría haber dado más de sí de haber corrido por los cauces de la reflexión crítica, y de la autocrítica, si procediere.
Es muy poco lo que conocemos de boca de los propios saharauis. Se nos muestra a varios que se consideran nostágicos de los años españoles, con el corazón repartido entre la metrópoli y el Sáhara. Pero también hay uno que murmura «ah, los novios de la muerte…» refiriéndose a los aguerridos legionarios de entonces, y cuando le preguntan qué recuerda de aquello, hace un gesto que significa: déjalo estar.
No se dice ni una palabra, sin embargo, del hecho de que el Frente Popular para la Liberación de Saguía al Hamra y Río de Oro -más conocido por sus siglas Polisario-, se creara en 1973 para luchar contra el colonialismo español. Si bien, una vez retirada España, se dirigió contra el nuevo ocupante, la corriente activista de la que nació contaba con varios muertos entre sus filas… en protestas contra España.
Cuando más beligerante se muestra el guión, es al tocar dos cuestiones laterales, dos subtramas llamadas a enriquecer ese tronco, algo anémico, del guión. Se trata, por un lado, el plan de un grupo de militares descontentos que quisieron atentar contra el gobierno de Marruecos y Mauritania, lo que tal vez hubiera dado al traste con nuestra Transición democrática, desatando la guerra de inmediato; y por otro, los numerosos conflictos relacionados con la pesca, como el ametrallamiento de parte de la tripulación del barco canario Cruz del mar, que a día de hoy sigue impune y sin esclarecer. Ambas cuestiones, una conjura fallida y un oscuro atentado, atañen a conflictos en los que el enemigo siempre es ajeno, lejano, inconcreto: es el otro.
Los momentos más interesantes son aquellos en los que el choque entre el pasado y el presente nos vacuna contra el paternalismo
Otro modo de tensar la acción es el énfasis que pone el productor en los peligros que hubieron de sortear para filmar en un Sáhara lleno, al parecer, de ojos y oídos. No dudo que una cámara y un micro de tamaño normal les habría puesto en aprietos en la aduana -más aún cuando, al parecer, les habían negado todos los permisos-, pero tanta insistencia en este detalle recuerda más a los sensacionalistas programas de televisión que a un cine hecho para trascender.
Los momentos más interesantes son aquellos en los que el choque entre el pasado y el presente nos saca del ensimismamiento y nos vacuna contra todo asomo de paternalismo: sin ir más lejos, el antiguo policía territorial – es decir, saharaui al servicio de España – que acabó convirtiéndose en un próspero empresario del pescado, despachando partidas millonarias a golpe de celular, insinúa apenas una línea de trabajo interesante, pero lamentablemente desaprovechada.
Back to Sahara es un filme, en fin, con momentos emotivos, con revelaciones que sorprenderán a quienes nunca se hayan imaginado cómo era la vida en nuestras antiguas colonias, y sobre todo con unos protagonistas más que solventes, que demuestran una asombrosa naturalidad ante las cámaras. Pero también un trabajo que deberá completarse en el futuro con más aportaciones, con puntos de vista más objetivos, menos condicionados por las servidumbres sentimentales. El retorno al Sáhara no ha hecho más que empezar. Y ahora, por fin, empezamos a tener los lentes limpios para verlo.