Crítica

Comerse la cabeza

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos
L’home dibuixat
Dirección: Joan Celdran, Àngel Leiro

Género: Documental
Participantes: Jaume Sisa
Guion: Joan Celdran, Àngel Leiro, Francesc Orteu
Produccción: Mallerich Films Paco Poch, TV3
Duración: 58 minutos
Estreno: 2021
País: España
Idioma: catalán, castellano

 

Creo que estamos todos de acuerdo en que Jaume Sisa es uno de esos olvidados que merecerían mejor suerte. Su indiscutible talento, su singularidad, su valiosa aportación a la cultura española como músico y hombre del espectáculo chocan de frente con la facilidad con que en este país arrumbamos en el trastero –cuando no arrojamos directamente al cubo de los desechos– a creadores dignos de mimo y reconocimiento. Sisa es uno de ellos, pero no uno cualquiera.

Este documental de apenas una hora de duración promete, al menos sobre el papel, ser una buena puerta de entrada a su mundo. El hecho de que se anuncie como “una conversa” resulta desde luego atrayente, porque la conversación es una de las artes que, junto con la composición y la interpretación, mejor ha dominado el artista del Poble Sec a lo largo de su vida. Basta echar un vistazo a los fragmentos de entrevistas recogidos en él para percibir una ironía sutilísima, una genuina retranca como uno de sus atributos principales, que lo definen como hombre, como artista y como catalán.

La cinta de Celdran y Leiro combina esas tomas con otras realizadas ex profeso para esta producción, y en éstas vemos a un Sisa ya veterano, de sonrisa tímida, que hace memoria de algunos de los episodios principales de su vida: desde la Nova Cançó en la que fue militante destacado al célebre festival de Canet de 1975 en el que se le prohibió cantar, su despedida de los escenarios y el renacimiento bajo la identidad de Ricardo Solfa, su heterónimo nacido en un barco llamado El Azul de Cartagena, en cuya orquestina tocaba su padre la batería…

No siempre los filetes limpios saben mejor: a menudo es un placer comerse el pescado entero

Como no puede ser de otro modo, nuestro protagonista despliega su capacidad para brindar titulares. Habla de los recuerdos como “una droga deliciosa”, nos cuenta que empezó en la música para ser Bob Dylan, considerándose un fracasado después de haberse resignado a ser Jaume Sisa; se emociona recordando a su madre y sus desvelos, y se permite alguna brillante boutade como esa de que podríamos suicidarnos a los 30 años, porque a partir de esa edad no hay nada interesante que uno pueda hacer…

Claro que, conforme avanza la cinta, se advierte que los titulares no son una conversación. Al menos este espectador habría esperado que la conversación prometida hubiera sido real, con sus digresiones, incluso con sus titubeos. No siempre los filetes limpios saben mejor: a menudo es un placer comerse el pescado entero, incluso con la cabeza, que según mi querido Fernando Quiñones era lo mejor del pescado. Y una cabeza como la de Sisa debe de saber muy bien.

El hecho de que de Sisa se nos muestre un único plano, estático, aun siendo una opción legítima se antoja también un signo de pereza o de carencia de recursos. Y siempre, cuando se empieza a disfrutar con el discurso del artista, cuando se quiere más, entra algún número musical. Quizás sean necesarios para ilustrar la carrera del personaje, pero me temo que son demasiados, y muchos están al alcance de la mano en Youtube.

Con todo, pasar una hora con el cantautor galáctico, con su verbo y con sus canciones, es una delicia para cualquiera que quiera volver la vista atrás con curiosidad y sin adanismo, y aprender de los logros y de los tropiezos de un creador irrepetible. Y de paso aprender que entre un cantante underground y un clásico fundamental a veces solo hay 45 años de distancia.

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