Crítica

Cine con cabeza

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos

Oscuro y lucientes
Dirección: Samuel Alarcón

Género: Documental
Guion: Samuel Alarcón
Intérpretes: Féodor Atkine (voz en off)
Produccción: Tourmalet Films y Marmita Films
Duración: 82 minutos
Estreno: 2018
País: España
Idioma: Castellano

Se habla a menudo de la efímera vida de las producciones modestas, aquellas que pasan por la cartelera tan aprisa que casi nadie repara en ellas. Pero también podría decirse que estos filmes, precisamente por sus características de distribución, están siempre de estreno. Así sucede con este Oscuro y lucientes de Samuel Alarcón, que el año pasado se dio a conocer en el SEFF de Sevilla y que hace unas semanas podíamos ver, como nuevo, en el Alcances sevillano.

Ni el tema del filme caduca, ni su apuesta estética tiene visos de hacerlo. Muy al contrario, este intento de resolver un viejo misterio –¿Por qué el cadáver de Goya fue decapitado, y adónde fue a parar el cráneo?– se ve y se disfruta como un asunto de palpitante actualidad, pues así ocurre siempre con los misterios bien planteados. El que inspira a Alarcón se remonta a su infancia, cuando su padre le contó en el madrileño cementerio de san Isidro la historia de la muerte del pintor en 1828, mientras estaba exiliado en Burdeos, y el traslado a España de un cuerpo incompleto.

Así, el clásico producto de divulgación de arte e historia se desarrolla aquí en clave de thriller, con unos recursos gráficos muy bien aprovechados, un ritmo óptimo y una tensión muy bien sostenida, de modo que hasta el espectador más indolente en materia cultureta se resistirá a ir al baño mientras dure la proyección.  El director de La ciudad de los signos y Comedores de esperanza muestra aquí su mejor versión creativa, teniendo muy presente que su producto va destinado a la pantalla grande y a un público amplio, alejándose considerablemente del tono del documental televisivo.

No quiere decir, desde luego, que el espectador no aprenda: lo hará, y mucho. No tanto de la vida de Goya como de su muerte, de sus últimos días, de la familia y amigos que le rodeaban y del macabro destino de su ilustre cabeza descarnada, que serviría de modelo, andando el tiempo, para algún discreto pintor fetichista.

Pero sin duda el gran hallazgo de la cinta es la voz en off de Féodor Atkine, un actor de vieja escuela que ha trabajado con Sidney Pollack, Eric Rohmer, Woody Allen, Robert Alman o John Frankenheimer, y con Carlos Saura, Pilar Miró o Álex de la Iglesia en España, y que dota a la narración de un alma absolutamente cautivadora. Se preguntará alguno, con razón, si no había voces más a mano en el concurrido mercado laboral hispano. Sin duda sí, y seguramente muy buenos, pero lo que hace Atkine es ni más ni menos que magistral, impecable. Solo por su faena vale la pena ver esta película.

Pero, como se ha dicho, hay mucho más. Se visitan los escenarios, se documentan todos y cada uno de los pasos, se especula con gracia. Nada mal para tratarse de un joven director y una de esas películas que suelen llamarse de vida efímera, pero que seguirán dejándose ver con gusto mucho, mucho tiempo.

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