El jaque mate de Morente
Alejandro Luque
Dirección: José Sánchez-Montes, Gervasio Iglesias
Género: Documental
Intérpretes: Estrella Morente, Antonio Arias, Tomatito, Vicente Amigo, Alberto Manzano
Produccción: Sacromonte Films / Telecinco Cinema / Universal
Guión: José Sánchez-Montes
Duración: 80 minutos
Estreno: 2016
País: España
No sé por qué, si pienso en Enrique Morente la primera imagen que me viene a la cabeza no es del cantaor sobre el escenario, ni en el estudio de grabación, sino jugando al ajedrez en el Candela con Miguel, el dueño de aquella taberna que otrora fue templo madrileño del flamenco. Solían tomar posesión del tablero en una discreta mesita del fondo, y allí se daban a morosas conversaciones mientras practicaban ese deporte idóneo para sus capacidades: granadinos de Lavapiés ambos, Enrique y Miguel tenían una innata mezcla de creatividad e inteligencia propia de los ajedrecistas, pero que no excluía una vehemente sensibilidad.
He recordado la imagen del ajedrecista Enrique viendo este documental sobrio e interesantísimo sobre la gestación de la obra maestra del cantaor, Omega. Y he pensado en esas jugadas incomprensibles, casi suicidas que a veces hacen los grandes maestros, movimientos contra toda lógica que sumen a los rivales en el desconcierto. Eso fue tal vez lo que hizo Morente cuando –de todo hace 20 años– se embarcó con sus paisanos Lagartija Nick en la aventura de adaptar a Lorca a través de la música de Leonard Cohen. Flamenco, punk rock, canción canadiense y poesía podían parecer (y parecieron) un ajedrez a cuatro bandas, pero Morente vio la jugada, o al menos la intuyó con clarividencia, y fue a por todas.
El documental de Sánchez-Montes –a quien conocíamos de otro espléndido trabajo anterior, Morente sueña la Alhambra– tiene, entre otras virtudes, la de contar muy bien la génesis del proyecto y su accidentado desarrollo, pero sobre todo el alcance que tuvo como revelación del flamenco para toda una generación: más o menos la réplica noventera de La leyenda del tiempo de Camarón. Acierta el director a explicar, aunque someramente, los antecedentes del cantaor en aventuras inciertas como aquel Macama Jonda del catedrático gitano José Heredia Maya, donde Morente compartió tablas con la cantaora La Negra, nacida en Orán y madre de Lole Montoya para más señas. A través de las entrevistas con los músicos implicados en Omega, se reconstruyen las tribulaciones que rodearon la grabación, con especial interés para el momento en que el cantaor intuyó que hacían falta refuerzos jondos: además de Miguel Ángel Cortés, echó mano de Tomatito, Vicente Amigo, Cañizares, entre otros, muy consciente de la línea ofensiva-defensiva que estaba diseñando. Y como guinda, se rescatan cortes inéditos, bien descartados a mi parecer, pero de un incalculable valor como complemento del álbum original.
Había derribado la frontera, y ahora gustaba de pasar de un lado a otro, como si nunca hubiera existido
Asimismo, se sigue la trayectoria posterior de Morente, a quien no podía pedírsele que repitiera una diana como la de Omega, pero sí que fuera coherente con su actitud de desinhibición total a partir de los más estrictos fundamentos flamencos, y que le permitió colaborar con gente como Pat Metheny o Sonic Youth, al tiempo que producía discos como aquel homenaje a Picasso titulado Pablo de Málaga. El cantaor había derribado la frontera, y ahora gustaba pasar de un lado a otro de la misma tan ricamente, como si nunca hubiera existido. De paso, animó al prójimo a hacer lo mismo: no solo a los flamencos o los rockeros (gente como Pony Bravo o El Niño de Elche son desiguales retoños de aquella rama), sino que también propuso nuevas aproximaciones a la obra de Federico, como Serrat en su día nos permitió llegar de otro modo a la de don Antonio Machado o Miguel Hernández.
Aunque todos los testimonios recogidos aportan a las conclusiones finales, una vez más es Morente quien, en apenas un puñado de fogonazos, brinda las claves de la filosofía que dio vida a Omega. Especialmente regocijante es el momento en que habla de la conveniencia, casi la necesidad de molestar, de ofender incluso a los guardianes de la ortodoxia, lo que –más allá de su pasajero mimetismo con pulseras de pinchos y botas estridentes– demuestra el espíritu constructivamente punk del granadino. Y señala el camino a seguir para aquellos que quieran trabajar, en adelante, en la evolución del arte flamenco: no habrá desarrollo sin insubordinación, parece decirnos, no habrá futuro sin herejía.
En las últimas décadas ha habido cantaores eruditos, también los ha habido osados, algunos han sido también astutos o inteligentes. La conclusión final del filme de Sánchez-Montes es que solo Morente podía concebir un atrevimiento como Omega, porque solo en él coincidían el aficionado cabal, el kamikaze y el ajedrecista. El primero puso la sabiduría, el segundo el arrojo, el tercero movió la ficha por todos. Veinte años después, seguimos asombrándonos con la jugada que dio pie a aquel memorable jaque mate.
¿Te ha gustado esta reseña?
Puedes colaborar con nuestros autores. Elige tu aportación
Donación única | Quiero ser socia |