Crítica

Road movie literaria

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos
Nedim Gürsel
De ciudad en ciudad. Sombras y huellasgursel-ciudad

Género: Ensayo.
Editorial: Alianza.
Páginas: 350.
ISBN: 978-84-2065-259-7
Precio: 21,50 €.
Año: 2005 (2011 en España).
Idioma original:  Turco.
Traducción: María Dolores Torres París, Carmen Torres París.
Título original:  İzler ve Gölgeler

No me gustan los libros de viajes, pero de todos los libros de viajes, éste es el que más me gusta. Iba a poner esto como conclusión al final de la reseña, pero por qué no empezar por ahí y así les ahorro a ustedes el resto de la lectura, por si tienen prisa.

No pretendo pontificar respecto a mi aversión hacia los libros de viajes: puedo dar fe, para escoger un ejemplo cercano, que el compañero Alejandro Luque ganara con su “Viaje a la Sicilia con un guía ciego” no sólo un premio sino además un puñado de admiradoras de las que algunas incluso aseguran que el libro es útil como guía de viaje. No seré yo quien les contradiga.

De manera que no voy a extenderme con boutades como que los libros de viaje los escriben quienes no tienen talento para novelas ni disciplina para reportajes ni paciencia para una tesina. Además, por lo que dicen de Nedim Gürsel, turco afincado en París, es un gran novelista. Y no todo el mundo puede ser Kessel, capaz de firmar las mejores novelas de la literatura francesa tras un viaje por Afganistán o Kenia.

Digamos mejor que eso de escribir libros de viajes recuerda a un viajero de los antiguos, antes de que se inventara la palabra turismo. Imaginamos a Gürsel caminando, con abrigo y sombrero, por las calles para comprar en un mercadillo de segunda una postal antigua, en tono sepia, que muestre el perfil de un famoso escritor de la ciudad en cuestión. Dostoyevski, en San Petersburgo. Kadaré, en Tirana. La alegre muchachada de Bowles y Bourroghs en Tánger. Gogol, en Kiev. O por supuesto Kafka, en Praga. Luego garabatea en el dorso algunas palabras sobre las callejuelas encantadoras, la fina lluvia y si se tercia, algún verso, y a Correos.

Eso, pero en versión literaria ―nada de garabatear: Gürsel traza una letra fina, precisa, cuidada al extremo― y en 300 páginas. Quince ciudades dan para mucho. Y no siempre son escritores los personajes en los que se fija el viajero. En Rotterdam puede ser el fotógrafo Breitner, y de ahí hay saltos a Marguerite Duras y a Hiroshima.

Gürsel traza una letra fina, precisa, cuidada, en 300 páginas: quince ciudades dan para mucho

En Roma es Caravaggio (un perfil dibujado a claroscuros fuertes, como le gustaban a ese pintor: confieso que nunca supe quién era realmente Caravaggio, por qué marcó siglos, hasta leer este perfil a brochazos de Nedim Gürsel). En Buenos Aires es Carlos Gardel y toda la cultura del tango, aunque desde luego también asoman Borges y Martín Fierro. En Nueva Orleans es la Blanche du Bois de Tennessee Williams que viaja en un tranvía llamado deseo.

Algunas ciudades merecen doblete: no sólo Kafka escribió en Praga, sino también Paul Leppin. Kiev es también la ciudad del pintor y poeta Taras Chevchenko, no sólo la del duro Taras Bulba, casi insuperable en su dureza gogoliana. Del Ahundov de Bakú pasaremos rápido; si ustedes conocen a Izet Sarajlic de Radimlia, les felicito, yo aún tengo que enterarme bien de Ivo Andric, el de Sarajevo. Ah, y a que no adivinan quién es el de Bruselas? Baudelaire.

Acabaremos en Estambul, o en una casa en Rochefort, costa atlántica francesa, con reminiscencias de Estambul: aquí vivió Pierre Loti, desde aquí se carteaba con un sultán otomano, desde aquí revolucionó la literatura francesa con su historia de amor clandestino con Aziyadé, la circasiana de Estambul. Novelas orientalistas, por supuesto, una mirada de extraño que dibuja un mundo exótico como él quiso verlo, pero que sí abrió a los escritores franceses un nuevo mundo (Isabelle Eberhardt, que no fue orientalista sino auténtica, transubstanciada en argelina, se inspiró en Loti; lástima que Nedim Gürsel no tocara Argel en su periplo).

Nazim Hikmet, el poeta nacional turco, fue muy severo con Loti, al que acusó de todos los males colonialistas, pero es ahí donde Gürsel discrepa de su maestro, un duelo postumo por el honor de un colega.

En Albania, primer país del mundo con un museo del ateísmo, ahora todos buscan una divinidad

Nazim Hikmet es algo así como el guía de Gürsel a través de Europa: de Praga a Kiev y Bakú, los versos del poeta pespuntean el recorrido. Pero también están Can Yüzel y el griego Giorgos Seferis. Y Apollinaire que, por cierto, protagoniza Basilea.

No todo es literatura. En Albania, Gürsel escucha de primera mano el relato sobre la caída y la ejecución ―dicen que suicido― de Mehmet Shehu, camarada y mano derecha de Enver Hoxha: un dictador no puede dejar que nadie crezca bajo su sombra. Y no le perdona al gran Kadaré ―el único escritor con el que se encontró personalmente― que llamara “presidente” y defendiera al general golpista turco Kenan Evren, que acababa de prohibir dos libros de Gürsel y le obligara a exiliarse.

El de Albania, de todas formas, es mi capítulo preferido: la visión de un país recién liberado de una dictadura obsesiva, lleno de búnkeres inútiles, entre los que las chicas pasean “con pantalones rosa fuerte o azul índigo: sus camisetas y sus blusas son tan cortas que dejan el ombligo al aire”. El primer país del mundo con un museo del ateísmo en el que ahora todos están en busca de una divinidad. “¿Quiere usted ser católico o musulmán? Si prefiere el protestantismo, también disponemos de él en nuestros stocks. ¿Y qué le parece la religión ortodoxa? Basta con pedirlo, no se preocupe de nada, nosotros nos encargamos de todo”. El futuro está a la vuelta de la esquina: “El ateismo preconizado por Enver Hoxha sólo será un recuerdo. Y las guapas albanesas llevarán o un crucifijo o el velo islámico”.

Una mirada antropológica, una observación aguda, pero siempre desde la esquina de la calle

En el otro lado del mundo, en Nueva Orléans, la otra cara de la moneda: el carnaval rompe las rígidas barreras, premia con collarcitos a las chicas que, siguiendo la costumbre, estos días se suben la camiseta para mostrar las tetas desde el balcón y desatan la furia, bajo la mirada escéptica de un escritor turco afincado en París, que compara este tabú americano del cuerpo con las playas de Niza, donde las mujeres toman todos los días el sol en topless. Sin collarcitos.

Una mirada antropológica, una observación aguda, pero siempre desde la esquina de la calle: el viajero no forma parte de todo aquello y el máximo diálogo recogido con los figurantes anónimos de esta road movie por entregas es el que le vincula a aquella camarera de San Petersburgo: Do svidania.

Si piensan hacerse un viaje por Europa, no lo duden.

[Advertencia a la editorial: revisen urgentemente su programa de edición. No sólo porque es la segunda vez que me encuentro las notas al pie de página partidas por la mitad, con la frase acabando 30 páginas después, sino porque me han vuelto a colar el nombre de Skanderbeg, Iskender Bey, Jorge Castriota para los historiadores, el héroe albanés, convertido en Skanderberg, al igual que en El Cerco de Kadare. Tómense otra Carlsbeg, pero háganselo mirar.]