Crítica

Crunchy-crunchy tostadas

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos

Vicente Molina Foix
Kubrick en casa

 

Género: Ensayo
Editorial: Editorial Anagrama
Páginas:136
ISBN: 978-84-339-1629-7
Precio: 8,90 €
Año: 2019
Idioma original: castellano

Algunas de mis épocas de mayor voracidad lectora se las debo en parte a Stanley Kubrick. O mejor dicho, a la profunda admiración que siento por él. Leyendo el libro que le dedicó Michel Herr, descubrí que el cineasta solía leerse tres libros por semana. “’¡Tres libros!”, exclamé para mis adentros, antes de reflexionar ingenuamente: “Entonces, si yo quiero parecerme siquiera un poco a Kubrick, debería empezar por leer tanto como él”. Y aunque bulimia lectora no sea siempre sinónimo de calidad y mucho menos de sabiduría, estoy agradecido por ese empujón involuntario, que me ha permitido en alguna época encontrar perlas a fuerza de remover mucha arena.

Sigo leyendo todo lo que me permiten mis obligaciones, y sigo venerando a Kubrick. Creo que nadie como él ha sabido trasladar la literatura al cine, con la atención y la libertad que este ejercicio requiere. Y sigo leyendo cualquier cosa que se diga sobre él, de modo que este Kubrick en casa no iba a ser una excepción. Con la sorpresa añadida de que no tenía ni idea de que Vicente Molina Foix, a quien conocía como poeta y novelista, y a quien he entrevistado alguna vez, hubiera sido el traductor de varias de sus películas a nuestro idioma.

Resumiré la historia: Molina Foix, quien había pasado una temporada dando clases en el Reino Unido, Oxford para más señas, recibe una llamada de Carlos Saura: el maestro del celuloide, cuidadoso en extremo con todos los detalles, busca traductor para los doblajes de subtítulos de su nuevo filme. Comienzan ahí veinte años de colaboración, que son los que comprenden cinco títulos memorables: La naranja mecánica, El resplandor, Senderos de gloria, La chaqueta metálica y Eyes wide shut.

Nos permite asomarnos al esfuerzo que supone verter obras particularmente difíciles en otra lengua

El escritor ilicitano nos introduce así en la casa de Kubrick en la campiña de Childwickbury, para brindarnos un retrato de primera mano del genio de lo más revelador y regocijante. Frente a las miradas más tópicas, las que retratan a un Kubrick maniático y despótico (capaz de decirle a Kirk Douglas una genialidad como “eres una mierda llena de talento”), aquí se nos confirma lo que sus devotos ya sabíamos: que se trataba de un perfeccionista en un mundo artístico cada vez más acuciado por la prisa y la economía, pero nunca un megalómano. Sabía que una buena película es una creación colectiva, y el director la persona llamada a sacar lo mejor de todo el equipo. Su éxito era el de sus colaboradores, y viceversa.

Quienes no compartan la pasión por el cine kubrickiano, tal vez encuentren en estas páginas otros asuntos de interés: por ejemplo, asomarse al esfuerzo que supone verter obras particularmente difíciles en otra lengua. En este sentido, Molina Foix se estrenó a lo grande con La naranja mecánica, en cuya obra original el novelista Anthony Burguess había prácticamente inventado un nuevo idioma a partir de imaginativas construcciones. Los queridos drugos, los discos de Beethoven que alucinan “de fenómenos” y el tipo extraño que desayuna en casa del protagonista “crunchy crunchy tostadas” es una creación de Molina Foix a partir de la citada obra y el consiguiente guion cinematográfico.

Lo mismo puede decirse del reto que supuso para él traducir los hilarantes apodos o las expresiones obscenas que se escupen sin parar en La chaqueta metálica, por poner otro ejemplo. Pero hay mucho más, y eso invito al lector descubrirlo. En particular, recomiendo atención al capítulo sobre cómo se rodó El resplandor, así como a las otras muchas anécdotas que recuperan a un Kubrick próximo, cálido, vivo. Y eso no es solo un producto de la buena memoria, sino de una pluma con muchas horas de vuelo.

La guinda del volumen es una larga entrevista que Molina Foix hizo al cineasta, y que es todo un regalo.

El librito se lee en un suspiro, pero volveremos a él cada vez que desempolvemos sus películas, o las busquemos en las nuevas plataformas. Recordaremos con ellas que Kubrick no fue solo un generador de imágenes inolvidables, sino también un portentoso contador de historias, y alguien capaz de tomar las historias de otros y amplificarlas mucho más allá de lo que el texto dice. Un creador, también, de una era del cine que ya no existe.

Cualquier detalle acerca de su obra o su pensamiento nos interesa. Es por ello que el esfuerzo de Vicente Molina Foix merece toda nuestra gratitud, y por qué no, un poco de nuestra envidia.

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