Como un gato triste por los tejados
Ilya U. Topper
Jacinto Pariente
Harto de prodigios
Género: Poesía
Editorial: En picado poesía
Páginas: 104
ISBN: –
Precio: ? €
Año: 2018
Idioma original: español
Hay unos niños en el bosque. No se sabe bien qué hacen allí, si están perdidos, abandonados, si forman parte del bosque, si es un refugio. Hay pájaros y recovecos y agua, y las hojas caen como preguntas.
Las hojas caen como preguntas. En cada poema de Jacinto Pariente (Málaga, 1972) hay un verso así, una imagen perfecta, una línea que queda ahí como una pintura rupestre, para siempre: El reloj se durmió en el segundero. Trova el valium su nana noche a noche. Está el viento / secando la colada con su boca. Un adiós que es adiós con ticket de ida. No vengas con Neruda y con pasteles. Esa flor en maceta prisionera. El sol, de un amarillo huevo frito. Un gato / con sus siete vidas bajo el brazo. Cuando mira sus pies aún no comprende / que están rotas su casa y sus sandalias.
Esta última es de la balada de Ghalib. No sabemos quién es Ghalib, pero con esta frase lo comprendemos perfectamente.
Los poemas de Jacinto Pariente son como un bosque: maleza, raíces cruzadas, zarzas. Cuesta a veces caminar por los versos porque no sabes adónde el poeta quiere llevarte. Quizás no lo sepa ni él mismo. Quizás le dé incluso igual. Quizás escriba estas líneas, baladas, sonetos inventando bosques, niños, gatos, la princesa Ciruelo, un martini con aceituna, un habitante de un iglú, un mackynavaja de Haití, un neanderthal almorzando con servilleta y ticket de restaurant, simplemente porque sí, porque puede. Por diversión no es la palabra: no son divertidas. El único instrumento que sabes tocar bien es el llanto, dice otro verso. Y las palabras valium y lexatin y diozepam aparecen por los poemas como antaño nenúfares, golondrinas y cisnes. Escribe como maúlla el gato arisco de su balada: su soledad deriva en soleares.
Eso sí: puede. Jacinto Pariente, malagueño, traductor de inglés, aparte de estudioso del persa y el islam, lector del mundo, cráneo privilegiado, tiene nivel para meterse en este bosque y en el que quiera. Tiene carta blanca para hacer con el idioma lo que se le antoje. Verbigracia coger un par de baladas de Bob Dylan – Seven curses y Ramblin’ Gamblin’ Willie – y transformarlas en romances medievales españoles. Con todas sus letras. Sus rimas asonantes: La sombra negra de la horca / se tragó la tarde amena / en la noche ladran perros / llora de rabia la tierra…
Tiene carta blanca para coger unas baladas de Bob Dylan y transformarlas en romances
El tahúr, por su parte, pasa por Cazorla y Ávila, la bien cercada, se llama Gildardo el sota: Apostaba en el palacio / barajaba en el burdel / doquiera que iba la gente / con sus cartas iba él. Hasta juega con el abad de Toledo / que perdió el alma, el anillo / y la mitad del monasterio. Añádenle, para que no falte, el romance del indiano y la carpintera, esa canción que Bob Dylan nunca cantó, pero Joan Baez sí. Si hay alguien en la sala que tenga su dirección, la de Joan Baez, digo, que le mande un ejemplar de Harto de prodigios: igual se arranca a cantarla de nuevo, pero ahora navegando entre Castilla la Vieja y Potosí.
Joan Baez está encima del escenario, Jacinto Pariente está abajo, escribiendo sonetos: Otra preocupación, otra factura / otra llegada a pelo a fin de mes / otra vez sin condón, otro traspiés… Buscando algún asunto que empiece no empezados los días mejores. Y preguntándose, como todos habremos hecho alguna vez: ¿Qué coño soñarán los ganadores?
Harto de prodigios es un largo maullido de gato sin dueño. Por no tener no tiene ni ISBN; no soy el único en interpretar que las palabras En picado. Poesía en la portada representen una editorial, pero es una interpretación. Eso si, tiene un prólogo hermoso de la poeta andaluza Chantal Maillard. Y si Jacinto Pariente, con un algo maxestrellado en la mirada, rodeado de sus gatos, su colección de poesía persa en original, sus diccionarios, sus puñales de no sé qué lejanas tierras, se sigue metiendo en este bosque de versos suyos, intuimos, es porque en el bosque aún hay esperanzas. Las palabras pueden ser un refugio, mientras se alineen, pueden dar sombra. Porque al final del bosque hay un desierto. O un tejado.
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