Crítica

El cantante, no la canción

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos

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Mauricio Wiesenthal
Siguiendo mi camino

Género: Ensayo
Editorial: Acantilado
Páginas: 480.
ISBN: 978-84-15689-44-7
Precio: 26 euros.
Año: 2013

La correspondencia nunca ha tenido demasiado prestigio en literatura. Aunque hay títulos más que notables, desde las Cartas de Lord Chesterfield a los epistolarios de Max Aub, el público de este género ha sido por lo general escaso, y no han faltado quienes recomendaran a algunos escritores –pienso, por ejemplo, en el joven Oscar Wilde– que escribieran menos cartitas y se dedicaran a lo serio, que era y es la poesía y la novela.

En estos tiempos de ‘mails’ frenéticos, en plena dictadura de los 140 caracteres, la correspondencia pausada y confidente se ha convertido casi en una excentricidad. Y tenía que ser uno de nuestros últimos raros, nuestro perpetuo excéntrico Mauricio Wiesenthal, quien viniera a refrescar el género con una colección de correos electrónicos –pues tampoco hay que prescindir a la fuerza de las nuevas tecnologías– que acaban conformando el mejor ensayo del año pasado.

Wiesenthal es una fonoteca ambulante con una prodigiosa memoria

Parece justo agradecer al periodista Alfredo Valenzuela el mérito de haber estimulado como correspondiente el verbo de Wiesenthal respecto a una de sus grandes pasiones: la música, y en concreto las canciones. Sabido es que entre las siete o las setecientas vidas vividas por el autor de El esnobismo de las golondrinas destaca su faceta de intérprete musical, y quienes hayan asistido a alguna de sus conferencias sabrán que no es nada inusual que las culmine ofreciendo dos o tres muestras de sus facultades vocales.

Wiesenthal es, en efecto, una fonoteca ambulante, y su prodigiosa memoria le permite no solo reproducir letras de considerable extensión convenientemente entonadas, sino también explicar con detalle el origen de los diferentes estilos, y en qué circunstancias personales los aprendió.

Por otra parte, abordar un libro de Mauricio Wiesenthal implica hablar de algo de lo que casi no se habla en la literatura actual: del estilo. El de este autor es siempre riquísimo en recursos, dotado de un ritmo arrebatador desde los primeros compases, vigoroso en la sonoridad pero ligero para la lectura de fondo, inconfundiblemente suyo desde la primera a la última línea. ¿Cómo lo hace? Solo podemos aventurar una respuesta: escribe así porque lleva toda la vida puliendo su prosa, forjando su propia voz, llenando folios y saturando papeleras, hasta llegar al nivel de aquel viejo arquero de la fábula oriental: hay un momento en que, a fuerza de ejercitar la puntería una y otra vez, ya no puedes fallar…

Importa muy poco qué nos cuenta, si una anécdota privada o las claves del pensamiento de Nietzsche

Como sucede con otro maestro del idioma –aunque radicalmente distinto en tono y actitudes–, el colombiano Fernando Vallejo, Wiesenthal es de los pocos escritores de los que nos importa muy poco qué nos cuente, si una anécdota privada o una observación sobre la poesía de Rilke, sus impresiones sobre ciudades como Venecia o Cádiz o las claves del pensamiento de Freud o Nietzsche: nos dejamos llevar con absoluta confianza y deleite, porque ya sabemos que nuestra sensibilidad va a verse incitada, y nuestra inteligencia concernida.

No, no importa, en principio, lo que nos cuente Wiesenthal. Pero resulta que, además, nos acaba importando siempre. Aquí logra que nos interesemos por la genealogía de las canciones, que entendamos cada vez que cantamos estamos echando a andar la máquina secular de la tradición. Que en la zambra se esconde la errante libertad del pueblo gitano, como en el tango la quintaesencia del espíritu porteño, que en las canciones napolitanas vive encapsulado el esplendor perdido de la ciudad junto al Vesubio, y que cada vez que acometemos ‘hits’ como Love me tender o Lili Marlene, aunque sea bajo la ducha, invocamos raíces, entramos en contacto con emociones de otro tiempo y de otros lugares, ensanchamos nuestro universo íntimo a la vez que entregamos el fuego a las generaciones venideras.

Además, de un maestro de la digresión como Wiesenthal no cabe esperar sino textos que excedan sus propósitos iniciales para conducirnos a terrenos que nada tienen que ver, al menos aparentemente, con la música. Por eso Siguiendo mi camino es mucho más que un cancionero comentado, del mismo modo que su Libro de réquiems era más que un panteón de maestros, o El esnobismo de las golondrinas un simple catálogo de ciudades. Estas páginas vuelven a ser un breviario de su filosofía vital, la fe de vida del escritor que sintió que llegaba cuando las luces se apagaban, pero ha sabido ver en la oscuridad que el amor y la felicidad estaba en otra parte, y no donde algunos ponían interesadamente el foco.

Habrá lectores que se pregunten si los romances mexicanos ocurrieron tal cual los relata

Esta correspondencia de Mauricio Wiesenthal, en fin, carece de algo muy abundante en el ensayo, que es la pedantería y la gélida erudición. Y posee algo por desgracia muy escaso en el género, que es el gozo, la pasión. No olvidemos que, para el autor, 1789 es quizá, entre otras cosas, la fecha de una derrota; no porque desprecie la libertad, la igualdad ni la fraternidad, que se le suponen como el valor a los legionarios, sino porque cuestiona la superioridad de la razón sobre el corazón –para él pretexto de un fanatismo equivalente al de los radicales religiosos–, y lo hace de un modo tan persuasivo que hasta los ateos irredentos terminamos compartiendo sus oraciones y sus ofrendas.

Un último atributo hace de Siguiendo mi camino un ensayo diferente a la mayoría: la fantasía, la legítima facultad del autor para moldear la memoria. Habrá lectores que se pregunten si los romances mexicanos ocurrieron tal cual los relata, o si los hechos y los geniales diálogos referidos a su esposa británica se ajustan estrictamente a la realidad. Y no faltará quién proteste ante la duda.

Personalmente, me importa muy poco qué hay de verdad pura y qué de fabulación en estos correos. No soy lector de prensa rosa, y para mí poseen valor desde el punto y hora en que se vierten sobre el papel. La primera vez que entrevisté a Mauricio Wiesenthal le comenté que, después de leer sus libros, uno tenía la impresión de que lo había vivido todo. “No, lo he soñado todo”, me respondió. No puedo imaginar una ambición más alta para un poeta, para un creador, para un hombre.