Más allá de la canción protesta
Alejandro Luque
Hace unos años, el director de cine Javier Corcuera y el inquieto músico Fermín Muguruza decidieron aunar esfuerzos para mostrar la música –es decir, la vida– de los palestinos de hoy en Gaza y Cisjordania. Resultado de aquel empeño fue el documental Checkpoint Rock, canciones desde Palestina, cuya banda sonora nos disponemos a comentar en las líneas que siguen. Antes de abordar el contenido sonoro, parece oportuno señalar la ausencia de información acerca del proyecto en el libreto del CD, por lo demás generosísimo en páginas, y con las canciones traducidas al euskera, al castellano, al árabe y al inglés. Loable esfuerzo en el que nada habría costado incluir unas líneas, al menos, para contar someramente quién es quién.
Abren el disco los raperos DAM, a quienes tuvimos la oportunidad de ver en Sevilla hace algunos años en el festival Territorios, con un hip hop muy peleón, de ritmo altamente contagioso. Amal Murkus, conocida cantante de música tradicional, interpreta unos emocionantes versos de Mahmud Darwish (“Mi patria no es una maleta…”) sobre las notas desnudas del oud, mientras que Safaa Arapiyat, uno de los grandes descubrimientos de este álbum, descarga sus rimas rabiosas a compás rapero. Le sigue un tema del grupo Khalas, artífices de un rock sencillo y garajero, y los sonidos clásicos de Walla’at al servicio de una letra tan genuina como Amor en el checkpoint.
Muthana Shaban y Suhell son lo más bailable de los exponentes recogidos en Checkpoint Rock, arropados por esos colchones de teclados y esas baterías programadas de bajo presupuesto que tanto se prodigan en la moderna música árabe, pero que bajan también el listón de exigencia varios puntos. De nuevo el sonido del oud vuelve a reinar en la pieza de Habib Al-Deek, joven y brillante maestro de Nablus, para dar paso a un nuevo intérprete de hip-hop, Aymar PR, quien combina sus rimas con una voz femenina de ecos operísticos para denunciar que en Palestina la historia se repite una y otra vez.
Shadi Al-Assi, procedente de los campos de refugiados de Belén, ofrece una de las mejores canciones del disco, una síntesis muy delicada de canto tradicional sobre bases modernas, portadora de un hermoso mensaje de esperanza. Sabreen y Le Trio Joubran ponen un broche de tono más bien grave, solemne, al repertorio, antes de permitir que la estrella invitada, Manu Chao, reúna a todos los participantes en el tema que da título al filme de Corcuera, cuyo estribillo, aunque enarbolando una idea demasiado recurrente –romper el silencio, derribar los muros- resume bien el espíritu del proyecto.
Todavía hay espacio para algunos bonus tracks, pero cabe confiar en que a estas alturas hayan caído muchos prejuicios entre el público menos avisado, y puede que se hayan dado algunas notables sorpresas. Algo sí es necesario señalar: la calidad media del disco no es excelente, no estamos, para entendernos, ante un Buena vista social club o ante El milagro de Candeal. Nos hallamos ante música hecha con poquísimos medios, en condiciones de opresión y desesperanza extremas, y ése es su valor principal, junto con el de comprobar hasta qué punto sigue teniendo hoy sentido aquello que antaño llamábamos canción protesta.