Civilización Árabe
La civilización árabe es un conjunto difícil de definir: se extendía durante muchos siglos —en rigor hasta hoy— sobre un área inmensa pero prácticamente nunca políticamente unido. Está estrechamente relacionada con el islam y, de hecho, nace como civilización de proyección internacional sólo tras la aparición de esta religión monoteísta, pero no tiene carácter religioso. Muchos de sus más destacados representantes —astrónomos, médicos, matemáticos, poetas…— se ocupaban de campos alejados de temas religiosos, incluso opuestos a veces, y algunos eran judíos, sabeos, cristianos…
Tampoco se puede asociar esta civilización a una ‘etnia árabe’, dado que se desarrolló en gran parte en territorios sólo parcialmente arabizados y situados muy lejos de la Península Arábiga: Marruecos, España, Persia. Es precisamente en estas zonas periféricas donde llega a su mayor auge y proyección universal.
El denominador común es la lengua árabe clásica, altamente desarrollada como idioma dotado de conceptos abstractos y científicos. Este idioma culto permite una comunicación fluida entre territorios muy alejados entre ellos. Por otra parte, numerosos científicos y pensadores ‘arabes’ tenían como lengua materna otro idioma: el farsi, el tamazigh, el copto, el arameo o el kurdo, entre otros.
Es la expansión del islam a partir del siglo VII la que crea una continuidad civilizatoria pero no religiosa —grandes colectivos dentro de este espacio mantienen hasta hoy sus religiones originales— ni administrativa. Aunque se representa el califato omeya como una unidad política que se extendería en el siglo VIII desde Persia hasta España, con capital en Damasco, es dudoso hasta qué punto realmente existiera una jerarquía política: habría sido casi imposible de mantener sin una flota eficaz.
A partir del siglo VIII, este conjunto se fragmenta en varios reinos, al mismo tiempo que la cohesión civilizatoria florece cada vez más. No existe un centro neurálgico: tanto Córdoba, Granada, Sevilla, Fes o Túnez como El Cairo, Damasco, Bagdad, Saná o Isfahán se desarrollan como centros independientes pero conectados, cuyo protagonismo fluctúa durante los siglos.
A grandes rasgos, el conjunto se divide en dos partes: el Machreq (Oriente) que abarca todos los países de Egipto hacia Este, y el Magreb, que incluye desde Libia hasta España y Portugal. Simultáneamente, las relaciones comerciales expandían esta cultura hasta Tombuctú en Mali, Zanzíbar en África del Este, el Volga en Rusia, y hasta Indonesia.
Inspirándose en los trabajos de los griegos clásicos, las ciencias, las artes y la filosofía alcanzan sus niveles más altos entre el siglo X y el XIII. Estas obras sientan la base para el surgir del Renacimiento en Europa. La toma y destrucción de Bagdad por los ejércitos mongoles en 1258 se considera a veces como el choque que pone fin a la mejor época de la civilización árabe en la parte oriental, aunque el estado mongol pronto asume la influencia cultural árabe.
En el Oeste, el declive comienza alrededor de la misma época con las guerras entre reinos cristianos y musulmanes y se sella con la toma de Granada en 1492, aunque en Marruecos, artes y ciencias se siguen conservando hasta el siglo XVII. A partir de esa época, no obstante, el estancamiento cultural se hace general en el mundo árabe y la religión adquiere un papel cada vez mayor en la sociedad, una evolución que desemboca en los movimientos integristas de finales del siglo XX, enemigos de las artes y la filosofía de la civilización arábiga.