Arqueología, 1936 Madrid
por José Luis CuestaNo pasaran
1936 llega a su fin. Solo algunos -los que pueden- han huido de la capital. Mientras tanto, un Madrid insumiso resiste: a las balas, a la imposición, a la violación de sus calles. Al grito de ¡Ay, Carmela! el pueblo republicano permanece en pie, guiado por el puño en alto y unas elecciones recientes que le apoyan. El amarillo y el morado resisten a teñirse completamente de rojo. Quieren compartir espacio con el color de la sangre que corre por los barrios más castizos de la capital española. Ya que lo hace, obligada, no quieren que sea en vano.
El obrero no se rinde a la sublevación. Clama a favor de la libertad y de la democracia. Lucha. ¡No pasarán! , dice orgulloso. No deben pasar, o todo estará perdido. Noviembre será recordado como el mes de la esperanza. Del fin. Y de la desesperación. O ahora, o nunca. Es un momento clave para defender la capital española. Para defender la España de los valores: de quienes menos tienen, de quienes más se lo merecen.
Luchar contra el fascismo es la única alternativa para quienes siempre desearon una II República. La misma que prometía oportunidades y derechos para todos. La de la ilusión. Esa que repartía las tierras entre quienes las trabajaban desde hacía décadas. La que no atendía a clases sociales. O la que permitía un matrimonio por amor, civil. Y el divorcio. La que ponía a sus mujeres en el lugar que merecían.
Los utópicos de la libertad, los soldados republicanos españoles, disparan menos. Sus balas parecen más débiles. Pero no están solos. Innumerables voluntarios y miembros de las Brigadas Internacionales se unen -con una solidaridad insólita- a la causa española. Un ejército de miles de simpatizantes con la izquierda se dan cita en las cercanías de Ciudad Universitaria y Casa de Campo.
Allí aún pueden verse sus trincheras, en el mismo lugar en que el ejército republicano los llevaría antes de entrar en batalla. Allí las han visto José Luis Cuesta y su objetivo. Él, como tantos otros, no quiere olvidar, aunque haya quienes lo intentan. Vestigios de la contienda resuenan entre el agua de un Manzanares que ni olvida ni perdona.
Lo encontrado: munición sin usar, metralla y granadas. Gregorio Duque Villar, alférez de la 6ª brigada mixta, abandonó allí recuerdo del asedio: un mapa de posiciones cubierto por su sangre y agujereado por el balazo que le atravesó la mano. El punto de mira de un fusil Enfield resiste también, aunque oxidado por el tiempo.
Resiste igual que un trabajo arqueológico que se convierte en -casi – el único simpatizante con la memoria histórica. Esa que muchos se empeñan en dejar en punto y final. Esa que algunos prefieren borrar de los libros de texto para menospreciar el esfuerzo que muchos hicieron por la paz. O para esconder el mismo que otros hicieron por la guerra.
Los muertos sin nombre. Sus fosas comunes. Los asqueados por el hambre. Los exiliados. Los que se defendieron entre cuadros del Prado. Los perseguidos por su ideología. Los asesinados por sus letras y su orientación sexual. Todos ellos pasan hoy por el diafragma de un fotógrafo y por unas fotografías que se resisten a olvidar.
Porque no. No pasarán. Esta vez España no permitirá una sublevación de odio e hipocresía. España, ahora, se enfrenta al cambio. Está preparada para defender su pasado y su verdad de una derecha impuesta por años de dictadura. España reconstruirá su historia, aunque tenga que cavar cada metro de tierra de sus cunetas. Cada excavación abierta será un alivio para quienes perdieron. Será un paso más para encontrar a un Lorca asesinado, y homenajear a las ideas que representaba. Será la victoria, años después de la derrota.
[Lucía El Asri]