Great People
por Marina del MarGente estupenda
El gozo banal de unos ritos triviales abrazados por una sociedad extasiada de opulencia. La huella de un esplendor kitsch que hoy, como en esas mañanas aturdidas por el embotamiento de una dura resaca, contemplamos como una ordalia de frivolidad pueril. Con la epidérmica contundencia del color -porque el color es esencial aquí: la zampoña de aquél frenesí estalla en las tensiones cromáticas de unas imágenes que convierten la vulgaridad visual en la metáfora de una época- “Great people” nos muestra el trabajo incisivo de una fotógrafa que se enfrenta a los “hits”, mitad folclóricos mitad importados por la dictadura de la globalización, de la identidad postmoderna: las ferias, los concursos caninos, el “tupper-sex”, la sexualidad recauchutada…, atravesados con el humor y la ironía de la nueva fotografía social que, desde Egglestone y, singularmente, Martin Parr en adelante, se liberó del clasicismo formalista, se sacudió cualquier pretensión evangelizadora y asumió una suerte de divertido “naturalismo consciente” para mirar de frente la cotidianidad de la vida de las clases medias en unos escenarios –asépticos supermercados, horribles oficinas, anodinas y mortuorias salas de congresos…- que hasta el “popart” habían sido despreciados gráficamente como decorados basura de tercer grado.
Así es que no busquen “belleza” en estas fotos: no la encontrarán. Lo que sí encontrarán son relámpagos de una absurda Bacanal extinguida –el nuevo dios del Gusano Loco triangulando el ocio popular emergiendo sobre las cabezas del proletariado-, estampas del nuevo y compulsivo ocio digital -señoronas beneméritas incapaces de reprimir en un acto público la compulsión del ama que ha descubierto con fruición la tarjeta de memoria-, faralaes y volantes desplegados con la inconsciencia de una fiesta que –nos decían- no acabaría nunca; vecinos de aspecto hosco que encajan el corpachón en el hueco justo de la ventana para ver desfilar los iconos de la santería de barrio como quien asiste con aburrida displicencia a un pasacalle; bañistas que sepultan y enajenan su identidad en la lectura de una revista satinada; ejecutivos metidos a golfistas de despacho o sala de congresos abducidos por un “american way of life” del que solo podrán imitar la postura con la que se golpea el “club”; y otras escenas de una vulgaridad tan cotidiana y doméstica que un día no muy lejano fue confundida con la exitosa apariencia de la llamada Sociedad del Bienestar y que hoy, aunque muchas persistan -y persistirán- nos parecerían una glorificación del mal gusto, una pesadilla soez o una simple contradicción visual propia de las despersonalizadas y modernas sociedades de consumo, si no fuera por el testimonio asépticamente implacable, liberado de las viejas reglas de la bella composición plástica, de estos disparos que convierten a los ciudadanos anónimos en Great People.
[Juan María Rodriguez]