Hellas hell
por Gabriel PecotHellas, el infierno de los migrantes en Grecia
Con la justificación del azote de la crisis y la presión de las autoridades europeas para frenar la entrada de inmigrantes, en diciembre de 2012 la frontera terrestre entre Grecia y Turquía quedó sellada. A lo largo de diez kilómetros y medio, el Muro de Evros bloquea con sus concertinas la ruta más segura; desde entonces, inmigrantes y refugiados se aventuran o bien cruzando la frontera natural del río Evros o bien por mar. Centenares de personas se han dejado la vida en esta empresa en los últimos años.
Poner el pie en tierra griega no es sin embargo ninguna garantía, pues los ‘pushbacks’ o ‘devoluciones en caliente’ se han convertido en una práctica sistemática de los guardacostas y de la policía de fronteras.
Paradójicamente, la trampa se cierra tras el paso de los inmigrantes o refugiados, que lo tendrán si cabe aún más difícil para salir del pais. En Grecia se rompe en añicos el “sueño europeo”. Algunos de ellos acabarán en centros de detención como el de Corinto, privados de cualquier derecho y en condiciones aún peores, según muchos testimonios, que las de las cárceles de sus países de origen, de las que pretendían escapar. Las autoridades aplican allí a pies juntillas la estrategia que, en una conversación filtrada, propugnaba un alto cargo de la policía: “[Para que dejen de venir] tenemos que hacer que su vida sea imposible de ser vivida”.
La misma máxima a la que se enfrentan quienes intentan regularizar su situación. Aún tras la nueva reforma de la ley de inmigración, las trabas burocráticas y el alto desempleo vuelven casi imposible la obtención de un permiso de residencia convencional. Y en cuanto a los refugiados, hasta principios de 2013 el Eurostat situaba la tasa de reconocimiento de las solicitudes en un 0,9%, una de las más bajas de Europa. Con el nuevo Servicio de Asilo, independiente de la policía, los procedimientos se han agilizado y hasta a un 8,7% de los solicitantes -sobre todo afganos y sirios- se les reconoce el derecho a asilo o a protección subsidiaria.
Así y todo, no es más que papel mojado. La emisión de cualquier documento se ve pospuesta ad infinitum por la burocracia que, unida a un verdadero racismo institucional, convierte a los extranjeros en ciudadanos de segunda con serios obstáculos para trabajar, tener un contrato a su nombre, o recibir asistencia sanitaria.
Con estas perspectivas, quienes no tienen ningún vínculo en Grecia tratan de abandonarla cuanto antes. Una huída que se convierte en una obsesión según crece el número de intentos fracasados. Los controles aeroportuarios se han endurecido a lo largo del último año debido a las admoniciones de Europa, de manera que esta puerta sólo permanece abierta para quienes puedan pagar las mejores falsificaciones.
Quien disponga de 5.000 euros puede costearse un viaje en camión hasta Italia. Por 3.000, se puede emprender una marcha por los Balcanes con largos tramos a pie, hasta llegar a Austria o a Suiza, exponiéndose a la extorsión y al secuestro de las mafias locales. O bien, desde la costa occidental de Grecia, volver a jugarse la vida en una precaria embarcación.
Quienes ya están en la miseria más absoluta prueban suerte durante meses en los puertos de Patras o Igumenitsa, tratando de colarse en algún container o en los bajos de un camión. Para embarcarse rumbo a Italia y estar un paso más cerca del sueño, o, por lo menos, un paso más lejos de la pesadilla.
[Clara Palma]