Memoria
por José Luis CuestaAbriendo fosas, cerrando heridas
Ascensión Mendieta cumplió 88 años en un avión que le conducía a Argentina en 2013 para buscar justicia, justicia argentina, universal. Porque en España al hecho de buscar a tus seres queridos fusilados por una dictadura que convirtió a España en el segundo lugar con más fosas comunes después de Camboya, se le llama “remover el pasado”, “reabrir heridas”. Ascensión quería encontrar un huesecillo de su padre, fusilado en las tapias del cementerio de Guadalajara el 16 de noviembre de 1939 sin juicio alguno. La juez María Servini se emocionó tanto al escuchar la petición de Ascensión que decidió poner todo de su parte para ayudarla a rescatar los restos de su padre.
Timoteo Mendieta era carnicero en un pueblo de Guadalajara, Sacedón. Dicen que era un hombre bueno, de esos que arriman el hombro y ayudan a todo el que necesita algo. Seguramente tenía un papel con nombres de vecinos que en algún momento no pudieron pagarle el chorizo que se llevaron para el cocido y él hizo la vista gorda y les dijo “ya me lo pagaréis cuando tengáis dinero”. Era secretario local de UGT, probablemente su único “delito” porque en Abril de 1939 y tras el famoso “cautivo y desarmado el ejército rojo…» (que no era rojo), Timoteo emprendió una marcha de desolación desde el frente de Canillejas (Madrid) hasta su pueblito de Guadalajara. Había terminado la guerra y Timoteo se podía jactar de no haber pegado ni un tiro. Después de 120 kilómetros andando llegó a casa, donde le esperaba su familia.
Intentó rehacer su vida dentro del caos que supone la posguerra pero a los tres meses alguien llamó a su puerta, un soldado y un miembro de falange (que para el caso es lo mismo). Abrió la puerta uno de sus hijas más pequeñas, Ascensión, de 13 años. Esa imagen, esa puerta abriéndose y los verdugos al otro lado, le ha perseguido a Ascensión, que ya tiene 91 años, cada día de su vida hasta que hace aproximadamente una semana logró anestesiarla con el entierro de los restos de su padre en el cementerio civil de Madrid.
Gracias al exhorto de la juez argentina y pese a la inoperancia de la confusa y tramposa Ley de la Memoria Histórica de Zapatero, Ascensión logró que en el invierno de 2016 se abriera la fosa 2 del cementerio civil de Guadalajara para buscar a su padre. Según los registros del camposanto debería ser el fusilado número 16 de esa fosa. Se estableció un gran despliegue mediático, los voluntarios de la ARMH (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) establecieron un dispositivo de lo más aséptico (nada de banderas ni pancartas reivindicativas) y eficaz para intentar sacar a Timoteo y al resto de sus compañeros en el menor tiempo posible y así aliviar el dolor de Ascensión. Pese a todo el esfuerzo, Timoteo no estaba en la fosa 2. Los registros del cementerio estaban equivocados, les pagaban por muerto enterrado no por acertar con los nombres.
Este pasado mes de mayo la ARMH, gracias a un juez y una fiscal de Guadalajara, volvió a la carga. Los voluntarios de esta asociación se cogieron días libres de su trabajo, hablaron con sus familias y se subieron en una furgoneta gris en Ponferrada rumbo a Guadalajara. La carta bajo la manga era la siguiente: Timoteo debería estar entonces en la fosa 1 o en una de las cuatro fosas individuales de los fusilados ese 16 de noviembre del 39, primer año de la cruel victoria de los golpistas. La justicia sólo permitía sacar a Timoteo pero la ARMH consiguió abrir la fosa entera y llegar hasta el cuerpo 24, aún sabiendo que seguramente Timoteo sería el primero de esta fosa, el último en ser lanzado (porque seguramente habría hueco libre en esta y la fosa 2 estaba repleta, ahí vino la confusión) Gracias a esta estrategia (humana donde las haya) se logran exhumar 27 cuerpos más y sí, Timoteo era el individuo número 1 de la fosa 1. Este dato fue certificado gracias al ADN de los huesos de este carnicero sindicalista y la saliva de su hija, 78 años después de su muerte y con una Ascensión al borde del colapso emocional.
Durante los 23 días que duró la exhumación en la fosa 1 (como en la fosa 2 del año pasado) se acercaron decenas de personas, de tapadillo, con cierto miedo escénico, a preguntar por sus familiares fusilados, para confirmar si estaban allí, o para aportar datos de dónde podrían estar. Allí justo encima de el lugar donde les daban el tiro de gracia (que al parecer lo daba un cura manco), bajo un toldo extensible, el vicepresidente de la ARMH, Marco González ó el arqueólogo René Pacheco conducían a los familiares por los vericuetos a los que se enfrentaban si querían recuperar los restos de sus seres queridos, tras 80 años de silencio general.
En esos días calurosos de mayo de 2017 no apareció ningún político de renombre (de esos que pueden cambiar la historia y ayudar a que haya verdad, justicia y reparación) pero si se personaron políticos locales como Susana, de Ahora Guadalajara, que semanas después conseguiría seducir a Ciudadanos en el consistorio local para que se pudiera poner un monolito en ese cementerio en homenaje a todos los republicanos fusilados en las tapias de ese cementerio.
Y como el estado español no da un céntimo de euro para exhumar a los que hace 80 años lucharon por la democracia y la libertad tuvo que llegar un sindicato de electricistas noruegos a aportar casi 7 mil euros para la causa, paradojas de la vida. Dejaron un cheque pero sobre todo derramaron lágrimas al escuchar (traducción mediante) de viva voz los testimonios de varios hijos de los fusilados. Se quedaron unos minutos aturdidos, preguntándose si eso podría haber pasado en Europa en pleno Siglo XX.
Gracias al tesón de Ascensión Mendieta se lograron desenterrar los restos de casi 50 fusilados. Todavía quedan más de 800 en ese cementerio y más de cien mil en toda España. La vía Mendieta podría ser una oportunidad para la esperanza, para la justicia y por fin cerrar puertas que nunca debieron abrirse y heridas, que no es poco.
Willy Veleta