Hombrías
por Olivia PierruguesLa reserva francesa
El olor del albero mojado, el romero y el azahar. El oro y la sangre. Los pañuelos propiciatorios al aire. ¿Sevilla, Madrid? No: es Francia. Mientras que en España la llamada fiesta nacional se halla sumida en una profunda crisis, tanto en lo que respecta a la esencia del toreo como a los pormenores de la industria taurina, el país vecino se ha revelado en los últimos tiempos como una insólita reserva espiritual para los aficionados.
Al otro lado de los Pirineos no solo escasean los movimientos animalistas, tan en auge aquí: aunque el Ministerio de Cultura galo fue el primero en decretar la tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional en 2011 para tacharlo de la lista solo cinco años después, son muchos los intelectuales que la defienden (desde la académica Florence Delay a Claude Lanzmann, pasando por el diseñador Christian Lacroix) y el número de entusiastas seguidores crece cada día. Medio centenar de plazas, otras tantas ganaderías, algunas primeras figuras autóctonas como Sebastián Castella, Juan Bautista o Lea Vicens contrastan con la abolición en Cataluña o la decadencia en cosos españoles de vieja raigambre. Los nuevos santuarios se llaman Nimes, Béziers, Bayona, Dax, Mont-de-Marsan, Vic-Fezensac.
Olivia Pierrugues viene de la no menos taurina Arlés, pero su mirada sobre este fenómeno no está tan ligada a la afición como a una obsesión estética, y si se quiere también antropológica, que viene de lejos. «Desde mis primeros trabajos fotográficos me interesé por la influencia de cierta idea del fervor», comenta, «aplicándome a hacer visible ciertos estados de cuerpo al borde de la fiebre, y eso siempre en el seno de comunidades más o menos accesibles, ya sean toreros, boxeadores, luchadores o jugadores de rugby».
La galería que recupera MSur fue realizado por encargo de la galería de fotografía contemporánea Le Magasin de Jouets, en torno a la figura del toro de combate y de la feria de Pascuas en la región de Arles. Pero el resultado va más allá del simple reportaje más o menos folklorista, para entrar de lleno en una poética que tiene mucho que ver con los ritos de la virilidad, la relación de ésta con la naturaleza y con las distintas formas de la pasión. «A lo largo de los meses, he ido construyendo este relato, con el objetivo de expresar un mundo que no se reduzca ni a la tauromaquia ni a la corrida, intentando sacar a la luz la relación particular que une el hombre al animal. Me interesaba descubrir e integrar un universo casi exclusivamente masculino, tratando de comprender sus usos y costumbres, mover o deshacer los clichés y entender los fervores».
[Alejandro Luque]