Refugiados sirios
por Gonzalo HöhrCampamentos limite
Se dice que la sonrisa de un niño es más hermosa que la joya más valiosa, y su valor se multiplica si te la regala un niño sirio. El fotógrafo gaditano Gonzalo Höhr recoge a través de su lente las esperanzas de los sirios que la guerra todavía no ha podido robar. Los menores son la cara más amarga de la crisis de los refugiados sirios; son las principales víctimas de la violencia, la explotación laboral o de matrimonios precoces. A veces es tan vulnerable su situación que padres desesperados se ven obligados a hacer cualquier cosa para poder mejorar un poco sus condiciones de vida. Según UNICEF, 1 de cada 10 niños refugiados (de un total de 400.000) está trabajando, y sólo alrededor de un tercio de los menores sirios están matriculados en la escuela.
En la localidad de Zahle, en pleno corazón de la Bekaa, o en Tiro, al sur del Líbano, cientos de familias sirias viven en régimen de semiesclavitud cultivando la tierra.
Desde primera hora de la mañana, los campos se llenan de jornaleros de la viña.
Sin apenas opciones para volver a su país, devastado por seis años de guerra, están al servicio forzoso del «chawich», un compatriota sirio que hizo buenas amistades con los señores de la tierra en los años 70 y que ahora les facilita un hogar a condición de que trabajen para él las mujeres y los niños en el campo, perpetuando así su régimen de dependencia.
Además de las dificultades diarias, los refugiados se enfrentan a complicaciones legales. El Líbano, con una población de poco más de 4 millones de habitantes, acoge cerca de 1 millón de sirios, según datos de ACNUR, a lo que se añaden palestinos, iraquíes, sudaneses…. Así, una de cada cinco personas en el país es refugiada. Debido al elevadísimo número de refugiados per cápita, las autoridades libanesas establecieron en enero de 2015 una nueva normativa que obliga a los sirios a pagar una tasa de 200 dólares por persona para renovar su estancia. De lo contrario, deben abandonar el país.
La inmensa mayoría no puede renovar su estancia, lo que convierte los campamentos en cárceles improvisadas. Sin residencia, los refugiados pueden ser arrestados por lo que muchos tienen miedo de moverse fuera de los limites de estos recintos.
[Ethel Bonet]