Tahrir, la primavera
por Eduardo RuizQuiero ver otro presidente antes de morir
El blanco y negro juega a engañarnos: a menudo nos topamos con fotografías que podrían estar tomadas en cualquier época, en cualquier lugar. No es el caso: la serie de Eduardo Ruiz es hija inequívoca de El Cairo de los días de vino y rosas de la revolución contra el régimen de Hosni Mubarak. Los rostros, las tensiones, los iconos, los bodegones. Incluso las paredes nos gritan que allí, entonces, está sucediendo algo excepcional.
«Quiero ver otro presidente antes de morir», dice la mítica pintada delante del bar Hurreya («Libertad»), que a pesar de su nombre nunca fue un lugar político: la libertad emanaba de las propias costumbres, del poder reunirse en un bar a ser uno mismo, en la conversación, incluso en el alcohol –allí solo servían té o cerveza Stella-. En aquel momento, el significado de aquella simple frase era mucho más profundo que hoy: Mubarak llevaba treinta años en el poder, y parecía que nunca fuese a irse, o a morirse. Después llegarían otros dos presidentes intolerantes, el islamista Mursi y el golpista Sisi, y no sabemos si el desconocido autor de la pintada se arrepintió de sus palabras.
¿Merece la pena hacer una revolución, cualquier revolución, de final incierto? Egipto se ahoga hoy en un baño de sangre, sumido en una dictadura militar peor que la de Mubarak, a la que se opone una despiadada insurgencia islamista. Los condenados a muerte se cuentan por miles, los encarcelados y torturados por decenas de miles. La economía se ha desplomado, y los recursos cada vez más escasos siguen en manos de los mismos que hace cinco años: quien no tenía entonces, tiene ahora menos que nunca.
Pero en las fotografías de Ruiz, los egipcios sonríen. Todavía. Enarbolan banderas, se pintan la cara, lucen los colores negro, blanco y rojo –que aquí se torna gris-, en aquellos días en los que ser egipcio era algo de lo que estar orgulloso, algo que gritarle al mundo. Lo que esta serie nos muestra es que la revolución egipcia la hizo gente normal, hijos, padres y madres de alguien, porque se necesita gente normal para hacer cualquier revolución.
¿Fue todo en vano? Es a ellos a quienes les corresponde decirlo. Ruiz se limita a congelarlos en aquel tiempo heroico.
[Daniel Iriarte]