Opinión

McDonalds y los no musulmanes

Ali Amar
Ali Amar
· 5 minutos

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En Marruecos, durante ramadán,
las cadenas internacionales de comida rápida como McDonald’s, Pizza Hut o KFC permanecen abiertas durante el día. Solo atienden a los «no musulmanes». ¿Pero cómo hacen para saber quién lo es y quién no?

– Buenos días, quería un menú Royal Cheese con una Coca-Cola y un Sundae Caramel, por favor.
– ¿Algo más, señor? ¿Para tomar aquí o para llevar?

De momento, en un McDonald’s de Rabat, este diálogo entre un cliente y una camarera de la franquicia americana establecida en Marruecos desde 1992 es de lo más común. Por ahora, nada indica que estemos en tierra musulmana y que la escena pase en pleno día del mes de ramadán.

– Para tomar aquí, por favor.
– Señor, ¿es usted musulmán?
– ¿Cómo?
– Sí, ¿podría enseñarme su DNI?
– ¿Por qué?
– Pues para saber si es musulmán o no; solo atendemos a los no musulmanes, si no, sería para llevar.

Es cierto: grandes carteles en la entrada de los McDonald’s lo recuerdan.

Esa es la respuesta surrealista que han encontrado los restauradores para servir o no a algunos clientes. Se transforman en agentes de autoridad que pueden exigir la documentación y peor, se erigen en guardias de la fe musulmana, a imagen de los escuadrones de la moral de los mulás iraníes.

Los camareros se transforman en agentes de autoridad que pueden exigir la documentación

Justifican su acción en conformidad con el artículo 222 del Código Penal marroquí que estipula que “cualquier persona conocida por su afiliación al islam y que aparentemente rompa el ayuno en ramadán, será castigada con una pena de hasta seis meses de prisión y una multa”.

Sin embargo, no existe en Marruecos documentación que acredite la religión. Los camareros del McDonald’s interpretan a su manera lo que está escrito en el DNI, en el pasaporte o incluso en el carné de conducir. Si el cliente se llama Mohamed o Fátima, no se le servirá.

Mohamed y Fátima son, por tanto, “notoriamente reconocidos musulmanes”, por mucho que sean ateos o que hayan abrazado otra religión. La elección confesional de los marroquíes está, así, blindada desde el nacimiento, lo que significa nacer de forma obligatoria musulmán y seguir siéndolo -excepto cuando se es judío-. Por otra parte, renegar de la fe musulmana se considera como un acto de apostasía castigado penalmente por la ley.

Sólo menores, enfermos y mujeres en fase de menstruación pueden romper el ayuno en público

Las cosas no son tan simples, ni siquiera para los judíos marroquíes. El restaurador o el vendedor de una tienda de alcohol no se toma, por lo general, la molestia de comprobar la fe del cliente por el nombre. Solo la nacionalidad permite lo prohibido, siempre que se enseñe una tarjeta de residencia, en el caso de los extranjeros, o un pasaporte, en el de los turistas. Las personas de doble nacionalidad o los extranjeros ciudadanos de un país árabe, entendido como musulmán, se enfrentan a las mismas molestias.

La dictadura de la mirada ajena

Durante un programa de debate de una radio privada en Casablanca llamada Atlantic, una jurista explicó de forma erudita que el artículo 222 del Código Penal no solo estaba en armonía con la nueva Constitución marroquí, que reafirma que el islam es la religión del Estado (lo habíamos entendido), sino que esta ley era “vanguardista porque prevé excepciones”(¡!).

Esta mujer de ley -que recuerda con énfasis que la ley no prohíbe comer a escondidas (menos mal)- demuestra así que además de los menores de edad que no están en edad de procrear, solo las personas enfermas y las mujeres en fase de menstruación pueden romper el ayuno públicamente.

Entonces, ¿hay que demostrar la incapacidad de procrear, en el caso de los menores de edad (nos preguntamos cómo), proporcionar un certificado médico o valerse de su ciclo menstrual en la caja de los McDonald’s?

No, porque “es preferible que estas personas coman fuera de la mirada de los demás”, precisa la jurista, que se mete en camisa de once varas para exponer su propia exégesis teológica, retomando la cantinela que dice que comer en público resulta chocante para los que cumplen con el ramadán.

Otra vez tendrá que ser “para llevar”, para evitar la fitna tan temida por los fieles, ese desorden social, destructor de las buenas costumbres, de la moral y de la fe.

¿No es la laicidad la madre de todos los vicios y de la depravación llegada de Occidentepara los islamistas y los conservadores? ¿No lo es, también, para el Estado que, para regir la vida social y política del reino,  se eleva sobre esta “constante de la nación” que es el islam?

Pero entonces, ¿unos cristianos sentados a las mesas de un McDonald’s no son susceptibles de contrariar ellos también a los musulmanes? Esta es una pregunta sin respuesta, a no ser que se confiese que Marruecos navega en plena esquizofrenia, entre la apertura hacia el mundo y el repliegue sobre su identidad y religión.

Traducción del francés: Oussama Bel Aïba