Abraham Serfaty, el Mandela marroquí
Ali Amar
Abraham Serfaty murió el jueves en Marrakech a la edad de 84 años. Esta figura de la historia del Marruecos contemporáneo personifica, por sí sola, la lucha determinada de toda una generación de izquierdistas contra el régimen dictatorial de Hassan II.
Judío marroquí y antisionista, se le considera, después de Nelson Mandela, el opositor político africano que durante más tiempo estuvo desterrado. Militaba en la clandestinidad, estuvo en chirona durante 17 años, luego vivió otros ocho fuera del reino, exiliado a la fuerza, antes de ser rehabilitado a finales de los años noventa, poco después de que accediera al trono Mohamed VI.
Era la memoria viva de los ‘años de plomo’ y uno de los últimos supervivientes de esa época represora
Nunca mermó la determinación de este hombre, de talla imponente y con convicciones inquebrantables, pese a los años de calabozo, de tortura y destierro. Era la memoria viva de los ‘años de plomo’ y uno de los últimos supervivientes de esa época, con certeza la más represora que ha conocido el reino cherifí.
Nacido en el seno de una antigua familia judía tangerina, cuyos antepasados habían sido expulsados de Andalucía en el siglo XV por la Reconquista española, Abraham Serfat no era más que un joven militante marxista-leninista durante el Protectorado francés; y fue hostigado y colocado bajo arresto domiciliario por las autoridades coloniales. A los 18 años se escapa a Francia, donde ingresa en las filas del Partido Comunista Francés durante sus años de estudios; a su vuelta a Casablanca, su ciudad natal, se adhiere al Partido Comunista Marroquí (PCM).
Ingeniero de minas de formación, participa pronto en el establecimiento de las instituciones del recientemente independizado Estado marroquí. Pero a principios de los años setenta rompe bruscamente con el PCM, que le parece demasiado conciliador frente a la monarquía, y se compromete con la extrema izquierda. Funda, sobre todo junto al poeta Abdellatif Laâbi, el grupúsculo revolucionario Ilal Amam! (¡Adelante!).
En los setenta rompe con el Partido Comunista, que le parece demasiado conciliador frente a la monarquía
Considerado un nihilista peligroso, Serfaty es arrestado y torturado por primera vez en 1972, por haberse solidarizado con los mineros del fosfato en Khouribga. Luego pasa a la clandestinidad para evitar las celdas de muerte de la policía secreta de Hassan II. Es nuevamente encarcelado en 1974 y sólo saldrá en libertad 17 años más tarde. Se descubre entonces que Christine Daure, una cooperante francesa y profesora de un colegio de Casablanca, le había escondido y que se había convertido en su musa y en su compañera de luchas.
En enero de 1977, en vísperas del proceso contra los miembros de Ilal Amam!, que les acarrearía 30 siglos de prisión, y cadenas perpetuas para Serfaty y cuatro acusados más, Christine fue expulsada de Marruecos. Sólo pudieron volver a verse doce años más tarde, cuando Danielle Mitterand le arrancó a Hassan II, con ocasión de una visita oficial en 1986, el derecho a casarse en la prisión central de Kenitra, donde Abraham cumple condena.
Hassan II, entonces en la cima de su poder estelar, tampoco perdonaría nunca a Abraham Serfaty su apoyo a los irredentos del Frente Polisario, entonces apoyados por Argelia en su confrontación militar con Marruecos por la independencia del Sáhara Occidental.
Cuando le sacan finalmente de su celda, en septiembre de 1991, las autoridades no le devuelvan la libertad a Serfaty sino que le llevan al aeropuerto de Rabat-Salé, desde donde le expulsan por avión a París, ataviado de la nacionalidad… brasileña. Un pretexto que los sicarios del rey habían desenterrado en la Historia. En 1952, después de las revueltas de Casablanca, el representante supremo de Francia en Marruecos había encontrado este motivo absurdo para alejar a Serfaty ya una primera vez del país, por temor a que pudiera conspirar con los nacionalistas panárabes: su abuelo, mercader de caucho en la Amazonía, había adoptado la nacionalidad brasileña, una doble nacionalidad que también utilizaba su padre por comodidad en la época colonial…
Otro judío marroquí, André Azoulay, hombre del Palacio, negoció el regreso de Serfaty a Marruecos
Había que esperar hasta la muerte de Hassan II y la llegada al trono de un joven monarca decidido a dar una mano de pintura a la fachada de un nuevo Marruecos, que se presentaba tan prometedor para las libertades, para que se le devolviera a Serfaty por fin su nacionalidad y se le autorizara a regresar a Marruecos tras ocho años de exilio.
Las negociaciones eran agitadas. Otro judío marroquí, pero éste hombre del Palacio, estaba al timón: André Azoulay, que había pasado de ser consejero de Hassan II a serlo de Mohamed VI, fue dos veces a París para precisar las condiciones del regreso. Se redactó una carta, retocada hasta la última coma. Mediante el diálogo, el hijo enmendaría la arbitrariedad del padre.
El regreso fue triunfal. Pero el hombre, desgastado por el combate de una vida y por la enfermedad, se mostró demasiado optimista a ojos de sus antiguos camaradas de lucha que habían permanecido en el país. Quería creer que la monarquía marroquí se había redimido, tan convencido estaba de que la nueva era anunciaba liberación, democracia y renovación. Tanto que juzgaba que un buen príncipe había reemplazado a un déspota.
Le parecía, como a otros insumisos de ayer, que Mohamed VI estaba dispuesto de terminar con las prácticas feudales, los hechos de represión, las rencillas duraderas y las terribles venganzas contra sus opositores, siempre justificadas por la imperiosa consolidación del trono y la unidad del reino. Creyendo que, como le gustaba decir hacia el ocaso de su vida, que “las fuerzas del progreso serían por fin liberadas”, había aceptado retomar su trabajo en el Ministerio pero, cansado, tuvo que retirarse con Christine a Marrakech, lejos del tumulto de un nuevo Marruecos, del que decidió desconectarse.