Opinión

La política de los sueños

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 14 minutos

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En Madrid, en la calle de Huertas, una floristería tiene un olivo hermoso en su patio. Hasta hace pocos años el cartel de su entrada recomendaba al transeúnte: “No dejes de soñar”.

Recordé aquel lema al escuchar la nueva alcaldesa ecologista de Poitiers justificando en el pleno municipal la supresión de la subvención a un club aéreo. Para luchar contra el calentamiento global, decía, “volar debe dejar de formar parte de los sueños de los niños.”

Es de suponer que también el coche debe dejar de ser un sueño infantil: el alcalde ‘verde’ de Grenoble anunció nuevos carriles bici en Twitter diciendo que, por fin, la ciudad dejaría de ser “para el hombre blanco con prisas al volante de su coche”. Tampoco vale soñar con la bici, al menos si es de carrera: el nuevo alcalde ‘verde’ de Lyon ha tachado el Tour de France de contaminador y… machista (con el fútbol de momento no se ha metido).

No se salva la navidad: el nuevo alcalde ‘verde’ de Burdeos se ha negado a instalar el gran árbol de navidad en la plaza del ayuntamiento porqué es “un árbol muerto”, contrario a su “concepto de vegetalización”. No se ha metido abiertamente con la navidad, aunque el gesto sea obvio.

La nueva alcaldesa ‘verde’ de Estrasburgo ha otorgado 2,5 millones € al proyecto de gran mezquita

El alcalde ‘verde’ de Lyon sí se ha negado a perpetuar una celebración anual con la Iglesia católica, la ceremonia “des échevins”. Someterse a diversas celebraciones con la Iglesia es corriente en la vida municipal española: hasta el alcalde trotskista de Cádiz le otorga la medalla de la ciudad a la Virgen. Pero en Francia, que un alcalde suba cada año a la catedral para agradecerle a la Virgen su supuesta protección contra la epidemia de peste de 1643, eso es toda una excepción. Parecería que por fin el alcalde de Lyon reafirmara la posición laica propia de su función. Pero, al día siguiente de su gesto, va y preside la inauguración de la obra de una gran mezquita…

Más radical, la nueva alcaldesa ‘verde’ de Estrasburgo no ha dudado en otorgar una subvención de 2,5 millones de euros al proyecto de gran mezquita fomentado en la capital europea nada menos que por los seguidores de Erdogan.

Para el secretario nacional del partido verde (EELV, al que están afiliados todos estos nuevos ediles), eso es política progresista, mientras una charla gubernamental sobre laicidad (con la participación del filosofo marxista Henry Peña Ruiz) la califica de asamblea pro-Le Pen…

Tras el derrumbe del Partido Socialista y la elección a presidente de la República de su tránsfuga Macron en 2017, varios importantes alcaldes socialistas se pasaron al partido de Macron, siguiendo el ejemplo del entonces alcalde del Lyon. También lo hicieron alcaldes de derechas, siguiendo la estela de Edouard Philippe, alcalde de Le Havre y primer ministro de Macron, o de Alain Juppé, alcalde de Burdeos y otrora fiel teniente de Jacques Chirac.

La jugada les ha salido fatal: salvo Philippe, reelegido alcalde de Le Havre cuando ya Macron pensaba quitarle el cargo de jefe del gobierno, todos los candidatos “macronistas”, sean novatos o alcaldes confirmados, han perdido estrepitosamente.

Vemos candidatos vinculados a los Hermanos musulmanes tanto en listas verdes y de izquierdas como de Macron

Con el partido socialista terriblemente debilitado tras el fracaso de Hollande y con el movimiento de izquierda radical ‘France insoumise’ incapaz de crear un mínimo de organización local, los militantes de EELV, bien implantados desde décadas a nivel local, han copado los liderazgos de la mayoría de las candidaturas de izquierdas. Y se ha producido un alineamiento de planetas: con una abstención récord en las categorías populares, las candidaturas ‘verdes’ se han llevado la mayoría de las grandes y medianas ciudades francesas (con la excepción de París, donde tienen, sin embargo, mucho peso en la mayoría municipal).

El partido verde francés EELV (“Europe Écologie Les Verts”) es, desde 2010, el continuador del partido “Les verts” creado en 1984. Nace de una iniciativa de Daniel Cohn-Bendit, imitando Alemania para unificar la tendencia izquierdista y la corriente pro-Unión Europea compatible con el liberalismo (Cohn-Bendit encarna personalmente esa fusión post-68).

Las demás corrientes políticas llevan tiempo comprando a los verdes sus temas y figuras retoricas: en las municipales del 2020, todos eran verdes.

Los dirigentes de EELV no son los únicos en desplegar una retorica proislámica y antilaicidad, encubierta en una supuesta lucha antirracista contra la islamofobía. El líder de izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon, ha dado un giro espectacular en esa dirección a finales de 2019, siguiendo el fallido candidato socialista presidencial de 2017, Benoît Hamon, que se había lucido nada menos que con los salafistas en Trappes, donde era diputado… Al mismísimo Macron le gusta de vez en cuando emplear términos propios de los movimientos “racializados”, como cuando tiró a la basura un informe sobre las barriadas populares considerándolo producto de “dos machos blancos”. Para las elecciones regionales y departamentales de junio próximo, vemos candidatos vinculados a los Hermanos musulmanes y mujeres islamistas veladas tanto en listas verdes y de izquierdas como de Macron.

“Para el clima” hay que votar contra la derecha y la extrema derecha, y también contra los “boomers”

Ocurre lo mismo con las posiciones “pro-clima”. Estas ultimas semanas, a pesar de las medidas de confinamiento, colectivos de izquierdas han montado manifestaciones “para el clima”. Acabaron en una ocasión en fiestón multitudinario con grupos de rock y sin distancias ni mascarillas en la plaza de la República en París. Pero no comparéis con los botellones del fin de estado de alarma en España: en Francia eran de izquierdas, entonces todo bien (y yo esperando la manifestación de izquierdas contra las multinacionales farmacéuticas y las patentes de las vacunas de la covid) …

La alcaldesa socialista de París lidera la política anticoches, secundada por Audrey Pulvar, candidata socialista al ejecutivo regional parisino (que se elige a finales de junio y que, en Francia, es meramente simbólico). Tanto Pulvar, negra originaria de las Antillas, como la candidata socialista para la región de Lyon, la antigua ministra de doble nacionalidad franco-marroquí Najat Vallaud-Belkacem, juegan abiertamente la carta de la “diversidad”.

El partido verde ha sido pionero en esos planteamientos ideológicos y esas actitudes. Hace treinta años ya, cuando los islamistas empezaron las matanzas contra los intelectuales y el pueblo argelinos, ellos iban reclamando que esa gente gobernara y tachaban todo el que se oponía de “erradicador”. Veinte años antes del líder “radical” Mélenchon, ya decían que el semanal progresista laico Marianne y Charlie Hebdo son racistas y de extrema derecha.

También llevan mas de veinte años hablando de salvar el planeta contra el malo Homo Sapiens. Ahora se enmascara un poco el carácter religioso mesiánico de tal lema hablando de “salvar el clima”, pero vemos como las listas “progresistas” para las elecciones regionales de junio próximo proclaman todas que “para el clima”, hay que votar contra la derecha y la extrema derecha, y también contra los “boomers” (así lo pide la propaganda del candidato verde en la región parisina).

Como funcionario municipal, mi primer encuentro concreto con la política verde fue hace 25 años: entonces ya se solía tener tenientes de alcalde “verdes” en las alcaldías. Se desarrolló, en Francia como en todo país occidental, la recogida selectiva de la basura: para implementarla, tuvimos que crear equipos de “embajadores” encargados de enseñar a cada habitante como hacer.

El exministro verde Nicolas Hulot, hace unos años, solía regresar a su casa pilotando su helicóptero

Por supuesto, hubo dificultades y resistencia en muchas personas mayores y mucha gente de clases populares. Se había inventado una nueva regla social separando la gente que se porta bien (salvando el planeta) de la que se porta mal. Las normativas sofisticadas se han ido extendiendo, llegando hoy a separar cada vez con más enemistad a quien, en la urbe, salva el planeta produciendo su propia lejía, moviéndose en bici, exigiendo electricidad no nuclear y hablando y escribiendo de forma “inclusiva”, frente a quien toma baños en vez de duchas, no baja la calefacción, no compra orgánico y sostenible y “fuma y conduce coche diésel” (como les afeaba el fallido candidato macronista a la alcaldía de París).

Las clases populares son las que pierden: no encajan bien con la nueva normativa. Pero con la explosión del precio de la vivienda en las ciudades, van quitándose del medio y dejando el centro a la nueva gente de bien: los “bourgeois-bohèmes”, los “bo-bo”.

Recuerdo haber estado en un colectivo que se oponía a la construcción de una línea de tren privado para turistas y VIP entre París y el aeropuerto de Roissy-Charles de Gaulle. Los militantes verdes estaban en el colectivo porque se oponían a la mismísima existencia del aeropuerto y al trafico aéreo. Ellos, a los que mirábamos con cara de asombro y un poco de sorna, hoy tienen todas las de ser diputado o alcalde.

Ahora, quien tiene que renunciar a pasar vacaciones en avión es la gran mayoría (“o renuncia a irse de fin de semana a Barcelona o eso debe salirle muchísimo más caro” proclamaba en 2019 el líder de izquierda “abierta” Raphaël Glucksmann). Para la nueva elite, sí se puede. El mismo Glucksmann no duda en confesar que Nueva York es su segunda patria que visita con frecuencia, la exministra verde Cécile Duflot se va de vacaciones a las Islas Maldivas, y el exministro verde Nicolas Hulot, hace unos años, solía regresar a su casa pilotando su helicóptero por puro placer personal.

En lo que fue el barrio obrero parisino de Belleville, lo que fue la mayor cooperativa obrera de Francia, “La Bellevilloise”, se ha convertido en centro multicultural con bar (carísimo y malo) para el “brunch”, mercado (muy caro) de productos orgánicos y centro de seminarios. En “La Bellevilloise” se vendía a finales del siglo XIX carbón barato conseguido por circuito directo solidario, y se daban mítines de revolucionarios. La fachada protegida del edificio aun proclama “ciencia” y “trabajo” y encima de la entrada están la hoz y el martillo. Pero en los “flyers” de la programación bo-bo de hoy, el dibujo representando el edificio no lleva las herramientas…

El mundillo bo-bo ha venido cual cuco metiéndose en el nido de otra ave que ha tenido que quitarse de en medio. Y como ni la alcaldía de izquierdas muy verde de París ni tampoco ningún nuevo alcalde verde de ninguna ciudad francesa tiene la menor intención de luchar contra el encarecimiento de la vivienda, los centros de las ciudades se están todos convirtiendo en ciudadelas de la nueva burguesía, relegando las clases populares a extramuros.

Los ultracapitalistas entienden que la corriente de “izquierda verde” es totalmente inocua para ellos

En una de sus columnas de blog en El Confidencial, el siempre interesantísimo Esteban Hernández recordaba hace dos años que “la izquierda bohemia y el liberalismo progresista parten del mismo lugar”. Para Hernández, la izquierda posmoderna es para el gran capital de hoy como cuando “los burgueses requerían de esposas atractivas, que supieran comportarse en cenas y fiestas, que poseyeran una cultura amplia, mientras la tarea de ellos era ganar dinero y hacer política.” “A estas opciones de izquierda les ocurre igual: son el color que el capitalismo financiarizado pone en sus veladas.”

Eso encaja bien con un Georges Soros financiando movimientos progres en el mundo y usando su influencia para promover nuevos colores sociales, nuevos sueños, como lo queer y consiguiendo para esa doctrina el respaldo de muchos Estados cuando hace quince años se hubiera considerado como una secta. Desde luego, los ultracapitalistas entienden perfectamente que la corriente ideológica de “izquierda bohemia” o “izquierda verde” es totalmente inocua para ellos.

Para el investigador francés Marc Weitzmann, autor del importante trabajo Un tiempo para odiar, la nueva ideología posmo puede que sea más que eso. Nota, en una entrevista a Conspiracywatch, que es producida por “la nueva jerarquía social global que se está instalando en universidades americanas carísimas. (…) La sociedad “multicultural” de los campus (…) no es fruto del cosmopolitismo: es una burbuja global, formada por jóvenes hijos de tycoons y magnates internacionales, los más radicales viven de las rentas de fundaciones. Las discusiones sobre ‘la raza’ sirven para esconder la asunción de esta nueva clase social.”

Por eso quizás no importe tanto que la izquierda, tanto la “activista” como la “moderada”, parezca estar perdiendo la batalla cultural, como escribe Hernández en otra columna, ya que “no puedes decirle de continuo a la gente que tiene que dejar de consumir carne para salvar el planeta, que sus coches baratos contaminan mucho, que sus actitudes son machistas, racistas, xenófobas, y demás, que hacen mal en tomar tanto azúcar, que hagan deporte, y toda esa suerte de amonestaciones.”

El posmodernismo verde se ha sentado a poner sus huevos en el nido de la izquierda, como el cuco

Pues resulta que sí: puedes decirlo y, mientras las clases populares se abstienen, te vota la nueva burguesía que se identifica con esa ideología neocalvinista, esa nueva elite que quiere ascender compitiendo con las viejas elites instaladas. Y así te llevas la mayoría de las alcaldías de ciudades, nuevas ciudadelas en donde se encierran y protegen los miembros de esa nueva burguesía que viene pujando fuerte porque se siente como muy superior, poseedora de la verdad y del porvenir. Porque ella se comporta como dios-clima-planeta manda. Y eso es lo que importa.

El posmodernismo verde se ha sentado a poner sus huevos en el nido de la izquierda, como el cuco, porque la izquierda se lo ha dejado robar. Pero izquierda no es, es la ideología revolucionaria de la nueva burguesía que aspira a dominar. Y para eso diseñar los sueños.

Tiene razón Lluis Rabell cuando alerta de que “la exhibición de frivolidad y oscurantismo que hubo en el Congreso [cuando el debate sobre el tramite de la “ley trans”] debería ser motivo de inquietud para cualquier demócrata. Las guerras de religión siempre han sido muy crueles. Y ya sabemos qué querencia por las hogueras tienen los guardianes de la fe.”

¿Os han dado vergüenza Montero, Errejón, Baldoví o Rufián defendiendo la “ley trans” con discursos dignos de la secta de cientología?

¿Os habéis espantado viendo como Ada Colau pone de invitado de honor el 8-M a un militante del proxenetismo disfrazado de “sindicato”?

¿Os preocupa que gente como Monereo o Bernabé sean acusados de “rojipardos”?

Pues vienen los “verdes”. Todavía no hemos visto nada.

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© Alberto Arricruz |  Junio 2021 · Especial para M’Sur

 

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