Opinión

El abogado solitario

Uri Avnery
Uri Avnery
· 14 minutos

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Todo israelí ha visto ya varias veces la escena en televisión: como disparan y matan a una chica árabe de 14 años cerca del mercado central de Israel.

La historia la conocemos bien: dos hermanas, de 14 y 16 años, ha decidido atacar a israelíes. La escena, grabada por cámaras de seguridad, muestra a una de ellas, vestidas con ropa árabe tradicional, dando saltos en la acera y blandiendo unas tijeras.

Casi parece una danza. Ella da saltos sin objetivo, agita las tijeras y no amenaza a nadie en particular. Luego, un soldado la apunta con su pistola y le dispara. Corre hacia la chica y la mata mientras está tumbada inerme en el suelo. La otra chica queda gravemente herida.

El ministro de Defensa, un antiguo jefe del Estado Mayor y su sucesor en el cargo alabaron la valentía del soldado. En todo el panorama político, ni una sola voz se levantó contra el disparo. Hasta la oposición se quedó callada.

Piden investigar a los soldados que han matado a “terroristas” que ya eran incapaces de actuar

Esta semana, una persona levantó su voz. Avigdor Feldman, un abogado, informó al fiscal general que sometería una solicitud al Tribunal Supremo para pedir que se abra una investigación criminal contra este soldado. Quiere que el Tribunal ordene a las autoridades investigar todos los casos en los que soldados y civiles han disparado y matado a “terroristas” cuando éstos ya estaban incapaces de actuar.

En el Israel de hoy, esto es un acto un valor increíble. El abogado Feldman no está chiflado. Es un abogado bien conocido, y destaca especialmente en el campo de los derechos humanos.

Yo llegué a conocerlo cuando aún estaba al inicio de su carrera. Era todavía un ‘pasante’ –un jurista que ha terminado sus estudios pero que todavía no es un abogado con licencia plena– que trabajaba en el despacho de un amigo. Me representó en varios casos judiciales menores y ya entonces me impresionaba su mente aguda.

Desde entonces, Feldman se ha convertido en un destacado abogado de derechos civiles. Varias veces lo he visto defendiendo sus casos en el Tribunal Supremo y he observado la reacción del juzgado. Cuando habla Feldman, los jueces dejan sus ensoñaciones y sus dibujitos y siguen sus argumentos con una atención embelesada, interrumpiéndolo con cuestiones agudas, disfrutando obviamente del torneo judicial.

Ahora, Feldman ha hecho lo que nadie más se ha atrevido a hacer: coger al Ejército por los cuernos y retar al comando supremo.

Feldman hace lo que nadie se atreve: coger al Ejército por los cuernos y retar al comando supremo

En Israel, eso es cercano a lesa majestad.

Desde inicios de octubre, Israel ha experimentado una oleada de violencia que todavía no ha recibido un nombre oficial. Los periódicos lo llaman “una oleada de terrorismo”, otros hablan de “la intifada de los individuos”.

Su característica más destacada es que carece de toda organización. No la planifica un grupo, no se transmiten órdenes desde arriba, no hace falta coordinarse entre células.

Algún adolescente árabe coge un cuchillo de la cocina de su madre, busca a una persona en uniforme en la calle y la apuñala. Si no hay a mano ningún soldado ni policía, apuñala a un colono. Si no encuentra a colonos por ninguna parte, apuñala a cualquier israelí que vea.

Si conduce un coche, simplemente busca un grupo de soldados o civiles que esperan al lado de la carretera y los atropella.

Otros muchos simplemente tiran piedras a los coches israelíes que pasan, en la esperanza de causar un accidente mortal.

El Ejército (en los territorios ocupados) y la Policía (en Israel propiamente dicho y en la ciudad anexionada de Jerusalén Este) es prácticamente incapaz de impedirlo. En las dos intifadas anteriores, y en medio, las fuerzas de seguridad atraparon, por increíble que parezca, a casi todos los perpetradores de actos violentos. Eso era posible porque estos actos los cometían grupos y organizaciones. Antes o después, los agentes israelíes lograron infiltrarse en casi todos. Una vez que se había detenido a uno –o una– de los perpetradores, se le inducía a informar sobre los demás, ya sea mediante el soborno, ya sea mediante “presión física moderada” (como nuestros tribunales llaman la tortura).

Todas esas medidas se revelan bastante inútiles cuando un hecho lo comete una persona sola, o dos hermanos, que actúan de forma espontánea. No hay espías. No hay traidores. No hay indicios previos. Ningún rastro al que seguir.

Un joven árabe no necesita a las vírgenes que esperan en el paraíso: ve lo que pasa a su alrededor

Los servicios de seguridad israelíes han intentado elaborar el perfil típico de estos perpetradores. Sin éxito. No tienen casi nada en común. Había varios adolescentes de 14 años, pero también un abuelo con hijos y nietos. La mayoría no aparecía en la base de datos antiterrorista. Algunos eran religiosos radicales, pero muchos otros no eran en absoluto religiosos. Algunos eran chicas. Una era una madre.

¿Qué los impulsa? La respuesta oficial estándar de Israel es: sedición. Los incita Mahmud Abbas. Los incita Hamás. Los incitan los medios de comunicación árabes. Pero todas estas “incitaciones” son reacciones rutinarias contra las acciones israelíes. Y de todas formas, un joven árabe no necesita que nadie le “incite”. Ve lo que pasa a su alrededor. Ve los aterradores arrestos nocturnos, las tropas israelíes invadiendo ciudades y aldeas. No necesita la seducción de las vírgenes que esperan al mártir en el paraíso.

Dado que no hay un remedio inmediato, los políticos y otros “expertos” recurren a la “disuasión”. El método más empleado: la ejecución sumaria.

Esto se descubrió por primera vez en abril de 1974 cuando cuatro jóvenes árabes inexpertos secuestraron un autobús israelí. La policía lo paró cerca de Ashkelon y lo tomó al asalto. Dos de los cuatro murieron en el tiroteo, pero los otros dos fueron capturados vivos. Tres fotógrafos los retrataron vivos. Pero luego, el Ejército anunció que también habían muerto en el combate.

En 1974 se dio la orden: “Ningún terrorista debe estar vivo después de cometer un acto terrorista”

Eso era una mentira descarada, protegida por la censura del Ejército. Como editor de la revista Haolem Hazeh, amenacé con acudir al Tribunal Supremo. Me dieron permiso de publicar las fotos y se desencadenó una tormenta gigantesca. El jefe del servicio de seguridad (Shin Bet o Shabak) y sus asistentes fueron acusados en los tribunales, pero indultados sin que se llegara a celebrar juicio.

Durante el escándalo surgió a la luz una orden secreta: el entonces primer ministro, Yitzhak Shamir, había emitido una orden oral para indicar que “ningún terrorista debería estar vivo después de cometer un acto terrorista”.

Algo así debe de estar en vigor ahora. Los soldados, los policías y los civiles armados creen que es una orden: a los terroristas hay que abatirlos de inmediato.

Oficialmente, desde luego, los soldados y los demás sólo tienen permiso para matar cuando su propia vida o la vida de otros está en peligro de forma directa e inminente. Según las leyes de la guerra, y también según las leyes israelíes, es un crimen matar a un enemigo cuando está herido, esposado o de otra manera incapaz de poner en peligro la vida de nadie.

Sin embargo, a casi todos los perpetradores árabes, también a los heridos y a los capurados, se les ejecuta de forma inmediata. ¿Cómo se explica esto?

La mayor parte de las veces, simplemente se niegan los hechos. Pero con la proliferación de las cámaras de seguridad, eso es cada vez menos posible.

Un argumento que se usa a menudo es que el soldado no tenía tiempo para reflexionar. Debe actuar de forma rápida. Un campo de batalla no es una sala de juzgado. Un soldado a menudo actúa de forma instintiva.

Sí y no. Muy a menudo, de hecho, no hay tiempo para pensar. Quien dispara primera queda vivo. Un soldado tiene el derecho – es más: tiene el deber – de defender su propia vida. Ante la duda debe actuar. Eso no hace falta que nadie me lo explique. Yo he estado allí.

Si el ministro de Policía dice que el que mató a la chica no tenía tiempo para reflexionar, miente

Pero hay situación cuando no hay absolutamente ninguna duda. Dispararle a un prisionero esposado es claramente un crimen. Disparar a un enemigo herido, tirado en el suelo e incapaz de hacer nada, como la chica de las tijeras, es repugnante.

Estos son casos muy claros. Si el ministro de Policía (ahora llamado ministro de Seguridad Interior) dice en la Knesset que el que mató a la chica no tenía tiempo para reflexionar, es que miente.

Me atrevo a asegurar que ese ministro, Gilad Ardan, un hombre macho agresivo que cumplió su glorioso servicio militar como oficial de mesa en el departamento de personal del Ejército, tiene un poco menos de experiencia de batallas que yo. Lo que dijo en el Parlamento es una chorrada.

Los soldados disparan y matan porque piensan que sus superiores quieren que lo hagan. Probablemente se les haya dicho que lo hagan. La lógica tras esto es la “disuasión”: si el perpetrador sabe que se le va a matar con toda seguridad, quizás se lo piense dos veces antes de cometer el acto.

Para eso no hay absolutamente ninguna prueba. Al contrario, saber que seguramente se les disparará y matará en el acto, probablemente sólo impulse más a las y los perpetradores. Convertirse en un ‘shahid’, un mártir, será un orgullo para su familia y para todo el barrio.

Ah, dicen los disuadores, pero si también destruimos la casa de la familia del perpetrador, se lo pensarán dos veces. Su familia les va a rogar que se abstenga. ¿Suena lógico?

Las ejecuciones sumarias están diametralmente opuestas a los leyes internacionales de la guerra

En absoluto. Para esto tampoco hay absolutamente ninguna prueba. Todo lo contrario. Convertirse en los padres de un ‘shahid’ es tal honor que vale más que perder la casa familiar. Especialmente si se les paga un indemnización con fondos aportados por Arabia Saudí y otros Estados del Golfo.

La opinión muy clara de los expertos de seguridad es que estos tipos de castigo colectivo no funcionan. Al contrario: crean más odio, lo que creará más ‘shahid’. En resumen es contraproducente.

Los comandantes de la cúpula militar y de los servicios de seguridad no ocultan su oposición a estas medidas. Pero quienes se imponen son los políticos y y tertulianos que buscan popularidad.

Las ejecuciones sumarias y los castigos colectivos están, desde luego, diametralmente opuestos a los leyes internacionales de la guerra. Muchos israelíes detestan estas leyes y las ignoran. Creen que unas leyes tan ingenuas no deberían impedir a nuestro ejército que defienda a nosotros y nuestro país.

Este argumento se basa en la ignorancia.

Las leyes de la guerra se iniciaron tras la Guerra de Treinta Años, en la primera mitad del siglo XVII, que trajo miserias inenarrables a Europa Central. Cuando se terminó, dos tercios de Alemania estaban destrozados y un tercio de la población alemana estaba exterminado.

Los creadores de estas leyes, en especial un holandés llamado Grotius, partieron de la base sensata de que no se respetará ninguna ley que impida continuar la guerra. Una nación que lucha por su supervivencia no cumplirá ninguna ley que le dificulte hacerlo. Pero en todas las guerras se cometen montones de atrocidades, sólo por odio o sadismo, sin que sirvan a ningún objetivo militar.

Son estos actos –actos que no sirven a ningún fin militar – los que prohíben las leyes internacionales de la guerra. Hacen sufrir a ambos bandos. Matar a prisioneros, dejar morir a los heridos, destruir los bienes de los civiles, imponer castigos colectivos y esas cosas no ayudan a ningún bando. Sólo satisfacen impulsos sádicos y un odio sin sentido.

Matar a prisioneros, destruir bienes civiles, imponer castigos colectivos, no ayuda a ningún bando

Estos actos no son sólo inmorales y detestables. También son contraproducentes. Las atrocidades crean odio, y el odio crea a más ‘shahid’. A los prisioneros muertos no se les puede interrogar y no pueden dar información, que es algo que puede ser vital para desarrollar nuevas estrategias y tácticas. La crueldad no es más que una forma de la estupidez.

Nuestro Ejército sabe todo eso. Están en contra. Pero quien les da órdenes son los políticos del tipo despreciable que abundan en nuestras tierras.

Este asunto está vinculado a la persecución de la organización “Breaking the Silence”.

Este grupo lo formaron soldados que, una vez acabado el servicio militar, empezaron a hacer públicas sus experiencias en los territorios ocupados, las cosas que hicieron y las cosas que vieron. Esto se ha convertido en una operación grande. Su meticuloso respeto a la verdad les granjeó el respeto del Ejército, y la oficina del fiscal general de las Fuerzas Armadas respeta sus testimonios y a menudo inicia las acciones correspondientes.

Esto ha llevado ahora a los demagogos de la extrema derecha a lanzar una furiosa campaña de incitación contra este grupo. Lo acusan de traición, de “ensuciar a nuestros chicos”, de ayudar y asistir a los terroristas y esas cosas. Muchos de los que los acusan son unos antiguos soldados de oficina y escaqueadores que ahora arremeten contra antiguos combatientes.

La derecha ataca con furia al presidente de Israel, Reuben Rivlin, por cometer ‘traición’

Esta semana, los demagogos de la derecha atacaron con furia al presidente de Israel, Reuben Rivlin, por cometer traición. Su crimen: apareció en una conferencia política organizada en Nueva York por el diario liberal israelí Haaretz, a la que también se había invitado a Breaking the Silence.

Rivlin es una persona muy agradable, muy humana. Como presidente insiste en la plena igualdad de los ciudadanos árabes. Pero también mantiene opiniones muy de derechas y se opone a abandonar un solo palmo del territorio de “Eretz Israel” a cambio de la paz. Sin embargo, ningún político de derechas a acudido en su ayuda contra estas acusaciones salvajes.

Breaking the Silence no está solo. Ciertos grupos fascistas – utilizo este término con ciertas dudas – acusan de “traición” a muchas organizaciones de paz y derechos humanos, citando el hecho de que varias de ellas reciben donaciones de gobiernos y organizaciones europeas. El hecho de que las organizaciones derechistas y directamente fascistas de Israel reciben muchísimo más dinero de organizaciones extranjeras judías y evangelistas cristianas no les importa nada.

Todo eso muestra lo valiente que es el abogado Feldman con su trabajo.

Como decimos nosotros: para quitarse el sombrero.

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