De Barak a Trump
Uri Avnery
Ehud Barak acaba de “romper el silencio”. Ha publicado un artículo en el New York Times en el que arremete contra nuestro primer ministro con la mayor acritud. En otras palabras, ha hecho exactamente lo mismo que la ONG de exsoldados que se autodenomina Shovrim Shtika (“Rompiendo el silencio”) a los que se acusa de airear nuestra ropa sucia en el extranjero. Se dedican a sacar a la luz los crímenes de guerra que han presenciado e incluso aquellos que han cometido.
Pero aparte de arremeter contra Binyamin Netanyahu, Barak ha aprovechado el artículo para hacer público su propio Plan de Paz. Es evidente que Barak, antiguo jefe del Estado Mayor del Ejército israelí y antiguo primer ministro, está planeando su retorno a la vida política y este plan de paz suyo forma parte de la estrategia. En todo caso, parece que en la región estamos en plena temporada alta de planes de paz.
Barak es intelectualmente superior a todos los demás políticos de la escena israelí
Respeto la inteligencia de Barak. Hace muchos años, cuando aún era jefe adjunto del Estado mayor, me invitó inesperadamente a reunirme con él. Hablamos de historia militar del siglo XVII (la historia militar es una vieja afición mía) y descubrí rápidamente que era un verdadero experto. Disfruté mucho de su compañía.
En mayo de 1999, una noche de primavera, me uní a una enorme y jubilosa multitud en la Plaza Rabin de Tel Aviv después de que Barak ganara las elecciones a la Knesset y se convirtiera en primer ministro. Nos prometió “el amanecer de un nuevo día”. En particular, nos prometió la paz con los palestinos.
Barak es intelectualmente superior a todos los demás políticos de la escena israelí. Sin embargo, muy pronto nos dimos cuenta de que aquello podía significar una desventaja.
Las personas inteligentes tienden a la arrogancia. Desprecian a los que tienen capacidades intelectuales inferiores a las suyas. Consciente de tener todas las respuestas, Barak exigió al presidente Clinton que convocara una reunión con Yasser Arafat.
Al día siguiente hablé con Arafat y lo encontré tremendamente preocupado. No se habían hecho preparativos, no había habido un intercambio previo de puntos de vista. No quería asistir a una reunión que, según él, estaba destinada al fracaso, pero tampoco podía rechazar una invitación del presidente de los Estados Unidos.
El resultado fue catastrófico. Barak, con su habitual aplomo, presentó su plan de paz. Era más favorable a las exigencias palestinas que ningún otro plan israelí anterior pero aun así no alcanzaba los mínimos. La reunión se disolvió.
¿Qué hace un diplomático en tales circunstancias? Anuncia: “Hemos tenido un fructífero intercambio de puntos de vista. No hemos llegado a un acuerdo total, pero las negociaciones continúan y nos seguiremos reuniendo hasta alcanzarlo”.
Barak propone la “separación” de los palestinos. Ni paz ni cooperación, solo separación
Barak no dijo eso. Y tampoco dijo “Lo siento, desconozco completamente las posturas de los palestinos y a partir de ahora me dedicaré a estudiarlas en profundidad”.
En lugar de eso lo que hizo fue volver a casa y anunciar que Israel había propuesto los términos de paz más generosos de la historia, que los palestinos los habían rechazado todos, que lo que querían era arrojarnos al mar y que no teníamos “socios para la paz”.
De haber sido las palabras de un político de derechas, todo el mundo se habría simplemente encogido de hombros. Pero viniendo del líder del “Bando por la Paz” fueron devastadoras. Sus efectos aún se notan hoy en día.
Así que aquí vuelve Barak, el nuevo Barak con un Plan de Paz nuevecito. ¿Qué propone? El objetivo, escribe, es la “separación” de los palestinos. Ni paz ni cooperación, solo separación. O sea, librarnos de ellos. La “paz” no está de moda en este momento.
¿Cómo se efectuará dicha separación? Israel se anexionará los nuevos barrios judíos de Jerusalén Este y los “bloques de asentamientos”, el puñado de asentamientos construidos más allá de los límites de la Línea Verde pero cerca de ella. Se muestra a favor del “intercambio de territorio”. A continuación, viene la puñalada: “Todo lo referente a materia de seguridad en Cisjordania permanecerá en manos del ejército israelí durante tanto tiempo como sea necesario”.
Y para rematar, una triste conclusión: “Incluso si a estas alturas no es posible solucionar el conflicto israelo-palestino, y probablemente no lo sea…”
Me sorprendería mucho que hubiera un solo palestino dispuesto a aceptar semejantes términos. Pero a Barak nunca le han importado las posturas ni los sentimientos de los palestinos. Exactamente igual que a Netanyahu, el cual por lo menos tiene la decencia de no proponer un “Plan de Paz”. A diferencia de Trump.
Donald Trump no es un genio como Barak, pero coincide con él en que también tiene un Plan de Paz.
Un grupo de judíos de derechas, en el que se incluye su yerno (que tampoco es ningún genio, por cierto) han trabajado en él durante meses. Se lo ha propuesto a Mahmud Abbas, sucesor de Arafat, a Mohammad Bin Salman, príncipe heredero de Arabia Saudí, y a otros príncipes árabes. Al parecer, propone un Estado Palestino compuesto por una serie de pequeños enclaves aislados entre sí, sin Jerusalén y sin ejército.
El plan de Trump pone de manifiesto un desprecio abismal por los palestinos y por los árabes
Es simple y llanamente una locura. No hay ni un solo palestino ni un solo árabe en el mundo capaz de aceptar esto. Y lo que es peor, proponer semejante caricatura de estado es una muestra de la más absoluta ignorancia.
Y ahí es precisamente donde está el problema: es mucho peor que simple falta de conocimientos. El plan pone de manifiesto un desprecio abismal por los palestinos y por los árabes en general, una creencia básica en que sus sentimientos, si existen, no tienen la más mínima importancia. Es un vestigio de la época del colonialismo.
Por supuesto, tanto los palestinos como los árabes tienen profundos sentimientos y convicciones. Aún recuerdan los tiempos en que los musulmanes eran incomparablemente más avanzados que los bárbaros europeos. Que el presidente de los Estados Unidos y su corte de judíos los traten como basura los ofende gravemente, y esa ofensa podría desatar disturbios en la región que ningún príncipe árabe a sueldo de EE UU será capaz de controlar.
Esto concierne especialmente a Jerusalén. Para los musulmanes Jerusalén no es solo una ciudad. Es su tercer lugar más sagrado, el sitio desde el que el Profeta, que la paz sea con él, subió al cielo. Para un musulmán renunciar a Jerusalén es inconcebible.
Las últimas decisiones de Trump en lo referente a Jerusalén son, por decirlo suavemente, imbecilidades. Los árabes de a pie están furiosos, a los israelíes les da igual y los títeres árabes de los americanos, todos esos príncipes y demás, están muy preocupados. Si estalla el conflicto, bien puede suceder que los arrastre consigo.
¿Y todo para qué? ¿Por un titular en el telediario de la noche?
No hay un asunto en toda la región, y quizá en todo el mundo, más delicado. Jerusalén es una ciudad sagrada para tres grandes religiones mundiales; a la santidad no se le pueden poner peros.
En el pasado he dedicado mucho tiempo a esta cuestión. A mí me encanta Jerusalén, a diferencia de Theodor Herzl, el fundador del sionismo, al que le repugnó y quien huyó de ella después de una sola noche. A los primeros sionistas les desagradaba la ciudad pues para ellos representaba todo lo falso y negativo del judaísmo.
Para los primeros sionistas, Jerusalén representaba todo lo falso y negativo del judaísmo
Hará unos veinte años que mi amigo, el difunto Feisal Al Husseini, líder de los árabes de Jerusalén y heredero de su más noble familia, y yo redactamos un manifiesto. Cientos de israelíes y palestinos lo firmaron.
El título era “Nuestra Jerusalén”. Empezaba con estas palabras: “Jerusalén es nuestra, de los israelíes y los palestinos, de los musulmanes, de los judíos y de los cristianos”.
Continuaba diciendo: “Nuestra Jerusalén es un mosaico de todas las culturas, de todas las religiones y todos los períodos que la han enriquecido desde la antigüedad hasta hoy; los cananeos, los jebuseos, los israelitas, los judíos, los helenos, los romanos, los bizantinos, los cristianos, los musulmanes, los árabes, los mamelucos, los otomanos, los británicos, los palestinos y los israelíes”.
“Nuestra Jerusalén debe permanecer unida, abierta a todos, debe pertenecer a todos sus habitantes, sin fronteras ni alambradas que la dividan”.
Y para rematar ofrecíamos una conclusión práctica: “Nuestra Jerusalén debe ser la capital de los dos estados que vivirán codo con codo en este país, Jerusalén Oeste, capital del Estado de Israel y Jerusalén Este, capital del Estado de Palestina”.
Cómo me gustaría clavar este manifiesto en la puerta de la Casa Blanca.
© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 9 Dic 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.
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