El que confiesa y se aparta
Uri Avnery
En el tumulto de los últimos días, con motivo del 50 aniversario de la “unificación” de Jerusalén, uno de los artículos afirmaba que “incluso el activista por la paz Uri Avnery” votó en la Knesset a favor de la unificación de la ciudad.
Eso es cierto. He intentado explicar los motivos en mi autobiografía “Optimista”. Pero no todo el mundo ha leído el libro y hasta la fecha sólo se ha publicado en hebreo.
Por lo tanto, trataré de volver a explicar ese curioso voto. Explicar, no justificar.
El martes 27 de junio de 1967, dos semanas después de la guerra de los Seis Días, no me podía levantar. Tenía gripe y Rachel, mi esposa, me había administrado una gran cantidad de medicamentos. De repente, me llamaron de la Knesset y me dijeron que la cámara acababa de comenzar un debate sobre la unificación de Jerusalén, el cual no figuraba en la agenda.
No había tiempo para consultar; tomé la decisión sobre la marcha y voté a favor
Salté de la cama y conduje como alma que lleva el diablo desde Tel Aviv hasta Jerusalén, unos 65 kilómetros. Al llegar me dijeron que la lista de intervinientes ya estaba cerrada. Pero el presidente del Parlamento, Kadish Luz, famoso por su imparcialidad, me añadió a la lista.
Tenía sólo unos pocos minutos para pensar. Mi asistente parlamentario, Ammon Zichroni, me aconsejó votar en contra, o al menos abstenerme. No había tiempo para consultarlo con los principales miembros de mi partido, “Haolam Hazeh – Nueva Fuerza”. Tomé la decisión sobre la marcha, y la decisión fue votar a favor.
Fue principalmente una reacción instintiva. Venía desde lo más profundo de mi alma. Tras el asombroso triunfo, que llegó después de tres semanas de ansiedad acumulada, la enorme victoria en sólo seis días parecía un milagro. La población judía, íntegramente, estaba en éxtasis. Este estado de ánimo cruzaba todas las líneas divisorias.
Jerusalén Este fue el centro del éxtasis masivo. Fue como un tsunami. Las masas se apresuraron hacia el Muro de las Lamentaciones, al cual nadie se había acercado durante 19 años. Tanto los devotos como los ateos estaban ebrios.
Sentía que un movimiento político, que pretende ganarse a las masas para plantear un nuevo escenario, no puede en ese momento ignorar al pueblo. Frente a tal tormenta, no puede permanecer al margen.
Después de esa guerra, anhelaba la Ciudad Vieja de Jerusalén de un modo casi físico
Yo mismo no estaba ajeno a la tormenta emocional. Amaba Jerusalén. Antes de la división del país durante la guerra de 1948, en la que se dividió Jerusalén, a menudo me perdía por los callejones de las partes árabes de la ciudad. Después de esa guerra, anhelaba la Ciudad Vieja de Jerusalén de un modo casi físico. Cuando la Knesset estaba en sesión, a menudo me alojaba en el hotel Rey David desde el que se puede ver toda la Ciudad Vieja, y recuerdo muchas noches en las que me quedaba junto a la ventana abierta y escuchaba a los perros en la distancia romper el silencio más allá del muro; con anhelo.
Pero, más allá de la emoción, también existía una consideración lógica.
Ya en 1949, a día siguiente de la guerra en la que se fundó Israel, empecé a hacer campaña por la “solución de los dos Estados”: la creación de un Estado independiente de Palestina junto al Estado de Israel, como dos Estados iguales en el marco de una federación.
En 1957, después de la guerra del Sinaí, publiqué – junto a Natan Yellin-Mor, el antiguo líder de la organización clandestina Leji (alias el Grupo Stern), el escritor Boaz Evron y otros – un documento llamado “el Manifiesto Hebreo”, del que aún hoy me siento orgulloso. En aquel momento, Jerusalén Este y Cisjordania formaban parte del reino de Jordania. Entre otras cosas, el documento decía:
“21. Todo Eretz Israel (Palestina) es la patria de sus dos naciones: la hebrea, que ha logrado su independencia en el marco del Estado de Israel; y la árabe-palestina, que todavía no ha alcanzado la independencia. El Estado de Israel ofrecerá asistencia política y material al movimiento de liberación de la nación palestina… que lucha por establecer un Estado palestino libre, que será socio del Estado de Israel…
“22. (Se establecerá) una federación de las partes de Eretz Israel (Palestina), que protegerá la independencia de todos los Estados que formen parte de ella.
Según este plan, Jerusalén se debería haber convertido en una ciudad unida, la capital de Israel, la capital de Palestina y la capital de la federación.
En aquel momento, aquello parecía una visión remota. Pero después de la guerra de 1967, repentinamente la visión se hizo real. El régimen jordano quedó derrotado. Nadie creía seriamente que el mundo iba a permitir a Israel mantener los territorios que acababa de conquistar. Parecía evidente que nos obligarían a devolverlos, como ya habíamos hecho después de la guerra del Sinaí en 1956.
La votación entera me pareció, en retrospectiva, un grave error. Poco después, me disculpé
Estaba convencido de que esta situación nos daría la oportunidad histórica de hacer realidad nuestra visión. Para que eso pasara, primero teníamos que impedir la devolución de los territorios a Jordania. La unificación de las dos partes de Jerusalén me parecía el primer paso lógico. Sobre todo teniendo en cuenta que en la propuesta de ley no aparecen las palabras “anexión” ni “unificación”. Sólo mencionaba que la ley israelí se aplicaría allí.
Todo esto se me pasó por la cabeza en los pocos minutos que tuve. Me acerqué al estrado y dije: “No es ningún secreto que mis compañeros y yo luchamos por la unificación del país en una federación del Estado de Israel y un Estado palestino que comprenderá Cisjordania y la franja de Gaza, una federación cuya capital será la Jerusalén unida como una parte del Estado de Israel”.
Las últimas palabras fueron, por supuesto, un error. Debí haber dicho: “Como una parte del Estado de Israel y del Estado de Palestina”.
Los motivos de este voto eran lógicos, al menos en parte, pero la votación entera me pareció, en retrospectiva, un grave error. Poco después, me disculpé por ello en público. He repetido esta disculpa muchas veces.
En poco tiempo quedó claro que el Estado de Israel no soñaba con permitir a los palestinos que crearan un Estado propio, ni mucho menos con dividir la soberanía de Jerusalén. Hoy en día es evidente que desde el primer día – todavía bajo el régimen del Partido Laborista, liderado por Levy Eshkol – la intención era quedarse estos territorios para siempre, o durante el mayor tiempo posible.
Once años antes, después de la guerra del Sinaí, David Ben-Gurion había cedido ante los ultimátums paralelos de Dwight Eisenhower y Nikolai Bulganin, los jefes de Estado de los Estados Unidos y la Unión Soviética. 105 horas después de declarar el “Tercer Reino de Israel”, Ben-Gurion anunció con la voz rota en la radio que devolvería todos los territorios conquistados.
Había generales que apoyaron, abiertamente o en secreto, la idea de establecer un Estado palestino
Resultaba increíble que el debilucho Eshkol tuviera éxito donde el gran Ben-Gurion había fallado, y conservara los territorios conquistados. Pero contra toda expectativa, no hubo ningún tipo de presión para devolver nada. La ocupación continúa hasta el día de hoy.
Por lo tanto, ni siquiera se planteó la pregunta: si devolver los territorios al Reino de Jordania o convertirlos en el Estado de Palestina.
Por cierto, en aquellos días, cuando la gloria de nuestros generales parecía tocar el cielo, había algunos entre ellos que apoyaron, abiertamente o en secreto, la idea de establecer un Estado palestino junto al de Israel. El más franco de todos fue el general Israel Tal, el famoso comandante de tanques. Intenté convencerlo por todos los medios de que asumiera el liderazgo del movimiento por la paz, pero prefirió centrar sus esfuerzos en la construcción del tanque Merkava.
Años más tarde, traté de convencer al general Ezer Weizman, el antiguo comandante de las Fuerzas Aéreas y el verdadero vencedor de la guerra de 1967. Sus convicciones nacionalistas cambiaron y se acercaron más a las de nuestro grupo. Pero prefirió convertirse en el presidente de Israel.
Incluso Ariel Sharon le dio vueltas a estas ideas durante algunos años. Prefería un Estado palestino antes que devolverle los territorios a Jordania. Me dijo que en los 50, cuando todavía servía en el Ejército, le había propuesto al Estado Mayor apoyar a los palestinos contra el régimen jordano. Se lo propuso en secreto, mientras que yo lo estaba demandando en público.
Pero toda esta teorización no podía hacer frente a la realidad: la ocupación se hacía más profunda de un día para otro. La disposición a renunciar a todos los territorios ocupados, incluso en circunstancias ideales, disminuía cada vez más.
¿Y en el otro bando?
Tuve muchas conversaciones con el admirado (por mí también) líder de la población árabe en Jerusalén Este, Faisal al-Husseini. La idea de una Jerusalén unida, capital de dos Estados, también le atraía. Redactamos juntos un recurso bajo esa óptica. Por supuesto, se lo comentamos a Yasser Arafat y estuvo completamente de acuerdo, pero no estaba preparado para confirmarlo en público.
Dos semanas después de la votación de la Knesset, publiqué en mi revista semanal, Haolam Hazeh, otro plan bajo el título: “Una solución básica, justa y práctica”. El primer párrafo decía: “Se creará una federación de Eretz-Israel (Palestina), que incluirá el Estado de Israel, la franja de Gaza y Cisjordania, cuya capital será el área metropolitana de Jerusalén”.
“Se creará una federación que incluirá el Estado de Israel, la franja de Gaza y Cisjordania…»
Unas 64 personalidades israelíes firmaron este plan, incluyendo el escritor Dan Ben-Amotz, el humorista Uri Zohar, el piloto y pacifista Abie Nathan, el editor Amikan Gurevich, el escultor Yigal Tomakin, el pintor Dani Karavan, Nathan Yellin-Mor, el capitán Nimrod Eshel, el productor cinematográfico Alex Massis, el escritor Boaz Evron, la periodista Heda Boshes, el comisario de arte Yona Fisher y el famoso educador Ernst Simon, amigo íntimo del ya muerto Martin Buber.
Este documento, como todos los planes anteriores, tenía el objetivo de crear un marco regional, como el de la Unión Europea, que por aquel entonces estaba en proceso.
(Por cierto, últimamente se ha venido difundiendo una nueva moda en varios círculos: una nueva solución ideal al conflicto: la creación de una federación israelí-palestina y una “solución regional”. Supongo que muchos de los nuevos defensores de esta solución todavía no habían nacido cuando se publicaron estos documentos; y si así es, tengo que defraudarlos: todas estas ideas ya se habían expresado hace mucho tiempo, lo cual no tiene que desalentarlos. Que sean bendecidos.)
En las publicaciones recientes se mencionaba también que propuse adoptar la canción “Jerusalén de oro” como el himno nacional de Israel.
Naomi Shemer escribió esta hermosa canción para un concurso en Jerusalén, cuando todavía nadie imaginaba la guerra de los Seis Días de 1967.
Decidí proponer la canción de Naomi Shemer en la Knesset como himno nacional
Me desagrada intensamente el himno nacional actual, “Hatikvah” (“la Esperanza”). La letra trata sobre la vida de los judíos durante la diáspora y la melodía parece que se ha sacado de una canción popular rumana. Por no mencionar el hecho de que más del 20% de los ciudadanos israelíes son árabes. (Quizás debamos aprender de Canadá, que hace mucho tiempo cambió el himno y la bandera británicos por respeto a los ciudadanos de habla francesa, que constituyen el 20%).
Decidí proponer la canción de Shemer en la Knesset como himno nacional. Tras la guerra de 1967, ya se había convertido en el furor de las masas. Presenté una propuesta de ley en consecuencia.
Fue, por supuesto, una propuesta muy controvertida. Shemer no mencionaba en su canción que había árabes en Jerusalén. Las palabras tienen un fuerte toque nacionalista. Pero pensé que después de que se aceptara la idea de un nuevo himno, rectificaríamos la letra.
El presidente de la Knesset, Luz, estaba preparado para aceptar la propuesta de ley e incorporarla en la agenda sólo si Naomi Shemer estaba de acuerdo. Concerté una cita con ella y tuvimos una charla agradable en una cafetería. No estaba completamente de acuerdo pero me permitió afirmar que no se oponía.
Durante la conversación tuve la sensación de que existía una reticencia inexplicable por su parte. Me acordé de esto años más tarde, cuando se reveló que ella no había compuesto realmente esa emocionante melodía, sino que era una canción popular vasca. Sentí un poco de lástima por ella.
Para resumir: el voto del “activista por la paz Uri Avnery” a favor de la “unificación” de Jerusalén fue un gran error. Aprovecho esta ocasión para disculparme de nuevo.
Solicito la aplicación del versículo bíblico (Proverbios 28:13): “Mas el que confiesa y se aparta, alcanzará misericordia”.
© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 10 Junio 2017 | Traducción del inglés: Miriam Reinoso
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