La corona y las brasas
Uri Avnery
Líbano está en crisis. ¿Cuál es la novedad?
Desde la fundación del Estado, hace 90 años, la palabra «crisis» ha ido inseparablemente unida a su nombre.
Desde la perspectiva israelí, esta crisis tiene un doble significado.
En primer lugar, pone en peligro la tranquilidad en la frontera norte. Cada crisis interna en Líbano puede llevar fácilmente a una conflagración. Alguien en Líbano puede desencadenar una confrontación para desviar la atención alejándola de los asuntos internos. Alguien en Israel puede decidir que ésta es una gran oportunidad para lanzar algún ardid israelí.
La Tercera Guerra de Líbano, si estalla (Dios no lo quiera), amenaza con una destrucción incalculable en ambos lados. La Segunda Guerra de Líbano parecerá, en comparación, un día de campo. Esta vez, todas las ciudades y pueblos israelíes estarán al alcance de los cohetes de Hizbulá. Durante el gran incendio de Carmel, hace unas semanas, se hizo evidente que no se ha preparado nada para defender la retaguardia, salvo un impresionante arsenal de discursos y declaraciones.
Una Tercera Guerra de Líbano supondría una destrucción incalculable en ambos lados
Pero esta crisis de Líbano es también importante a otro nivel. Imparte una importante lección sobre la cuestión existencial a la que nos enfrentamos ahora: Israel con sus fronteras de 1967 o un Gran Israel que gobernará en todo territorio entre el Mediterráneo y el Jordán.
La crisis libanesa nos pega un toque de atención: ¡Mira que te lo estoy advirtiendo!
El malestar en Líbano comenzó con una decisión crucial tomada el mismo día que se creó el Estado.
A ojos de los árabes, Líbano es una parte de Siria. La Gran Siria, Sham en árabe, incluye el Estado actual de Siria y Líbano, Palestina, Jordania y el Sinaí. Éste es un principio básico del nacionalismo árabe moderno.
Durante cientos de años de dominio otomano en la región, no hubo fronteras reales entre estas provincias. Las divisiones administrativas cambiaban cada cierto tiempo, pero no eran importantes. Se podía viajar de Haifa a Damasco o de Jerusalén a Beirut sin ningún problema.
Líbano es un país de altas montañas, uno de los países más bellos del mundo. Esta configuración topográfica alentó a las minorías perseguidas de toda la región a buscar refugio allí. Se establecieron entre las montañas, organizadas para una defensa completa, ferozmente resueltas a aferrarse a su especial carácter. El tan tolerante dominio otomano dio a cada comunidad una amplia autonomía (el sistema de las ‘millet’).
Hasta 1860, las dos comunidades mayores, maronitas y drusos, vivían en tensa coexistencia
Así, los drusos se establecieron en las montañas Chouf, la secta cristiana maronita en la cordillera central y los chiíes al sur. Junto a ellos había otras comunidades cristianas (principalmente griegos ortodoxos y católicos griegos) y musulmanes suníes. Éstos últimos se concentraban sobre todo en las ciudades costeras —Trípoli, Beirut y Sidón— y no por accidente. Los otomanos (suníes) los colocaron allí como guardianes de su imperio frente a todas estas diversas comunidades.
El cambio histórico en los anales de Líbano se produjo en 1860. Hasta entonces, las dos comunidades más importantes, maronitas y drusos, vivían en tensa coexistencia. Hubo muchos enfrentamientos entre ellos y, durante algún tiempo, los príncipes drusos establecieron algo parecido a un miniestado en la región pero las relaciones entre ellos eran tolerables.
En 1860, los conflictos locales aumentaron de forma desastrosa y los drusos masacraron a los cristianos. Los judíos también estaban en peligro y el judío británico Moisés Montefiore corrió en su ayuda montado en su coche de caballos. El mundo estaba conmocionado (eran tiempos en los que las masacres aún conmocionaban al mundo) y los franceses, que siempre habían mirado el Levante con ojos codiciosos, se aprovecharon de la situación.
El gobierno de Estambul se vio obligado a reconocerlos como protectores de los cristianos en Líbano. Para defender a los cristianos, se les dio a las montañas de Líbano un estatuto de autonomía dentro del Imperio Otomano, bajo protección francesa.
Con el colapso del Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial, la región fue dividida entre las dos potencias vencedoras: Gran Bretaña y Francia. En una cínica traición a su objetivo declarado (la «autodeterminación nacional»), los franceses se apoderaron de Siria (incluyendo Líbano), mientras que los británicos se apoderaron de Palestina, Transjordania e Iraq. A los árabes no se les consultó. Cuando el emir Faisal (hermano de Abdallah) estableció un reino sirio en Damasco, los franceses lo echaron a patadas. Una posterior revuelta nacional árabe contra los franceses, dirigida curiosamente por los drusos, se frenó con gran crueldad.
El objetivo de Francia fue convertir las montañas de Líbano en un dominio francés cristiano
Los musulmanes, que constituían la inmensa mayoría en Siria, odiaban a los conquistadores franceses y este odio continuó hasta el último día de su gobierno en Siria, cuando los británicos los desalojaron durante la Segunda Guerra Mundial (con la ayuda de las fuerzas judías «ilegales” de Palestina. Esta campaña fue en la que Moshe Dayan perdió el ojo y se puso su emblemático parche.)
El objetivo principal del gobierno francés fue, desde el primer día, convertir las montañas de Líbano en un dominio francés sólido con una base de población cristiana. Decidieron separar Líbano de Siria y convertirlo en otro Estado. Esta separación provocó un gran vendaval entre los musulmanes, pero sin efecto.
Entonces, surgió la pregunta crucial que arroja una sombra sobre Líbano hasta el día de hoy: ¿deberían los cristianos conformarse con un Estado pequeño, en el que constituirían una mayoría decisiva o deberían preferir un Estado más amplio y unirle extensos territorios musulmanes? Esto se llama en francés «le Grand Liban» (el Gran Líbano).
Todos los israelíes pueden reconocer fácilmente este dilema.
Hay una leyenda judía que cuenta que al faraón le dijeron que un bebé recién nacido llamado Moisés estaba destinado a convertirse en rey. Para ponerlo a prueba, el faraón le ofreció al bebé, una cosa al lado de la otra, una corona de oro y un montón de brasas ardiendo. El bebé extendió su mano hacia la corona pero Dios envió un ángel que le empujó la mano hacia las brasas. El faraón se mostró satisfecho y Moisés se salvó.
Cuando a los cristianos se les dio esta opción en Líbano, optaron por la corona.
Accediendo a sus exigencias, los franceses incluyeron en Líbano los pueblos.
En la práctica, Líbano nunca fue un Estado democrático
Incluso en la fundación de Gran Líbano, los maronitas constituían una minoría de la población. Todos los cristianos juntos, incluyendo todas las distintas comunidades, componían una escasa mayoría. Estaba claro que los musulmanes, con una tasa de natalidad más alta, conformarían la mayoría en el Estado cristiano en poco tiempo. >
Esto, por supuesto, ocurrió muy pronto. Los musulmanes renunciaron a su sueño de girar hacia atrás la rueda y devolver los «territorios en disputa» a su tierra siria pero empezaron a luchar contra la dominación total de los cristianos sobre Líbano. Con el paso del tiempo, los cristianos se vieron obligados a ceder una parte de sus privilegios a las otras comunidades. Comenzó una férrea división comunitaria: el presidente (con amplios poderes ejecutivos) siempre era cristiano, el primer ministro, musulmán suní, y así sucesivamente, siguiendo esta línea. Pero en poco tiempo, esta división dejó de reflejar las realidades demográficas.
En términos israelíes: Líbano afirmó ser un «Estado cristiano y democrático». Pero, en la práctica, nunca fue un Estado democrático y poco a poco dejó también de ser un Estado cristiano.
La corta historia de Líbano consiste simple y llanamente en una lucha entre las comunidades que fueron unidas en contra de su voluntad, como gatos en un saco. Uno puede aprender mucho sobre esto en el excelente libro publicado recientemente por Patrick Seale, La lucha por la independencia árabe.
18 años y cientos de soldados muertos para sacar al ejército israelí de la trampa libanesa
La lucha alcanzó uno de sus puntos álgidos en la gran guerra civil que comenzó en 1975. Los sirios invadieron el país para defender (qué irónico) a los cristianos de los musulmanes. Éstos venían reforzados por la OLP que había establecido una especie de miniestado en el sur después de ser expulsada de Jordania.
En este lío se metieron dando tumbos los líderes de Israel, sin tener la menor idea de las complejidades de la situación. Sharon invadió Líbano en 1982 para aniquilar a la OLP y expulsar a los sirios, enemigos de ésta. El ejército israelí llegó a un acuerdo con los maronitas sin darse cuenta de que eran mucho mejores cometiendo masacres indiscriminadas (Sabra y Chatila) que luchando de verdad. Fueron necesarios 18 años y cientos de soldados muertos para sacar al ejército israelí de aquella trampa.
La intervención de Israel sólo tuvo un efecto duradero que fue, además, totalmente inesperado. Los chiíes del sur de Líbano, la comunidad más oprimida del país y absolutamente despreciada por cristianos y suníes, despertaron de pronto. En su eterna guerra de guerrillas contra el ejército israelí, se convirtió en una importante fuerza política y militar y, finalmente, en una fuerza decisiva nacional de Líbano. Si Hizbulá se hace cargo realmente de todo el país, le debería levantar a Ariel Sharon una estatua en la plaza central de Beirut.
La crisis actual es una continuación de todas las crisis anteriores. Sin embargo, durante los 90 años de existencia de Líbano como Estado, se han llevado a cabo profundos cambios. Los cristianos son una fuerza secundaria, los musulmanes suníes también han visto disminuida su importancia política. Sólo los chiíes han ganado terreno.
Los estadounidenses superan a los israelíes en su arrogancia e ignorancia
La crisis actual comenzó con el asesinato de Rafiq Hariri, el primer ministro suní, cuyo lugar fue ocupado por su hijo, Saad al-Din Rafiq Hariri. (La palabra asesinato, por cierto, viene de la secta medieval chií de los hashishín.) Se puso en marcha una investigación internacional, principalmente para dañar a Siria, el enemigo de Estados Unidos, pero las huellas conducían a Hizbulá . Para adelantarse al informe, Hizbulá y sus aliados (incluyendo un importante general cristiano) han derribado esta semana al gobierno de coalición del que formaban parte. Arabia Saudí y Siria, enemigos mortales desde hace poco, unieron sus fuerzas en un intento de evitar una catástrofe que podría propagarse fácilmente a toda la región. Le ofrecieron un compromiso, pero Estados Unidos le dijo a su peón, Hariri, que lo rechazara.
Los estadounidenses recuerdan e incluso superan a los israelíes en su arrogancia e ignorancia que raya en la más nefasta irresponsabilidad. Su intervención de esta semana, que emana de un desprecio frívolo hacia la increíble complejidad que supone el tema de Líbano, puede dar lugar a una guerra civil o a una conflagración que podría involucrar a Israel.
Todo esto se habría evitado, y nos habríamos ahorrado 90 años de sufrimiento, si los cristianos se hubieran conformado con su parte del país. Cuando eligieron la opción de «Gran Líbano» (un claro paralelismo con «Gran Israel») se condenaron a sí mismos y a su país a 90 años de lucha y dolor sin un fin a la vista.
A la hora de la verdad, ningún ángel desvió la mano de la corona de oro hacia las brasas ardiendo. Ahora los israelíes nos enfrentamos a una elección muy similar.