Cualquiera menos Bibi
Uri Avnery
Los buitres vuelan en círculos. Han visto al hombre herido en el suelo y esperan su fin.
Los políticos, carnívoros humanos, están haciendo lo mismo.
Cantan sus alabanzas y juran defenderle a capa y espada, mientras que al mismo tiempo calculan mentalmente quién será el sucesor. Todos se dicen a sí mismos: ¿Por qué no yo?
Binyamin Netanyahu se enfrenta a la mayor crisis de su ya larga carrera. La policía está a punto de concluir las investigaciones. Al fiscal general lo presionan de todas partes para que presente cargos. Todas las semanas hay manifestaciones cada vez mayores enfrente de su casa.
Fue el mismo Netanyahu (y su esposa) quien nombró a dedo al fiscal general, al director general de la Policía y al ministro de Seguridad Interna. Ya ni eso sirve de nada. Hay demasiadas presiones.
Puede que las investigaciones se alarguen aún durante unos meses, pero el fin parece seguro. Binyamin Netanyahu acabará sentado en el banquillo.
Cuando a un miembro del gobierno se le acusa de un delito grave, lo normal es que presente su dimisión. Netanyahu no. ¡No, señor!
Si lo hiciera, ¿quién protegería Israel y lo salvaría de los innumerables peligros mortales que lo amenazan por doquier? Los iraníes han jurado destruirnos, los árabes que nos rodean quieren matarnos, los izquierdistas y otros traidores amenazan al Estado desde dentro. ¿Cómo sobreviviremos sin Bibi? ¡El peligro es tan horrible que no se puede concebir!
Los Netanyahu están rodeados de una caterva de millonarios que compiten entre sí en regalarles cosas
Parece que Netanyahu se cree todo esto. Su mujer, su hijo mayor y él se comportan como una familia real. No pagan lo que compran, viajan como invitados, están acostumbrados a recibir regalos caros.
El humor popular comenta esas transgresiones. La policía se ha contagiado del sentir del pueblo y ha decorado con muchos ceros los expedientes del primer ministro.
El expediente 1000 se ocupa de los regalos. Los Netanyahu están rodeados de una caterva de millonarios que compiten entre sí en regalarles cosas. Circulaban numerosos chistes sobre las cajas de puros y las botellas de champagne rosa que la familia ha recibido… hasta que se supo que el valor de tanto regalo asciende a decenas de miles de dólares. Y los donantes esperan que los agraciados les den algo a cambio.
El expediente 2000 se ocupa de un asunto peculiar. Yedioth Ahronoth (“Últimas Noticias”) fue el diario de mayor tirada de Israel hasta la aparición del periódico gratuito Israel Hayom (“Israel Hoy”). Su fundador es Sheldon Adelson, admirador de Netanyahu y propietario de enormes casinos en Las Vegas y Macao. El periódico se dedica en exclusiva a la glorificación del rey Bibi.
Existe una grabación de una conversación en la que Netanyahu le ofrece un trato a Noni Moses, propietario de Yedioth: Israel Hoy reducirá su tamaño y tirada si Yedioth accede a glorificar a Bibi. Legalmente, esto puede constituir un delito de soborno.
Y en el fondo del mar nos encontramos el expediente 3000. Los astilleros alemanes ThyssenKrupp, dos empresas muy conocidas por abastecer de armas a Hitler, son los armadores de nuestra flota de submarinos. Tres, seis, nueve. El cielo, o en este caso el mar, es el límite.
¿Para qué necesitamos submarinos? No precisamente para hundir flota enemiga alguna. Nuestros enemigos – si es que los hay – no tienen armadas poderosas. Sin embargo, existe la posibilidad de que obtengan misiles nucleares. Israel es un país pequeño y una o dos bombas atómicas bastarían para destruirlo. Pero a nadie se le ocurriría atacar si sabe que nuestros submarinos andan al acecho y que responderán con armas nucleares en cuestión de minutos.
Alemania vende submarinos a la armada israelí sin necesidad de intermediarios, pero los hay
Los astilleros alemanes venden los submarinos a la armada israelí con el apoyo del gobierno alemán. No hacen falta intermediarios. Y, sin embargo, los hay, y se llenan los bolsillos. ¿Cuántos bolsillos? He aquí el quid de la cuestión. Un considerable número de ellos, y todos pertenecen a personas muy cercanas al primer ministro.
Las mentes perversas pensarán que, prefiero ni imaginarlo, decenas de millones han llegado a manos del mismísimo primer ministro.
Esta semana, un prestigioso programa de televisión ha hecho pública una investigación y sus resultados son chocantes. Al parecer, la corrupción infecta completamente tanto el estamento civil como el militar, igual que en cualquier estado fallido africano.
Una de las pocas enseñanzas que he aprendido en la vida es que nadie llega a la cima de una profesión si no se consagra a ella en cuerpo y alma.
Para ser asquerosamente rico hay que amar el vil metal. No los objetos que compra el dinero sino el dinero mismo. Al estilo del avaro de Molière, todo el día contando sus riquezas. Nadie llega a multimultimillonario si también se ambicionan otras cosas como el amor o la gloria.
A don Juan solo le interesaban las mujeres. No era el amor. Eran solo las mujeres. Más y más mujeres.
David Ben Gurion deseaba el poder. No los placeres que brinda. Ni los puros. Ni el champagne. Ni tener varios chalés. Solo el poder. Lo demás, incluyendo su club bíblico y sus lecturas del Quijote en español, eran pura fachada. Ben Gurion deseaba el poder y se aferró a él tanto como pudo. Al final, cuando se rodeó de una guardia pretoriana de jóvenes como Moshe Dayan y Shimon Peres, sus colegas se confabularon contra él y, con algo de ayuda por mi parte, lo echaron a patadas.
Quien quiera el poder político y al mismo tiempo las comodidades mundanas, no llegará a lo más alto. Netanyahu es buen ejemplo de ello.
No es la excepción. Su predecesor, así como varios ministros, están en prisión. Un antiguo presidente del gobierno, encerrado por delitos sexuales, acaba de salir de ella.
Netanyahu no procede de una familia adinerada. Tampoco Ehud Olmert. Tampoco Ehud Barak. Tampoco Moshe Dayan. Todos sentían demasiado apego por el dinero.
Los que están en el poder atraen a los aduladores y se les acaba embotando el sentido crítico
Sarah Netanyahu, la esposa del primer ministro, también va a ser procesada. Se le acusa de sufragar su costoso tren de vida con fondos públicos. No es un personaje muy querido. La llaman Sarah’le (“Sarita”), y no es precisamente un término cariñoso. También ha sufrido apuros económicos, y cuando conoció a Bibi en el duty free de un aeropuerto no era más que una azafata de rango inferior.
Yo tuve más suerte. Hasta mi décimo cumpleaños mi familia era muy rica. Poco después de huir a Palestina, acabamos más pobres que unos ratoncitos de sinagoga, aunque éramos felices.
Otra enseñanza: nadie debería ostentar el poder más de ocho años.
Los que están en el poder atraen a los aduladores. Cada día, año tras año, todo el mundo les dice lo maravillosos, lo listos, lo inteligentes, lo guapos que son. Poco a poco acaban convenciéndose de que tienen razón. Al fin y al cabo, tanta buena gente no puede equivocarse.
Se les embota el sentido crítico. Se acostumbran a que les obedezcan incluso quienes saben más que ellos. Se vuelven inmunes a la crítica y se enfadan cuando los critican.
Después de los doce años de mandato de Franklin Delano Roosevelt, un presidente inteligente y capaz, el pueblo americano cambió su constitución y limitó el cargo de presidente a dos legislaturas, ocho años consecutivos en total. Es una medida sensata.
Lo digo por experiencia propia. He sido diputado en la Knesset tres veces. Las dos primeras, ocho años seguidos, las disfruté mucho porque tenía la sensación de estar haciendo lo correcto de la forma apropiada. Durante la tercera legislatura me sentía menos a gusto, menos innovador, menos original. Por eso dimití.
Netanyahu está ahora en su cuarta legislatura. Ya es hora de que lo echen.
La Biblia nos advierte en Proverbios 24:17: “Cuando caiga tu enemigo, no te regocijes; y cuando tropiece, que tu corazón no se alegre”. Yo no es que me regocije, pero sí me alegraré cuando se vaya.
Netanyahu está conduciendo Israel hacia un desastre de proporciones históricas
No odio a Netanyahu. Tampoco me gusta. Creo que solo he hablado con él en dos ocasiones. La primera fue cuando me presentó a su segunda esposa –no la última–, una hermosa joven estadounidense; la segunda fue en una exposición de fotografías en una de las cuales aparecía yo con un gorro de piloto. Me dijo que me daba un aire a Errol Flynn.
Mi actitud hacia él no se basa en las emociones. Es puramente política. Netanyahu es un político hábil y un astuto demagogo. Pero creo que está conduciendo Israel hacia un desastre de proporciones históricas despacio pero seguro.
La gente opina que carece de principios, que hará cualquier cosa, lo que sea, para seguir en el poder. Eso es cierto. Pero debajo de todo ello también subyace una serie de férreas convicciones: la visión del mundo de su padre, catedrático de historia especializado en la Inquisición. Benzion Netanyahu era un hombre amargado, convencido de que sus colegas lo despreciaban y le habían saboteado la carrera a causa de sus ideas ultraderechistas. Era un fanático al que incluso Vladimir Jabotinsky le parecía un moderado.
El padre admiraba a su hijo mayor, Yoni, un oficial del Ejército que murió en la famosa Operación Entebbe, y no sentía mucho respeto por Bibi. Una vez dijo de él que no estaba capacitado para ser primer ministro, pero que sería un buen ministro de Asuntos Exteriores, una observación muy aguda.
Si Binyamin Netanyahu cae, lo cual parece posible, ¿quién ocupará su lugar?
Bibi ha destruido a todos los rivales que se le han cruzado en el camino, como es habitual en todos los líderes inteligentes pero inseguros. Ahora ya no hay un heredero natural.
Circula por ahí un slogan que muchos repiten: “Cualquiera menos Bibi”.
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© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 12 Agosto 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente
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