Opinión

La amenaza real

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Tengo miedo

No me avergüenza admitirlo. Tengo miedo.

Tengo miedo del movimiento del Estado Islámico, también conocido como ISIS o Daesh.

Es el único peligro real que amenaza a Israel, que amenaza al mundo, que me amenaza a mí.

Aquellos que a día de hoy tratan la cuestión con indiferencia, como si fuera una cosa más, terminarán arrepintiéndose.

El año que yo nací, 1923, un demagogo bajito y ridículo que llevaba un irrisorio bigote, Adolf Hitler, organizó un intento de golpe de estado en Munich. Un puñado de policías frustró la tentativa, y pronto se olvidó el incidente.

El mundo tenía problemas mucho más serios con los que lidiar: la incontrolable inflación en Alemania; la joven Unión Soviética; la peligrosa competición entre las dos grandes potencias coloniales, Gran Bretaña y Francia y, en 1929, la Gran Depresión, que devastó la economía mundial.

Hitler convirtió la humillación de una gran nación en un arma más efectiva que cualquier aviación

Pero el bajito demagogo de Munich tenía un arma que no atrajo la atención de hombres de Estado con experiencia y políticos astutos: un estado mental poderoso. Convirtió la humillación de una gran nación en un arma más efectiva que cualquier aviación o Armada. En poco tiempo – sólo unos pocos años – conquistó Alemania y después Europa, y parecía dispuesto a hacerse con el mundo entero.

Millones y millones de seres humanos perecieron en el proceso. Muchos países vivieron una miseria incalculable. Por no hablar del holocausto, un crimen prácticamente sin parangón en los anales de la historia moderna.

¿Cómo lo hizo? Ante todo, no mediante el poder político o militar, sino mediante el poder de una idea, de un estado mental, de una explosión mental.

Yo fui testigo de estos sucesos en el primer cuarto de mi vida. Se me vienen a la mente cuando miro al movimiento que ahora se hace llamar EI, el Estado Islámico.

A principios del siglo siete de la era cristiana, en medio del inhóspito desierto árabe, un humilde comerciante tuvo una idea. En un período de tiempo increíblemente corto, él y sus compañeros conquistaron su ciudad natal, La Meca, después toda la península arábiga, después el Creciente Fértil, y después gran parte del mundo civilizado, desde el Océano Atlántico hasta el norte de la India y mucho más allá. Sus seguidores llegaron al corazón de Francia y sitiaron Viena.

¿Cómo consiguió todo esto una pequeña tribu árabe? No mediante la superioridad militar, sino mediante la fuerza de una embriagadora religión nueva, una religión tan innovadora y liberadora que nadie podía resistirse a su poder terrenal.

Contra una nueva idea embriagadora, las armas materiales son inútiles, los ejércitos y las Armadas se desmoronan y los imperios poderosos, como el bizantino y el persa, se desintegran. Pero las ideas son invisibles, los realistas no son capaces de verlas, los hombres de Estado con experiencia y los poderosos generales están ciegos ante ellas.

«¿Cuántas divisiones tiene el Papa?» preguntó Stalin, pero el Imperio soviético cayó y la Iglesia sigue

»¿Cuántas divisiones tiene el Papa?» Con este desprecio respondió Stalin cuando se le advirtió del poder de la Iglesia. Y, sin embargo, el Imperio soviético cayó y desapareció, y la Iglesia Católica sigue viva.

Al-Daula Al-Islamiyah, el Estado Islámico, es un movimiento »fundamentalista». Su fundamento es el Estado Islámico que el profeta Mahoma instauró hace 1.400 años en Medina y La Meca. Esta postura retrógrada es una estratagema propagandística. ¿Cómo se puede pretender resucitar algo que existió hace tantos siglos?

En realidad, el ISIS es un movimiento extremadamente moderno, un movimiento de hoy y probablemente de mañana. Usa las herramientas más modernas que hay, como internet. Es un movimiento revolucionario, probablemente el más revolucionario del mundo de hoy en día.

En su ascenso al poder, usa métodos bárbaros de tiempos pasados para alcanzar objetivos muy modernos. Crea terror. No el término de propaganda »terrorismo» que todos los gobiernos usan hoy en día para estigmatizar a sus enemigos. Sino verdaderas atrocidades, acciones abominables, como cortar cabezas o destruir antigüedades de un valor incalculable; todo para infundir un miedo que debilite los corazones de sus enemigos.

En realidad, al movimiento del Estado Islámico no le preocupa Europa, Estados Unidos o Israel. No por ahora. Los usa como propaganda incendiaria para alcanzar su objetivo real e inmediato: apoderarse de todo el mundo islámico.

Si lo consigue, es fácil imaginarse el siguiente paso. Después de que los cruzados conquistaran Palestina y las tierras de alrededor, un aventurero kurdo llamado Salah-a-Din al-Ayyubi (Saladino para los europeos) se propuso unir al mundo árabe bajo su mandato. Sólo tras conseguir esto, emprendió la guerra contra los cruzados y los barrió del mapa.

Por supuesto, Saladino no era un mercader de atrocidades al estilo del Estado Islámico. Era un gobernante profundamente humano, y como tal se le alabó en la literatura europea (véase Walter Scott). Pero su estrategia le es familiar a todos los musulmanes, incluyendo a los líderes del »Califato» Islámico actual: primero une a los árabes y, sólo entonces, emprende la guerra contra los infieles.

Durante los últimos doscientos años se ha humillado y oprimido al mundo árabe. La humillación, incluso más que la opresión, se ha grabado a fuego en el alma de cada niño y niña árabe. Hubo un tiempo en el que el mundo entero admiraba la ciencia y la civilización árabe. Durante la Edad Oscura europea, la cultura islámica deslumbraba a los bárbaros occidentales.

Ningún joven árabe puede abstenerse de comparar el esplendor del antiguo Califato con la miseria de la realidad árabe contemporánea: la pobreza, el atraso, la impotencia política. Países que antes estaban atrasados, como Japón y China, han vuelto a levantarse y se han convertido en potencias mundiales, venciendo a Occidente en su propio juego, pero el gigante árabe sigue impotente, suscitando el menosprecio del mundo. Incluso una insignificante panda de judíos (¡judíos tenían que ser!) deja atrás a los países árabes.

El mundo musulmán tiene dos salidas: divorciarse del pasado y construir un Estado moderno o idealizar el pasado

Un gran resentimiento se ha ido acumulando en el mundo árabe, y esto ha pasado desapercibido ante los ojos de las potencias occidentales.

En una situación así, hay dos salidas. Una es el camino arduo: divorciarse del pasado y construir un Estado moderno. Esto fue lo que hizo Mustafá Kemal, el general turco que dio la espalda a la tradición y creó una nación turca nueva. Fue una revolución profunda, quizás la más efectiva del siglo XX, razón por la que se ganó el título de Ataturk, padre de los turcos.

En el mundo árabe hubo un intento de crear un nacionalismo panárabe, una imitación débil de los nacionalismos originales de Occidente. Gamal Abd-al-Nasser lo intentó e Israel aplastó su intento con facilidad.

La otra salida es idealizar el pasado y reivindicar revivirlo. Esta es por la que apuesta el Estado Islámico, y tiene un éxito enorme. Con poco esfuerzo se ha hecho con grandes partes de Siria e Irak, haciendo desaparecer las fronteras oficiales que crearon los imperialistas occidentales. Sus imitadores han establecido células por todo el mundo árabe y han atraido la atención de miles y miles de combatientes potenciales en los guetos musulmanes de Oriente y Occidente.

Ahora, el Estado Islámico está encarando su marcha hacia la victoria. Parece que no hay nadie que los vaya a detener.

En primer lugar, porque nadie parece darse cuenta del peligro. ¿Luchar contra una idea? Al diablo con las ideas. Las ideas son para los intelectuales y gente así. Los hombres de Estado de verdad se fijan en los hechos. ¿Cuántas divisiones tiene el Estado Islámico?

Bashar al-Asad es un tipo abominable, pero comparado con el Estado Islámico es un aliado

En segundo lugar, hay otros peligros en el aire. La bomba iraní. El caos sirío. La fragmentación de Libia. Los precios del petróleo. Y ahora la avalancha de refugiados, que vienen principalmente del mundo árabe.

Como un bebé gigante, Estados Unidos se muestra incapaz. Apoya en Siria a una imaginaria oposición laica, que sólo existe en las universidades estadounidenses. Lucha contra el principal enemigo del Estado Islámico, el régimen de Assad. Apoya al líder turco, que lucha contra los kurdos, que a su vez luchan contra el Estado Islámico. Bombardea al Estado Islámico desde el aire, sin arriesgar ni conseguir nada. Nada de soldados sobre el terreno, Dios no lo quiera.

Gobernar es decidir, dijo una vez Pierre Mendes-France. En el mundo árabe actual, las opciones son malas, peores y fatales. En la lucha contra lo fatal, lo malo es un aliado.

Vamos a decirlo sin rodeos: intentar detener al Estado Islámico significa apoyar al régimen de Asad. Bashar al-Asad es un tipo abominable, pero ha mantenido a Siria unida, ha protegido a sus muchas minorías y ha mantenido la calma en la frontera con Israel. Comparado con el Estado Islámico, Asad es un aliado. Al igual que Irán, un régimen estable con una tradición política que se remonta a miles de años, al contrario que Arabia Saudí, Qatar y semejantes, que apoyan al Estado Islámico.

Nuestro Bibi es tan inocente de toda comprensión como un recién nacido. Es obstinado, superficial e ignorante. Su obsesión con Irán no le deja ver nuevas realidades.

Fascinado con el lobo que tiene frente a él, Bibi es ajeno al tigre aterrador que se le acerca sigilosamente por la espalda.

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