Estimado Salman
Uri Avnery
Hace años me invitaron a una conferencia de la ONU sobre los refugiados palestinos en París. Yo tenía que abrir el debate como israelí, después de que el representante palestino, Salman Abu Sitta, un refugiado de una tribu de beduinos en el Néguev, lo hubiese abierto como palestino.
Antes del debate se me advirtió que Abu Sitta era el más extremista de los refugiados, con fama de odiar Israel. Cuando llegó mi turno, dije que tenía que elegir entre responderle o leer mi texto preparado. Decidí leer mi texto y prometí que le invitaría a una cena privada para discutir sus puntos.
Cuando terminé, Abu Sitta me recordó esa promesa. Cenamos en un tranquilo restaurante de París y Abu Sitta me pareció una persona muy interesante. Rachel, mi esposa, estaba profundamente conmovida por el relato de su huida cuando era un niño durante la Nakba, al igual que yo.
Abu Sitta, ahora un muy próspero contratista internacional, ha dedicado su vida a la difícil situación de los refugiados palestinos y es, quizás, el mayor experto del mundo en la Nakba.
Esta semana recibí una carta suya, que siento la necesidad de copiar aquí textualmente:
Estimado Uri:
He leído con gran interés su entrevista en Haaretz sobre su vida plena y llena de acontecimientos. Se aferra a sus principios desde comienzos de los años cincuenta cuando descubrió que la vieja doctrina no era ni viable ni moral.
«Estimado Uri: cuando usted fue un joven alemán llamado Helmut y se unió a la organización terrorista Irgún…»
Recuerdo vívidamente nuestra charla durante la cena en París con su amable esposa Rachel, que en gloria esté.
Usted describió aquellos días en los que fue un joven alemán llamado Helmut, cuando se unió a la organización terrorista Irgún y cuando usted observó, con la ametralladora en la mano desde una colina en Hulayqat (donde ahora se halla un monumento de guerra para “honrar” a esos soldados) como una marea humana de expulsados marchaba hacia Gaza por la orilla del mar.
Yo también le conté mi historia sobre cómo me convertí en un refugiado sin siquiera haber visto a un judío en mi vida y cómo me pasé años para averiguar quién lo hizo con nombre, rostro y batallón.
Recuerdo que le pregunté: “¿Estaría de acuerdo con que yo regresara a mi casa si ésta se encontrara al lado de la suya?” Usted respondió de forma contundente NO.
Escribí todo esto en mis memorias que se publicarán este año en Europa y en Estados Unidos.
«No vi señal de que usted pidiera la reparación del pecado más grande: la limpieza étnica de los palestinos»
Esto me recuerda a una historia similar pero con un final diferente. Me refiero a un artículo de Tikva Honig-Parnass, Reflections of a Daughter of the ‘48 Generation. Es un relato conmovedor de cómo ella, siendo una soldado del Palmaj, se enfrentó a la verdad y la realidad, ante la grave injusticia cometida contra los palestinos. Desde entonces ella emplea su energía en defender los derechos de los palestinos, incluido el Derecho al Retorno.
No vi ningún indicio o señal de retractación en su entrevista o lo que habría esperado, es decir, su reconocimiento del Derecho al Retorno, o la expiación y la reparación del pecado más grande: la limpieza étnica de los palestinos. ¿No sería la última estación más adecuada para una larga vida (que le deseo que sea muy larga) que usted estuviese en las colinas (de nuevo) y gritase para que todos le oyeran, resumiendo todas sus experiencias de la vida, diciendo: Los refugiados deben regresar, debemos arrepentirnos del pecado de la limpieza étnica?
¿Es demasiado pedirle a un hombre de principios como usted que haga eso? No le pido esto en nombre de los palestinos, porque, no hay duda de que REGRESARÁN. Tengo la esperanza de que sería un premio a sus logros en la vida en el entorno israelí.
Como he escrito en repetidas ocasiones: la historia de los judíos no estará marcada nunca más por el presunto asesinato de Cristo ni por las atrocidades nazis en la Segunda Guerra Mundial, sino que estará indeleblemente marcada por lo que le han hecho a los palestinos de manera deliberada y constante, sin arrepentimiento, lamento o solución, reflejando así ese lado del espíritu humano que no aprende de la historia y que se vacía de su propia postura moral.
Saludos cordiales, Salman Abu Sitta.
Estimado Salman:
Me conmovió profundamente su carta. Me llevó días encontrar el valor para responderla. Trato de hacerlo lo más sinceramente posible.
Yo también recuerdo vívidamente nuestra conversación en París y he escrito sobre ella en la segunda parte de mis memorias, que aparecerán a lo largo de este año. Puede ser interesante para los lectores comparar nuestras dos descripciones de la misma conversación. Sobre la escena cerca de Hulayqat escribí en la primera parte de mis memorias, que ya se han publicado en hebreo.
Cuando me hirieron en la guerra de 1948, decidí que trabajar por la paz entre nuestros dos pueblos sería la misión de mi vida. Y espero haber sido fiel a esa promesa.
Conseguir la paz después de un conflicto tan largo y amargo es una tarea tanto moral como política. Aunque a menudo existe una contradicción entre los dos aspectos.
Yo respeto a las pocas personas en Israel que, como Tikva, se dedican por completo a la parte moral de la tragedia de los refugiados, independientemente de las consecuencias que haya para conseguir la paz. Mi opinión desde un punto de vista moral me dice que la paz debe ser el primer objetivo, antes y por encima de todo lo demás.
La guerra de 1948 fue una tragedia humana terrible. Ambas partes consideraron que se trataba de una batalla existencial, que su propia supervivencia estaba en juego. A menudo se olvida que la limpieza étnica (que no era una expresión conocida en aquellos días) fue practicada por ambas partes. Nuestro bando ocupó grandes territorios, creando un enorme problema de refugiados, mientras que el bando palestino logró ocupar sólo pequeñas áreas judías, como la Ciudad Vieja de Jerusalén y el bloque de asentamientos de Etzion al sur de Belén. Pero ni un sólo judío se quedó allí.
La guerra, al igual que la guerra de Bosnia después, fue una guerra étnica, en la que ambas partes trataron de conquistar una parte del país lo más grande posible, VACÍA de la otra comunidad.
«La guerra palestina, al igual que la guerra de Bosnia después, fue una guerra étnica»
Como testigo presencial y participante puedo atestiguar el hecho de que los orígenes del problema de los refugiados son extremadamente complejos. Durante los siete primeros meses de la guerra los ataques a las aldeas árabes fueron una necesidad militar imperiosa. En ese momento, éramos el bando más débil. Después de una serie de batallas muy crueles, la suerte cambió y creo que los líderes sionistas adoptaron una política deliberada de expulsión.
Pero la verdadera pregunta es: ¿Por qué a los 750.000 refugiados no se les permitió regresar a casa después del fin de las hostilidades?
Uno tiene que recordar la situación. Ocurrió tres años después de que las chimeneas de Auschwitz y las de los demás campos se enfriasen. Cientos de miles de desdichados supervivientes llenaban los campos de refugiados de Europa y no tenían adonde ir, salvo a la nueva Israel. Fueron traídos aquí y alojados en los hogares de los refugiados palestinos.
Todo esto no borra nuestra obligación moral de poner fin a la terrible tragedia de los refugiados palestinos. En 1953 publiqué en mi revista Haolam Hazeh un plan detallado para la solución del problema de los refugiados que incluía (a) una disculpa a los refugiados y el reconocimiento, en principio, del derecho al retorno, (b) el retorno y el reasentamiento de un número sustancial de refugiados, (c) una generosa compensación al resto. Dado que el gobierno israelí se negó a considerar la posibilidad del regreso de un sólo individuo, ni siquiera se discutió el plan.
¿Por qué no estoy en una colina clamando por el regreso de todos los refugiados?
La paz se consigue por consenso entre las partes. No hay absolutamente ninguna posibilidad de que la gran mayoría de los israelíes estén de acuerdo sin reservas con el regreso de todos los refugiados y sus descendientes, que equivaldrían a seis o siete millones de personas (el mismo número que los ciudadanos judíos de Israel). Este sería el fin del “Estado Judío” y el comienzo de un “estado binacional”, al que el 99% de los israelíes se opone enérgicamente. Sólo se podría imponer después de una aplastante derrota militar, la cual es imposible en la actualidad debido a la infinita superioridad militar de Israel, incluyendo las armas nucleares.
Puedo estar en las colinas y gritar pero esto no acercaría la paz (ni la solución) ni un sólo paso.
A mi juicio, esperar un centenar de años para una solución, mientras el conflicto y la miseria continúan, no es, en realidad, moral.
Estimado Salman: he escuchado con atención su presentación.
Usted dice que Israel podría absorber fácilmente a todos los refugiados llevándolos al Néguev, que está casi vacío. Lo cual es bastante cierto.
«El gobierno de Israel debe reconocer el derecho moral de los refugiados a regresar»
La gran mayoría de los israelíes lo rechazarían, porque están empeñados en tener una gran mayoría judía en Israel. Pero también me pregunto: ¿Qué lógica hay en ello?
Cuando me reuní con Yasser Arafat en Beirut durante la guerra de 1982, visité también varios campos de refugiados palestinos. Le pregunté a muchos refugiados si querían regresar a Israel. La mayoría me dijo que querían volver a sus aldeas (que fueron erradicadas hace mucho tiempo), y no a cualquier otro lugar en Israel.
¿Cuál es el sentido de llevarlos a las duras condiciones del desierto en un país dominado por los sionistas y de habla hebrea, lejos de sus hogares originales? ¿Desearían eso?
Arafat y sus sucesores limitaron su objetivo a una “solución justa y CONSENSUADA”, dándole al gobierno israelí un derecho de veto. Eso significa, en la práctica, el regreso como mucho de un número simbólico.
Mi última propuesta es que el presidente israelí se disculpe y exprese el profundo pesar del pueblo de Israel por su participación en la creación y en la prolongación de la tragedia.
El gobierno de Israel debe reconocer el derecho moral de los refugiados a regresar.
«Me duele escribir esta carta. Para mí, los refugiados no son un “problema” abstracto»
Israel debería organizar el regreso de 50.000 refugiados cada año durante diez años. (Soy casi el único en Israel que exige este número. La mayoría de los grupos pacifistas lo reducirían a 100.000 en total).
Todos los demás refugiados deberían recibir una compensación al estilo de la indemnización pagada por Alemania a las víctimas judías. (Esto no es una comparación, por supuesto).
Con la creación del Estado de Palestina, ellos deberían recibir pasaportes palestinos y poderse establecer allí, en su país.
En un futuro no muy lejano, cuando los dos estados, Israel y Palestina, estén finalmente viviendo uno al lado del otro con las fronteras abiertas y con sus capitales en Jerusalén, tal vez dentro de un marco regional, el problema perderá fuerza.
Me duele escribir esta carta. Para mí, los refugiados no son un “problema” abstracto sino seres humanos con rostros humanos. Pero no voy a mentirle.
Sería un honor vivir a su lado (incluso en el desierto de Néguev).
Salamaat,
uri.