La gran brecha
Uri Avnery
El Estado de Israel era aún joven cuando dos famosos cómicos produjeron una comedia corta:
Dos árabes se paran en la orilla del mar y maldicen un barco que transporta a nuevos inmigrantes judíos.
A continuación, dos de los nuevos inmigrantes se paran en la orilla y maldicen una embarcación que transporta nuevos inmigrantes de Polonia.
A continuación, dos inmigrantes de Polonia se paran en la orilla y maldicen un barco que transporta a nuevos inmigrantes de Alemania.
A continuación, dos inmigrantes de Alemania se paran en la orilla y maldicen una embarcación que transporta a nuevos inmigrantes del África del Norte.
Y así…
Quizás esta sea la historia de todos los países con inmigración, como EEUU, Australia, Canadá, etc. Pero en Israel, con una ideología nacionalista que incluye a todos los judíos (y excluye a todos los demás), esto es un poco extraño.
La nueva comunidad judía (conocida como la yishuv) en lo que entonces era la Palestina turca, fue fundada principalmente por inmigrantes de Rusia.
Cuando los judíos alemanes llegaban a Palestina fueron mal recibidos por los anteriores inmigrantes
Antes de eso, había una pequeña comunidad judía que consistía de judíos ultra-ortodoxos del este de Europa y otra pequeña comunidad de judíos sefardíes. Estos eran descendientes de los judíos expulsados de España (Sepharad en hebreo) a finales del siglo XV. Muchos de ellos eran bastante ricos, ya que poseían la única propiedad valiosa del país: la tierra.
Fue la inmigración rusa anterior a la Primera Guerra Mundial lo que dio forma a la yishuv durante generaciones. Una gran parte de Polonia pertenecía en ese momento a Rusia, y sus habitantes formaban parte de la ola de inmigración rusa. Uno de ellos, un joven llamado David Green, cambió su nombre a Ben Gurion.
En la década de 1920, una ola de judíos de la recién independizada y antisemita Polonia integraba las filas de la yishuv.
Cuando mi familia vino de Alemania a Palestina en 1933, fue la comunidad ruso-polaca lo que encontraron aquí. Los “alemanes” fueron tratados con desprecio por los veteranos, que los llamaban jeckes (nadie sabe a ciencia cierta de dónde viene) y se les engañaba de forma rutinaria.
Eso fue como una inversión de papeles: en Alemania, eran los judíos locales quienes trataban con desprecio a los inmigrantes menos civilizados de Polonia y Rusia, los “ostjuden”.
Todo esto no nos importó, a los niños de esa época. No queríamos ser inmigrantes, ni tampoco alemanes, polacos o rusos. Pertenecíamos a una nueva nación que estaba naciendo en este país. Hablábamos hebreo, una lengua muy vivida, tras haber sido resucitada. Queríamos ser agricultores, pioneros.
Habíamos creado a un tipo de persona ideal, local, indígena. Se le apodaba “sabra”, el higo chumbo local, con espinas por fuera, dulce por dentro. Esta planta estaba por todo el país, aunque originalmente fue importada desde México.
Al cumplir 18, corríamos al funcionario para cambiar nuestros nombres extranjeros por unos hebreos
Nuestra idea era deshacernos de todas las cualidades de las diferentes comunidades judías y meterlas todas en un crisol, del cual surgirían como hebreos renacidos, una nueva raza profundamente arraigada en el suelo de este país.
En nuestro décimooctavo cumpleaños, íbamos corriendo al funcionario británico del distrito para cambiar nuestros nombres extranjeros por unos hebreos. ¿Quién quiere ir por la vida con un nombre alemán o ruso?
A finales de la década de 1930, la nueva terminología adoptada inconscientemente por todo el mundo hizo una clara distinción entre lo judío y lo hebreo. Soñábamos con un Estado hebreo, nos uníamos a la resistencia hebrea y hablábamos de la agricultura hebrea, la industria hebrea y el futuro del Ejército hebreo. Los judíos estaban en el extranjero: la diáspora judía (generalmente conocida como “exilio judío”), la religión judía, la tradición judía.
Este uso era tan natural que no hacía falta explicarlo. Estábamos ocupados construyendo algo completamente nuevo. Mirábamos la diáspora judía con condescendencia. Algunos grupos pequeños incluso predicaban una total ruptura con los judíos en el extranjero y su historia. Pero el sabra no tenía paciencia para este sinsentido ideológico. Incluso la palabra “sionismo” se convirtió en un sinónimo absurdo (“no hables sionismo” significaba deja de decir tonterías).
Estábamos muy ocupados, y con plena conciencia, creando una nueva cultura hebrea: poesía, literatura, danza, pintura, teatro, periodismo, reflejando nuestra nueva realidad en nuestro nuevo hogar.
La gran mayoría de judíos en Israel tras 1948 vino de países islámicos, desde Marruecos a Irán
Entonces vino el Holocausto. Cuando toda su monstruosidad se hizo innegable, en 1944, una ola de remordimientos barrió la yishuv. Pero por ese entonces, nosotros ya estábamos ocupados con la creación del “Estado en formación”.
Cuando el Estado de Israel fue oficialmente declarado, en medio de la guerra de 1948, éramos en torno a 650.000 judíos en el país. En pocos años, trajimos a cientos de miles de nuevos inmigrantes, y después a millones.
¿De dónde? Unos cientos de miles fueron traídos de los campamentos en Europa, donde estaban esperando los restos lamentables del Holocausto. Pero la gran mayoría vino de los países islámicos, desde Marruecos a Irán.
Para nosotros, eran todos iguales. Inmigrantes metidos en un crisol, para convertirse en personas maravillosas como nosotros.
Casi nadie prestaba atención al enorme cambio de la composición demográfica del pueblo judío causada por el Holocausto. Antes, los judíos orientales eran una pequeña minoría entre los judíos. Después, eran una parte mucho mayor. Esto los indujoa cambiar su conciencia.
Unos cuantos veteranos (incluido yo) advirtieron de que había que hacer frente a una nueva realidad. Que los ideales importados de Europa no se adaptaban en realidad a los inmigrantes orientales. Gente como Ben Gurion y sus colegas eran imperturbables. Estaban seguros de que las cosas se arreglarían por si solas. ¿No lo habían hecho siempre antes?
Bien, pues no lo hicieron. La primera generación de nuevos inmigrantes del “este” (en realidad, Marruecos está muy al oeste para nosotros) estaban ocupados simplemente con ganarse la vida. También admiraban a Ben Gurion. Pero la segunda generación empezó a hacer preguntas. La tercera está ahora en plena rebelión.
La percepción sionista de que todos los judíos son lo mismo, con ligeras diferencias de idioma y color de piel, es anacrónica. Los judíos “orientales” no muestran tendencia alguna a ser metidos en ningún crisol. Ellos son diferentes en todos los aspectos.
El crisol está roto. Los judíos orientales (a menudo erróneamente llamados sefardíes) están orgullosos de su herencia. Se rebelaron contra la superioridad europea.
El crisol está roto. Los judíos orientales se han rebelado contra la superioridad europea
Esta lucha domina ahora la vida israelí. No hay ninguna parte de la vida que esté exenta de ella. Es social, económica, cultural, política, a menudo escondida detrás de diferentes fachadas, pero allí está siempre.
Este es un problema social. Como la mayoría de los europeos tuvieron tiempo para alcanzar cierto nivel económico antes de la llegada de los orientales, pues son por regla general más ricos, y también están colocados en posiciones económicas claves. Los orientales se sienten explotados, discriminados, de clase baja.
Los orientales están, generalmente, orgullosos de ser mucho más sentimentales, especialmente respecto a los asuntos nacionales. Acusaron a los asquenazíes (de un nombre hebreo para Alemania, antiguo y en desuso) de ser de sangre fría, menos patriotas.
Aquellos que han cambiado sus nombres estaban decididos a recuperar sus antiguos nombres marroquíes o iraquíes. Sus nombres hebreos adoptados se convirtieron, de repente, en un símbolo de la tiranía de asquenazíes.
También tienen una actitud muy diferente hacia la religión. Los habitantes de los países musulmanes son, en general, religiosos moderados, ni ateos ni fanáticos. Los judíos de los países islámicos son lo mismo. Pocos son muy religiosos, pero menos personas aún se calificarían de “laicas”.
Los asquenazíes son bastantes diferentes. Es cierto que los ultraortodoxos, los “haredim” antisionistas (aquellos que le tienen “miedo” a Dios) son en su mayoría asquenazíes, al igual que lo son los “sionistas religiosos” que se acercan al fascismo. Pero la gran mayoría de los asquenazíes son “laicos”, una manera educada de decir ateos. Casi todos los fundadores del sionismo eran ateos radicales. Ahora, la comunidad nacional religiosa en el país está ganando terreno rápidamente.
La tragedia del actual Israel no es que haya muchas divisiones, sino que todos convergen en una gran grieta.
El nieto de un inmigrante de Marruecos probablemente pertenece a una clase social y económica inferior, es religioso moderado y un nacionalista radical. Esto significa que le guarda rencor a “las viejas elites” (que son mayormente asquenazíes) y es contrario a la cultura laica y a los “izquierdistas” (que para él son todos asquenazíes degenerados). Es también un admirador de ciertos equipos de futbol antiárabes y devoto de la “música oriental”, un género que no es ni muy árabe ni muy griego, pero tan alejado de la música clásica como Teherán lo es de Viena.
La izquierda (lo que queda de ella) seguirá siendo el partido de los asquenazíes
Esto significa, en términos políticos, que esta persona es casi seguro votante del partido Likud, independientemente de lo que haga el Likud. Los asquenazíes pueden decirle que el Likud lleva a cabo una política que es todo lo contrario a sus intereses vitales, una política neoliberal y antisocial que favorece a los más ricos. No te va a escuchar. Él se debe al Likud por miles de lazos sentimentales y tradicionales.
Lo mismo es aplicable para el otro lado. La izquierda (lo que queda de ella) seguirá siendo el partido de los asquenazíes, al igual que el Meretz. Sus miembros constituyen la “vieja élite”, a pesar de que pueden depender de la seguridad social. Menospreciarán a los religiosos de todos los colores, escucharán a Beethoven (o lo aparentarán), defenderán de boquilla la “solución de dos estados” y maldecirán a Netanyahu, que es, por supuesto, más asquenazí que nadie.
La actual brecha entre los europeos y los orientales no es la única.
Cuando el crisol se derrumbó, cada parte de la sociedad israelí se hizo autónoma.
El sector árabe de Israel (más de 20%) es prácticamente independiente. Los ciudadanos árabes están representados en la Kneset, pero esta semana la Kneset ha adoptado una ley que permite a 90 (de 120) diputados a expulsar a cualquier otro miembro. Esta es una amenaza directa a los diputados del partido árabe unido, que ahora cuenta con 13 escaños.
Los nuevos inmigrantes de Rusia desprecian a la religión pero odian a los socialistas y más aún a los árabes
Los nuevos inmigrantes de Rusia (“nuevos” significa desde 1989) viven su propia vida, orgullosos de su cultura rusa, menospreciándo a los primitivos, que somos nosotros, despreciando la religión, odiando a los socialistas de cualquier color y odiando a los árabes –más que a nadie- con todo su corazón. Tienen su propio partido ultranacionalista, liderado por “Ivet” Lieberman.
Y luego están los ultraortodoxos, que no tienen cabida, odian el sionismo y viven en un propio mundo, casi completamente aislados. Para ellos, los religiosos-sionistas son los no creyentes, condenados a arder en el infierno.
Este es el esquema, más o menos. Todos los sectores solían estar unidos por el Ejército (excepto los árabes y los ortodoxos), que era una institución sagrada, hasta que un soldado oriental llamado Elor Azarya vio a un atacante árabe herido tendido en el suelo y le disparó a bocajarro en la cabeza.
Para la masa de orientales, él es un héroe nacional. Para el comando militar y la masa de europeos, es una abominación. La división está al borde del abismo.
¿Qué puede unir a Israel ahora?
Pues, una buena guerra, por ejemplo.
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