¿Guerra Civil?
Uri Avnery
Ahora está de moda decir que «la solución de los dos Estados está muerta». O que «el tiempo para la solución de los dos Estados se está agotando».
¿Por qué muerta? ¿Cómo que muerta? Es una de esas afirmaciones que no necesita prueba alguna. Basta con pronunciarla.
Si se ven presionados, sin embargo, los falsos plañideros de la solución de los dos Estados dan una razón: sencillamente, hay demasiados colonos en Cisjordania y Jerusalén. No se los puede desplazar. Es imposible.
¿Lo es?
A modo de prueba, se citan dos ejemplos: el desalojo de los asentamientos en el norte del Sinaí a manos de Menachem Begin a causa del tratado de paz con Egipto, y la retirada de los asentamientos de la Franja de Gaza llevada a cabo por Ariel Sharon.
¿Qué ocurriría si medio millón de personas tuviera que ser desalojado? ¡Impensable!
¡Qué terrible fueron! Recuerden las estremecedoras imágenes en televisión, las mujeres soldado llorando mientras se llevaban a rastras a niñas que se resistían a abandonar los asentamientos, los colonos vestidos con el uniforme de los prisioneros de Auschwitz con la estrella amarilla, el asalto a los tejados, los rabinos con sus rollos de la Tora llorando al unisono en sus sinagogas.
Todo esto solo por unos pocos asentamientos. ¿Qué ocurriría si medio millón de personas tuviera que ser desalojado? ¡Qué horror! ¡Impensable!
¡Chorradas!
En realidad, la evacuación de los colonos de la Franja de Gaza no fue más que una tragicomedia muy bien representada. No hubo ningún muerto. No hubo heridos graves. A pesar de las amenazas de suicidio, nadie se quitó la vida. Después de representar el papel que les correspondía, todos los colonos abandonaron el escenario. Solo un pequeño grupo de soldados y oficiales de policía se negó a cumplir órdenes. La mayor parte del ejército cumplió con las instrucciones de un gobierno elegido democráticamente.
¿Ocurriría lo mismo otra vez? No necesariamente. Desalojar a los colonos de Cisjordania de las cumbres de «Eretz Israel», el corazón de la Tierra de Israel de la Biblia, es otra cosa.
Observemos la cuestión más detalladamente.
El primer paso a la hora de planear algo es analizar el problema. ¿Quienes son estos colonos que han de ser desalojados?
Uno se imagina a una masa de fanáticos religiosos medio locos, esperando la llegada del mesías
Bien, en primer lugar, no son una fuerza homogénea o monolítica. Cuando se habla de «colonos», uno se imagina a una masa de fanáticos religiosos medio locos, esperando en cualquier momento la llegada del mesías, preparados para disparar a cualquiera que aparezca con la intención de desalojarlos de sus fortalezas.
Esto es pura fantasía.
Hay colonos como estos, por supuesto. Son el núcleo duro, los que aparecen en televisión. Los que prenden fuego a mezquitas en pueblos palestinos, los que atacan a granjeros palestinos en sus campos, los que talan olivos. Tienen el pelo largo, incluidos los mechones con rizos a los lados, visten encima o bajo sus camisas las prendas con flecos prescritas en la Tora, bailan danzas extrañas, y son muy muy distintos al israelí común y corriente.
Casi todos estos son judíos que acaban de descubrir su ardiente fe (conocidos en hebreo como «aquellos que vuelven arrepentidos») y los judíos ortodoxos los desprecian enormemente hasta el punto de que no casarían a sus hijas con ninguno de ellos. Pero son una pequeña minoría.
Mucho más importante es el llamado «núcleo nacional religioso», verdadera directiva de la empresa colonizadora. Creen que Dios nos ha dado esta tierra, en su totalidad, y muchos de ellos también creen que Dios les ha ordenado limpiar todo el territorio entre el mar y el río (el Mediterráneo y el Jordán) de infieles. Algunos de ellos creen, de algún modo, que los no judíos no son verdaderos seres humanos, sino algo intermedio entre animales y humanos, como se sostiene en la Cábala.
Este grupo tiene un enorme poder político. Son ellos los que sucesivamente fuerzan a los gobiernos, sea cual sea su orientación ideológica, a colocarlos donde están, a veces involuntariamente, a veces con total connivencia.
Se concentran en pequeños asentamientos, dispersos por todos los territorios ocupados. Se han infiltrado en el ejército y el aparato gubernamental y aterrorizan a los políticos. Su partido es el «Hogar judio», liderado por Naftali Bennett, el «hermano» de Ya’ir Lapid, pero también mantienen estrechos lazos con los jóvenes que se están haciendo con la directiva del Likud y con los numerosos seguidores de Lieberman.
Cualquier gobierno interesado en lograr la paz tendrá que lidiar con ellos. Pero son una minoría entre los colonos.
La mayoría de los colonos son menos ruidosos. Se concentran principalmente en los «bloques de asentamientos» situados a lo largo de la Línea Verde, desplegándose algunos kilómetros en los territorios ocupados.
Los colonos no podrían comprarse sus villas de tejados rojos dentro de Israel
Se los llama «colonos de alto standing», porque fueron allí para disfrutar del aire limpio y de las pintorescas vistas de los minaretes musulmanes de los alrededores, pero sobre todo porque han conseguido sus villas de ensueño, con sus tejas rojas a imitación de los tejados suizos por menos que nada. En lo que es el verdadero territorio de Israel, no podrían ni soñar con comprarse algo parecido.
Los ortodoxos son una categoría aparte. Su enorme capacidad para reproducirse hace que ya no quepan en sus ciudades y barrios en Israel; necesitan desesperadamente un nuevo alojamiento, que el gobierno está encantado de proporcionarles… en los territorios ocupados. Ya tienen varias ciudades allí; una de ellas es Modi’in Illit, la ciudad fronteriza asentada en las tierras de Bil’in, un pueblo que lleva a cabo una épica batalla para recuperarlas.
Los asentamientos en Jerusalén Este son otra historia. Los cientos de miles de judíos israelíes que viven allí, en los nuevos barrios, no se ven a sí mismos como colonos en absoluto, se han olvidado completamente de la Línea Verde. De hecho, se sorprenden mucho cuando se la recuerdan. Incluso aunque esté solo unas manzanas más allá.
Se debe tratar con todas estas categorías, y las numerosas subcategorías, por separado. Para cada una hay una solución diferente.
Clinton quería dejar a los colonos de Jerusalén Este donde están y redibujar el mapa
Supongamos, puestos a argumentar, que en nueve meses el sueño de Kerry se hace realidad. Habría un tratado de paz firmado, que resolvería todos los problemas, con un calendario establecido de mutuo acuerdo para la puesta en práctica de lo acordado.
Supongamos además que el tratado ha sido aprobado por una gran mayoría en un referéndum en Israel (y también en Palestina). Esto otorgaría a nuestro gobierno el poder político y moral para abordar el problema de los asentamientos.
La respuesta de Bill Clinton con respecto a los habitantes de Jerusalén fue simple: Dejarlos donde están. Volver a dibujar el mapa de Jerusalén de forma que «lo judío se convirtiera en parte de Israel, lo árabe en parte de Palestina».
Considerando la inmensa dificultad de poner en orden el asunto, la idea tiene su atractivo, sobre todo si la completa soberanía sobre la Explanada de las Mezquitas y la Ciudad Vieja se devolviera a los palestinos (y el Muro de las Lamentaciones y el barrio judío permaneciera en Israel).
Para los grandes bloques de asentamientos, se ha acordado ya más o menos una solución: el intercambio de territorios. Los asentamientos cerca de la frontera serán anexionados por Israel, y se devolverá a los palestinos un territorio israelí con la misma extensión (aunque quizá no la misma calidad).
Puede que esto no sea tan fácil como parece. ¿Se anexionarán solo los asentamientos o también las tierras que los rodean y las tierras entre ellos? ¿Y qué pasa con Ariel, la «capital de los colonos», situada 20 km en el interior de Cisjordania? ¿Un pasillo? ¿Un enclave? ¿Y Ma’aleh Adumim, que si se anexionara a la Jerusalén judía casi cortaría Ciajordania en dos? Hay mucho sobre lo que discutir.
A los colonos de «alto standing» se los tendrá que comprar. Es solo una cuestión de dinero. Si se le diera a cualquiera de ellos un apartamento de igual valor o incluso mejor en Tel Aviv, la mayoría aceptaría encantado. De hecho, según algunas encuestas, un gran número de ellos se mudaría incluso hoy mismo, si se les hiciera una oferta como esa. (Se lo sugerimos a Yitzhak Rabin, pero se negó).
¿Qué hacer con los colonos que cumplen el mandato divino viviendo en una tierra robada?
Nos queda el núcleo duro de los colonos, los colonos «ideológicos», los que cumplen el mandato divino viviendo en una tierra robada. ¿Qué hacemos con ellos?
La solución más simple sería la que dio Charles de Gaulle. Después de firmar el tratado que puso fin a la ocupación de Argelia tras un siglo, anunció que el ejército francés abandonaría el país en una fecha concreta. Le dijo a más de un millón de colonos, muchos de ellos la cuarta o quinta generación en el país: Si queréis iros, idos. Si queréis quedaros, quedaos. El resultado fue un frenético éxodo masivo de dimensiones históricas en el último momento.
No puedo imaginarme a ningún líder israelí con la osadía suficiente para seguir este ejemplo. Ni siquiera Ariel Sharon, una persona despiadada y sin compasión alguna, se atrevió a hacerlo.
Naturalmente, el gobierno israelí podría decirle a estos colonos: «Si podéis arreglároslas con el gobierno palestino, de forma que podáis quedaros allí en calidad de ciudadanos palestinos (o incluso como ciudadanos israelíes), no dudéis en hacerlo».
No será una guerra civil, pero sí una lucha violenta y despiadada en la que correrá sangre
Algunos israelíes ingenuos dicen: ¿Por qué no? Hay un millón y medio de ciudadanos árabes en Israel. ¿Por qué no puede haber unos cientos de miles de judíos israelíes en Palestina?
Sería difícil. Los árabes que viven en Israel residen en su propia tierra, donde han vivido durante generaciones. Los colonos viven en tierras «expropiadas» y se han ganado a pulso el odio de sus vecinos. No puedo imaginarme a ningún gobierno palestino aceptando algo así.
Aún queda el núcleo duro del núcleo duro. Aquellos que no se moverán sin violencia. Tendrán que ser desplazados a la fuerza por un gobierno fuerte, respaldado por una opinión pública mayoritaria, que haya expresado su apoyo en un referéndum.
¿Una guerra civil? No exactamente. No sería como la guerra civil de Estado Unidos, o como la que está viviendo ahora Siria. Pero sí una lucha violenta y despiadada en la que se derramara sangre.
¿Quiero yo que esto ocurra? Claro que no. ¿Me asusta? Sí, me asusta. ¿Significa esto que deberíamos dar por perdido el futuro de Israel, la paz, la solución de los dos Estados, la única solución que existe?
¡No!