Opinión

«¡Cuán hermosas son tus tiendas!»

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Antes que nada, una advertencia.

Las ciudades-tienda están proliferando por todo Israel. Un movimiento de revuelta social está cogiendo velocidad. En algún momento del futuro cercano, puede hacer peligrar al gobierno de derechas.

En ese momento, habrá una tentación, tal vez irresistible, de “caldear las fronteras” para iniciar una bonita guerra; y convocar a la juventud de Israel, los mismos jóvenes que están ahora encargados (y encargadas) de las tiendas, para ir y defender la patria.

Nada más fácil que eso. Una pequeña provocación, un pelotón cruzando la frontera “para evitar el lanzamiento de un misil”, un tiroteo, una salva de misiles, y quién lo iba a decir: una guerra. Fin de la protesta.

En septiembre, en tan sólo unas semanas, los palestinos pretenden solicitar a Naciones Unidas el reconocimiento del Estado de Palestina. Nuestros políticos y generales están proclamando al unísono que esto va a provocar una crisis: los palestinos en los territorios ocupados pueden levantarse en protesta contra la ocupación, pueden secundar manifestaciones violentas, el ejército será forzado a abrir fuego, y quién lo iba a decir: una guerra. Fin de la protesta.

Hace tres semanas me entrevistó una mañana una periodista holandesa. Al final, me preguntó: “Estás describiendo una situación horrible. La extrema derecha controla la Knesset y está promulgando abominables leyes antidemocráticas. El pueblo está indiferente y apático. No hay oposición de la que hablar. Y sin embargo usted rezuma un espíritu de optimismo. ¿Cómo puede ser?” >

Respondí que tenía fe en el pueblo de Israel. En contra de lo que pueda parecer, somos un pueblo sensato. Alguna vez, en algún lugar, se originará un nuevo movimiento y cambiará la situación. Puede ocurrir en una semana, un mes, o un año. Pero ocurrirá.

Ese mismo día, sólo unas horas después, una joven llamada Daphne Liff, con un inverosímil sombrero de hombre sobre su suelta melena, se dijo a sí misma. “¡Basta!”

En contra de lo que pueda parecer, somos un pueblo sensato.

Había sido desahuciada por su casera porque no podía pagar el alquiler. Montó una tienda de campaña en Rothschild Boulevard, una arbolada avenida en el centro de Tel Aviv. La noticia se extendió a través de facebook, y en una hora, el número de tiendas se multiplicó. En una semana había unas 400 tiendas, dispuestas en una doble fila a lo largo de más de una milla.

Ciudades-tienda parecidas surgieron en Jerusalén, Haifa y una decena de ciudades más pequeñas. El siguiente sábado, muchas decenas de miles de personas participaron en marchas de protesta en Tel Aviv y en otros lugares. El sábado pasado se contabilizaron más de 150.000.

Esto se ha convertido en el centro de la vida israelí. La ciudad-tienda de Rothschild ha adoptado una vida independiente, una mezcla entre la plaza Tahrir y Woodstock, con un toque de una esquina de Hyde Park para que no le falte detalle. El humor es indescriptiblemente animado, masas de gente vienen a visitarla y vuelven a casa llenas de entusiasmo y esperanza. Todo el mundo puede sentir que algo transcendental está ocurriendo.

Viendo las tiendas, me acordé de las palabras de Balaam, que fue enviado por el rey de Moab para maldecir al pueblo de Israel en el desierto (Números 24) y en su lugar exclamó: “¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, y tus habitaciones, oh Israel!”

Todo empezó en una pequeña y remota ciudad tunecina, cuando un comerciante sin licencia fue detenido por una mujer policía. Parece ser que durante la detención, la mujer golpeó al hombre en la cara, lo cual es una terrible humillación para un hombre tunecino. Se prendió fuego. Lo que siguió fue historia: la revolución en Túnez, el cambio de régimen en Egipto, levantamientos por todo Oriente Medio.

El gobierno israelí vio todo esto con creciente interés, pero no se imaginaban que pudiera tener un efecto sobre el mismo Israel. De la sociedad israelí, con su arraigado desprecio por los árabes, difícilmente se podía esperar que hiciera lo mismo.

Pese a su desprecio por los árabes, la gente hablaba con admiración de la revuelta árabe

Pero lo hizo. La gente en la calle hablaba con gran admiración de la revuelta árabe. Ésta demostró que la gente que actúa unida podría atreverse a enfrentarse a líderes muchos más temidos que nuestro incompetente Binyamin Netanyahu.

Algunos de los pósteres más populares que se veían en las tiendas eran “Esquina Rothschild Tahrir” y en rima hebrea, “Tahrir: no sólo en Cahir”, siendo Cahir la versión hebrea de Al Cahira, nombre árabe de Cairo. Y también: “Mubarak, Assad, Netanyahu”.

En la plaza Tahrir, el eslogan central era “El pueblo quiere derrocar el régimen”. En una emulación consciente, el eslogan central de las ciudades-tienda es “El pueblo quiere justicia social”.

¿Quiénes son esta gente? ¿Qué quieren exactamente?

Todo comenzó con una demanda de “viviendas asequibles”. Los alquileres en Tel Aviv, Jerusalén y en cualquier lugar son extremadamente altos, tras años de abandono del gobierno. Pero la protesta pronto se sumió en otros temas: el alto precio de comestibles y gasolina, los bajos sueldos. Los salarios ridículamente bajos de médicos y profesores, el deterioro de la educación y los servicios sanitarios.

Existe la sensación generalizada de que 18 magnates lo controlan todo, incluido a los políticos. (Los políticos que se atrevieron a aparecer en las ciudades-tienda fueron espantados.) Podían haber citado el dicho americano: “La democracia debe ser algo más que dos lobos y una oveja votando sobre lo que hay para comer.”

Una selección de eslóganes da una idea:

«¡Bibi, esto no es el congreso de Estados Unidos, no nos comprarás con palabras vacías!»

¡Queremos un Estado de bienestar!
¡Luchando por un hogar!
¡Justicia, no caridad!
¡Si el gobierno está contra el pueblo, el pueblo está contra el gobierno!
¡Bibi, esto no es el congreso de Estados Unidos, no nos comprarás con palabras vacías! ¡Si no te unes a nuestra guerra, no iremos a la tuya!
¡Devuélvannos nuestro Estado!
¡Tres compañeros con tres sueldos no pueden pagar tres habitaciones!
La respuesta a la privatización: ¡revolución!
¡Éramos esclavos del Faraón en Egipto, somos esclavos de Bibi en Israel!
¡No tengo otra tierra!
¡Bibi, vete a casa, nosotros te pagaremos la gasolina!
¡Abajo el cochino capitalismo!
¡Sé práctico, exige lo imposible!

¿Qué falta en este repertorio de eslóganes? Por supuesto: la ocupación, los asentamientos, el gran despilfarro en el ejército.

Esto no es casual. Los organizadores, hombres y mujeres jóvenes anónimos, principalmente mujeres, están decididos a no ser etiquetados como “izquierdistas”. Saben que sacar a relucir la ocupación le daría a Netanyahu un arma fácil, dividiría a los que viven en las tiendas y desbarataría las protestas.

Nosotros en el movimiento de paz sabemos y respetamos esto. Todos nosotros estamos entrenándonos en un duro auto-control, de manera que Netanyahu no conseguirá marginalizar el movimiento ni mostrarlo como una conspiración para derrocar al gobierno de la derecha.

Tal y como escribí en un artículo de Haaretz: No hace falta presionar a los manifestantes. A su debido momento, llegarán a la conclusión de que el dinero para las mayores reformas que exigen sólo puede venir de frenar los asentamientos y de cortar el enorme gasto militar en cientos de miles de millones, y eso sólo es posible en paz. (Para ayudarles, publicamos un anuncio que decía: “Es bastante simple: dinero para los asentamientos. O dinero para casas, servicios sanitarios y educación”).

Voltaire dijo que “el arte de gobernar consiste en quitarle a una parte de la población todo el dinero que sea posible, para dárselo a la otra. Este gobierno les quita el dinero a los ciudadanos decentes para dárselo a los colonos.

¿Quiénes son estos manifestantes entusiastas, que parecen no haber venido de ninguna parte?

Es la generación joven de la clase media, que sale a trabajar, lleva a casa sueldos medios y “no llegan a fin de mes”, como dice la expresión israelí. Madres que no pueden trabajar porque no tienen donde dejar a sus niños. Estudiantes universitarios que no pueden coger una habitación en las residencias ni se pueden permitir alojamiento en la ciudad. Y especialmente gente joven que quiere casarse pero que no puede permitirse pagar un apartamento, ni siquiera con la ayuda de sus padres. (Una tienda llevaba el cartel: “Incluso esta tienda la compraron nuestros padres”).

Es la generación joven de clase media, que trabaja y no llega a fin de mes

Todo esto en una economía floreciente, que no ha tenido que pasar los dolores de la crisis económica mundial y presume de una envidiable tasa de paro de sólo un 5%.

Si se les presiona, muchos de los manifestantes se declararían “social-demócratas”. Ellos son prácticamente lo contrario al Tea Party en Estados Unidos: quieren un estado de bienestar, culpan a la privatización de muchos de sus males, quieren que el gobierno intervenga y actúe. Tanto si quieren admitirlo como si no, la verdadera esencia de sus exigencias y actitudes es clásicamente izquierdista (el término creado en la revolución francesa porque los partidarios de estos ideales se sentaban en el lado izquierdo del portavoz en la Asamblea Nacional). Son la esencia de lo que la Izquierda significa: (aunque en Israel, los términos “izquierda” y “derecha” se han venido identificando en gran parte con cuestiones de guerra y paz).

¿A dónde llevará esto?

Nadie lo puede decir. Cuando se le preguntó por el impacto de la Revolución Francesa, Zhou Enlai dijo: “Es muy pronto para decirlo.” Estamos siendo testigos de un acontecimiento todavía en desarrollo, tal vez incluso todavía empezando.

Ya ha producido un enorme cambio. Desde hace semanas, la opinión pública y los medios han dejado de hablar de las fronteras, de la bomba iraní y de la situación de seguridad. En su lugar, la conversación está ahora casi completamente centrada en la situación social, el sueldo mínimo, la injusticia de los impuestos indirectos, la crisis en la construcción de viviendas.

Bajo presión, el liderazgo impreciso de la protesta ha preparado una lista de demandas concretas. Entre otras: que el gobierno construya viviendas de alquiler, que suba los impuestos a los ricos y a las corporaciones, educación gratis desde los tres meses de edad [sic], el aumento de sueldo de médicos, policías y bomberos, clases de no más de 21 alumnos en las escuelas, romper los monopolios controlados por unos pocos magnates, etc.

Entonces, ¿a dónde lleva esto? Hay muchas posibilidades, tanto buenas como malas.

Netanyahu puede intentar comprar la protesta con algunas concesiones menores: unos miles de millones por aquí, otros miles de millones por allá. Esto pondrá a los manifestantes en el dilema del niño indio en la película de ¿Quién quiere ser millonario?: coge el dinero y abandona, o arriesga todo para responder a la siguiente pregunta.

O bien, el movimiento puede continuar para coger velocidad y forzar cambios mayores, como pasar la carga de los impuestos indirectos a los directos.

Algunos optimistas rabiosos (como un servidor) pueden incluso soñar con la aparición de un auténtico y nuevo partido político que llene el hueco vacío en el lado izquierdo del espectro político.

Empecé con una advertencia, y debo terminar con otra: este movimiento ha creado enormes esperanzas. Si falla, puede dejar atrás una atmósfera de desaliento y desesperanza: un estado de ánimo que conducirá a aquéllos que puedan a buscar una vida mejor en otra parte.