«El islam es la solución»
Uri Avnery
Lo primero, una disculpa: no voy a escribir sobre Wikileaks.
Me gusta chismorrear tanto como a cualquier homb… mujer. Las filtraciones proporcionan gran cantidad de chismorreo intercalado con información real.
Pero no aportan nada nuevo realmente. La información sólo confirma lo que cualquier persona inteligente podía haber averiguado ya. Si hay algo nuevo, es precisamente esa confirmación: que el mundo realmente funciona como nos imaginábamos. Qué deprimente.
Hace cuatrocientos años, Sir Henry Wotton, un diplomático británico, apuntó que «un embajador es un hombre honrado al que envían al extranjero a mentir por el bien de su país.» Desde entonces, nada ha cambiado excepto que al embajador se le ha unido la embajadora. Por lo tanto, es muy reconfortante escuchar los mensajes secretos que se dicen en casa, cuando no tienen que mentir.
Dicho esto, pasemos a cosas más importantes.
Esta semana electoral en Egipto, por ejemplo.
Hace años, se cuenta, un ciudadano soviético fue al colegio electoral el día de las elecciones y le entregaron un sobre sellado para ponerlo en la urna.
Los egipcios son un pueblo muy chistoso. Si les dijeran que sus elecciones son secretas, se echarían a reír
«¿No se me permite ver a quién estoy votando?», preguntó.
«¡Por supuesto que no!», replicó indignado el funcionario, con expresión adusta: «¡En nuestra Unión Soviética, las elecciones son secretas!»
Esto no podría suceder en Egipto. En primer lugar, porque los egipcios son un pueblo muy chistoso. Si les dijeran que sus elecciones son secretas, se echarían a reír.
En segundo lugar, porque es tan obvio que no lo son.
En una de mis visitas a El Cairo, en la época de Anwar Sadat, tuve la oportunidad de presenciar un día de elecciones. Era un escenario de celebración; parecía más un carnaval medieval que el cumplimiento solemne del deber democrático. Todo el mundo estaba feliz.
Durante una visita a un colegio electoral en un pueblo cerca de las pirámides de Giza, me llamó la atención este ambiente de cinismo alegre. Nadie siquiera fingió que hablaba en serio. Los alegres soldados que vigilaban el local se ofrecían a ayudar a las ancianitas a elegir la papeleta correcta y a ponerla en el sobre.
No estoy seguro de si se ha mantenido este buen humor bajo el régimen de Mubarak, pero los resultados son los mismos. Los directores de los medios de comunicación, todos ellos nombrados por el gobierno, evitan cualquier crítica al gobierno. Los activistas de la oposición son arrestados bastante antes de las elecciones (si es que no están ya en prisión). El partido del gobierno es un chiste malo. Nadie pretende seriamente que el país es otra cosa que una dictadura. A las clases altas les gusta que sea así, no sólo porque tienen apego a sus privilegios sino porque les da un miedo espantoso que, bajo una democracia, en su país salga electo un régimen religioso fundamentalista con burkas y todo eso.
En todo el mundo árabe, esto es un auténtico dilema. Unas elecciones libres alzarían a los fundamentalistas al poder.
En todo el mundo árabe hay un dilema: unas elecciones libres alzarían a los fundamentalistas al poder
Durante el último siglo, el nacionalismo secular estaba en boga. En muchos países árabes surgieron movimientos nacionalistas. Tenían como modelo al gran Atatürk, un renovador revolucionario como no había otro. Eliminó el islam, prohibió el fez a los hombres y el hiyab a las mujeres, sustituyó el alfabeto árabe por el latino, fomentó el nacionalismo turco en vez de el islamismo otomano.
Esto, por cierto, fue un modelo para muchos de nosotros, que aspirábamos a sustituir la religión judía y el nacionalismo pseudo-sionista con un sano nacionalismo territorial hebreo y laico. El hijo de Eliezer Ben-Yehuda, el renovador de la lengua hebrea moderna, también propuso que se sustituyera la escritura hebrea por la latina.
En Turquía, la revolución de Atatürk se ve ahora amenazada por el surgimiento de un rejuvenecido islam. En Israel, la nueva nación hebrea está sitiada por un judaísmo fundamentalista agresivo. Por todo el mundo árabe, la situación es peor.
Para decirlo sin rodeos: el nacionalismo secular no ha cumplido. No ha traído una verdadera independencia, ni libertad, ni un avance económico o tecnológico.
En el ámbito económico, ningún país árabe ha conseguido con éxito hacer lo que se ha hecho en Japón, Corea del Sur e incluso Malasia, y lo que se está haciendo ahora en China e India. El ejemplo de éxito de Israel está cerca, al alcance de la mano, y aumenta la frustración.
Atatürk fue un modelo para nosotros, que aspirábamos a sustituir el judaísmo con un nacionalismo hebreo
El ejemplo más reciente fue Yasser Arafat. Creó un movimiento nacional palestino que estaba orgulloso de carecer de sectarismo. Los árabes cristianos jugaron un papel importante en la Organización de Liberación de Palestina. George Habash era un médico cristiano de Ramalá, la cristiana Hanan Ashrawi es una de las más portavoces palestinas más elocuentes.
El propio Arafat era un musulmán practicante. A menudo, incluso en conversaciones privadas, se excusaba, desaparecía durante unos minutos y volvía discretamente, mientras que sus ayudantes nos susurraban que el Rais estaba rezando. Sin embargo, él no se cansaba de asegurarnos a todos que el futuro Estado de Palestina estaría libre de toda dominación religiosa.
Mientras vivía, el islam político mantuvo una influencia menor, y no por las medidas represivas.
Todo esto es historia. El Hamas suní («Movimiento de Resistencia Islámica») y el Hezbolá chií («Partido de Dios») se están convirtiendo en modelos para las masas de jóvenes de todo el mundo árabe.
Una de las principales razones es Palestina.
Si Arafat hubiera conseguido fundar el Estado libre y soberano de Palestina, la textura de la política árabe habría cambiado, no sólo en la propia Palestina, sino en todos los países árabes.
El ascenso de Hamas en Palestina es resultado directo de este fracaso. Al nacionalismo laico palestino se le ha dado una oportunidad, y ha fracasado. Los revolucionarios islámicos están apelando a un pueblo privado de todos los derechos nacionales y humanos, sin otra alternativa a la vista.
Como muestra Wikileaks (allá voy, al final los menciono) a ni un solo régimen árabe le importan un comino los palestinos. Eso no es nada nuevo; de hecho, Arafat creó su movimiento, Fatah (“Movimiento de Liberación de Palestina»), con el fin de liberar a los palestinos en primer lugar de los cínicos regímenes árabes que explotan la «causa palestina» para sus propios fines.
Arafat creó un movimiento que carecía de sectarismo
Pero la profundidad del cinismo que se revela en estas conversaciones entre los potentados árabes y sus maestros estadounidenses roza la traición flagrante. Esto aumentará la frustración ya masiva no sólo en Palestina sino en todos los países árabes. Cualquier joven de Egipto, Jordania, Bahréin o Arabia Saudí (por mencionar sólo algunos) debe ser plenamente consciente de que su país está dirigido por un pequeño grupo para el que la preservación de su poder personal y sus privilegios es mucho más importante que la santa causa de Palestina.
Yo soy muy sensible a este tipo de sentimientos, porque cuando tenía quince años me sentía igual y me uní a los «terroristas» del Irgun («Organización Militar Nacional). No podía soportar ver a mis líderes doblegarse ante los gobernantes británicos de mi país. Poniéndome en la piel de un joven árabe de la misma edad ahora en Yidda, Alejandría o Alepo puedo imaginar lo que siente. Incluso Ehud Barak, aquel veterano combatiente de árabes, dijo una vez que si fuera un joven palestino, se uniría a una organización terrorista.
Tarde o temprano, la situación va a explotar, primero en un país, luego en muchos. El destino del Sha de Irán debería ser recordado por aquellos que hablan, en documentos secretos, sobre el «Hitler iraní», que está a punto de obtener una bomba nuclear.
La frustración que produce el asunto de Palestina es la causa inmediata de esta humillación, que se manifiesta a la vista de todos, pero el sentimiento en sí va más allá de una sola causa.
El nacionalismo laico le ha fallado completamente a los árabes. El comunismo nunca ha echado raíces en el mundo islámico, siendo por su propia naturaleza contrario a los principios básicos del islam. El capitalismo, al mismo tiempo atractivo para algunos, tampoco ha logrado resolver ninguno de los problemas básicos del mundo árabe.
El movimiento revolucionario islámico en sus múltiples formas promete una alternativa viable. No es casualidad que la dictadura egipcia prohíba el uso del lema «El islam es la solución», el lema simple y eficaz que une a la oposición islámica en todos los países. Hay un enorme vacío en el mundo árabe, y nadie que pueda llenarlo. Salvo el islamismo.
Para Estados Unidos esto es un desafío enorme. Obama parecía haberlo percibido, antes de que se lo tragara (de pies a cabeza) la rutina política estadounidense.
«El islam es la solución»: lema simple y eficaz que une a la oposición islámica
Todo el mundo parece estar hablando de la decadencia del imperio estadounidense. Es el último grito. Lo qué está pasando en el mundo árabe puede acelerar o retardar el proceso. La creación de un Estado soberano, libre y viable de Palestina ―con el efecto electrizante que ello tendría en toda la región árabe y, de hecho, en todo el mundo islámico― retardaría las cosas considerablemente.
A juzgar por estas filtraciones, esto parece estar a años luz de la cabeza de los hombres y mujeres estadistas estadounidenses, tal y como son.
Para Israel, el panorama es aún más sombrío. La perspectiva de un mundo fundamentalista árabe, con un conjunto de líderes completamente nuevo y popular rodeándonos por completo y el poder de Estados Unidos (y su lobby judío) decayendo cada vez más, es una perspectiva realmente aterradora.
Si yo fuera responsable de Israel en este momento, esto me preocuparía mucho más que la bomba iraní.
Afortunadamente, esto no es un peligro inevitable. La política de Israel puede hacer mucho para impedirlo. Por desgracia, estamos haciendo justo lo contrario.
A los que cantan «El islam es la solución», nuestra respuesta debería ser: «La paz justa es la solución».