La guerra de mentiras
Uri Avnery
Esta semana hace treinta años que el ejército israelí cruzó hacia Líbano y comenzó la guerra más estúpida que ha tenido lugar en la historia de Israel. Duró 18 años. Murieron alrededor de 1500 soldados israelíes y un incalculable número de libaneses y palestinos.
Casi todas las guerras se basan en las mentiras. Las mentiras se consideran instrumentos legítimos de guerra. La Primera Guerra del Líbano (como se le denominó más tarde) fue un magnífico ejemplo de ello.
Desde el principio al fin (si es que ya ha terminado) se trató de una guerra de engaños y estafas, falsedades e invenciones.
Las mentiras comenzaron con el nombre oficial de “Operación Paz para Galilea”.
Si uno les pregunta ahora a los israelíes, el 99,99% de ellos dirá con toda sinceridad: “No tuvimos alternativa. Todos los días lanzaban katiushas desde Líbano hacia Galilea. Teníamos que pararlos”. Los presentadores de la televisión, al igual que los antiguos ministros del gabinete estuvieron repitiendo estas declaraciones durante toda la semana. De manera bastante sincera. Incluso personas que, en aquella época, ya eran adultas.
Casi todas las guerras se basan en mentiras, consideradas instrumentos legítimos
El hecho, tal cual, es que durante once meses antes de la guerra, no se disparó ni un tiro que traspasara la frontera entre Israel y Líbano. Entró en vigor un alto al fuego y los palestinos al otro lado de la frontera lo mantuvieron escrupulosamente. Para sorpresa de todos, Yasser Arafat también consiguió imponerlo a todas las facciones radicales palestinas.
A finales de mayo, el ministro de Defensa, Ariel Sharon, se reunió en Washington DC con el secretario de Estado, Alexander Haig. Solicitó el consentimiento norteamericano para invadir Líbano. Haig dijo que Estados Unidos no podía permitírselo si no existía una provocación internacionalmente reconocida.
Y, mira por dónde, la provocación se produjo inmediatamente. Abu Nidal, el veterano terrorista anti-Arafat y anti-OLP, envió a su propio primo a asesinar al embajador israelí en Londres, que resultó gravemente herido.
Como represalia, Israel bombardeó Beirut y los palestinos respondieron, como era de esperar. El primer ministro, Menachem Begin, permitió a Sharon invadir el territorio libanés hasta 40 km “para poner a los asentamientos de Galilea fuera del alcance de los katiushas”.
Cuando, en una reunión del gabinete, uno de los jefes de la inteligencia comentó a Begin que la organización de Abu Nidal no era miembro de la OLP, Begin respondió con la famosa frase: “Todos son la OLP”.
El general Matti Peled, mi asociado político en aquella época, creía firmemente que Abu Nidal había actuado como agente de Sharon. Y sé que todos los palestinos también lo creían.
Sharon tenía una mente primitiva, no corrompida por conocimientos de historia
La mentira de “nos disparan todos los días” se ha quedado tan grabada en las mentes de las personas que ahora es inútil ponerla en duda. Se trata de un ejemplo esclarecedor de cómo un mito puede apoderarse de las mentes de las personas, incluyendo aquellas que habían visto con sus propios ojos que la verdad era justamente lo contrario.
Nueve meses antes de la guerra, Sharon me informó de su plan para un Nuevo Oriente Medio.
Yo estaba escribiendo un extenso artículo biográfico sobre él y su cooperación. Él creía en mi integridad periodística, así que me comentó su plan de manera extraoficial y me dio permiso para publicarlo (pero sin nombrarlo a él). Así que lo hice.
Sharon tenía una mezcla mental peligrosa: una mente primitiva no corrompida por ningún conocimiento de la historia (no judía) y un fatal antojo por las “grandes estrategias”. Despreciaba a todos los políticos (Begin incluido) y los calificaba de personitas desprovistas de visión e imaginación.
Su estrategia para la región, tal y como me dijo entonces (y como publiqué nueves meses antes de la guerra), era:
- Atacar Líbano e instaurar un dictador cristiano que serviría a Israel.
- Expulsar a los sirios de Líbano
- Expulsar a los palestinos de Líbano y mandarlos a Siria, de dónde serían expulsados por los sirios hacia Jordania
- Hacer que los palestinos llevaran a cabo una revolución en Jordania, poner al rey Hussein de patitas en la calle y convertir Jordania en un estado palestino
- Establecer un acuerdo funcional bajo el cual el estado palestino (en Jordania) compartiría el poder con Israel en Cisjordania.
Ya que era un tipo resuelto, Sharon convenció a Begin para comenzar la guerra, diciéndole que su único objetivo era hacer retroceder a la OLP 40 km. Entonces nombró a Bashir Gemayel dictador de Líbano. Después, permitió a las Falanges cristianas llevar a cabo la masacre en Sabra y Shatila, con el fin de aterrorizar a los palestinos para que huyeran a Siria.
No se aprendió ninguna lección de la guerra, ya que en Israel se celebró como victoria
Los resultados de la guerra fueron opuestos a lo que se esperaba. Bashir fue asesinado por los sirios y su hermano, que fue entonces elegido por los fusiles israelíes, fue un pelele ineficaz. Los sirios fortalecieron su dominio sobre Líbano. La terrible masacre no indujo a los palestinos a que huyeran. Se quedaron. Hussein permaneció en el trono. Jordania no se convirtió en Palestina. Arafat y sus hombres armados fueron evacuados a Túnez, donde ganaron victorias políticas impresionantes, fueron reconocidos como los “únicos representantes del pueblo palestino” y finalmente regresaron a Palestina.
El plan militar no salió del todo bien desde el principio, ni mucho menos el plan político. No se aprendió ninguna lección militar de la guerra, ya que en Israel se celebró como una victoria militar gloriosa (así que la segunda guerra de Líbano, unos 24 años más tarde, fue un desastre militar incluso mayor).
El hecho es que, en 1982, ninguna unidad del ejército alcanzó su objetivo ni mucho menos, al menos, no a tiempo. La valerosa resistencia palestina de Sidon (Saida) mantuvo al ejército y Beirut estaba todavía fuera de alcance cuando se declaró el alto el fuego. Sharon simplemente rompió el alto el fuego y, solo entonces, sus tropas consiguieron rodear la ciudad y entrar en la parte este.
En contra de la promesa que le hizo a Begin (que un alto cargo de la coalición me repitió a mí en aquella época), Sharon atacó al ejército sirio con el fin de alcanzar y cortar la carretera Beirut-Damasco. Las unidades israelíes en ese frente nunca pudieron alcanzar la carretera principal. En su lugar, sufrieron una resonante derrota en Sultan Yacoub.
En 1970, los palestinos se establecieron en el sur de Líbano, llamada “Fatahlandia”
No me extraña. El jefe del Estado Mayor era Rafael Eitan, llamado Raful. Fue nombrado por el predecesor de Sharon, Ezer Weizman. En aquella época pregunté a Weizman por qué había nombrado a tal completo imbécil. Su típica respuesta: “Yo tengo cociente intelectual para los dos. Él cumplirá mis órdenes”. Pero Weizman dimitió y Raful permaneció.
Uno de los resultados más significativos y duraderos de la Primera Guerra de Líbano tiene que ver con los chiíes.
Desde 1949 hasta 1970, la frontera libanesa ha sido la más tranquila de todas nuestras fronteras. Las personas cruzaban por error y se les enviaba de vuelta a casa. Comúnmente, se decía que “Líbano será el segundo estado árabe que establezca la paz con Israel”, sin atreverse a ser el primero.
La mayoría de la población del otro lado de la frontera, que era chií, era entonces la comunidad más oprimida e indefensa de todas las comunidades étnico-religiosas de Líbano. Cuando el rey Hussein, con la ayuda de Israel, expulsó a las fuerzas de la OLP de Jordania en el “Septiembre Negro” de 1970, los palestinos se establecieron en el sur de Líbano y se convirtieron en los gobernantes de la región fronteriza, que pronto fue conocida como “Fatahlandia”.
A la población chií no le gustaban sus nuevos señores palestinos autoritarios, que eran suníes. Cuando las tropas de Sharon entraron en la zona, fueron recibidos con arroz y dulces (yo lo vi con mis propios ojos). Los chiíes, que no conocían Israel, creían que sus libertadores expulsarían a los palestinos y se irían.
No pasó mucho tiempo hasta que se dieron cuenta de su error. Entonces comenzaron una guerra de guerrillas, para la que el ejército israelí no estaba preparado.
Los ratones chiíes se convirtieron rápidamente en leones chiíes. Enfrentado a sus guerrillas, el gobierno israelí decidió abandonar Beirut y la mayor parte del sur de Líbano, aferrándose a una “zona de seguridad”, que, naturalmente, se convirtió en un campo de batalla de guerrillas. Los chiíes moderados fueron sustituidos por un nuevo Hizb-Alá (“Partido de Dios”) mucho más radical, que finalmente se convirtió en la fuerza política y militar más importante de todo Líbano.
Los ratones chiíes se convirtieron en leones e Israel decidió abandonar Beirut
Para detenerlos, Israel asesinó a su líder, Abbas Musawi, que rápidamente fue sustituido por un ayudante con mucho más talento, Hassan Nasralá.
Al mismo tiempo, los clones de Sharon en Washington comenzaron una guerra que destruiría Iraq, el baluarte histórico árabe contra Irán. Un nuevo eje de la Iraq chií, Hizbulá y la Siria alawí se convirtió en una realidad dominante (los alawíes, que gobiernan la Siria de Asad, son un tipo de chiíes. Su nombre deriva de Ali, el yerno de Mahoma, cuyos descendientes fueron rechazados por los suníes y aceptados por los chiíes).
Si Sharon se despertara del coma que le tocó en suerte hace seis años, se sorprendería al ver este resultado (el único práctico) de su guerra de Líbano.
Una de las víctimas de la guerra fue Menachem Begin.
Se han escuchado muchas leyendas forjadas para enaltecer su memoria, que han llegado a extremos exagerados.
Begin tenía muchas buenas cualidades. Era un hombre de principios, honesto y valiente. También era un gran orador en la tradición europea, capaz de influir en las emociones de su audiencia.
Pero Begin era un pensador muy mediocre, completamente desprovisto de un pensamiento original. Su mentor, Vladimir Ze’ev Jabotinsky, lo trataba con desprecio. A su manera, era demasiado ingenuo. Dejó que Sharon lo engañara fácilmente.
Su determinación por derrotar a los palestinos y propagar la autoridad del Estado “judío” en toda la Palestina histórica, hizo que no se preocupara realmente por Líbano, Sinaí o el Golán.
Su comportamiento durante la Guerra de Líbano rozó lo ridículo. Visitó a las tropas y les preguntó cosas que se convirtieron en el blanco de muchas bromas entre los soldados. Retrospectivamente, uno se pregunta si en aquella época ya estaba afectado mentalmente. Poco después de la masacre de Sabra y Shatila, que le impactó profundamente, se hundió en una gran depresión, que perduró hasta su muerte diez años después.
La moraleja de la historia, hoy más relevante que nunca:
Cualquier estúpido puede comenzar una guerra, pero solo una persona sabia puede prevenirla.