Llora, querido país
Uri Avnery
A veces, un pequeño incidente puede penetrar la oscuridad y revelar una imagen aterradora.
Esto ocurrió el domingo pasado en Beersheba, la capital de la región del Neguev.
La imagen era aterradora de verdad.
El incidente empezó como un ataque rutinario, uno de los muchos a los que nos hemos acostumbrado en las últimas semanas. Algunos lo llaman “la tercera intifada”, otros hablan de una “oleada de terror”, y a algunos les basta con “escalada”.
Una mañana, el futuro ‘shahid’ (mártir) se despierta coge un gran cuchillo de la cocina…
Es una nueva etapa en un conflicto antiguo. Su símbolo es el palestino solitario armado de un cuchillo, bien de Jerusalén Este, bien de Cisjordania o dentro de Israel.
No tiene relación con ninguno de los partidos palestinos. Antes de lanzarse, el o la atacante no tiene ninguna conexión conocida con ningún grupo militante. Nadie en los servicios secretos israelíes lo conoce. De manera que es imposible prevenir estos ataques.
Una mañana, el futuro ‘shahid’ (mártir) se despierta, siente que ha llegado el momento, coge un gran cuchillo de la cocina, se va a un barrio judío y acuchilla al primer judío israelí que encuentre, preferiblemente un soldado, pero cuando no hay soldados por ahí, le vale cualquier judío civil, sea un hombre, una mujer o incluso un niño.
El atacante sabe muy bien que probablemente morirá en el acto. Quiere convertirse en ‘shahid’, es decir mártir, literalmente “testigo de la fe”.
En las anteriores intifadas, los atacantes eran en general miembros de organizaciones o células. Estas células estaban invariablemente infiltradas por parte de traidores pagados, y a casi todos los perpetradores se les atrapaba antes o después. Se pudieron impedir muchas de sus acciones.
Cualquier israelí, en cualquier sitio, puede morir acuchillado
El estallido actual es diferente. Dado que los autores son individuos en solitario, los espías no los conocen. No hay manera de frenar sus actos de antemano. Pueden ocurrir en cualquier lugar: en Jerusalén, en el resto de los territorios ocupados, incluso en el corazón de Israel propiamente dicho. Cualquier israelí, en cualquier sitio, puede morir acuchillado.
Para entender todo el cuadro, hay que añadir a los grupos de adolescentes y niños palestinos que tiran piedras a lo largo de las carreteras. Estos grupos se forman de repente, de manera espontánea, y normalmente se componen de adolescentes locales que lanzan piedras y cócteles molotov a los coches que pasan, después de asegurarse de que dentro hay israelíes judíos. A menudo se les unen verdaderos niños ansiosos de demostrar su valor y su devoción. Uno de los detenidos tenía 13 años.
A veces, las piedras que tiran provocan la muerte del conductor, que pierde el control del vehículo. El Ejército responde con gas lacrimógeno, balas de acero recubiertas de caucho (que causan enorme dolor pero raramente matan) y con fuego real.
El estallido – que aún no tiene un nombre definitivo – empezó hace varias semanas en Jerusalén Este. Como siempre, se podría añadir.
El centro de la antigua ciudad árabe es el lugar santo al que los judíos llaman “el monte del templo” y los árabes, “Haram al sharif”: el santuario sagrado (la Explanada de las Mezquitas). Es donde antiguamente se ubicaban los templos judíos.
Después de que los romanos destruyeran el Segundo Templo, hace unos 1945 años, los cristianos profanaron el lugar y lo convirtieron en un estercolero. Cuando los musulmanes lo conquistaron en el año 635, el humanitario califa Omar ordenó que se limpiara. Allí se construyeron dos edificios musulmanes sagrados, la bella Cúpula de la Roca, con su llamativa cúpula dorada, y la Mezquita de Al Aqsa, todavía más sagrada, la tercera mezquita más sagrada del islam.
Si alguien quiero crear problemas, aquí es donde debe empezar. El grito de que Al Aqsa está en peligro levanta a cualquier musulmán en el mundo. No sólo responden los fanáticos, sino también los musulmanes moderadamente religiosos (como son la mayoría de los árabes). Es una llamada a las armas, al sacrificio.
Eso ha ocurrido varias veces ya. Los terribles “sucesos” de 1929 en los que fue masacrada la antigua comunidad judía en Hebrón empezaron con una provocación judía en el Muro de las Lamentaciones, parte de la muralla que rodea la Explanada de las Mezquitas. La segunda intifada estalló porque Ariel Sharon encabezó una manifestación provocadora en la Explanada, con el permiso expreso del entonces primer ministro laborista, Ehud Barak.
Los judíos fanáticos se preparan para reconstruir el Templo después de destruir los santuarios musulmanes
Los problemas actuales empezaron con visitas de los dirigentes judíos de extrema derecha, incluyendo a un ministro y varios diputados, a la Explanada de las Mezquitas. Esto como tal no está prohibido (excepto por la ley judía ultraortodoxa, porque a los judíos normales no se les permite pisar el lugar donde una vez se ubicaba lo más sagrado). La explanada es una famosa atracción turística.
Para regular las cosas, existe algo llamado el status quo. Cuando el Ejército israelí ocupó Jerusalén Este en la Guerra de los Seis Días en 1967, se decidió que la Explanada, aunque bajo dominio israelí, lo administrarían musulmanes bajo jurisdicción de Jordania. (¿Por qué Jordania? Porque Israel no aceptó que fuera bajo jurisdicción palestina). Los judíos pueden entrar en el recinto, pero no pueden rezar allí.
Binyamin Netanyahu sostiene que el status quo no se ha vulnerado. Pero últimamente, varios grupos de fanáticos israelíes de ultraderecha han entrado en el recinto, protegidos por la policía israelí, y han rezado allí. Para los musulmanes, eso era una violación del status quo.
Además, se ha dado mucha publicidad a los grupos judíos que se preparan para reconstruir el Templo judío después de destruir los santuarios musulmanes. Los fanáticos ya preparan los paños e instrumentos prescritos por la Biblia.
En tiempos normales, en un lugar normal, esto se podría arreglar de manera pacífica. Pero no en la Explanada de las Mezquitas, y no ahora, con colonos judíos empezando a apoderarse de cabezas de puente en los barrios árabes que rodean los santuarios. En todas partes de los territorios ocupados y entre los ciudadanos árabes de Israel se levantaba un grito: los Santos Lugares están en peligro. Los dirigentes israelíes gritaban, igual de alto, que todo era un hatajo de mentiras.
En todas partes se levantaba un grito: los Santos Lugares están en peligro
Los jóvenes palestinos agarraron cuchillos y empezaron a clavárselos a los israelíes, muy conscientes de que probablemente serían fusilados en el acto. Luego, los dirigentes israelíes recomendaron a los ciudadanos judíos de ir siempre armados y disparar de inmediato en cuanto viesen un ataque. Ahora hay varios incidentes de este tipo cada día. En total, este mes han muerto asesinados ocho judíos, junto a 18 sospechosos de ser los atacantes y otros 20 palestinos.
Esto es, pues, el contexto de la salvajada de Beersheba.
Ocurrió en la estación central de autobuses en esta capital del desierto, una ciudad de unos 250.000 judíos, la mayoría de procedencia mizrají, rodeada por numerosos suburbios y campamentos de beduinos.
El incidente lo protagonizaron tres personas.
El primero era un soldado de 19 años, Omri Levi. Se bajó de un autobús y entró en el amplio edificio de la estación, donde lo mató un atacante árabe, que le quitó el arma. Sabemos muy poco del soldado, sólo que era chico de 19 años de aspecto simpático.
La segunda persona era el atacante, Mohamed al-Okbi, de 21 años. Sorprende que fuera un beduino de la zona sin antecedentes. Sorprende porque muchos beduinos sirven como voluntarios en el Ejército israelí, trabajan en la Policía o estudian en la universidad de Beersheba. Lo cual no impide al Gobierno israelí intentar apoderarse de las tierras de las tribus beduinas, a los que intenta reasentar en suburbios superpoblados.
Nadie sabe por qué este chico del desierto decidió, cuando se despertó esa mañana, que iba a convertirse en un ‘shahid’ y lanzarse a la destrucción. Su familia parece tan perpleja como todos los demás. Parece ser que se había vuelto muy religioso y que reaccionó por los incidentes de Al Aqsa. También como todos los beduinos del Neguev, estaba con certeza enfurecido por los esfuerzos del Gobierno de quitarles sus tierras.
Haftom Zarhim, un refugiado de Eritrea, uno de los 50.000 africanos en Israel, era totalmente inocente
Así que disparó a la gente que se hallaba allí, bien con una pistola que tenía, bien con el arma que le había quitado al soldado. Después de leer decenas de miles de palabras, todavía no estoy del todo seguro cuál versión es correcta.
Pero la persona que más ha llamado la atención no era el soldado ni el atacante, sino la tercera víctima.
Se llamaba Haftom Zarhim y era un refugiado de 29 años de Eritrea, uno de los más o menos 50.000 africanos que han llegado al Neguev cruzando ilegalmente la frontera. Era totalmente inocente. Simplemente sucedió que estaba entrando en el edifició detrás del atacante y algunos de los transeúntes creyeron que era un cómplice. No parecía judío.
Lo dispararon y lo hirieron. Cuando estaba tirado en el suelo, sangrando e indefenso, la muchedumbre lo rodeó y le daban patadas de todos los lados; algunos le patearon la cabeza. Llegó al hospital ya muerto. Toda la escena la grababa alegremente un transeúnte con su smartphoney fue emitida en las noticias de todas las cadenas de televisión.
A los buscadores de asilo se les odia sólo porque son extranjeros, no son judíos
No se puede describir de otra manera: esto era un incidente de un feroz racismo, pura y simplemente. El tratamiento bárbaro de un atacante palestino herido por parte de una muchedumbre enfurecido se puede entender de alguna manera; no puede disculparse ni aceptarse, pero al menos puede entenderse. Tenemos un conflicto que ya dura más de 130 años, y en ambos bandos, varias generaciones han sido educadas en un odio mutuo.
Pero ¿los buscadores de asilo? Se les odia de forma casi universal. ¿Por qué? Sólo porque son extranjeros, no son judíos. Ni siquiera el color de su piel lo puede explicar del todo: al fin y al cabo tenemos ahora un importante número de judíos etíopes a los que aceptamos como “de los nuestros”.
El linchamiento macabro del moribundo Haftom era totalmente espeluznante, totalmente odioso. Podria hacer que uno se desespere cuando piensa en Israel. Si no fuera por uno de los transeúntes, de edad mediana, que volvió al lugar del crimen dos días después y volvió a contar la historia en la televisión, admitiendo que desde entonces no podía dormir. Lloraba.
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