El Macron israelí
Uri Avnery
Un profundo suspiro de alivio, que sale desde lo más profundo del corazón.
Cuando yo tenía 10 años, mi familia huyó de la Alemania nazi. Nos temíamos que la Gestapo estuviera persiguiéndonos. A medida que nos acercábamos a la frontera francesa, nuestro miedo se acentuaba. Después, nuestro tren cruzó el puente que separaba Alemania de Francia y soltamos un profundo suspiro de alivio.
Fue más o menos el mismo suspiro. Francia ha vuelto a enviar un mensaje de libertad.
Emmanuel Macron (Emmanuel es un nombre hebreo que significa “Dios está con nosotros”) ha ganado la primera ronda y hay una gran posibilidad de que también gane la segunda.
Este no es sólo un asunto francés. Afecta a toda la humanidad.
En primer lugar, ha roto un hechizo.
Tras la votación del Brexit y la elección de Donald Trump, surgió el mito de que una tenebrosa ola ultraderechista, fascista o próxima al fascismo seguramente hundiría el mundo democrático. Es una sentencia del destino. Fuera mayor.
Ha demostrado que la gente decente puede unirse y cambiar el curso de la historia.
Primero fue Marine Le Pen. Después ese odioso holandés. Después los derechistas del Este de Europa. Aplastarán la democracia en todas partes. No hay nada que hacer al respecto.
Y aquí aparece alguien del que nadie ha oído hablar y rompe el hechizo. Ha demostrado que la gente decente puede unirse y cambiar el curso de la historia.
Este es un mensaje significativo no sólo para Francia sino para todo el mundo. Incluso para nosotros en Israel.
Esto todavía no ha terminado. Todavía está pendiente la segunda ronda.
Mirando el mapa de la primera ronda, la imagen es bastante perturbadora. Le Pen ha conquistado una gran parte de Francia, el norte y casi todo el este. El desastre aún puede estar al acecho.
Frente a esta posibilidad, casi todos los otros candidatos han apoyado a Macron. Es lo más decente que se puede hacer. Especialmente noble por parte de los candidatos rivales, a quienes no se les puede exigir que les guste.
Para el candidato de la extrema izquierda, Melenchon, Le Pen y Macron son lo mismo.
La única excepción es el candidato de la extrema izquierda, Jean-Luc Melenchon, a quien apoyaron los comunistas. Para él, Le Pen y Macron son lo mismo. Para la gente con memoria para la historia, esto suena ominoso.
En 1933, los comunistas alemanes atacaron a los socialistas más de lo que atacaron a Hitler. En algunas grandes huelgas, el “Frente Rojo” comunista incluso cooperó con las tropas de asalto de Hitler. Su teoría era que tanto Hitler como los socialistas eran títeres del capitalismo. Además, estaban seguros de que el ridículo Hitler desaparecería tras varios meses en el poder, abriendo el camino para la revolución mundial.
Tenían tiempo suficiente para arrepentirse de su estupidez, cuando se sentaron con los socialistas en los campos de concentración nazis.
Los comunistas franceses de esa época aprendieron la lección. Tres años después, formaron un frente unido con los socialistas franceses, y el socialista judío Leon Blum fue elegido primer ministro.
Pero ahora parece que se les ha olvidado esta lección.
Sin embargo, en este momento, la victoria de Macron parece bastante segura. Inshallah, como dicen nuestros amigos árabes.
El aspecto más interesante de las elecciones francesas, como de las estadounidenses, es el fin de los partidos.
El aspecto más interesante de las elecciones francesas, como de las estadounidenses e incluso del referéndum británico, es el fin de los partidos.
Durante siglos, los partidos políticos han dominado la esfera pública. El partido político era el componente esencial de la vida política. La gente con opiniones similares fundaban una asociación política, publicaban un programa, elegían a un líder y participaban en las elecciones.
Ay, ya no.
La televisión ha cambiado todo esto.
La televisión es un medio muy poderoso pero también muy limitado. Muestra a la gente. En realidad, muestra especialmente a los cabecillas. Es más eficaz cuando muestra a un cabecilla hablando al espectador.
La televisión no muestra a los partidos. Puede hablar sobre los partidos pero realmente no los muestra.
Es incluso peor cuando presentan los programas de los partidos. Alguien podría leerlos en voz en televisión, pero eso es aburrido. Serían pocos los espectadores que realmente los escucharan.
La conclusión práctica es que en la política moderna, el líder se hace cada vez más importante y el partido y su programa cada vez menos. No estoy diciendo nada nuevo, todo esto se ha dicho muchas veces antes. Pero este año el proceso ha dominado los resultados.
El resultado del Brexit cruzó las líneas partidistas. El Partido Laborista, una presencia poderosa para las generaciones, parece estar desintegrándose.
Lo que emergió fue una persona, prácticamente sin un partido y sin un programa.
Oficialmente, Donald Trump representaba al Partido Republicano, pero, ¿realmente era así? Al parecer, el partido lo aborrece y su control sobre este es en la práctica una adquisición hostil. Eligieron a Trump, no al partido ni a un programa inexistente.
Fueron acontecimientos extraordinarios. Pero las elecciones francesas tuvieron lugar en un marco normal y tradicional. El resultado fue la destrucción de todos los partidos tradicionales y la aniquilación de todos los programas. Lo que emergió fue una persona, prácticamente sin un partido y sin un programa, casi sin experiencia política. Se le ve bien en televisión, suena bien en televisión, era un buen receptáculo para aquellos votos emitidos principalmente para parar a los fascistas.
Esta no es una lección sólo para Francia sino para todos los países democráticos.
Es una lección para Israel, también. Y una de gran importancia.
Ya hemos visto el comienzo de este proceso. Ahora tenemos una serie de partidos que no lo son, sin programas, los cuales han ganado una posición firme en la Knesset.
Lieberman empezó con un fuerte mensaje antirreligioso, pero poco a poco está cambiando.
Por ejemplo, el partido del actual ministro de Defensa, Avigdor Lieberman. Un inmigrante de Moldova, fundó un “partido” que atrajo a los inmigrantes de la Unión Soviética. Un partido sin comicios internos, donde el líder escoge a todos los candidatos y los reemplaza a (su) gusto, sin un programa real, sólo con un fuerte tufillo a fascismo. Él es su único portavoz en televisión. Empezó con un fuerte mensaje antirreligioso, dirigido a los votantes “rusos”, pero poco a poco está cambiando. Nadie de los suyos se atreve a plantear ninguna pregunta.
Una situación muy parecida ocurre en el “partido” de Ya’ir Lapid. Hijo de una estrella de la televisión con puntos de vistas casi fascistas, es un tipo apuesto, de buen habla, totalmente desprovisto de ideas, que ahora está batiendo a Netanyahu en las encuestas. Sin programa, sólo un partido que es su instrumento personal. Él sólo nombra a todos los candidatos. Él sólo aparece en televisión. Él, también, comenzó como un antirreligioso y ahora está cambiando. (No puedes llegar al poder en Israel sin los partidos religiosos, al menos que estés dispuesto – Dios no lo quiera – a cooperar con los partidos árabes).
Moshe Kahlon, un antiguo Likudnik de ascendencia norteafricana, ha fundado últimamente un equipo personal, sin un partido real, sin un programa real. Él, también, nombra a todos los candidatos de su lista. Ahora es ministro de Finanzas.
El Partido Laborista, que una vez fue una fuerza todopoderosa que dominó la escena política durante 44 años consecutivos – antes y después de que naciera el Estado – es ahora una ruina lamentable, más o menos como su homólogo francés. Su líder, Yitzhak Herog, se puede intercambiar con François Hollande.
En las ruinas de los partidos establecidos, una nueva fuerza política puede surgir.
Y después está el jefe supremo de la televisión, Binyamin Netanyahu, intelectualmente vacío, con sus constantes cambios de color del cabello, a favor y en contra de la solución de dos Estados, a favor y en contra de todo lo demás.
¿Qué podemos aprender de los franceses?
A no desesperarse cuando parece que vamos camino del desastre. A escapar del fatalismo y hacia el optimismo. Optimismo y acción.
Una nueva persona puede aparecer de la nada. En las ruinas de los partidos establecidos, una nueva fuerza política puede surgir, descartando el viejo lenguaje de izquierda y derecha, hablando un nuevo lenguaje de paz y justicia social.
¡Eh, tú que estás ahí! ¿A qué estás esperando? ¡El país te espera!
© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 29 Abr 2017 | Traducción del inglés: Miriam Reinoso
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