Opinión

La marcha de los tontos

Uri Avnery
Uri Avnery
· 12 minutos

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Mi difunto amigo Nathan Yellin-Mor, el dirigente político de la organización clandestina Lehi, me dijo en una ocasión de cierto político: “No tiene mucha cabeza ni poca estupidez”.

Recuerdo esta frase cada vez que pienso en Gilad Erdan, nuestro ministro de Seguridad Pública. Confirma esta idea el papel que jugó en los suceso de las últimas semanas, en las que casi explotó el Próximo Oriente entero.

Por otra parte, Binyamin Netanyahu me recuerda el dicho: “Un listo es alguien que sabe cómo salir de una trampa en la que un sabio no habría caído”.

De Netanyahu diría, pues: “Una persona muy lista, pero no especiamente sabia”.

Hay dos maneras de considerar los desastres históricos. Por una parte se pueden ver como conjuras de malas personas, y por otra como consecuencias de la estupidez.

La primera escuela de pensamiento es fácil de entender. Bien mirado, es imposible que nuestras vidas dependan de una pandilla de idiotas que no tienen idea de nada.

Es fácil creerse, por ejemplo, que Binyamin Netanyahu enviara a un guardia de seguridad de la embajada de Israel en Ammán la orden secreta de matar a dos jordanos para luego poder negociar con el rey de Jordania la liberación del tipo a cambio de la retirada de los detectores de metal del Monte del Templo en Jerusalén. Una absoluta genialidad.

La I Guerra Mundial, con sus millones de víctimas, fue el resultado de una secuencia de actos de increíble imbecilidad

La segunda versión es mucho más vulgar. Afirma que los que deciden el destino de los países y las naciones, emperadores y reyes, hombres de Estado y generales, izquierdistas y derechistas, son casi todos unos completos imbéciles. Es una idea aterradora. Pero así ha sido siempre y así sigue siendo. En todo el mundo, y especialmente en Israel.

Un amigo mío ha dicho esta semana: “No es necesario colocar cámaras en el Monte del Templo, como proponen algunos. Donde hay que instalarlas es en la sala de reuniones del Consejo de Ministros, pues allí es donde está la mayor fuente de peligros para el futuro de Israel”.

Amén.

La historiadora judeo-estadounidense Barbara Tuchman acuñó la expresión “La marcha de los tontos”. Sus investigaciones han demostrado que buen número de desastres históricos fueron consecuencia de nada más que la extrema estupidez.

Por ejemplo, la Primera Guerra Mundial, con sus millones de víctimas, fue el resultado de una secuencia de actos de increíble imbecilidad.

Un fanático serbio asesinó a un archiduque austríaco al que atacó por accidente después de que fallase el atentado planeado. El emperador austrohúngaro vio en ello la oportunidad de mostrar su poderío y envió un ultimátum a la diminuta Serbia. El zar ruso movilizó a su ejército en defensa de los hermanos eslavos serbios. El alto mando alemán tenía un plan de emergencia según el cual una vez que los rusos empezaran a movilizar su torpe ejército, las fuerzas armadas alemanas invadirían Francia y la destrozarían antes de que los rusos estuvieran preparados para el combate. Los británicos declararon la guerra a Alemania en apoyo de Francia.

Ninguno de estos actores deseaba una guerra y menos aún una guerra mundial. Cada uno de ellos aportó su granito de idiotez. Juntos desencadenaron una guerra que terminó con millones de muertos, heridos y minusválidos. Al final se pusieron de acuerdo en que toda la culpa era del káiser alemán, que también era bastante idiota.

A la historiadora le habría encantado escribir sobre los últimos incidentes en el Monte del Templo en Jerusalén.

Tres fanáticos palestinos, ciudadanos israelíes, mataron en ese lugar a tres guardias de fronteras que resultaron ser drusos (los drusos son una rama medio musulmana aparte).

A alguien, probablemente de la policía, se le ocurrió la brillante idea de instalar detectores de metal para evitar semejantes atrocidades.

El hobby favorito de Netanyahu es reunirse con los grandes líderes mundiales para hacer ver que es uno de ellos

Habrían bastado tres minutos de razonamiento para llegar a la conclusión de que la idea era una estupidez. Miles de musulmanes acuden diariamente al Monte del Templo para rezar en la mezquita de la Al-Aqsa y sus inmediaciones, el tercer sitio más sagrado del islam después de La Meca y Medina. Obligarlos a pasar por los detectores habría sido como hacer pasar un elefante por el ojo de una aguja.

Habría sido más sencillo llamar por teléfono a las autoridades del Waqf, la fundación musulmana que está a cargo del lugar. Estos se habrían opuesto a la idea inmediatamente, por tratarse de una imposición de soberanía israelí en un lugar sagrado. También podrían haber llamado por teléfono al rey de Jordania, responsable oficial del Waqf, que habría puesto punto final a semejante idiotez.

Pero la idea llegó a Erdan, que se dio cuenta en seguida de que una medida como esa lo convertiría en un héroe. Erdan tiene 46 años y se educó en una escuela religiosa. En su paso por el ejército no sirvió en una unidad de combate sino en una oficina. La típica carrera de un político de derechas.

Erdan se comportó como un niño jugando con una cerilla cerca de un depósito de gasolina. Los detectores de metal se instalaron sin conocimiento del Waqf ni del rey de Jordania. Erdan esperó al último momento para informar a Netanyahu, que se disponía a viajar al extranjero.

Netanyahu tiene un montón de hobbies caros, pero su favorito es reunirse con los grandes líderes mundiales para hacer ver que es uno de ellos. En esta ocasión se disponía a reunirse primero con el presidente francés y después con cuatro dirigentes medio demócratas y un cuarto fascistas de Europa oriental.

Netanyahu no estaba de humor para las tonterías de su lacayo Erdan cuando estaba a punto de reunirse con los grandes. Aprobó los detectores sin tener idea de dónde se estaba metiendo.

No está claro en qué momento se consultó a los servicios secretos, el Shabak. En todo caso, esta institución, en contacto directo con la realidad árabe, se manifestó en contra. También se opusieron los servicios secretos militares. Pero ¿quiénes son esos cuerpos, comparados con Erdan, y su director de policía, un tipo con kipá que tampoco es precisamente un genio?

En cuanto se instalaron los detectores se precipitaron los sucesos. A ojos de los musulmanes, la medida era un intento israelí de alterar el statu quo y adueñarse del Monte del Templo. El depósito de gasolina se incendió.

Lo estúpido de la medida quedó claro de inmediato. Jehová y Alá entraron en escena. Los musulmanes se negaron a pasar por los detectores. La multitud comenzó a rezar en las calles.

Pronto se hizo evidente la gravedad de la situación. Los musulmanes, tanto los ciudadanos israelíes como los residentes en los territorios ocupados, que poco antes eran una muchedumbre sin rostro, se convirtieron de pronto en un pueblo decidido y presto para luchar. Todo un logro de Erdan. Bravo.

Los detectores no descubrieron arma alguna, pero sí pusieron de manifiesto la magnitud de la estupidez del gobierno israelí. Se convocaron manifestaciones masivas en Jerusalén, en los municipios árabes israelíes, en los territorios ocupados y en los países vecinos. Durante el primer fin de semana murieron siete personas y cientos resultaron heridas.

Ya existen en Israel grupos marginales que fabrican utensilios para construir el Tercer Templo

El nuevo ídolo recibió el nombre de “soberanía”. Las autoridades israelíes no podían retirar los detectores sin “ceder soberanía”, y además “claudicar ante los terroristas”. El Waqf no podía sacrificar su “soberanía” sobre el tercer lugar más sagrado del islam. Por cierto, no hay un solo país en el mundo que reconozca la soberanía israelí sobre Jerusalén Este.

Los musulmanes temen que si los judíos se hacen con el Monte del Templo echarán abajo la Cúpula de la Roca, el hermoso edificio azul de cúpula dorada, y la mezquita de Al-Aqsa para construir el Tercer Templo en su lugar. Puede que suene a locura, pero en realidad ya existen en Israel grupos marginales que forman sacerdotes y fabrican utensilios para el templo.

De acuerdo con Barbara Tuchman solo se puede acusar de estupidez a los líderes si al menos una persona inteligente los ha aconsejado. En nuestro caso, esa persona fue Moshe Dayan quien, justo después de la conquista del Monte del Templo en 1967, ordenó que se arriara la bandera israelí y prohibió la entrada a los soldados.

Nadie sabía cómo salir del impasse.

Netanyahu no interrumpió su gira triunfal para volver rápidamente y tomar las riendas del asunto. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Cómo iban él y su esposa Sarita a conocer mundo si tuviera que volver corriendo a casa cada vez que uno de sus secuaces comete una estupidez?

Entonces se produjo el milagro. Dios en persona entró en la refriega.

Un encargado de mantenimiento jordano estaba trabajando en el apartamento de uno de los guardias de seguridad de la embajada israelí en Ammán. De pronto atacó al guardia con un destornillador, hiriéndolo levemente. El guardia sacó su revólver y lo mató. Para redondear el asunto, también mató al dueño del apartamento, un médico jordano.

No está claro si el altercado se desató a causa de una discusión monetaria o porque el encargado de mantenimiento decidió de pronto convertirse en “shahid”, en mártir. Tampoco está claro por qué el guardia de seguridad lo mató a tiros en lugar de dispararle en la pierna o usar las técnicas de combate sin armas en las que se le había entrenado.

Yitzhak Shamir, él mismo terrorista, dijo que no se debe permitir que ningún terrorista (árabe) escape con vida

El antiguo primer ministro Yitzhak Shamir, él mismo un terrorista de bastante nivel, dijo una vez que no se debe permitir que ningún terrorista (árabe) escape con vida del escenario de un atentado. Y, de hecho, prácticamente ninguno lo ha conseguido desde entonces, aunque sea una niña armada de un par de tijeras o un hombre blandiendo un destornillador. Incluso un atacante gravemente herido, tirado en el suelo y sangrando profusamente, fue rematado de un tiro en la cabeza. El que realizó los disparos ha salido de la cárcel esta semana.

En todo caso, para Netanyahu y Erdan, el incidente de Ammán fue un regalo del cielo. El rey de Jordania accedió a liberar al guardia de seguridad sin investigación a cambio de la retirada de los detectores de metal de Jerusalén. Netanyahu exhaló un suspiro de alivio que se oyó en todo el país. Ningún israelí rechazaría retirar unos detectores a cambio de rescatar a uno de nuestros valientes muchachos. No era ya un asunto de cesión de “soberanía” sino de salvar a un judío, un antiguo mandamiento hebreo.

Toda la plantilla de la embajada regresó a Israel, un viaje de alrededor de una hora, y Netanyahu celebró el “rescate”, aunque nadie los había amenazado.

Mientras tanto sucedió otra cosa.

Netanyahu no teme a Dios ni a los árabes; teme a Naftali Bennet.

Bennet es el líder de Hogar Judío, sucesor del Partido Nacional-Religioso, antaño la agrupación política más moderada del país y hoy en día el partido más extremo de la derecha. Es una facción pequeña, con no más de ocho diputados en la Knesset de un total de ciento veinte; sin embargo, es suficiente para romper la coalición y derribar al gobierno. Netanyahu los teme como a la peste.

No hay cosa que despierte más la emoción nacional e internacional que una ejecución

Cuando el furor por los detectores estaba en su apogeo, un joven palestino entró en el asentamiento de Halamish y mató a tres miembros de una familia de colonos. Milagrosamente solo resultó herido, por lo que fue capturado y hospitalizado.

Pocas horas después, Bennet y su ministra de Justicia exigieron la ejecución del atacante. En Israel no hay pena de muerte, pero por algún motivo la pena capital no ha desaparecido aún del código de justicia militar. Así que Bennet y su hermosa ministra de Justicia pidieron que se aplicara.

En toda la historia del Estado de Israel tan solo se ha ejecutado a dos personas después de un proceso penal. Una de ellas fue Adolph Eichmann, uno de los arquitectos del holocausto. El otro fue un ingeniero acusado de espionaje, erróneamente, según se demostró más tarde, en las primeras semanas de existencia de Israel.

Pedir la pena capital es increíblemente estúpido. El sueño de todo “terrorista” musulmán es convertirse en shahid, el que sacrifica su vida por Alá y va al paraíso. Ejecutarlo haría realidad su sueño. Además, no hay cosa que despierte más la emoción nacional e internacional que una ejecución.

Hay algo enfermizo acerca de los entusiastas de la pena de muerte y el público que los apoya. Ceder ante sus exigencias – cosa que ni por asomo va a suceder – constituiría una gran victoria para los fanáticos musulmanes.

Afortunadamente los servicios de seguridad israelíes están unánimemente en contra.

Sin embargo, en una sociedad dominada por la imbecilidad, incluso esta locura llama la atención y consigue apoyos.

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© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 29 Julio 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente

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