Opinión

La máxima de Napoleón

Uri Avnery
Uri Avnery
· 8 minutos

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Fue Napoleón quien dijo que es mejor luchar contra una coalición que luchar como parte de una.

Las coaliciones son sinónimo de problema. Para llevar a cabo una operación militar exitosa, se necesita tener un mando unificado y acordar un objetivo claro. Ambas cosas son difíciles de conseguir en las coaliciones.

Una coalición está compuesta por diferentes países; cada uno de ellos tiene sus propios intereses nacionales y presiones políticas internas. Llegar a un acuerdo sobre cualquier cosa requiere un tiempo que será utilizado por el enemigo en cuestión en su beneficio.

Todo esto se ha hecho muy evidente en la guerra de la coalición contra Muamar Gadafi.

No hay manera de deshacerse de este «excéntrico» tirano, si no es por medio de la fuerza militar pura y dura. Esto parece obvio a estas alturas.

Como dice el chiste hebreo, puede que Gadafi esté loco, pero no está mal de la cabeza. Percibe las grietas en la pared de la coalición y es lo suficientemente astuto como para aprovecharse de ellas. Los rusos se abstuvieron en la votación del Consejo de Seguridad —lo que al fin y al cabo era como votar a favor de la resolución—, pero desde entonces se han venido quejando de cada movimiento. Muchos izquierdistas bienintencionados y experimentados de mundo condenan todo lo que haga Estados Unidos y/o la OTAN, sea lo que sea.

Hay que eliminar a los otros pero no debe ser un motivo para no resolver la crisis actual

Algunas personas condenan la «intervención de Libia», porque no se lleva a cabo una acción similar contra Bahréin o Yemen. Claro, se trata de un caso de discriminación flagrante. Pero eso es como exigir que un asesino quede impune porque otros asesinos siguen libres. Menos más menos es más, pero dos asesinatos no se conviertan en un no-asesinato.

Otros afirman que algunos de los socios de la coalición no son mucho mejores que Gadafi. Entonces ¿por qué meterse con él? Bueno, es él quien provocó al mundo y bloquea el camino hacia el despertar del mundo árabe. Habría que lidiar con la necesidad de eliminar a los demás también, pero no debe en modo alguno servir de argumento en contra de la resolución de la crisis actual. No podemos esperar a tener un mundo perfecto; eso podría tardar algún tiempo en llegar. Mientras tanto, vamos a hacer el mayor esfuerzo posible en uno imperfecto.

Cada día que pasa y Gadafi y sus matones siguen ahí, el malestar de la coalición empeora. El objetivo acordado de «proteger a los civiles libios» se está debilitando (era una mentira políticamente correcta desde el principio). El verdadero objetivo es, como no puede ser de otra manera, la eliminación del tirano asesino, cuya existencia en el poder es una continua amenaza de muerte para su pueblo. Pero eso no se explicó en coalicionés.

A estas alturas está claro que los «rebeldes» no tienen una auténtica fuerza militar. No son un movimiento político unificado y no tienen un mando político, y mucho menos militar, unificado. No van a conquistar Trípoli ellos solos, tal vez ni siquiera si la coalición les proporciona el armamento.

No es el caso de una fuerza irregular luchando contra un ejército normal y convirtiéndose poco a poco en un ejército organizado, como hicimos en 1948.

El hecho de que no hay ejército rebelde del que hablar puede ser un fenómeno positivo; demuestra que no hay una fuerza oculta, siniestra, al acecho en la sombra, esperando para sustituir a Gadafi con otro régimen represivo. De hecho, es un levantamiento con base democrática.

Sin embargo, para la coalición es un quebradero de cabeza. ¿Y ahora qué? ¿Dejar a Gadafi, un animal herido y por lo tanto doblemente peligroso, en su guarida, listo para abalanzarse sobre los rebeldes en el momento en que bajen la guardia? ¿Ir allí y hacer por ellos el trabajo de eliminarle? ¿Seguir hablando y no hacer nada?

Una de las propuestas más hipócritas, por no decir directamente ridículas, es la de «negociar» con él. ¿Negociar con un tirano irracional? ¿Sobre qué? ¿Sobre un aplazamiento de la masacre de los rebeldes durante seis meses? ¿Sobre la creación de un estado que sea mitad democrático, mitad dictadura brutal?

Por supuesto que debe haber negociaciones: sin Gadafi, después de Gadafi. Las diversas partes del país, las diversas «tribus», las diversas fuerzas políticas aún por emerger, deben negociar sobre la futura configuración del Estado, preferiblemente bajo los auspicios de Naciones Unidas. Pero ¿¿con Gadafi??

Un argumento es que todo debe dejarse en manos de los árabes. Después de todo, fue la «Liga Árabe» la que pidió una zona de exclusión aérea.

Madre mía, qué chiste más triste.

Esa Liga Árabe (en realidad la «Liga de los Estados Árabes») tiene todas las debilidades y pocos de los puntos fuertes de una coalición. Fundada con ayuda británica al final de la Segunda Guerra Mundial, es una asociación de Estados floja, muy, muy floja, con intereses muy diferentes.

En cierto modo, representa el mundo árabe como lo que es o era hasta ayer: un mundo en el que dos (tal vez tres) tendencias contradictorias funcionan a la vez.

Casi todos los regímenes árabes han utilizado la causa palestina para sus intereses propios

Por un lado, está el deseo perpetuo de los países árabes de una unidad árabe. Es real y profundo, alimentado por los recuerdos de un glorioso pasado árabe. Encuentra su expresión actual más concreta en la solidaridad con el pueblo palestino. Los líderes árabes que han traicionado esa confianza están pagando ahora las consecuencias.

Por otro lado, están los cínicos cálculos de los Estados miembros. Desde el primer momento de su existencia, la Liga ha reflejado el laberíntico mundo de los regímenes antagónicos y competitivos. El Cairo siempre compite con Bagdad por la corona del liderazgo árabe, la antigua Damasco compite con ambas. Los hachemitas odian a los saudíes, que los desplazaron a La Meca. Añádase a esto la miríade de tensiones ideológicas, sociales y religiosas, y se obtiendrá la imagen concreta.

La primera empresa importante de la Liga (la intervención de 1948 en la guerra entre Israel y Palestina) terminó en un desastre árabe, en gran parte porque los ejércitos de Egipto y Jordania trataron de anticiparse el uno al otro en lugar de concentrar sus energías contra nosotros. Ésa fue nuestra salvación. Desde entonces, prácticamente todos los regímenes árabes han utilizado la causa palestina para todos sus intereses propios, con el pueblo palestino haciendo de pelota en este cínico juego.

El despertar árabe actual no está liderado por la Liga, va por naturaleza contra la Liga y contra todo lo que representa. En Bahréin, los saudíes apoyan a las mismas fuerzas contra las que están luchando los rebeldes en Trípoli. Como factor en la crisis de Libia, es mejor ignorar a la Liga.

Hay un tercer nivel de relaciones interárabes: el religioso. El islam tiene una fuerte influencia en el mundo árabe en casi todas partes pero, como todas las grandes religiones, el islam tiene muchas caras. Significa cosas muy diferentes para los wahabíes de Riad, los talibanes de Kandahar, la gente de Al Qaeda en Yemen, los combatientes de Hizbulá en Líbano, los monárquicos en Marruecos y el modesto campesino a orillas del Nilo. Pero hay una vaga sensación de comunidad.

Gadafi debe ser eliminado; hay que dar una oportunidad al pueblo libio para decidir su destino

Así que cualquier árabe musulmán siente que pertenece a tres identidades diferentes pero superpuestas, con las fronteras entre ellas mal definidas: la «watan», que es el país local, como Palestina o Egipto, la «qaum», que es la identidad pan-árabe, y la «umma», que es la comunidad de todos los creyentes islámicos. Dudo que haya dos expertos que estén de acuerdo en estas definiciones.

Así que aquí estamos, gente de marzo de 2011, después de haber seguido nuestros instintos humanos básicos y presionado para la intervención armada contra el desastre que amenaza en Libia.

Fue la correcto, lo más decente que se podía hacer.

Con el debido (y sincero) respeto a todos los que criticaron mi postura, estoy convencido de que era lo más humano.

En hebreo decimos: El que comienza a hacer una buena acción debe terminarla. Gadafi debe ser eliminado; hay que darle una oportunidad decente al pueblo libio para que tome su destino en sus propias manos. Como también al pueblo sirio, a los yemeníes, al pueblo de Bahréin y a todos los demás.

Yo no sé dónde les llevará, a cada uno en su propio país. Sólo puedo desearles suerte y esperanza.

Y espero que esta vez no se cumpla del todo la máxima de Napoleón.